La 4T y el periodismo “independiente” y “objetivo”
Axel Ancira
En las últimas semanas se ha discutido en todos medios de comunicación nacionales, y en las distintas redes sociales, una información presentada como reportaje, pero que en realidad no lo es. Tratarlo como reportaje sería otorgarle un rango dentro del ramo periodístico del cual carece. Se basa en viviendas que han ocupado el hijo mayor del Presidente, José Ramón López Beltrán y Carolyn Adams, empresaria estadounidense de origen brasileño con quien López Beltrán está casado. Más que una pieza sólida de investigación, el escrito es un híbrido, entre un trabajo de paparazis, un informe de agente de ventas inmobiliario y libres asociaciones que intentan conectar vagamente la profesión de la señora Adams con la refinería de Texas comprada por la paraestratal mexicana Petróleos Mexicanos.
El escrito resulta tan ambiguo que cualquier medio serio de información con un editor responsable y sensato lo habría rechazado. O bien, como comenta Alejandro Páez Varela en su columna “Enemigos”, al menos habrían mandado a los periodistas a investigar hasta encontrar una verdadera información destacable. No es difícil adivinar, sin embargo, que el objetivo de esta pieza no era el ganar un premio en periodismo, sino el provocar un impacto mediático a partir de la sugerencia de conjeturas y no de su demostración. En primer lugar, y como el título del pastiche sugiere, se trata de provocar la indignación entre la opinión pública al presentar como mansión una casa que, a pesar de no serlo, sí pudiera parecer lujosa ante los ojos de un país en donde los salarios deprimidos durante todo el periodo neoliberal, junto al abandono de políticas de vivienda, convirtieron el derecho humano a la vivienda en un lujo. Pese a ello, no es necesario ser un especialista para darse cuenta de que en las colonias exclusivas de Ciudad de México, Guadalajara, Cuernavaca, etcétera, hay casas mucho más ostentosas, las cuales se constituyen, dada la aún situación reinante en este país en auténticos palacetes y monumentos a la desigualdad.
El segundo aspecto por el cual se difundió como una nota de interés es por su potencial de ser comparado con la célebre “Casa Blanca” de la entonces pareja de Peña Nieto, Angélica Rivera, esta sí, plenamente acreditada como parte de un soborno de Grupo Higa para licitaciones del tren México-Querétaro. Más allá de las valoraciones que una población cada vez más politizada pudiera hacer sobre el caso, lo que resultó más escandaloso para algunos es que el medio elegido para divulgar la información fuera justamente el que conduce la periodista Carmen Aristegui, lo que no es casual, sino parte de una estrategia pensada para que la analogía con el affaire del sexenio de Peña Nieto fuera más evidente. Como es de dominio popular, esto condujo a la respuesta del Presidente en las conferencias matutinas, lo cual generó un intenso debate sobre el papel del periodismo en relación con el poder político. Ante el airado reclamo de López Obrador sobre lo que denomina como la prensa conservadora, algunas voces, incluso desde la academia, destacan que el papel de las y los periodistas no debiera ser complacer al poder político, sino revisarlo, cuestionarlo, vigilarlo, asediarlo, acotarlo… Desde esa postura, argumentan que el papel de la prensa es incomodar al “poder”. Sobre estas ideas, haré algunas consideraciones:
- Se dice con insistencia que el Presidente no puede ni debe utilizar su micrófono para hacer valoraciones sobre los espacios informativos ni sobre periodistas, o notas informativas. Pues esto plantea una asimetría en la relación. No obstante, es necesario recordar que el Presidente tiene un espacio de intercambio con la prensa durante todos los días hábiles del año (y un poco más), lo cual es inédito en la historia de este país y no tiene comparación con el ejercicio del ejecutivo de ningún país del mundo. Andrés Manuel López Obrador se expone diariamente a cuestionamientos, y los temas que aborda, casi siempre, responden a preguntas hechas por los mismos periodistas. En primera instancia, el Presidente habla de los temas de los cuales le preguntan. Pero más allá de esto, se dice que el uso de su palabra es una herramienta contra la prensa, o incluso contra medios o periodistas en particular. Es necesario decir que el Presidente no tiene el poder de “destruir reputaciones” por ser el Presidente. El ejecutivo le daría acceso a otros poderes, como el de levantar un teléfono y ejercer la censura, que, como es sabido, a ello acudieron anteriores mandatarios, no éste. Lo que el Presidente sí hace es dejar claras sus confianzas y desconfianzas ante algunos comunicadores, y el poder real que esto implica es que un gran número de personas que se asumen parte del cambio y que lo escuchan y valoran su punto de vista dejen de ser audiencias de dichos comunicadores.
Lo anterior resulta importante porque en este sexenio ha sido obvio para muchos medios que no pueden hacer un modelo de comunicación serio sin pensar en los públicos que apoyan, simpatizan o militan por la Cuarta Transformación. Pero aún queda por fuera un 25 a 35 por ciento de la población mexicana que no comulga con el proyecto, dentro de los cuales un porcentaje se asume como oposición. Algunos personajes por todos conocidos operan en proyectos que tienen como objetivo hablar únicamente a estas audiencias. Estos medios dependen más del presidente que los medios más afines, pues basan toda su estrategia comunicativa en un constante ataque, por lo que ser tomados en cuenta ‒aun para contradecirlos‒ consolida su proyecto entre la oposición. Esto resulta evidente en medios como Proceso, y el propio espacio de Aristegui Noticias, que desde hace varios años han cambiado sus públicos, siendo ahora medios referentes para quienes antes los tachaban con términos peyorativos como “chairos”. Dicha tendencia es fácilmente reconocible en un seguimiento de las redes sociales, y de los comentarios de los públicos en dichos espacios.
Es necesario decir que la influencia de Andrés Manuel López Obrador (quien dicho sea de paso, no ha llamado a boicot alguno contra ningún medio) no le es otorgada por ser Presidente de México, sino que tiene su origen en el gran poder de convocatoria que mantiene desde hace dos décadas, y que seguirá teniendo mientras no se retire de la vida pública del país. Dicha convocatoria, es por todos conocido, excede la de cualquier otra figura política dentro y fuera del movimiento, pero el obradorismo es un fenómeno que se estudiará durante décadas y que excede el alcance de este artículo.
- Se dice que quienes siempre han criticado al “poder”, no tendrían por qué ser diferentes ahora, y que una buena señal de congruencia es que, si se cuestionaba a Fox, Calderón o Peña Nieto, el que se haga con el presidente en turno es saludable para la libertad de prensa. En efecto, la prensa debe ‒más allá de fobias y simpatías‒ garantizar un principio de objetividad que le permita distanciarse de los fenómenos noticiosos, e informar con veracidad. Pero es necesario comprender algunas diferencias del cambio de periodo histórico y su relación con el papel de la prensa. En el país, bajo gobiernos de signo neoliberal, no se buscaba la comunión con la opinión pública, pues el dogma neoliberal implica la separación del poder de la población, a la cual se ve como simple clientela electoral. Al ciudadano sólo se le invocaba cuando, desde la simulación intentaban persuadirlo cada tres o seis años para obtener de forma lícita o ilícita el voto. Si bien el desprestigio de la clase política era generalizado, desde una subjetividad tecnócrata esto resulta soportable, mientras el poder real ejercido por lobbies empresariales no les fuera disputado. Así, periodistas que en épocas pasadas criticaban al poder político fueron vistos como de “izquierda”, pues se asumía que la única forma de ejercer un periodismo digno era oponiéndose al poder político-económico, desde una resistencia que no proponía un paradigma distinto de organización, sólo cuestionaba los excesos de corrupción e impunidad. Por ello no se dio una discusión pública, ni fueron frecuentes en medios masivos proyectos que se preguntaran (salvo notables excepciones) sobre la necesidad de un periodismo de izquierda, no sólo reactivo, sino propositivo. Un periodismo que no solo informe, sino que se ponga de lado de las mayorías en defensa de los intereses de clase, de las poblaciones vulnerables, que cuestione la forma de la repartición de la renta nacional, que defienda nuestra soberanía, y los bienes de la nación. El periodismo debería preguntarse de qué forma informar para restaurar el poder, que en nuestras democracias emana del pueblo, y no servir a los intereses de grupos económicos que no sólo lo detentan, sino que coaccionan al poder judicial, evaden impuestos, fugan capitales, al tiempo que buscan imponer agendas mediáticas, financiar organizaciones de la sociedad civil, gestionar amparos, comprar periodistas, y fundar medios de comunicación para defender sus intereses. No puede dejar de mencionarse que, en nuestra región latinoamericana, los ataques a presidentes y presidentas de gobiernos de izquierda o progresistas fueron preludios de golpes de estado, campañas de desestabilización y vuelcos en la percepción pública que han sido propicios para el ascenso de gobiernos de xenófobos, homofóbicos, antipopulares e incluso proto fascistas. Ante esto, la prensa no puede ser omisa, ni declararse ingenua. Menos aún si la información que deciden publicar tiene como financiadores al Departamento de Estado de los Estados Unidos
- Se sugiere que la prensa debe informar con neutralidad, ser objetiva y no tomar partido. El historial autoritario de México, que fue uno de los pocos países en el mundo que sin una declarada dictadura fuera un modelo de partido único, ha hecho que algunas voces teman que el periodismo se vuelva servil al gobierno. Esta fue la realidad de México durante buena parte del siglo XX, pero incluso en pleno siglo XXI, muchos comunicadores del antiguo régimen siguen en activo, eso sí, sin declarar jamás que fueron, como lo dijo alguna vez Emilio Azcárraga, soldados del PRI. De ninguna manera se sugiere que todos los periodistas deberían ahora estar alineados, ni tener la obligación de hablar bien del proyecto de la Cuarta Transformación. Lo que sí es necesario es llevar a la discusión pública si los códigos deontológicos del periodismo deben seguir regidos por el mercado o, por el contrario, si sus principios no deberían basarse en los derechos de las audiencias a estar informados, a tener información veraz, suficiente, profunda, balanceada, y que les permita forjar su propio criterio sobre los distintos aspectos de la realidad. Sabemos que el mercado no se regula a sí mismo en beneficio de las mayorías, y lo mismo ocurre cuando dejamos que la prensa siga los intereses del mercado, en donde prima el contenido sensacionalista, el escándalo, el engaño que lleva al lector, o espectador a estar enganchado a un medio que aparentemente le informa de manera gratuita, pero que se la cobra con una retahíla de invasiva publicidad, mientras que con encabezados sensacionalistas busca impactar una y otra vez en su subjetividad y en su capacidad de indignación. Si vemos el ecosistema completo en donde se da el flujo de información, es fácil advertir que la prensa no puede ser neutral, u objetiva, si no somos capaces de reconocer antes que nada los intereses comerciales de los medios privados, e incluso los intereses particulares de quienes filtran, interpretan, juzgan y comunican la información, donde trabajan sujetos con visiones del mundo particulares. Como acceder a una “verdad absoluta” desde visiones individuales no es sencillo, resulta sano al menos declarar expresamente cuales son los intereses de cada cuál, qué simpatías tiene y su orientación política. Y por supuesto, de dónde obtienen su financiamiento.
Alguna vez le preguntaron a Antonio Helguera por qué no criticaba al actual gobierno, y él contestó, parafraseándolo, que por qué iba a criticar a un gobierno que ha esperado toda la vida sólo para demostrar que es crítico. Con todo, sus caricaturas no fueron jamás complacientes.
Quienes se jactan de buscar la independencia y la objetividad en las noticias, no se dan cuenta, o esconden, que la única objetividad que defienden y comunican es la que coincide de antemano con su propia subjetividad. Pero no tenemos tiempo para la objetividad ni la neutralidad quienes elegimos alzar la voz por la construcción de un país posible que proyectamos desde los anhelos de principios compartidos de bienestar social, justicia y dignidad.