Tan lejos, tan cerca. O de la dialéctica de las utopías y la empiria
Fernando Aldana
Dios ha elegido lo que el mundo considera locura para avergonzar a los sabios, y ha elegido lo que es débil en este mundo para confundir a lo que es fuerte. Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada, para reducir a la nada lo que es. Y así ningún mortal podrá alabarse a sí mismo ante Dios.
I Cor., 1:27-29
¿Cuál es la posibilidad de trascendencia en una vida que impide la posibilidad de toda trascendencia? La vida moderna ha cercado a la vida real de un modo tan eficaz que parece tratarse de una jaula casi perfecta. Casi perfecta, mas no perfecta. Permanecen ahí pequeños pulsos silenciosos que nos recuerdan que lo fundamental es la Vida, pero la razón cada día pierde más la capacidad de hacernos ver lo indispensable. Es más, la razón se encierra cada día más en un mundo donde reina la máxima que dicta lo indispensable es inútil. La irracionalidad es nuestra racionalidad cotidiana…
Ocupamos 4 horas de transporte para ir y venir de una jornada de 12 horas, quedando 8 horas para dormir de las cuales 5 son sueño efectivo y el resto las ocupamos tanto en (des)alimentarnos como en un brutal ocio embrutecedor de nuestros ya de por sí embrutecidos sentidos…
Las ganancias de las empresas aumentan mientras nuestro gasto disminuye…
Las mercancías que compramos en internet viajan con más comodidad y seguridad que nosotros mismos cuando viajamos en el transporte público…
La violencia se armoniza en nuestro día a día mientras la armonía es violentada a cada minuto que transcurre…
Nuestra Vida, lo imprescindible, es cada día más prescindible…
Esta vida nuestra se nos va persiguiendo una lejanía que la sentimos más cerca cada día… Esa utopía nuestra de cada día, tan lejos, tan cerca…
Lejanía que llena de calidez, da lo mismo que sea falsa o que sea verdadera. Lejanía que irradia calidez cercana.
Se ve lejano el momento en que podamos cumplir el mandato que alguien externo nos ha impuesto pero que nos da impulso a seguir. Lejano está el momento en que puedas tener una camioneta y ser un hombre de alto valor; lejana la ocasión en que puedas ser una mujer de alto valor que viaja con mucha frecuencia. Pero el simple hecho de pensar en la posibilidad de su realización algún día te da esa calidez que te impele a seguir adelante, porque sientes tan cerca algo que está tan lejos. Da igual que el contenido de esa lejanía sea una mierda fabricada por un fabricado sentido común sometido al señor mercado.
A esa lejanía la podemos llamar utopía, y a esa cercanía podemos llamarle empiria. Ninguna puede entenderse sin la otra, ninguna se desarrolla aislada de la otra. En el movimiento (dialéctico, por cierto) de la unión tanto de la una como de la otra, de la utopía y la empiria, surge lo que llamamos realidad. ¿Qué? ¿Que la realidad es esa muda e inerte materia supuestamente existente con independencia de nosotros? La realidad comienza ahí donde está la vida nuestra; que podamos pensar en una realidad independiente a nosotros es una entelequia truculenta del entendimiento. Podemos quedarnos con la percepción de que la realidad sea esa materia independiente a nosotros, pero tal cosa puede ser así no porque la realidad sea eso, sino porque estamos vivos. La realidad solo comienza ahí donde está la vida nuestra.
Pero nótese que decimos nosotros y no yo o el individuo. La Humanidad, la Naturaleza y el Cosmos son el sujeto de este nosotros. Imaginamos que esto hará desquiciarse a quienes han sido educados en la tradición occidental: “¿¡Cómo puede ser la Naturaleza ser un sujeto!?”, “¿¡Acaso los conejos van a hablar!?”, “¿¡Las rocas sienten!?”, “Menuda estupidez, si acaso el ser humano es un animal político pero sometido al designio de las inevitables leyes de la naturaleza, que es indiferente a nosotros.”
Occidente ha experimentado a la Naturaleza como ese indiferente ente que emite leyes ineluctables para cualquier ser que caiga bajo su manto. Pero Occidente no es toda la Humanidad, ni mucho menos la realidad. Retornemos a nuestros ancestros y deslumbrémonos con el hermoso concierto que realizan ante la constelación de la historia para honrar el vínculo sagrado entre la Humanidad, el Cosmos y la Naturaleza. ¿Acaso las líneas de Nasca no son sino una exhibición que la Humanidad y la Tierra le prepararon al Cosmos? Este vínculo está siempre presente en nosotros. En nosotros aúlla un silencioso y profundo sí a la vida consagrada por estos tres elementos. Siempre tan cerca de nosotros, siempre tan lejos de nosotros, porque nuestra irracional racionalidad nos ha hecho olvidarnos de ello.
Las utopías de la modernidad nos han cercenado los sentidos con los cuales percibir esa realidad real, ahora a duras penas percibimos esa realidad analítica creada por el entendimiento. En la lejanía sólo podemos concebir lo que el mercado nos permite, en la cercanía solo producimos y consumimos lo que desde allá se enuncia como veredicto fatal. Y en medio de esa locura racional dejamos de percibir que nuestra vida inmediata se nutre de lejanías que dan guía a las cercanías, y dejamos de percibir que el sentido que le damos a nuestra vida se construye desde las cercanías alimentadas por lejanías.
La forma en que nos relacionamos con la realidad, con el Cosmos, la Naturaleza y la Humanidad, está dictada por un falso ser supremo que Occidente ha creado y que hasta ahora se mantiene imbatible: el mercado. El mercado cada día se esfuerza por someternos a un modo de vida en donde lo indispensable sea inútil. Las lejanías ya no vienen de un ser humano elevado a la dignidad de consagrarse como Cosmos y Naturaleza, las lejanías ahora se cuentan en dinero y en bienes. Y nuestra vida se nos va en esa imposición. O te sometes al mercado o te rebelas y mueres en la insignificancia. Ya no se discuten las utopías porque creemos que no las hay. Aunque eso no impide nuestra no-percepción de la utopía que domina nuestras vidas: la del mercado.
Nuestra realidad está siempre preñada de lejanías cercanas y de cercanías lejanas. Así se nos va la vida en ese danzar dialéctico entre lejanías y cercanías. Pero el movimiento dialéctico no es el sentido de nuestra vida, más bien es una consecuencia de estar vivos. Lo que somos está preñado siempre de algo que todavía no es y que algún día espera germinar, la espera es su amanecer y su anochecer. Pero ahí está el meollo del esperar: Esperando, se es. Sin espera deja de ser. Dejar de esperar, o sea, no tener esperanza, es una imposibilidad lógica. Incluso quien no espera nada sigue esperando algo. Hay que tenerlo siempre presente, si es que queremos salir de esta utopía convertida en pesadilla y que se llama mercado. Intentemos agudizar nuestra percepción de las lejanías y de las cercanías y veremos que gran parte de la locura asesina que reina hoy día nos somete una violencia cercana cuya fidelidad se encuentra en los dictámenes de las lejanías del mercado. O sea, el mercado es el responsable de la locura asesina nuestra de cada día. No se trata de un economicismo, otra de las molestas entelequias del entendimiento que solo sirven para embrutecer nuestro discernimiento de la realidad. El mercado actúa según los designios de la lejanía, pero no es una utopía, se trata de un especial tipo de lejanía. El mercado actúa como un mito que funda el sentido tanto de la utopía como de la empiria.
La irracionalidad racional de Occidente ha pervertido y vaciado el sentido de muchas categorías esenciales para el discernimiento de las utopías y de la empiria, o lejanías y cercanías como las nombramos aquí. Hay que reconstituirlas, pero para hacerlo es necesario superar el sueño convertido en pesadilla. Para despertar de ese sueño hay que situarse desde la vida nuestra. El caminar desde la vida nuestra es el método del pensamiento crítico.
Pero no perdamos más nuestro tiempo, que es poco. Dejemos las elucubraciones para los logiquillos que gustan de regodearse en el mundo mental que se han creado a partir de reflejos engañosos dados por un díscolo entendimiento. Vayamos a lo esencial, a lo excepcional, porque la excepcionalidad es lo que rige la realidad. Y lo que hoy vivimos como realidad es una crisis extremadamente violenta y embrutecedora en la que todo está al revés. De nueva cuenta es útil la fórmula dadaísta: lo indispensable es inútil.
Podrá ahora entenderse por qué diablos una cita de Corintios bautiza este recorrido nuestro. Lo que para la racionalidad irracional es vigente, no lo es desde el punto de vista de la realidad real, o sea, de la vida nuestra. La racionalidad irracional es lo vigente, y lo vigente es lo que permanece como las lejanías que rigen nuestra vida, utopías que no las cuestionamos en su condición de utopías. Si no nos falla el discernimiento, a esto la tradición crítica semítica le ha llamado la ley. La ley como un designio fatal que nos lleva a la muerte, esa es la racionalidad irracional. El sometimiento a la ley nos está matando lentamente. No lo percibimos, pues creemos que si nos sometemos a los designios de estas lejanías nuestra vida está más cerca de realizarse. Pero hoy la crisis humana que vivimos amenaza con desaparecer la propia humanidad, y eso ya está sucediendo. Que no podamos parar esta violencia irracional y asesina porque creemos que ella es la puerta a la lejanía que promete la plenitud de nuestras vidas es muestra de cómo ha avanzado esta crisis. Aunque las crisis pongan bajo suspensión las certezas, seguimos teniendo una certeza estúpida, terca y falsa: el sometimiento como la vía para la realización de la plenitud.
La normalidad emana de la excepcionalidad. La cercanía de nuestra vida, lo cotidiano, pues, cobra sentido por el anhelo de experimentar en la vida nuestra esa excepción llamada sueños (obvio es que también vale decir utopías). En el límite de la locura, la Vida irrumpe con un clamor de justicia. En el límite de la razón, la Muerte reina con sonrisa cínica. La tarea del pensamiento crítico hoy es cultivar en los límites de la locura la esperanza en una vida real plena siempre tan lejos pero siempre tan cerca como para aniquilar la violencia asesina que hoy parece haber cerrado ya la jaula y con ello, destruido la posibilidad de despertar de esta pesadilla.
Pero la Vida emerge y cada vez grita con más fuerza el reclamo por tomar el lugar que le corresponde, para ser la señora de la realidad. La Vida es la única capaz de poner en estado de excepción a toda forma de conocimiento y a toda forma de ley que socaven y denigren al ser humano, haciéndole olvidar que fue capaz de bailar con el Cosmos y la Naturaleza en una espiral que crea este reino nuestro. Reino donde nuestros pesares y nuestros anhelos nos dan impulso para seguir viviendo tan lejos y tan cerca de la vida nuestra.