La democracia, el campo mexicano y la transición
CE, Intervención y Coynutura
En la conferencia inaugural del ciclo “La crítica en su laberinto” organizado por la Difusión Cultural de la UNAM Roger Bartra lanzó, nuevamente, lo que él considera profundas críticas al actual gobierno.
Como se sabe, ese evento, organizado por una persona ligada al grupo de Letras Libres, tiene como característica el de convocar a “los de siempre” para repetir lo que han dicho en los últimos años. La verdad, nadie espera mucho más que el aspaviento en redes.
Roger Bartra cumplió, dijo que ya había adelantado sus críticas en un libro que publicó hace un par de años (por cierto, que es un libro donde él mismo comenta sus columnas).
Algo, sin embargo, afloró en la intervención del antropólogo. En un momento de su exposición buscó definir el rocambolesco concepto de “retropopulismo autoritario” (¡recontra sic!) a partir, dijo, del éxito del presidente con “vocación caciquil”. Y entonces, R. Bartra reconoce que el presidente tiene éxito y lo adjudica a lo siguiente: “son los agraviados por la rápida modernización capitalista […] y resabios lastimados de sectores en proceso de desaparición en el campo, así como las tenciones de una masa rural que se desplaza a las ciudades…»
No sorprende que R. Bartra se dirija así a una gran parte de la población mexicana. La visión de progreso, lineal, absolutamente entregado al ethos realista capitalista –como lo nombrara Bolívar Echeverría– es patente: “resabios”. Este lenguaje, viniendo de un antropólogo supuestamente especializado en el estudio de los “otros” es más que clarificador. La antropología es colonial y racista, piensa en términos de “progreso”, urbanismo, buenas costumbres.
Pero lo que resulta llamativo es que R. Bartra lleva cuatro décadas diciendo que ahora sí, los campesinos van a desaparecer. Es el viejo debate que se dio en la izquierda, entre “campesinistas y proletaristas”. R. Bartra, ideólogo de esta tendencia, ya en la década de 1970 señalaba la desaparición del campesino y su conversión en proletariado agrícola. En 2023, como si nada hubiera pasado, sigue presagiando su desaparición.
Lo más llamativo es la tendencia entre quienes sostienen la hipótesis de la “transición a la democracia” es su desprecio por la sociedad rural, persistente, en la vida social. Si nuestros pobres (neo) liberales convocados al mentado evento en la UNAM estudiaran un poco de la historia real del pueblo, en lugar de escribir la misma columna una y otra vez, podrían ver que fueron los campesinos mexicanos los primeros en desafiar al régimen autoritario con éxito. Mientras López Mateos encarcelaba a los lideres de la revuelta obrera de 1959, los campesinos se empeñaron en fundar organizaciones que rompieron, temporalmente, el monopolio de la CNC. Pero fueron ellos, sujetos diversos, con múltiples necesidades, los que le dieron fuerza al Movimiento de Liberación Nacional en 1961, los que sostuvieron la Central Campesina Independiente de 1963 y la campaña de Ramón Danzós Palomino en 1964. Fueron los campesinos los que demandaron el fin del régimen autoritario, bajo la demanda de “Libertad y reforma agraria”, los que buscaron hacer valer la constitución defendiendo a los presos políticos, los que inventaron el ecologismo de los pobres al luchar en contra de la contaminación, fueron los campesinos quienes levantaron el estandarte de la lucha contra la corrupción al demandar que la dotación de tierra no fuera solo para los militantes del PRI. En este país, pese a lo que digan los transitólogos, la democracia es plebeya y tiene una fuerte raíz campesina.
Este discurso de los transitólogos a la vez no sorprende mucho, pues negando sistemáticamente al sujeto plebeyo de la política mexicana han recurrido a mantener la idea de que la verdadera democracia pasa por el ensanchamiento de las clases medias. Todos los discursos de los transitólogos miden el éxito o fracaso de la política con relación al cumulo de privilegios y derechos extendidos hacia las clases medias.
Sin embargo, los campesinos mexicanos tienen una escuela democrática muy distinta y más amplia, pues se hacen cargo de combatir incendios, de repartir el agua, de darle vida a las escuelas de sus hijos a través de comités. La democracia que viene de la sociedad agraria no es la de los trajes costosos de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, tampoco la que permite que intelectuales como R. Bartra vengan repitiendo la misma hipótesis pese a que la realidad la niega sistemáticamente.
Hoy la dimensión democrática de la política mexicana pasa por una reactivación del campo mexicano. Romper el corporativismo priista ha sido uno de los esfuerzos de los apoyos directos y no a través de la mediación de organizaciones corruptas. Al igual que la creación de una economía de bienestar implica un apoyo decidido a las comunidades campesinas e indígenas con la creación de una infraestructura puesta al servicio del desarrollo de las comunidades, así como un amplio sentido de una economía social y solidaria.
En fin, se escriben memorias cuando ya no hay ideas y en el mercado editorial, el último libro de R. Bartra es su autoelogio.
Los campesinos y su visión de la democracia y participación política siguen ahí.