La necesaria reforma política: ¿Harfuch vs Brugada?

CE, Intervención y Coyuntura

Hace poco más de un año se daba una batalla que la Cuarta Transformación no logró completar: la reforma política. Hoy, el panorama a menos de un año del término de gobierno de López Obrador nos muestra la profunda necesidad de insistir en ella, a riesgo de golpear a quienes hacen parte del partido político que dice encabezar la transformación. Haremos un análisis en estas páginas de la importancia fundamental de las disposiciones que se lanzaron en aquella intentona de transformar de raíz el sistema político, en su parte más estable –la “partidocracia”– y de los efectos, visibles, que tiene en la disputa política contemporánea su no realización.

Brugada y Harfuch: dos caras de la misma moneda

No usamos la referencia a la moneda de manera metafórica. Realmente se trata de una forma de hacer política en donde el dinero se vuelve el mediador fundamental. A pesar de que Clara Brugada y Omar García Harfuch sostienen programas que se encuentra en 180 grados del otro (ni que decir de las historias de vida), ambos comparten un mismo escenario, una misma forma de hacer política. Esto ha sido evidente no a través de dos o tres semanas, como algunos ingenuos piensan, sino a lo largo de los meses que llevan preparando, gestionando y, de hecho, haciendo real sus aspiraciones.

Lo más evidente es la campaña que ambos llevaron, guiados por un ánimo anti-austeridad. El precepto de la austeridad republicana, de la necesidad de que la política no sea dispendio, gasto innecesario, fue llevada adelante por ambos candidatos y sus respectivos aparatos. Tanto Brugada como Harfuch han gastado una cifra que, muy probablemente, ni ellos sean conscientes. Gasto en “operadores” (sueldos para los organizadores profesionales), para mítines en el caso de Brugada, para encuentro en hoteles y centros de convenciones en el del ex secretario de seguridad y, por supuesto, toda lo que implican estas campañas: miles de espectaculares, “revistas”-promocionales vueltas espectacular, camiones, paredes, variedad de mantas y carteles. Un cálculo asume que son alrededor de 21 mil toneladas las que se retirarán al final de este proceso.

Para Brugada el dinero funciona en la lógica del viejo PRD, es decir, mantener estructuras organizacionales que conformen grupos políticos con capacidad de operación territorial. Para Harfuch, si bien esto ya actúa de facto al encontrar que múltiples liderazgos se sumaron (Bejarano y Padierna, por ejemplo), se agrega su presencia en medios. Pero antes de avanzar sobre los medios, veamos los casos sintomáticos de esta actuación territorial. Veamos un ejemplo: Iztacalco. La delegación que ha pasado inadvertida para los análisis citadinos –centrados en la panista Benito Juárez o en la plebeya Iztapalapa– entregó cuadros como Citlali Hernández o Mario Delgado (cuya primera diputación viene de un distrito electoral ahí ubicado), es decir, Iztacalco dio la dirección partidaria actual. En Iztacalco se ejemplifica el uso del aparato, y la división patente del llamado “movimiento”. Mientras que el actual alcalde, Armando Quintero, se decantó por el ex secretario de seguridad, Brugada buscó de inmediato a la rival, la ex delegada Elizabeth Mateos. Quintero es conocido por su forma de hacer política clientelar y abusiva de los recursos, en tanto que Mateos es recordada por iniciar el proceso de crecimiento del Cartel Inmobiliario (quizá algunos se enteren que la lucha contra el cartel inmobiliario no solo se da en la panista Benito Juárez) en la delegación oriental. Así, mientras que los brugadistas critican a Harfuch su alianza con los empresarios inmobiliarios, suman en la delegación a una promotora de este mismo cartel. Es decir, uno y otro asumen alianzas y acuerdos, por arriba de cualquier política popular y democrática.

En el uso de los medios también es patente la unidad en la forma de hacer política de ambos a pesar de sus diametrales diferencias programáticas, personales e ideológicas. A Harfuch ha quedado claro que lo apoyan los medios corporativos, que él no se para en una entrevista donde tenga que articular más de dos o tres ideas, donde no se devele lo vacío de su planteamiento (reducido a ser el continuador de Sheinbaum). La pasarela ha sido benevolente con quien se denota como un policía de alcurnia familiar, pero un político de pocas luces discursivas. Pero con Brugada no hay algo muy distinto, acudió con la impresentable Adela Micha (quien la nombró como la “aguerrida alcaldesa”) y fue tratada con suavidad por René Delgado y por nada más y ni nada menos que por Ciro Gómez Leyva. Brugada, además, acudió con el evasor y furioso anti-comunista Ricardo Salinas Pliego, un personaje enriquecido por la corrupción neoliberal y quien llama “gobiernícolas” a los simpatizantes del presidente.

El punto más alto de esta política de medios es, sin embargo, otro: la utilización que hace Sabina Berman de un canal público a favor de Brugada. Berman, de claras aspiraciones de consejera intelectual, ha mostrado su desagrado por Harfuch, convirtiéndose en una activista decidida en su contra. Sin embargo, la traducción de ello en el uso de la televisión pública –quizá a sabiendas del costo que significaría hacerle una crítica de ello– no denota una política distinta, ni alternativa, ni democrática. Con Berman, en canal 11 y canal 14 no hemos visto ni a Torruco, ni a Boy, ni a López-Gatell. Lo público al servicio de una aspiración política personal.

Si se optó por una política que privilegió el dinero y los acuerdos, la estructura tiene un peso relativamente menor. Al elegir esa vía, se dio rienda suelta a la maquinaria dineraria de Harfuch y quienes, con evidencia palpable, le apoyan desde el poder económico.

La necesidad reforma política

Decíamos arriba que hace no menos de un año el presidente lanzó una ambiciosa reforma política (aunque fue leída como exclusivamente electoral). La derrota de aquella vía es lo que nos tiene en esta situación. En primer lugar, aquella reforma rompía con el vínculo fundamental con los intermediarios, particularmente los políticos. Se recordará que aquella propuesta sacaba la representación anclada al territorio y la llevaba a listas que permitían una representación proporcional. Aquello rompía por entero la necesidad de hacer pactos, acuerdos y arreglos con los “operadores”, con quienes, como se dice en el argot, “mueven a la gente”.

La reforma política obradorista también sacaba de manera más clara el dinero de la política. Es este quizá el momento de mayor uso del dinero. Aun teniendo al presidente en las mañaneras lanzando los elementos de guía sobre lo pernicioso de esto, ambas candidaturas –lanzadas con anterioridad– hicieron caso omiso de ello. Como si el presidente no existiera más, asumiendo que su periodo de liderazgo ya no cuenta más, Brugada y Harfuch rompieron la lógica de una política abajo, austera y sin crear compromisos con el poder económico.

El INE, la paridad y la ambivalencia

Bajo el lema “es tiempo de mujeres”, Brugada apuntaló su candidatura. Además del apoyo social que hay hacia las reivindicaciones de las mujeres, parece estar contándose con un aliciente más: el INE (todavía controlado en su operatividad por los cuadros de Córdova y Murayama) decidió establecer 5 candidaturas de mujeres y 4 de hombres. Aquí entramos en una contradicción no dicha con suficiencia y que augura problemas futuros. Una aparente conquista democrática y de cambio cultural se puede convertir, de hecho, en un arma de doble filo.

La reforma política obradorista apuntalaba también un elemento: sacar al INE de los partidos. Y esto, lejos de estar en la discusión pública, es un elemento central. El INE supervisa lo que se dice en las reuniones de militantes, prohíbe decir ciertas palabras, verifica que sean “especialistas” (y no militantes en condiciones de igualdad) los que socialicen su conocimiento con las bases. Los partidos, desde la creación del IFE en la década de 1990, no son libres, ni independientes ni autónomos, sino controlados por la autoridad electoral. La reforma política al no llevarse a cabo nos dejó supeditados, los partidos –todos ellos– dependen financieramente pero también organizativamente de la inmersión de esa institución. No son expresión de la sociedad, sino acuerdo y arreglo político entre burocracias, tanto partidarias como de la autoridad electoral.

En resumidas cuentas: ¿Quién decide, el INE o el pueblo?