La historia son ellos, la política somos nosotros. Entrevista a Mario Tronti

Martín Cortés[1]

Martín Cortés (MC).- Una primera pregunta general sobre el texto Sull’autonomia del politico: ¿dónde colocaría usted ese texto en su recorrido intelectual? ¿cuál sería el lugar que ocupa este texto?

Mario Tronti (MT).-Bueno, es muy importante el contexto, es decir las fechas, porque L’autonomia del politico sale como librito creo que en 1977 ¿no? Y el seminario era de algunos años antes, del ’72. Fue un libro importante porque era todo un argumento desarrollado, eran pensamientos madurados dentro de los años 60 básicamente. Después, los primeros años 70 encuentran, cómo decirlo, otras verificaciones; verificaciones también teóricas, intelectuales, etc., pero el fondo del discurso había sido madurado entonces. Yo lo he planteado siempre de este modo. Es decir que el libro está muy ligado incluso a mi experiencia de los primeros años 60, esa que aparece bajo el nombre de operaismo, al interior de esta opción práctico-teórica que era el operaismo, interna, digamos, a las estructuras materiales de la sociedad -dentro, justamente, del discurso marxiano de crítica de la economía política-, en la que habíamos elaborado la tesis de la fuerza de trabajo como interna al capital, y que precisamente porque era interna al capital podía transformarse su contradicción fundamental. Pero era un discurso muy centrado en las contradicciones objetivas, en los procesos reales que, al final, eran fundamentalmente aquellos económicos, productivos, etc., lo que luego se expresó también en iniciativas prácticas. Es decir, tratar de llevar adelante esta contradicción participando en las luchas obreras, participando en ellas directamente, desde adentro, que es, en efecto, la experiencia de las dos revistas: Quaderni rossi y Classe operaia, en los primeros años 60. Después, la cosa es teorizada en Operai e capitale. Pero lo que yo descubrí propiamente dentro de esta experiencia -y debo decir que fue un descubrimiento mío, muy poco comprendido y compartido por los otros que formaban parte de la experiencia del operaismo– fue que al recorrido, tanto de análisis como de luchas, pensado totalmente al interior de las estructuras, le faltaba algo. De allí el fracaso, por así decirlo, del tentativo práctico de realizar aquello, es decir, de dar un golpe al dominio capitalista a través de las luchas obreras. En un determinado momento me di cuenta de que aquello chocaba con algo que nosotros no habíamos tomado nunca en cuenta: esto es, que entre las luchas y el capital, más precisamente, entre los obreros y el capital, en medio, estaba la política. Es decir, estaba este terreno que nosotros no habíamos considerado, que habíamos dejado siempre un poco al margen, un poco víctimas de la tradición marxista ortodoxa, para la cual la política es el resultado casi automático de las contradicciones objetivas, reales, y la política expresa algo que ya existe por debajo de ella. Y yo ahí me di cuenta que no era precisamente así, que esta política podía jugar un rol entre obreros y capital, justamente porque tenía su autonomía. Es decir, era un terreno que no era reducible ni a los obreros ni al capital porque existía, a su modo, por su propia cuenta: ¿y qué pasaba? Que el capital había aprendido, prácticamente, a usar este terreno político intermedio, y la clase obrera no. Justamente porque el capital le había dado autonomía a la política, porque había tenido a los grandes teóricos del pensamiento político moderno. Es decir que tenía detrás suyo toda una gran elaboración, de Maquiavelo en adelante, pero sobre todo del siglo XVII, cuando empieza a nacer la teoría del Estado. Ellos habían entendido que ese era un terreno que tenían que cultivar aparte. Lo habían dejado, cómo decir, libre para moverse por cuenta propia, le daban cierta libertad de movimiento. Mientras que la clase obrera era más rígida al respecto, pensaba que era algo que, casi objetivamente, expresaba la economía, es decir, faltaba la subjetividad política. Este era un problema del marxismo, pero sobre todo de cierto marxismo de Marx, porque, en realidad, uno de los fundamentos del problema de la autonomía de lo político no es Marx, sino Lenin. Porque Lenin era el único que había entendido, en cambio, este juego autónomo de la política, tanto es así que empecé a pensar y a interpretar a la propia Revolución de octubre como algo que, en el fondo, evidenciaba esto. Es decir, cuando Gramsci escribe ese famoso artículo La revolución contra el Capital, contra el Capital de Marx, él también había aprendido que la iniciativa leninista iba por fuera de esta objetividad de la Crítica de la Economía Política.

¿Qué es la autonomía de lo político? Es la decisión de no reducir la fuerza alternativa al dominio capitalista solamente al campo de lo económico, sino de reencontrarla también en otros campos. Esto es lo que había hecho Lenin quien, en algún momento, con la revolución, había decidido romper los esquemas, porque según la tesis clásica de Marx, no era seguramente Rusia el lugar donde se podía intentar el experimento revolucionario, que correspondía solamente a un nivel de un capitalismo muy avanzado. Marx pensaba que la revolución obrera pudiera explotar en Inglaterra. Luego, incluso en el tiempo, no de Marx, pero en el tiempo de Lenin, quizás en Alemania donde estaba este desarrollo de la producción del capitalismo industrial también mucho más avanzado. El hecho de que Lenin eligiera llevar adelante esa iniciativa allí en Rusia, significa que había entendido que la iniciativa política no tenía que esperar expresar una objetividad capitalista. Fue esto lo que más me llevó a comenzar a pensar en lo político, en un contexto, digamos, histórico-teórico y dentro de una experiencia práctica, que había sido la del operaismo. Todo nace ahí.

MC.- Sobre esto quería ahondar: en Noi operaisti usted dice que el descubrimiento teórico de la autonomía de lo político se da al interior de la experiencia operaista, pero la elaboración más clara viene después (creo que, quizás, en este texto). Pero que, además, empieza en el post-scriptum de Operai e capitale, donde está esta lectura de Lenin ¿cuál sería el cambio que permite pasar de este momento de descubrimiento práctico a la elaboración teórica?

MT.- El pasaje fundamental del operaismo a la autonomía de lo político está en el poscritto de Operai e capitale que sale en el 71 -por lo tanto, escrito en el 70-, allí ya están estas nuevas consideraciones. Tanto es así que se comienzan a estudiar los institucionalistas norteamericanos, y se empieza a aludir a la necesidad de una teoría del Estado. Es decir, el Poscritto di problemi lleva mucho más allá el discurso del primer Operai e capitale y ese, en efecto, es el puente que después lleva a estas tesis más explícitas que están bajo el nombre de autonomía de lo político.

Estos eran los precedentes. Después vienen las etapas siguientes que se desarrollan en la Università Di Siena, los cursos en los que vuelvo a visitar el recorrido completo de la teoría política, la teoría del pensamiento político moderno. Retomo de Maquiavelo en adelante y cada año avanzo. Luego, está el conocimiento de Hobbes -fundamental-, de la razón de Estado, del siglo XVII y así, avanzando. Pero esa era ya toda una elaboración histórico-teórica sucesiva.

MC.- Me gustaría ir, respecto de esto, sobre todo a Carl Schmitt, porque pienso que  justamente en Sull’autonomia del politico está Schmitt, pero no claramente desarrollado, como lo va a estar después en su obra. Pero también encontré en el texto una palabra llamativamente schmittiana: para referir a la posibilidad de llevar adelante la inversión entre lo económico y lo político, usted afirma que esa instancia solo puede advenir “decisionalmente” (agregando que se trata de “términos provocadores”), en la senda de su idea de que el cambio social es la política contra la historia, no una cuestión desarrollo histórico, sino de decisión. Esto aparece en el segundo texto, de 1976.

MT.- Viene en el texto siguiente, sí. No, cuando sale Sull’autonomia del politico, es el año en que en Italia sale la traducción de Las categorías de lo político de Schmitt, con la parte sobre la teología política, etc. Un libro fundamental para mí. Sucedió una cosa extraña -que me ha pasado otras veces y sigue pasándome hoy en día-: que las cuestiones que yo elaboro a nivel teórico, parece que fueran la consecuencia de otras cosas, es decir, de niveles teóricos precedentes, y en realidad finalmente no es así. Porque de Sull’autonomia del politico podría decirse: “Ah, bueno, esto deriva del hecho que en ese momento leíste a  Schmitt”. Pero no, la lectura de Schmitt viene después. La lectura de Schmitt me confirma que yo estaba andando por buen camino. Eso me pasa constantemente. Es decir, yo avanzo y luego la cuestión se reconecta, porque mi elaboración no es nunca una elaboración de texto a texto, sino de experiencia a experiencia. Ya dije de dónde la cuestión de la autonomía de lo político: no de Schmitt, sino de aquella experiencia vivida con el operaismo que luego madura y hace surgir esas experiencias. Después, llega Schmitt y digo: “pero mirá, este dice exactamente las cosas que yo había pensado” (risas). Porque me pasa continuamente, que la confirmación teórica aparece luego, quizás le pasa a todos, no es algo original, pero… en fin. Luego Schmitt me impulsa a profundizar mucho estos temas, me lleva a pensarlos de nuevo, a repensarlos, a elaborarlos, a completarlos, etc. Pero es una función -¿cómo decir?- segunda, respecto a la primera que, en cambio, se desencadenaba de la experiencia. Esto es un problema también general. Yo creo que el pensamiento -no sabría decir si el pensamiento en general, pero veo que, a veces también el pensamiento de otras disciplinas funciona así- cuando es un hecho creativo, es un hecho intuitivo. Sí, es cierto que quizás esta intuición está dentro de toda una preparación también hecha de libros, de experiencias, etc. Pero lo que emerge en un cierto punto, es siempre una intuición. Es solamente en una segunda instancia que esta intuición se organiza teóricamente, de un modo más firme, incluso de un modo más convincente para quien la hace, para quien la desarrolla. Después te convences aún más que esa intuición era también algo que la racionalidad podía contener en sí. Más aún podía hacerla desarrollarse en un cierto modo. Creo que esto es lo que pasó particularmente con la autonomía de lo político. Fue justamente una intuición. Así la llamo yo. Y es una intuición muy personal porque, si has leído la discusión que hubo en torno al tema, también al librito, verás que fue una discusión muy intensa, muy muy hostil. Es decir, la autonomía de lo político nunca fue bien acogida. Tuvo este destino. El pensamiento más radical, o sea, el pensamiento revolucionario la excluyó inmediatamente porque dice: “No, era una concesión al pensamiento burgués, porque esta autonomía de lo político es típica del pensamiento burgués mientras el pensamiento revolucionario…”. Quiero decir, toda esa parte del operaismo que después terminó en los grupos: eso que se llama “el negrismo”, bueno, ahí hubo una polémica continua contra la autonomía de lo político. Todavía hoy. “La autonomía de lo político de Tronti ha sido un giro regresivo de su pensamiento. Se lo perdonamos porque es Tronti, pero, no lo aceptamos”. Pero la cuestión quizás más sorprendente es que no la acogió ni siquiera la otra parte, la mayoría reformista, digamos así, que practicaba cada día la autonomía de lo político, especialmente aquí en Italia donde estaba la tradición togliattiana. Togliatti fue un maestro de la autonomía de lo político, uno de los grandes maestros, fue también un gran maestro mío. Lo reconozco siempre, lo digo a todos: “Yo vengo de esa escuela y estoy orgullosos de ser un discípulo de esa escuela y de ese personaje, de esa personalidad”. Pero no la acogieron, porque la practicaban, pero no querían decirlo (risas). Porque decirlo, incluso para ellos, parecía una concesión frente al horizonte burgués, porque, entonces, en el PC -estamos hablando de una parte una interna del PC- había todavía una fuerte carga, digamos, anticapitalista. Luego, enmascarada en la política cotidiana, llena de compromisos, pero si vas a leer las declaraciones, el anticapitalismo está siempre presente. No es como hoy que no está más en la izquierda, que definitivamente no lo hablan. Para ellos, era todavía una bandera. Pero no lo tomaron. Ni siquiera ellos. Por lo tanto quedó un poco suspendida esta teoría. No sé para qué sirvió. A mí me sirvió muchísimo; no se lograría entender toda mi producción posterior de mi pensamiento sin este pasaje por la autonomía de lo político. Está todo ahí, en fin. Luego, en un cierto punto, en algunas en las últimas cosas fue incluso superada, pero por otros motivos, por otras líneas, en otros sentidos, pero yo no renunciaría nunca a ese pasaje. Pero, repito, fue una fase de mi pensamiento muy muy difícil. De hecho, después, los años ’70 son para mí un período de aislamiento también intelectual. Pero incluso hoy cuando hablo de estas cosas encuentro muchas resistencias. Sin embargo, yo no he encontrado otra cosa que confirmaciones de eso.

Ahí, una cosa muy importante de la autonomía de lo político era el estudio, por ejemplo, que ya aparece en el post-scriptum, en el ’71, de la experiencia estadounidense, de la gestión de la crisis, de la Gran Depresión y la salida de gran Depresión con el New Deal, y mi tesis indiscutible -la considero todavía como indiscutible- es que el capitalismo fue salvado justamente por la autonomía de lo político. Es en la relación Keynes-Roosevelt que se resuelve hacerse cargo de la situación.

MC.- El capital entiende la autonomía de lo político antes que la clase obrera…

MT.- Sí. Roosevelt, sobre todo, gran político y gran exponente de la autonomía de lo político, con el New Deal sacó -diría: de los pelos- al capitalismo de su crisis. Eso para mí fue una demostración práctica de que esa tesis funcionaba. Entonces son dos las tesis históricas que demostraban la autonomía de lo político: la iniciativa leniniana y la iniciativa rooseveltiana. No por casualidad: Rusia y Estados Unidos… Y luego, bueno, en toda la post guerra, pero con una historia ya menor, todas las diversas formas del Estado: el Estado Social, el Estado Asistencial, el Welfare: ¿qué es el Welfare si no una manifestación de la autonomía de lo político? Es decir, el Estado que interviene como sujeto en los mecanismos económicos; no los describe, no los representa, sino que interviene para tenerlos bajo control para modificarlos, para orientarlos. En los treinta años “gloriosos”, del ’45 al ’75, se da una gran fase de la autonomía de lo político porque todo el capitalismo contemporáneo europeo, pero también estadounidense la aplica. La política pasa al puesto de mando; es la primacía de la política. La crisis de la autonomía de lo político viene después del ’75; viene en estos últimos decenios. Y no es casualidad que sean los decenios de la crisis de la política. Porque sin la autonomía de lo político, hay crisis de la política.

MC.-Despolitización…

MT.- Es una ley.

MC.- Incluso en los años ’70 hubo un debate en Italia, pero también en Francia, sobre el problema de la teoría política del marxismo. Podríamos decir que, tal vez, una intuición que hay allí es que no se puede afrontar la teoría política del marxismo sin la teoría política de la burguesía, porque la teoría política burguesa -en el sentido de Weber, Schmitt, Maquiavelo, todo lo que usted ha hecho después- está más desarrollada, quizás, que la teoría política que Marx retrata en el siglo XIX.

MT.- Yo he encontrado una asunción de la autonomía de lo político, de la primacía de la política -si lo queremos llamar así- en el pensamiento conservador, en el gran pensamiento conservador. Porque, esto es para destacarlo: la autonomía de lo político es inconcebible sin meterse dentro de la gran tradición del realismo político moderno -que es la decisión que yo tomé desde final de los años 60-. Incluso en mi cercanía y lejanía, en mi extrañamiento respecto de los famosos movimientos de ’68, donde vi, justamente, una incapacidad de manejar la política. Es más, vi un intento de dejarla de lado. Y últimamente, también he dicho -en este caso también atrayendo fuertes críticas de parte de todos- que uno de los primeros ejemplos de la anti política nace en el 68: los movimientos contestatarios desde abajo, la participación contra la autoridad, contra el poder en cuanto autoridad, pero también la contestación de la autoridad paterna era, en fin, una forma de anti política familiar, digámoslo así, hecha en familia (risas). Eso era un indicador importante de lo que estaba sucediendo. Por eso el realismo político: yo en un determinado momento me inscribí oficialmente en esta corriente teórica, por lo cual soy un gran enamorado de Maquiavelo, sigo leyendo Maquiavelo, un día sí, un día no; cada tanto tengo la necesidad de volver a leer a Maquiavelo, primero que nada porque es una lectura extraordinaria desde el punto de vista literario. Luego, porque me reconozco completamente en sus ideas, en sus formulaciones. Ahí siempre ha habido en mí casi una forma espontánea de anti ideologismo, que ya estaba en Operai e capitale, en el operaismo, nosotros partíamos mucho del Marx crítico de la ideología, justamente porque la crítica de la ideología después se volvía ciencia social. Entonces, yo sigo incluso hoy viendo cada manifestación ideológica como algo que no me pertenece, que está fuera de mí, que tengo que mantener a distancia. Y esto es el realismo político. Luego ha habido algunos personajes que me han  orientado; en Italia estaba este personaje, que fue el que después introdujo Schmitt, Gianfranco Miglio, lo leí mucho, luego incluso lo conocí personalmente. Él tenía una gran carga anti ideológica y era, precisamente un gran exponente del realismo. Luego me metí siempre en esto desde Maquiavelo. Estudié mucho a Hobbes, mucho el siglo XVII -como decíamos antes- hasta llegar al siglo XX: antes de Schmitt, Weber. Weber fue un momento fundamental de la cuestión de la autonomía de lo político. Si se leen sus teorías, aquellas más famosas, sobre la política como profesión, creo que estamos frente a un verdadero manual de comportamiento político autónomo, de gran realismo político. Es decir, el nexo Weber Schmitt es muy fuerte. Pero este filón, para la izquierda, está maldito. Nadie lo acepta porque están todo dentro de la otra tradición, es decir, iluminismo, racionalismo que luego llega al reformismo y luego al progresismo y, en fin, toda esta línea que es, para mí, ideológica y no realista. Yo, siempre estoy fuera de esto y dentro de aquel realismo, pero esta es una posición absolutamente minoritaria porque, repito, no es bien recibida por ninguna de las dos almas de la izquierda, la rechazan ambas.

Una cosa, una pregunta que quería hacerte ¿el peronismo no sería una manifestación de la autonomía de lo político?

MC.- (Risas) Sí, sí, absolutamente. Para mí ese es también el sentido de publicar este libro ahora en Argentina, en América Latina. Porque nosotros hemos tenido en los últimos años muchas manifestaciones de la autonomía de lo político, como una verdadera forma posible de encontrar un cambio en la situación de América Latina.

MT.- Obvio, tiene sentido, incluso si el librito en sí no tuvo muchas traducciones.

MC.- Introducir el texto es interesante también porque, usted sabe, lo más importante suyo que se tradujo es -sobre todo- Operai e Capitale y creo que ahí hay un punto importante para abrir un nuevo debate, también sobre su obra.

MT.- Lo que quedó, más que nada, es la fórmula (“autonomía de lo político”), que quedó como punto de referencia -siempre una referencia polémica-. Pero el librito en sí no ha circulado tanto, ni siquiera en el exterior. En fin, Operai e capitale sigue dando vueltas por el mundo, en un giro infinito todavía hoy. Esta segunda fase no tuvo la misma suerte, digamos así, quizás por los motivos que decíamos antes: prácticamente no fue acogida, no fue asimilada, fue liquidada -tengo que decirlo-  de una forma, incluso, muy superficial. No ha habido  grandes argumentos que se hayan medido con la cuestión, fue solamente un rechazo y, bueno, nada más.

MC.- El debate, en Argentina en particular, pero en muchos países latinoamericanos en los últimos ha sido la idea de la política contra el neoliberalismo. Ese, creo, es un discurso de la autonomía de lo político; un discurso de la política que vuelve para dar sentido a esta vida popular de la región.

MT.- En lo que dices se combina la cuestión de la autonomía de lo político con una elaboración posterior: esta lucha titánica entre política e historia. Porque es un tema que se elaboró mucho, básicamente, en La política al tramonto (1998).Y es esta, para mí, la nueva gran contradicción. Después de Operai e capitale está Politica e storia como conflicto, aunque, repito, con mucha menos suerte que la otra fórmula, porque esta tampoco la entiende nadie. En fin, lo podemos poner como título, pero no es que sea clarísimo. También porque las personas están más de parte de la historia que de la política, porque, sabes, todo el progresismo es una apología de la historia: la historia amiga, la historia somos nosotros -hay una canción aquí, de un personaje que cantaba siempre durante los congresos de estos últimos partidos que surgen la izquierda, esta canción de De Gregori que se llama La storia siamo noi. No es verdad. La historia son nuestros enemigos (risas). La historia son ellos. No somos nosotros. Nosotros somos la política -si  tuviéramos que ser algo-. Luego, si no se quiere ser nada, como dicen ellos, que “no hay que ser nada” y, bueno, sigamos así, sigan adelante así.

MC.- En una parte de Sull’autonomia del politico –para volver al tema de estos últimos decenios de despolitización, tal vez de la derrota de la autonomía de lo político- hay una prospectiva en el texto de decir: “la política es el espacio de la lucha, llega como el verdadero espacio de la lucha -también de la lucha de clases, digamos- y si la clase obrera -dice algo así- no lo entiende así, llegará una derrota que va a durar mucho tiempo”. Hay una preocupación en el texto por decir: “Si no comprendemos esto, vendrá una derrota estratégica”. La pregunta en realidad es simple: si cree usted que  finalmente llegó esa derrota, si es eso lo que explica estas últimas décadas.

MT.- En cierto sentido es así, pero se trata también de argumentos posteriores, incluso a estos libros que se van a publicar ahora en español[2], que se desarrollan en este sentido, y que incluso en parte retoman el discurso del operaismo -aquello que a veces no se entiende de mi recorrido… un recorrido, debo decir, no precisamente límpido teóricamente, muy accidentado, hecho de idas y vueltas, marchas y contramarchas, soy consciente de eso y lo llevo adelante de esta manera-. Una de mis últimas elaboraciones consiste en decir que la clase obrera ha sido no sólo un sujeto de la política moderna, sino que ha sido ella misma la política moderna. Es decir, entiendo que ha habido una ruptura de esa relación entre clase obrera y política, porque, desde mi punto de vista, lo que no fue entendido de la historia de la clase obrera, es que la clase obrera era interna a la tradición de la política (yo digo siempre “política moderna” y esto hay que recalcarlo, no digo nunca  “política” en el sentido un poco banal e ingenuo de que “política” deriva de “polis” y la polis era la polis griega, entonces la política es el “ágora” donde se reúnen los ciudadanos y deciden… ya a lo largo de todo el medioevo eso pierde sentido, porque emergen grandes sujetos de la política, Iglesia e Imperio que combaten entre ellos por siglos etc., yo digo entonces política moderna, es decir, de Maquiavelo en adelante, que no casualmente va en contra de otra elaboración, la de Tomás Moro: El Príncipe o la isla feliz, La utopía, de Tomás Moro, estas son las alternativas). Y, entonces planteo esta unificación: clase obrera y modernidad de la política son la misma cosa. Y ahí vuelve nuevamente Lenin -no hay que olvidar nunca que Lenin, para mí es fundamental, incluso más que Marx; Marx es mi juventud intelectual, mi madurez intelectual es Lenin, que viene después- porque Lenin es el que toma el proletariado ruso y lo hace clase dominante, con la revolución y con la construcción de una forma-Estado alternativa al Estado burgués. Eso fue un gran experimento. Y es en el 17 que está precisamente la realización de este encuentro entre los obreros y la política, a través de la figura de Lenin. Sin embargo, en un cierto punto todo esto se detiene, y después estamos frente al desierto de hoy, en el sentido de que estas cosas ya no tienen posibilidad de seguir siendo planteadas ¿no? Es necesario saberlo… luego no va a pasar nada más de ese tipo, sino más bien todo lo contrario. Bueno: ¿qué le podemos hacer? Ganó la historia. Ganó la historia contra la política. Esta es la conclusión -por esto dijeron que la historia ha terminado-, en el fondo: el ’89/91 ha sido la definitiva victoria de la historia contra la política, nadie ha leído esto así ni está dispuesto a hacerlo, pero yo lo leo así y bueno ¿qué le vamos a hacer? Es así.

MC.- Pero se puede retomar, quizás, un discurso fuerte sobre la política.

MT.- El discurso siempre se puede retomar. Lo que yo no creo que pueda retomarse -al menos yo no veo cómo- es la praxis, la práctica. Aquí no tengo indicaciones para dar. De hecho, este pensamiento digamos que es estéril, en el sentido de que no tiene dentro de sí una prospectiva de futuro. Pero no sé… En fin, yo digo siempre: “el pasado ya me basta” (risas). Además, que ya llegué lejos, mi futuro es muy limitado, entonces…el pasado me basta, el futuro… pero no es verdad que la historia terminó, la historia no termina nunca. Algo va a pasar, poco, pero algo…

[1] Entrevista de Martín Cortés, realizada en Roma en febrero de 2016. Traducción del italiano de Andrea Fagioli y Marcela Alarcón Ortúzar.

[2] Se refiere a La política contra la historia, publicado en septiembre de 2016 por la editorial Traficantes de sueños y el Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador. El volumen incluye los libros Con le spalle al futuro, de 1992, La política al tramonto, de 1998, y Noi operaisti, de 2008.