La alternativa política indígena

Jose Enrique Paipay Pugliesi
Como toda época, la modernidad, el presente que transitamos, germina su propia intelectualidad, oficios, imágenes, términos y palabras acordes a sus corrientes y ánimos, reflejando el carácter preponderante del poder dominante como fuente para diversos aspectos en la vida de la gran mayoría y la fuerza principal desde donde la especie humana construye su civilización. Es la primera vez en la historia humana, por consecuencia de la formación del capitalismo, su expansión e instrumentalización de todas las herramientas para sus objetivos, que no hay rincón capaz de escapar a su influencia por la globalización y la hiperconectividad y de no solo de sus decisiones sino, colateralmente, su cultura, su idiosincrasia, su epistemología.
El término “indio” proviene del des-encuentro entre iberos y los diversos habitantes del territorio conocido hoy como América, cuando creyeron haber llegado a India. La historia es bastante conocida, sin embargo, es el inicio del acontecimiento que clasificó a todas las gentes del mundo mediante la idea de raza. La carga semántica de la palabra indio se transfiguro en un sinfín de imágenes y prejuicios en desmedro de quienes fueron atribuidos a esa nueva identidad. Se designaron en conjunto diversas culturas como mayas, aztecas, quechuas, aimaras, boricuas, entre muchas otras, bajo ese único despectivo rotulo. La idea de raza justifica y legitima, demostrado en los debates de Valladolid protagonizado por Bartolomé de las Casas y Juan Gines de Sepúlveda sobre si los indígenas de América son hombres o animales, mediante la violencia y la explotación de mano de obra esclava de los “indios” resultando luego en el genocidio más grande de la historia conocida de acuerdo con Darcy Ribeyro en sus diversos trabajos.
Desde ese momento se configuran las primeras identidades modernas: los dominadores se autodenominarán europeos y blancos (Europa ni España existía antes de 1492) y los dominados de las nuevas tierras como indios no-blancos. Esa idea e imagen se exacerba con la expansión mundial del colonialismo europeo fomentado por las necesidades del capital al situar a toda la población no europea en inferioridad. De la misma manera que situaron nuestros diversos pueblos bajo el término “indio”, ocurre lo mismo, por ejemplo, con los Yorubas, Masai-Maras, Zulúes, Mursis, entre otros pueblos de África bajo la categoría de “negros”. A pesar de la larga documentada historia, en diversos sentidos, entre Eurasia y África, no existe evidencia del uso peyorativo del color de piel sobre las gentes. Se arraiga así las identidades por distribución geográfica y prejuicios correspondientes bajo la premisa de “raza” de toda la población mundial.
La consolidación económica y cultural europea, gracias al colonialismo que produjo la acumulación originaria que referencia Marx, obtenida de los metales preciosos y mercancías extraídas sin paga por trabajo esclavo, estuvo asociada a una racionalidad mítica y dual de antagónicos, de raíces cartesianas-cristianas, a partir de su principal premisa: el alma es sagrada; la sede de nuestra divinidad por lo tanto es el cuerpo, el cual puede alojar los peores tratos por la promesa de liberación del alma.
La tradición filosófica europea, revitalizada por los “descubrimientos” del nuevo mundo, convergió en el alma, manteniendo, dividiendo y objetivando todo fuera de ella, y al sumar la influencia darwiniana evolucionista, creó la imagen de Europa y su civilización como cumbre humana desde un estado “salvaje” cercano a la naturaleza logrado a través su “desarrollo autónomo”. Así se formó conocidas categorías binarias, con relación al tema, como mente/cuerpo, humanos-racional/animales-no racional, europeo-civilización-desarrollo/no europeo-indígena-salvaje, moderno-avanzado/arcaico-atrasado, ciencia-medicina/magia-chamanería, entre otras.
Este dualismo radical es una característica del eurocentrismo, pensamiento hegemónico que, coptado por la burguesía global, justifica la objetivación de la naturaleza y su explotación indiscriminada, aspecto neurálgico del capitalismo, dando preponderancia al dominio de la razón instrumental, como aduce Horkheimer, en cada aspecto de la vida.
Es así como durante quinientos años la gran mayoría de pueblos no-europeos, indígenizados, fueron despojados de sus tierras y relevados, por el “desarrollo” racista occidental, de continuar reproduciendo sus respectivas civilizaciones, epistemología, cosmovisión, idiomas, estética, ética, preservación de memoria y demás, para ser relegados a sociedades agrarias campesinas, artesanas e iletradas, necesitadas de ayuda para superar su “atraso” y lograr el “desarrollo” homogeneizador. Como menciona Dussel, la única cultura que se desarrolló en los últimos quinientos años fue la europea occidental.
Fue tan aplastante la humillación que hasta hoy muchos interiorizaron los prejuicios de su condición ignorando los motivos de su presente, aunque en las últimas décadas la memoria de su autonomía ancestral retoma su lugar por la urgente necesidad de sobrevivencia de la especie frente al cambio climático, contaminación, escasez y desempleo, no solo como alternativa política sino como nuevo paradigma en conjunto de prácticas y razonamientos para la vida.
Mariátegui, en su heterogénea y perspicaz propuesta intelectual, consciente del aspecto histórico palpable en Perú, tomó como herramienta el análisis marxista para ser el primero en plantear, en América Latina, seriamente el problema indígena señalando, principalmente, el despojo de sus territorios y proponiendo regresar al socialismo indoamericano. Esto no fue bien visto –o no entendido–, por lo sus propuestas fueron condenadas cuando la delegación del Partido Socialista Peruano presentó en la 1° Conferencia Comunista Latinoamericana de 1929 en Buenos Aires el informe “El problema de las razas en la América Latina”. La consolidación de la URSS propagó sobre la resistencia mundial de los desposeídos las consignas únicas de clase, atrayendo a todos los movimientos de liberación, como único planteamiento al problema social.
En 1968, cuando miles de estudiantes y explotados del mundo, salieron a las calles en distintas ciudades reclamando un nuevo horizonte de sentido frente a la farsa autoritaria y burócrata de los Estados “comunistas” y el desnudo interés capitalista. El estallido fue silenciado y derrotado de igual forma por parte de los supuestos frentes “antagónicos”. Fue la antelación de la contrarrevolución global capitalista, llamada también neoliberalismo, iniciada con el golpe de Pinochet en 1973, en contra de todos los derechos y reconocimientos peleados a favor de las gentes y el nuevo despojo de los recursos públicos hacia sus arcas para su manejo y control. La arremetida neoliberal tuvo su momento cumbre cuando en la década de los noventa, con el fin de la URSS y sus consecuentes estragos ideológicos, se aclamo el célebre “fin de la historia” de Fukuyama frente al vacío de propuesta política coherente en oposición.
La historia bajo la retina eurocéntrica ha sumergido la lucha indígena, siempre presente desde el inicio del colonialismo, bajo otras banderas. Tupac Amaru II no fue solo un movimiento de liberación, también fue reivindicativo de sus gentes al igual que la Primera Revolución descolonial en el mundo ocurrida en Haití, victoria por la independencia nacional protagonizada por esclavos contra amos, negros contra blancos.
Frente a la falsa ilusión de contienda entre izquierdas y derechas, las dos caras de la misma moneda epistemológica occidental, en los últimos años surge en apariencia una “nueva” política indígena, que nunca dejo estar presente, como alternativa real en contraste con las conocidas premisas políticas de siempre, y que con el transcurso de los años ha ido desprendiéndose de ese falso espejo eurocéntrico, en la que toda nuestra imagen es siempre distorsionada, acudiendo a una historización acorde a su posición, desde ellos y para todos, reivindicando sentipensares y racionalidades deslegitimados por siglos como la alegría del trabajo colectivo sin dejar la opción de realización individual y el lugar del ser humano en la naturaleza, como otro ser más, sin ese antropocentrismo que objetiva su explotación. El eurocentrismo está en su más profunda crisis, ya no es posible mantener, parafraseando a Quijano, una ideología política de izquierda dentro de una epistemología de derecha.
Fuentes.
Dussel, E. (2012). 1492 – El encubrimiento del otro: (Hacia el origen del «mito de la modernidad»). Buenos Aires: Editorial docencia.
Fanon, F. (2009). Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Ediciones AKAL.
Fanon, F. (2007). The Wretched of the Earth. Grove/Atlantic, Inc.
Horkheimer, Max (1947). Crítica de la razón instrumental. Madrid: Editorial Trotta, 2002.
Mariátegui, José Carlos (1979). 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Quijano, A. (2010). La crisis del horizonte de sentido colonial/moderno/eurocentrado. La Habana: Revista de la Casa de las Américas, 50(259), 4-15.
Quijano, A. (2006). El «movimiento indígena» y las cuestiones pendientes en América Latina. Argumentos. Estudios Críticos de la Sociedad, 19(50), 51-77. http://www.redalyc.org/pdf/595/59501903.pdf
Quijano, A. (2004). El laberinto de América Latina: ¿hay otras salidas? Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 10(1), 75-97. http://www.redalyc.org/pdf/177/17710105.pdf
Quijano, A. (1993). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. CLACSO.