La forma como lucha: leyendo con Françoise Perus

Francisco Javier Sainz Paz
Escribo estas líneas para recordar a una de las maestras que más han marcado mi vida. Uno de los primeros momentos decisivos fue cuando me recomendó leer a Lukács. Yo, entonces, con cierta pedantería, le respondí que ya había leído algo del autor. Ella, sin perder la calidez, simplemente dijo: “Léelo todo”. Tiempo después, cuando nos volvimos a reunir y le conté que había leído varios libros de Lukács, comenzó lo que se transformaría en una serie de debates en los que ella, con generosidad, me ofrecía verdaderas cátedras. Aquellas conversaciones pronto derivaban en discusiones sobre el contexto social, en pasajes de la vida del propio Lukács y en increíbles anécdotas personales, como aquella en la que me contó que su padre había sido guerrillero francés y ayudó a muchas personas a escapar del nazismo cruzando la frontera entre Francia y Alemania.
De Lukács pasamos a las limitaciones de su concepción de la novela, y de ahí, a una lectura rigurosa de Bajtín. Mientras tanto, yo seguía leyendo sus artículos y libros, guiado no solo por su pensamiento, sino también por su trato siempre amable y sus palabras de aliento. Con ella aprendí algo fundamental: que la formación nunca se termina, que siempre tendremos dudas, inquietudes, momentos de desaliento, pero también motivos para seguir adelante.
No solo hemos perdido a un ser humano excepcional, sino a una de las teóricas más importantes de América Latina, cuyo legado nos deja la urgente e inspiradora tarea de continuarlo. En ese espíritu, comparto estas notas sobre una de mis primeras lecturas de su libro Historia y crítica literaria. El realismo social y la crisis de dominación oligárquica, galardonado con el Premio Casa de las Américas en 1981.
En Historia y crítica literaria, Françoise Perus propone una lectura rigurosa de la narrativa latinoamericana a partir de su inscripción en los procesos históricos concretos que le dan forma. Inspirada en la teoría marxista, y en particular en el pensamiento de György Lukács, la autora sostiene que la forma novelesca no puede ser entendida como un molde ahistórico ni como una mera elección estética, sino como una configuración que condensa, reproduce y problematiza las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista y su evolución desigual. La novela, en este sentido, no es solo el relato de individuos o grupos, sino la manifestación formal de conflictos sociales en movimiento.
El eje metodológico que sostiene la propuesta de Perus es claro: para comprender la literatura —y especialmente la novela— hay que situarla en el marco de la lucha ideológica y política de clases. En lugar de juzgar las narrativas latinoamericanas desde los parámetros de la tradición europea burguesa —que privilegiaba la psicologización del individuo como signo de profundidad literaria—, Perus invita a pensar que esa forma no es la “forma general de la novela”, sino una entre otras posibles, surgida en una fase específica del desarrollo del capitalismo en Europa, cuando la burguesía ya había conquistado los aparatos del Estado y estaba en posición de universalizar sus valores. Así, la “individualización psicológica” que se ha exigido a la novela latinoamericana de los años veinte no sería una medida objetiva de calidad, sino una proyección etnocéntrica.
En lugar de reproducir ese esquema, Perus afirma que la narrativa de América Latina debe analizarse a partir de la “particularidad del desarrollo histórico latinoamericano”, en el que las relaciones de producción, los aparatos estatales, las culturas regionales y las tradiciones comunitarias responden a dinámicas específicas marcadas por el colonialismo, el subdesarrollo, la dependencia y la violencia estructural. En este marco, la forma literaria no puede reproducir los modelos europeos sin violentar las condiciones mismas de su enunciación.
Este desplazamiento teórico permite entender, por ejemplo, por qué muchas de las novelas sociales latinoamericanas no trabajan con individuos psicologizados, sino con figuras desclasadas o tránsfugas que, lejos de presentarse como sujetos autónomos, funcionan como puntos de cruce de múltiples contradicciones sociales. Lejos de alimentar la ilusión del yo como origen de sentido, estos personajes —frecuentemente narradores-protagonistas en forma de memorias o autobiografías— son “cajas de resonancia” de las tensiones de clase, género, etnia y territorio. En ellos no se busca una profundidad interior, sino una articulación formal de procesos históricos heterogéneos.
En esta línea, la autora subraya que la novela latinoamericana de la primera mitad del siglo XX no se organiza en torno a una ruptura entre el individuo y la comunidad —como sí ocurre en muchas novelas europeas modernas—, sino en torno al enfrentamiento entre comunidades cohesionadas (económica, étnica o culturalmente) y las fuerzas del capital monopólico. Este cambio de foco resulta crucial para pensar el tránsito del realismo social al realismo mágico como una transformación de las formas de representación de lo colectivo y de las formas de conocimiento de las comunidades tradicionales. El problema, señala Perus, no está tanto en la configuración psicológica de los personajes, como en la traducción de las mitologías sociales que estas colectividades construyen para representarse a sí mismas y su lugar en el mundo.
La crítica de Perus también se detiene en el papel de la literatura como parte de un proceso cultural más amplio. En los años veinte y treinta, señala, aún no se había producido una separación clara entre la literatura, la política y las nacientes ciencias sociales. En este contexto, la narrativa social no es ni un mero documento testimonial ni una expresión puramente estética, sino una forma de conocimiento que participa simultáneamente de lo político, lo literario y lo analítico. El realismo social, con su voluntad de objetividad y concreción, emerge así como una respuesta a la necesidad de aprehender la realidad en tanto proceso histórico transformable.
El énfasis en la narrativa como forma dominante de la época no es casual: el relato permite reconstituir procesos, pensar la actualidad como resultado de una herencia y abrirla a la posibilidad de transformación. Sin embargo, esto no significa que la novela renuncie a la forma: por el contrario, Perus enfatiza que los escritores del periodo estaban conscientes del agotamiento de ciertas retóricas obsoletas, y se vieron impelidos a buscar nuevas formas, aún no legitimadas literariamente, capaces de renovar la percepción de realidades distintas y devolverlas como experiencia sensible a un nuevo público. Esta búsqueda de nuevas formas, lejos de ser una deficiencia, es para Perus uno de los logros fundamentales del realismo social latinoamericano.
En este sentido, Perus polemiza con la idea común de que la renovación narrativa en América Latina inicia con el “boom” o con las vanguardias poéticas, y propone reconocer que el realismo social también introdujo rupturas significativas en el campo literario. La radicalidad de estas novelas no reside únicamente en sus temas —la revolución, el campo, el trabajo—, sino en la forma en que estas temáticas se articulan como concreciones de contradicciones objetivas y subjetivas dentro de una estructura narrativa específica.
Este argumento permite a la autora criticar también las clasificaciones temáticas rígidas que han intentado sistematizar la literatura del periodo. Según Perus, convertir los “temas” en categorías ahistóricas impide ver que estos son, en realidad, formas específicas que asume la contradicción histórica. Una novela de tema urbano, minero o indígena no puede ser comprendida únicamente por su ambientación o personajes, sino por la forma en que la contradicción social —propia de un momento histórico determinado— se concretiza formalmente en ella.
La propuesta de Perus, entonces, es una invitación a desplazar la crítica literaria de un enfoque que privilegia los contenidos aparentes o los modelos estéticos heredados, hacia una lectura que examine las formas narrativas como estructuras dinámicas que condensan y reproducen, con tensiones y mediaciones, los conflictos sociales de su época. La forma narrativa no es un ornamento ni una elección libre, sino una necesidad histórica: es el lugar en que las contradicciones del presente se hacen visibles, sensibles y pensables.
En este marco, el análisis literario no puede reducirse a un inventario de motivos o a la búsqueda de correspondencias directas con el contexto social. Debe, más bien, estudiar la función que cumplen los diversos elementos formales dentro de la dinámica contradictoria de cada obra, es decir, la manera en que los referentes históricos —económicos, sociales, culturales— modifican las formas literarias, y cómo estas formas, a su vez, participan en el proceso de transformación de la conciencia social. La novela no reproduce mecánicamente la realidad: la refracta, la transforma, y en esa operación abre también un horizonte crítico.
Así entendida, la literatura latinoamericana de las primeras décadas del siglo XX —lejos de ser un estadio menor del desarrollo estético— aparece como una respuesta coherente y compleja a un contexto de profunda inestabilidad social, estructural y simbólica. Sus elecciones formales, sus narradores desplazados, su construcción de lo colectivo, su voluntad realista, deben leerse no como síntomas de inmadurez, sino como formas emergentes de una modernidad distinta, situada en los márgenes del capitalismo mundial pero profundamente implicada en su lógica.
Françoise Perus nos ofrece, con su lectura crítica, una herramienta poderosa para repensar el canon y las jerarquías literarias. Su análisis no solo enriquece la comprensión del realismo social latinoamericano, sino que también abre el camino para abordar otras tradiciones narrativas desde su propia historicidad. En un momento en que las formas narrativas vuelven a tensionarse ante los desafíos del presente, su propuesta de leer la literatura como forma histórica —y la historia como campo de lucha formal— conserva una vigencia urgente.