La banalización de la tragedia: Emilia Pérez

Juan Manuel Díaz

Esperé a que pasaran los oscares para escribir este breve comentario sobre Emilia Perez (Audiard, 2024) ¿Qué no se ha dicho sobre la película? Comparto las opiniones más o menos generalizadas desde la crítica y públicos latinoamericanos y específicamente hablando, mexicanos. Es una caricatura racista, clasista y tránsfoba. Es un retrato ridículo con una visión eurocéntrica y blanco. Como lo escribí en un comentario a un artículo de The Guardían escrito por Tim Jonze del 18 de febrero de este año y titulado Why Emilia Pérez should win the best picture Oscar?:

Otro punto de vista colonial. El autor intenta criticar esta mirada colonial y habla abiertamente de ella. Sin embargo, él mismo comete el mismo error que Audiard. Entonces, ¿qué sentido tiene? Mientras escribe, un hombre blanco cis que nunca ha estado en México intenta defender una película que se burla abiertamente de las experiencias mexicanas y trans. Y, al hacerlo, hace lo mismo, intenta imponernos su visión de hombre blanco eurocéntrico. Una vez más, otro hombre blanco europeo nos dice cómo tenemos que sentirnos y reaccionar ante algo que habla de nosotros. Es como si nos estuviera diciendo que no tenemos derecho a nuestra ira. Somos simplemente salvajes que no comprendemos la representación de nuestras propias vidas. Por otra parte, ¿qué podemos esperar de un medio colonialista como The Guardian?

Esto no mejora si se piensa en los comentarios de Zoe Saldaña, actriz ganadora del oscar por mejor actriz de reparto por su actuación en la cinta mencionada. La actriz dijo algo muy claro pero que es igual de violento y que refleja la actitud condescendiente: “Esta película no es sobre México, es sobre mujeres pero podría ser de cualquier país”. Así de sordo e ignorante fue la respuesta dejando claro la imposición de las miradas occidentales sobre nuestras tragedias, vidas y cuerpos.

Pero en realidad de lo que quiero hablar aquí es la banalización de la violencia machista y misógina. En la cinta, el personaje principal transiciona, y una vez que realiza su transición, el narcotraficante se vuelve “bueno”, “noble” y crea una organización sin fines de lucro para buscar y reconocer personas desaparecidas. Hay una esencialidad violenta del mal. La violenta se vuelve algo casi accidental, como si con un procedimiento médico pudiera acabar la violencia.

¿Qué significa eso para las personas que crecimos en contextos de violencia? Yo crecí en un ambiente violento y ¿qué sucedió con mis amigos y personas cercanas? Algunos murieron y otras personas están en la cárcel. Pero en definitiva no es algo tan fácil como la caricatura que presenta la película. Hay una suerte de duelo que la violencia articula sobre las personas que la experimentamos. ¿Qué pasa con las personas que aprendimos a relacionarnos por medio de vínculos violentos? Tenemos que hacer un trabajo de asumir las consecuencias y reconstruir quienes somos y los costes de esta violencia. No es una forma mágica sino que es una lucha constante.

Emilia Pérez muestra una forma tan ridícula como dañina de la comprensión de la violencia y lo que gira alrededor de ésta. Ridiculiza las visiones de las tragedias que aquejan México. Y es que claro, es un esfuerzo por parte de la mirada blanca y los sujetos que la enarbolan para darse palmadas en la espalda y congratularse mutuamente sobre su conciencia social. Es una cinta para europeos y no para quienes sufrimos las tragedias que menciona.

Retomo el planteamiento de Deleuze sobre los medios culturales como medios que moldean el deseo, nuestro deseo. Además, quiero mencionar que, como lo dice Deleuze, somos máquinas deseantes. Una colección de procesos cuya misión es desear. Estamos programados para querer algo, producir una querencia, no para satisfacerla. Deseamos desear, no deseamos algo en concreto. ¿Qué clase de deseo maquinizado produce una película como Emilia Pérez? Minimiza e invalida nuestro deseo como agentes sobre la cual el horror se cierne. Nuestro deseo natural sobre la tragedia es superarla pero lo que termina pasando se reduce a la normalización de esta.

Los contextos de muerte producen una imaginación de muerte. Una incapacidad de percibir la superación o al menos, imaginar la superación del horror y de la tragedia. Por el contrario, nuestra imaginación se construye alrededor de la muerte y de los lazos de violencia que terminan articulando nuestras relaciones sociales. Emilia Pérez es parte de esta normalización. No quiero pensar en términos que los productos culturales sobre el narcotráfico provocan a este último. Por el contrario, creo que los narcoproductos culturales son reflejo de una realidad. Sin embargo, también es cierto que un producto cultural enarbola y normaliza miradas. En este caso, la cinta en cuestión busca la normalización de la narcocultura vista desde afuera, una visión blanca y europea de la narcocultural. Dicho de otro modo, se trata de europeos diciendo cómo nos debemos de ver, como debemos lidiar con la violencia y con nuestra tragedia. Más aún, cuando alzamos la voz, nos dicen que somos ignorantes por no entender. Justo como lo expresó Zoe Saldaña.

Termino con esto: por todo lo anterior es que debemos consumir, distribuir y crear contenidos audiovisuales propios, venidos de Latinoamérica. Nunca una cinta hollywoodense o europea ha estado diseñada y construida para una mirada no-blanca. Es la imposición de las miradas europeas sobre nosotros mismos. Sobre nuestra mirada y sobre nuestras culturas. Los contenidos audiovisuales, las imágenes, construyen nuestro mundo. Organizan y reticulan nuestro mundo. Crean nuestros mundos. ¿Qué mundo construye la mirada impuesta por Emilia Pérez? Una donde somos ignorantes y salvajes. Es imperante reclamar nuestra autonomía de mirar y de ser mirados. De mirar bajo nuestras propias condiciones.