Las segundas partes no son mejores. La oposición a la deriva
CE, Intervención y Coyuntura
La segunda gran concentración en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, cubierta bajo el manto ficticio de la “defensa de la democracia” deja a los actores con un sabor amargo. Numéricamente fue significativa, pero su presencia desmiente el sentido común opositor-militante sobre una supuesta “dictadura”. Ni policía, ni represión, total libertad. Por otro lado, los deja con el sabor amargo de concentrar gente, pero no saber para qué. La derecha ahora enfrenta el viejo dilema de las izquierdas durante la pasada centuria: su capacidad de movilización no se traduce en fuerza política. Esta, existe, pero no por su movilización, sino por las herencias neoliberales enquistadas en las instituciones del Estado.
La derecha opositora navega entre los restos del naufragio de la partidocracia, las nuevas derechas se debaten entre mantener sus consignas retrógradas (que las tienen, a veces más ocultas, a veces más claras, contra la pobreza y las clases populares) o avanzar con consignas “progres” (feministas, LGTB+ o lo que se sume como moda digital, que en eso están dispuestos a adaptarse). Tampoco saben que hacer para construir un liderazgo, pues sus caras más visibles son las de los políticos impresentables –de Marko a Creel, de Alito Moreno a De la Madrid– o bien, apostar por los grises académicos y burócratas a los que les han dado el micrófono (el caché de los apellidos, ante todo: de Cossío a Woldenberg).
Ahora bien, que la movilización se haya cruzado con la declaratoria de culpabilidad de García Luna les golpeó. Por este motivo, sin importar el número de gente que movilizaron ha sido menos espectacular que la primera. La segunda parte no fue mejor y lo saben. El discurso que la cerró igual de aburrido, al menos Woldenberg tenía en su lejanísimo pasado haber jugado al sindicalista. En una hora, se desplazó la fuerza y el músculo pero no quedó nada.
Como hemos venido insistiendo en Intervención y Coyuntura, la derecha existe, pues hay un núcleo de la sociedad que se identifica con ella. Electoralmente su base es el 20 %, lo que recibe el PAN. Además, hay núcleos sociales pertenecientes a las clases adineradas en espera de mostrarse, en la plenitud de la blanquitud mexicana, que parece que más que a marchas va a un juego de golf (con sus gorras, sus camisas blancas y rosas tan pulcras que parecen haberlas comprado un día antes). Otros tantos, arrastrados por alguna razón, le dan el componente popular y casi folklórico a estos personajes de las clases altas, los más patéticos son los universitarios de instituciones públicas. Que son compañeros de ruta incómodos para las clases blancas y adineradas que conducen esta protesta, pero útiles en su ingenuidad. La derecha existe más que en un movimiento organizado en expresiones (demandas de privilegios que sienten que se les han quitado), en los recovecos des las instituciones autónomas (como el INE), y en un empresariado que en su mayoría está más interesado por su expansión global que por atender los asuntos del país.
El obradorismo tuvo un efecto desorganizador de la partidocracia derechista y neoliberal. Por supuesto, no destruyó ni copto a las derechas, como gustan de repetir los ultras de la izquierda, tan averiados de su brújula. Ese contingente existe y seguirá existiendo. Lo que sí hizo el obradorismo fue taponear algunos de los principales reductos para impedir que esa fuerza, momentáneamente, se expanda en su apuesta política. Sin la presencia de AMLO y su conducción, esas brechas se abrirán. Algunas, de hecho, ya han resonado a partir de personajes de Morena, pero ahora contenidas. Lo de hoy fue una mala segunda parte que conforma la pre-historia de la derecha opositora reorganizada, no para disputar algo a AMLO, sino a su sucesor o sucesora.