José Revueltas, lector de Mariátegui

Hugo Nateras

Hablar de José Revueltas en la actualidad significa evocar a una de las figuras centrales de la izquierda mexicana del siglo XX. De ahí, entonces, que no resulte casual observar que durante las últimas décadas se hayan generado múltiples esfuerzos por analizar su vasta obra desde distintos miradores: político, filosófico, estético e histórico, o para pensar la unidad de esa trenza discursiva. Al tiempo que también se ha buscado profundizar sobre las influencias que ciertos autores ejercieron en él, así como las experiencias militantes que acumuló en su paso por diversas organizaciones y, desde luego, sus muy conocidas estancias carcelarias.

Dentro de esta diversidad de temáticas y abordajes, a nosotros nos gustaría concentrarnos en este breve texto en su papel como lector, las formas mediante las cuales Revueltas entró en contacto con algunos autores en un momento específico y el uso que les dio a esas ideas. En esta labor nos antecede el ejercicio muy logrado que realizó Jorge Fuentes Morúa a partir de problematizar la declaración que hizo Revueltas sobre su lectura temprana de los Manuscritos Económicos Filosóficos de Marx en la década de 1930. Pues este hecho lo motivó a adentrarse en el mundo editorial de las izquierdas, la recepción de los marxismos en México y los exilios antifascistas germanoparlantes, para comprobar que efectivamente este libro había sido publicado por la editorial América en 1938. Además de que logró encontrar el ejemplar que el mismo Revueltas leyó, y con ello procedió a analizar las múltiples resonancias de los Manuscritos en la totalidad de la escritura revueltiana.[i]

No obstante, no ha pasado lo mismo con otras lecturas y con otros autores, como es el caso del peruano José Carlos Mariátegui. Pues si bien se acepta que fue una “influencia relevante”, poco se ha discutido sobre la forma, el momento o los caminos mediante los cuales Revueltas entró en contacto con su pensamiento. Parece ser que nos hemos contentado solamente con repetir lo que él mismo afirmó en una entrevista en el año de 1967, donde después de hablar de algunas influencias literarias señaló a Mariátegui como su maestro en la cuestión ideológica. Esto debido a que su lectura le abrió los ojos a su generación, es decir, a todos aquellos que vivieron el período de clandestinidad del PCM y el auge posterior del movimiento obrero durante el cardenismo, en torno a la “necesidad de adaptar el marxismo a las condiciones nacionales y continentales y no hacer un marxismo de importación, zafio y de repetición de fórmulas, sino tratar de captar la realidad nacional”.[ii]

A diferencia de lo que ocurrió con su lectura de Marx, reiteramos, lo dicho por Revueltas en relación al papel central de Mariátegui no ha motivado indagaciones similares que nos ayuden a siquiera saber qué textos del Amauta conoció, en qué momentos los leyó o qué usos les dio. Los pocos trabajos que existen hasta hoy se limitan a postular la idea de que el pensamiento del intelectual peruano le habría proporcionado a Revueltas la clave para salir de la tensión que lo habitaba, entre la impronta del ideario nacionalista del México posrevolucionario en el que había crecido y la perspectiva internacionalista producto de sus posiciones “marxistas-leninistas”. En otras palabras, que Mariátegui le habría servido a Revueltas para desarrollar el “desciframiento marxista del nacionalismo”.[iii]

Para tratar de reforzar la idea de la presencia del peruano en el joven comunista mexicano se ha recurrido de manera reiterada a enunciar algunas “huellas mariateguianas”: la primera de ellas sería el contacto que tuvo con Jacobo Hurwitz durante su reclusión en el penal de las Islas Marías en el año de 1932. Hurwitz, personaje cercano a Mariátegui, arribó al país en calidad de exiliado en 1927, y desde su llegada se vinculó con otros exiliados peruanos y sudamericanos, así como con el movimiento comunista mexicano. A partir de esta situación se ha especulado que a través de las pláticas y el contacto cotidiano que tuvieron ambos al interior de los muros de agua Hurwitz le habría hablado a Revueltas sobre el director de Amauta y que quizá su interés por conocer su obra surgió de esas charlas. El otro elemento que ha servido como soporte de estas ideas ha sido la existencia de la célula de periodistas que formaron Revueltas, Efraín Huerta, Enrique Ramírez y Ramírez y José Alvarado al interior del Partido Comunista Mexicano a inicios de la década de 1940, y que llevó el nombre de “José Carlos Mariátegui”.

Si bien estas “huellas mariateguianas” en la vida o en el pensamiento de Revueltas no dejan de ser sugerentes y necesarias para pensar la relación entre estos dos importantes intelectuales de la izquierda latinoamericana, creemos que al concentrarse en lo dicho por Revueltas la crítica se ha ahorrado el análisis contextual, minucioso, la lectura concreta y atenta de las formas en que el pensamiento de Mariátegui aparece en la escritura de Revueltas, los usos interpretativos que les dio a sus ideas para hacerlas participar en ciertos contextos de debate, pues se han omitido cuestiones tan básicas como intentar saber desde que momento conoció sus textos, qué obras leyó o en qué editoriales o revistas se difundieron sus artículos.

Sin pretender abarcar la totalidad de estas cuestiones, que desde luego exceden un trabajo como éste, las líneas que siguen buscarán realizar un breve acercamiento a la lectura concreta que Revueltas realizó de Mariátegui a partir de tres artículos publicados entre 1937 y 1940. Pero antes de eso resultará necesario trazar un panorama general sobre la circulación y recepción de la obra del peruano en el campo político y cultural mexicano de esos años, pues de esta manera tendremos más claro el horizonte contextual en el que Revueltas publicó sus artículos.

Huellas de Mariátegui en México

Desde hace algunos años, gracias a ciertas innovaciones historiográficas y sociológicas, pensar en la circulación y recepción de un pensamiento ha implicado dejar de ver a las ideas como entidades transhistóricas que viajarían solas de un lugar a otro, para comenzar a analizar los soportes materiales a través de los cuales se plasma la producción intelectual, los canales o grupos mediante los que circulan y los modos en que se reciben, apropian o traducen estas ideas en campos culturales distintos.[iv]

En este sentido, abordar la circulación y recepción de Mariátegui en México nos debe llevar a recordar, primero, los personajes de la intelectualidad nacional con los cuales mantuvo una relación más o menos cercana, y a partir de los cuales comenzó su nombre a tener cierta presencia en el campo cultural: entre ellos podemos mencionar a Diego Rivera, Jaime Torres Bodet, Alfonso Reyes y Jesús Silva Herzog, así como a los exiliados sudamericanos Carlos Manuel Cox, Esteban Pavletich, Humberto Tejera, Tristán Marof y Blanca Luz Brum (por mencionar algunos).[v]

En lo relativo a la circulación de sus textos, es posible afirmar que algunos números de Amauta fueron leídos en las redes de la intelectualidad de izquierda sudamericana y mexicana, ya que de manera recurrente intercambió publicaciones con algunos grupos o personajes en México, además de que también logró que un par de librerías de la capital ofertaran los materiales que les enviaba directamente desde Perú. Aunque para hablar de una recepción más activa y quizá visible tenemos que trasladarnos al año de 1929, pues a raíz de la publicación del libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana se escribieron dos reseñas en algunos medios impresos: la primera fue elaborada en el mes de julio por el venezolano Humberto Tejera y salió publicada en una revista dirigida por Jesús Silva Herzog, y la segunda por el peruano Esteban Pavletich para las páginas de El Nacional Revolucionario en el mes de septiembre.[vi]

Al año siguiente la revista Crisol, editada por el Bloque de Obreros e Intelectuales (BOI), comenzó a abrir sus páginas a algunas plumas exiliadas para hablar de Mariátegui. Una de ellas fue la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, quien en enero de 1930 escribió un texto titulado “José Carlos Mariátegui. Una vida y una obra”, en el que lo definía como el “revolucionario más auténticamente joven de nuestra hora americana”.[vii] Este artículo resulta especialmente relevante porque fue ilustrado con una imagen hecha por Fermín Revueltas. Imagen que además se difundió en América Latina, ya que meses después apareció en el número especial que el periódico La vida literaria de Buenos Aires publicó con motivo de la muerte de Mariátegui.

(Crisol. Revista de Crítica, núm. 13, enero de 1930, p. 45)
(Crisol. Revista de Crítica, núm. 13, enero de 1930, p. 45)
(La vida literaria. Crítica, información, bibliografía, Buenos Aires, núm. 20, mayo de 1930, p. 3)

(La vida literaria. Crítica, información, bibliografía, Buenos Aires, núm. 20, mayo de 1930, p. 3)

Tras la noticia del fallecimiento de Mariátegui en México, como en otras partes del continente, comenzaron a aparecer textos en los que se buscaba realizar un balance temprano de sus aportes al pensamiento crítico latinoamericano. Uno de estos espacios fue precisamente la revista Crisol, ya que ahí se publicaron los siguientes artículos: Francisco Rojas González, “La muerte de Mariátegui” (1930), Xavier Abril, “José Carlos Mariátegui” (1931), “Historia y Literatura en América Latina” (1932), “José Carlos Mariátegui. El hombre, la muerte y la revolución” (1932), e incluso uno del mismo Mariátegui, “Preludio del elogio de El cemento y del realismo proletario” (1932).

A partir del espacio que se le concedió en Crisol, y debido a la presencia constante en sus páginas de algunos exiliados de izquierda sudamericanos, es posible advertir un interés temprano por consagrarlo como una de las figuras centrales del pensamiento revolucionario latinoamericano. Lo cual, además, cobra una notoria importancia si recordamos que uno de los colaboradores más importantes de la revista fue Fermín Revueltas. El artista colaboró en esta publicación del Bloque de Obreros Intelectuales con 27 portadas y más de un centenar de ilustraciones. Tan importante fue el trabajo de Fermín en la revista Crisol y la editorial del BOI que representó su época más prolífica en cuanto a su faceta como ilustrador.[viii]

La participación de Fermín en la revista, y el trabajo mismo que realizó sobre Mariátegui, son índices que nos permiten pensar en que, dada la cercanía que existía entre los hermanos Revueltas, José comenzó a conocer desde esos años juveniles de forma directa algunos textos de y sobre José Carlos Mariátegui que se publicaron en el campo cultural mexicano. Idea que no resulta descabellada, pues de la mano del mismo Fermín fue que se acercó a la lectura de El Machete algunos años atrás.

(José y Fermín Revueltas a inicios de la década de 1930)
(José y Fermín Revueltas a inicios de la década de 1930)

Otro de los momentos clave dentro de la circulación del pensamiento mariateguiano en México ocurrió en 1937, pues durante ese año la Universidad Nacional de México publicó la primera antología del intelectual peruano como parte de la colección “Pensadores de América”, que incluía un estudio introductorio elaborado por Manuel Moreno Sánchez. Esta antología retomó textos de La escena contemporánea y de los Siete ensayos sobre la realidad peruana.[ix] A la par de esta publicación, la misma institución universitaria editó el libro Literatura hispanoamericana. Hombres-Meditacionesdel cubano Juan Marinello, quien para ese momento se encontraba exiliado en el país y se había sumado a las filas de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Este texto resulta importante porque en él se integró el famoso ensayo “El Amauta José Carlos Mariátegui” que Marinello había publicado en la Revista de Avance, en Cuba, en 1930 y había circulado ampliamente en las redes intelectuales de la izquierda del continente.[x]

Los usos de Mariátegui en tres textos de Revueltas

A partir de estas breves y concisas pinceladas sobre el proceso de circulación y recepción del pensamiento de este importante intelectual peruano en México durante la década de 1930, que desde luego es mucho más amplio y complejo de lo que aquí se presenta, estamos en condiciones de situar la publicación del primer artículo de Revueltas en el que aparece como tal el nombre de José Carlos Mariátegui.

Pero antes de entrar de lleno al primer uso de Mariátegui, cabría recordar un poco lo que pasaba por esos años tanto en lo que se refiere a la figura de Revueltas como al contexto político y cultural del momento. Para el año de 1936, tras su regreso de Moscú, a donde había asistido al IV Congreso de la Internacional Comunista como representante de las juventudes comunistas, el joven Revueltas había comenzado su proceso de consagración dentro de las estructuras del PCM, y con esto entendemos su papel como dirigente de organizaciones juveniles y al acceso que tuvo a la prensa comunista para comenzar a publicar sus textos.

Pues durante los primeros meses de 1936 en El Machete aparecieron algunos artículos de su autoría, todos relacionados con su estancia en la URSS y con las tareas que enfrentaban los jóvenes comunistas de cara a la realización de la estrategia del Frente Popular. Además de que para ese momento estaba inserto en una actividad militante intensa que lo llevaba a desplazarse a varios estados del país para cumplir con las tareas del partido, como fue el caso de la ciudad de Morelia a la que llegó a finales de ese año.

 La siguiente descripción que nos regala Olivia Peralta nos permite pensarlo durante ese período:

“Lo conocí mal vestido, usando pantalones que su hermano Silvestre le regalaba y que desde luego no eran de su medida, por lo que ajustaba todo el sobrante a la cintura por medio de un viejísimo y muy gastado cinturón de cuero. Pero no parecía grotesco ni ridículo: había tal pasión en su voz, en sus manos y sus ojos, que nadie se detenía a fijarse en el estrafalario pantalón, que más parecía una falda plegada. Completaba su vestimenta con camisas raídas del cuello, pero muy limpias, un suéter tejido a mano, de color blanco y con estambre azul en la cintura y la V del cuello que las lavadas habían desteñido, corriéndosele indistintamente el color. Además, calzaba unos toscos zapatos mineros”.[xi]

La actividad militante exigía una dedicación completa e intensa durante ese periodo, pues el país era escenario del auge de la movilización obrera, de sus intentos de unificación a partir de la conformación del Comité Nacional de Defensa Proletaria, así como de la profundización de las reformas sociales impulsadas por el gobierno de Lázaro Cárdenas tras su ruptura con Plutarco Elías Calles. Era el momento en el que se convoca desde distintos sectores a una alianza amplia para luchar contra el enemigo común, la reacción, el “fascismo criollo”. Esfuerzos que culminaron, desde el movimiento obrero, con la constitución de la Central de Trabajadores de México en 1936 con la figura de Vicente Lombardo Toledano a la cabeza.

Dentro de este contexto de los llamados a la lucha desde los Frentes Populares y las alianzas antifascistas, durante el mes de agosto de 1936 se llevó a cabo en la Ciudad de México el Congreso Ibero Americano de Estudiantes Socialistas al que acudieron delegaciones de varios países del continente. Como parte de los resolutivos de este evento se formó la Confederación de Estudiantes Antiimperialistas de América (CEADA), con un comité directivo compuesto por jóvenes de países como Perú, México, Colombia, Cuba y Paraguay. Comité que impulso posteriormente la creación de un órgano editorial propio al que titularon Grito.[xii]

Por otro lado, durante el año de 1937 Revueltas fue nombrado secretario de acción obrera de las Juventudes Socialistas Unificadas de México, organización que se formó con las juventudes del PCM y el PNR, y desde esa posición entró en contacto con la Confederación de Estudiantes Antiimperialistas de América (CEADA) y publicó en el mes de julio en la revista Grito un texto titulado “Una generación sin tregua”, en el que hacía un llamado a las juventudes socialistas, apristas y comunistas para que formaran un solo núcleo, una sola voluntad combativa, que ayudara a la “redención de nuestro continente, oprimido por siglos de esclavitud y oprobio”.[xii] Pero más importante que el llamado, fue el hecho de que Revueltas trazó una especie de panteón revolucionario en el que situó a Martí, Mariátegui, Zapata y Sandino como ejemplos luminosos del pensamiento antiimperialista en América Latina.[xiv]

La recuperación de estas figuras, que en ciertos momentos fueron objeto de conflictos para cierta izquierda, por parte de Revueltas debe entenderse a partir del hecho de que desde el PCM, y otras organizaciones vinculadas a la estrategia del Frente Popular, se impulsó la idea desde finales de 1935 de que los movimientos antiimperialistas y antifascistas que recorrían la región en esa década eran herederos directos de las luchas populares que habían marcado la larga historia del país. Por tanto, se desataron diversos esfuerzos historiográficos por pensar la lucha por la Independencia, la Reforma y la Revolución desde la óptica de un gran movimiento de liberación nacional que tenía como eje la lucha por la tierra y que aún estaba en marcha. Lo que les permitió reivindicar, desde esta clave antiimperialista, figuras como Hidalgo, Morelos, Zapata e incluso el mismo Ricardo Flores Magón.

Fue a partir de estas alianzas y acercamientos producidos por la política del Frente Popular y la lucha antifascista que Revueltas pudo sortear los agudos conflictos de interpretación que rodeaban el legado de Mariátegui en las izquierdas del sur del continente y postularlo como una de las figuras centrales de la lucha antiimperialista en el seno mismo de una organización, como la CEADA, en donde convivían comunistas y apristas peruanos. No hay que olvidar que el debate por esos años era intenso entre quienes lo veían como un “marxista europeizante”, como un “intelectual estetizante”, un tibio “precursor de las ideas socialistas en Perú” e incluso como el primer “marxista-leninista-estalinista”.[xv] Para Revueltas, en cambio, el Amauta representaba para ese momento uno de esos “jirones humanos” que encarnaban la libertad que anhelaba la juventud latinoamericana.[xvi]

La estética negativa

El segundo momento en el que encontramos la presencia de Mariátegui en los textos de José Revueltas es en el año de 1939, en un artículo que publicó en el diario El Popular. Para este período el joven comunista mexicano era un escritor mucho más consolidado, pues ya había publicado un par de folletos en los que había emprendido una relectura de dos momentos clave de la historia del país, la Independencia y la Revolución, algunos cuentos e incluso su primera novela El quebranto, además de que colaboraba asiduamente en periódicos como La Voz de México, El Popular y revistas como Futuro, Taller y Ruta.

El artículo en cuestión salió publicado el 31 de agosto y llevó por título “Arte y cristianismo, César Vallejo”, y en él Revueltas presentó una reflexión sobre aquellos personajes que pareciera que la vida elige para mostrar todo el dolor, la alegría y la pasión humana existentes. Que arrastran sus vidas, que las toman como si solamente se las hubieran prestado y nos las devuelven en forma de gritos, sollozos, maldiciones y bendiciones. Estos personajes a los que alude Revueltas no serían otros que los artistas, pues todas sus manifestaciones deben identificarse con lo social y ser una condena contra la vida tal y como está organizada bajo el dominio del capital.[xvii]

A continuación, nos presenta dos ejemplos de este tipo de artista; el primero sería el ruso Dostoievski, quien se rebeló mediante sus obras contra el sistema en el que creció. Lo cual, dice Revueltas, no resulta extraño pues las rebeliones artísticas siempre se dan por los caminos más sorprendentes, aunque siempre recordando que al igual que las luchas proletarias toman sus “armas” de la misma sociedad contra la que se rebelan. Y esto es así porque “la vida siempre retorna sobre sí misma para encontrar nuevas vetas, caminos nuevos, pero esta búsqueda no se hace con medios extraños, ajenos a la vida, sino tomados precisamente de la vida”.[xviii]

El segundo artista sobre el que nos habla Revueltas es el poeta peruano César Vallejo, pero la interpretación que nos brinda en este artículo, aunque no esté explicitada, está mediada por la lectura que realiza Mariátegui del autor de Trilce en los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Es decir, Revueltas aquí recupera del “marxista americano por excelencia” la idea de que en la poesía de Vallejo encontraríamos un arte cristiano que se identifica con el pesimismo del indio, el pesimismo de un ánima que sufre y expía la pena de los hombres. “Vallejo siente el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está triste hasta la muerte de la tristeza de todos los hombres”.[xix] Aunque a diferencia de Mariátegui, para Revueltas ese pesimismo más que indígena sería universal porque qué más universal que “el deseo, la angustia de renovar viejos dolores olvidados, de azotarse con flagelos y despertar la conciencia dormida de los hombres y los animales”.[xx]

Más allá de una lectura puramente interna de este artículo, sería importante conectar este conjunto de reflexiones que Revueltas retoma de Mariátegui con lo que Edith Negrín ha llamado la estética de lo negativo y su concepción de la vida como agonía que incide en diferentes instancias textuales entre 1938 y 1939, por lo menos.[xxi] Uno de estos escritos, sin duda, es la carta que le manda a su hermano Silvestre a modo de respuesta tras recibir sus comentarios acerca de su primera novela, ahí José después de hablarle sobre su concepción del arte le comenta que “para poder ver la realidad en ese sentido vertiginoso y lleno de misterios (…) necesitamos vivir en medio de la exaltación y el sufrimiento”.[xxii]

El otro texto que se vincula con esta perspectiva es la reseña que escribe en El Popular sobre el libro Las revelaciones de la muerte de León Chestov en septiembre de 1939. Esta obra está compuesta por dos ensayos, uno sobre Dostoievski y el otro sobre Tolstoi. Revueltas se concentra en el primero y de ahí recupera la idea del “ángel de la muerte” que visitó a Dostoievski en el momento en que se iba a cumplir su sentencia de muerte, la cual no se cumplió, pero ese ángel le dio nuevos ojos, una nueva visión, “la de los visitados por la muerte”. Esta visión desde la muerte parece ser la de autores como Rimbaud, Poe, Whitman y Keats, nos dirá Revueltas, pues “el artista debe morirse antes de morir, debe ser un muerto vivo, en posibilidad de negar todo o de afirmar todo”.[xxii]

Vemos, entonces, que la lectura que realiza Revueltas de Mariátegui se inserta de lleno en ese espacio de reflexión marcado por la idea de que la agonía, en su sentido de lucha y conflicto interior, posibilita la generación de percepciones distintas de lo real, que nos revela significados ocultos y de la cual el artista no puede sustraerse. Lo cual, por otro lado, y como bien lo ha señalado José Manuel Mateo, no debe entenderse como una simple apología del dolor humano o como una aflicción ciega o redentora, sino como una postura ética que renuncia a las comodidades, el confort y el éxito de la civilización del capital, para sumergirse profundamente en la vida misma, en tanto generadora de una conciencia del cuerpo, y con ello abrir la puerta hacía realidades veladas.[xiv]

La crítica del “torremarfilismo”

Diez años después de la muerte de Mariátegui, en 1940, en México se publicaron varios textos que tenían como finalidad honrar su memoria, y recuperar sus aportes al pensamiento latinoamericano. Uno de los espacios en el que, sorprendentemente, se realizó este ejercicio fue la revista Romance, fundada en febrero de ese año por los exiliados españoles Juan Rejano, Lorenzo Varela, José Herrera Petere, Antonio Sánchez Barbudo, Adolfo Sánchez Vázquez y Miguel Prieto. En la portada del número de abril se explica que le dedicarán una página entera al “ilustre escritor y pensador desaparecido, cuya influencia dejó una honda huella en la juventud intelectual de América y en todos los hombres unidos al destino histórico del Continente”. En la sección titulada “Mariátegui, una voz viva de América”, incluyeron extractos de artículos del propio autor, como “La emoción de nuestro tiempo” y “Arte, revolución y decadencia”, así como “El amauta José Carlos Mariátegui” de Juan Marinello.[xv]

“(Mariátegui, una voz viva de América”, Romance. Revista popular hispanoamericana, México, D. F., 15 de abril de 1940, año I, núm. 6, p. 6.)
“(Mariátegui, una voz viva de América”, Romance. Revista popular hispanoamericana, México, D. F., 15 de abril de 1940, año I, núm. 6, p. 6.)

La publicación de estos textos en Romance y el artículo que, tres días después, Revueltas publicó en las páginas de El Popular, al que tituló “Mariátegui: una luz en el camino” tienen una relación muy estrecha.[xxvi] Pues el autor de El luto humano construyó su reflexión, en buena medida, a partir de la lectura que hizo de la sección que apareció en la revista de los exiliados españoles. Lo cual se explica por los vínculos que tejió con este grupo al coincidir en espacios como la revistas Taller, Futuro y el periódico El Popular, y que lo llevó a colaborar también en Romance durante ese mismo año de 1940. Es decir, ambos sectores eran parte de esa red intelectual antifascista que se congregó en la capital del país e impulsó diversos proyectos editoriales y discusiones relevantes para el campo político y cultural.

El texto de Revueltas comienza por retomar una de las problemáticas planteadas por Mariátegui en un artículo sobre la “torre de marfil”, al afirmar que una época tan vertiginosa, tan llena de cambios, tan revolucionaria, hacía aparecer al intelectual guarecido en las cuatro paredes de su torre más como una “categoría escolástica que como un ser viviente”. Aunque líneas adelante va más allá y se pregunta si realmente alguna vez existió algo a lo que se le pudiera llamar intelectual puro, el especulador en sí, o si más bien ha sido siempre un tipo de militante distinto, ubicado en otro bando, pues “sus diferencias son de tipo geográfico, paralelos y meridianos de emoción, solamente”. Aquí de forma clara Revueltas retoma la propuesta de Mariátegui de ver al “torremarfilismo” como una respuesta romántica y reaccionaria de los artistas e intelectuales frente a la democracia burguesa y capitalista.[xxvii]

Desde un presente marcado por las discusiones sobre el “intelectual comprometido” producto del llamado a la lucha antifascista, la derrota de la España republicana y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Revueltas moviliza a Mariátegui y su idea de la vanguardia estética y política para oponerse a los profesionales del pensamiento, a los “saboreadores de la inteligencia” y decirnos que el arte, el artista, el hombre simple que ocupa un lugar en el espacio, “se nutre siempre, consciente o no, del absoluto de su época”. Por tanto, la revolución en el campo artístico debía expresar también la crítica global a las funciones del arte y el pensamiento en la sociedad burguesa, y dirigir sus baterías en específico contra el mito del intelectual puro. Pues el arte, la vida, el pensamiento, necesita del aire libre, del contacto con la marea de los días.

Finalmente, Revueltas reivindica a Mariátegui como un creador luminoso y profundo, que frente a los que le han negado al continente americano la existencia del hombre, de la cultura y la historia, se yergue como la más clara afirmación del pensamiento latinoamericano. Pues “para saber dónde va un pueblo hay que sentir muy cercano su aliento. Para encarnar su absoluto hay que sufrir su herida” y Mariátegui habría sufrido en carne propia la herida profunda de los pueblos americanos, de ahí que Revueltas afirme que su pensamiento es una luz, “la más alta hasta ahora en el camino”.[xxviii]

Palabras finales

Con este breve trabajo hemos buscado, en primer lugar, presentar de forma muy general el modo en que José Revueltas se relacionó con algunas lecturas de Mariátegui y el uso que les dio a algunas ideas en un período corto de tres años. Con la intención de comenzar a pensar al joven Revueltas fuera de los marcos del “estalinismo” a los que se suele recurrir cuando se piensa en esta etapa de su producción intelectual, ya que regularmente se retoman un par de artículos y con ello se etiqueta todo un período. Nosotros optamos, en cambio, por analizar algunos de los escritos periodísticos que publicó en revistas y periodísticos para así destacar los contextos de debate, las lecturas y las formas en que dialogó con otros autores.

A la par de este propósito, hemos intentado mostrar cómo detrás de los procesos de circulación de las ideas siempre se cruzan proyectos políticos transnacionales, esfuerzos individuales, impulsos editoriales, redes de solidaridad y una clara convicción de que la palabra escrita tiene un papel fundamental en las luchas por la transformación de las sociedades.

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i Jorge Fuentes Morúa, José Revueltas. Una biografía intelectual, México, UAM-Porrua, 2001, p. 367.

ii Norma Castro Quiteño, “Oponer al ahora y aquí de la vida, el ahora y aquí de la muerte”, Conversaciones con José Revueltas, Revueltas y Cheron (comps.), México, Era, 2001, p. 37.

iii Jorge Fuentes Morúa, “La formación de la problemática nacional en el pensamiento de José Revueltas”, Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial, vol. 0, núm. 2, 2002, p. 177.

iv Roger Chartier, “Textos, impresos, lecturas”, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, España, Alianza Editorial, 1994, p. 46; Ezequiel Andrés Saferstein, “Entre los estudios sobre el libro y la edición: el ‘giro material’ en la historia intelectual y la sociología”, Información, cultura y sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, núm. 29, diciembre 2013, p. 143.

v Ricardo Melgar Bao, “El epistolario como vehículo de comunicación y cultura: México en las cartas de JoséCarlos Mariátegui”, Pacarina del Sur, (en línea), año 5, núm. 18, enero-marzo 2014, consultado el 27 de octubre del 2020. Disponible en https://www.academia.edu/8464536/El_epistolario_como_veh%C3%ADculo_de_comunicaci%C3%B3n_y_cultura_M%C3%A9xico_en_las_cartas_de_Jos%C3%A9_Carlos_Mari%C3%A1tegui

vi Ricardo Melgar Bao, “Estudio introductorio”, Esteban Pavletich, Estaciones del exilio y Revolución mexicana, 1925-1930, Ricardo Melgar Bao y Perla Jaimes Navarro (investigación y compilación), México, Secretaría de Cultura/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2019, p. 62.

vii Blanca Luz Brum, “José Carlos Mariátegui. Una vida y una obra”, Crisol. Revista de Crítica, núm. 13, enero de 1930, pp. 44-47.

viii Carla Zurián, Fermín Revueltas. Constructor de espacios, Japón, INBA- Editorial RM, 2002, p. 58.

ix José Carlos Mariátegui, “Pensadores de América”, núm. 2, notas de Manuel Moreno Sánchez, México, Ediciones de la Universidad Nacional de México, 1937.

x Juan Marinello, Literatura Hispanoamericana Hombres-Meditaciones, México, Ediciones de la Universidad Nacional de México, 1937.

xi Olivia Peralta, Mi vida con José Revueltas, testimonio recogido por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, México, Instituto Veracruzano de Cultura- Plaza y Valdés, 1997, pp. 24-25.

xii Ricardo Melgar Bao, Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934-1940, México, UNAM/CIALC, 2018, p. 197.

xiii José Revueltas, Una generación sin tregua”, en Grito, núm. 4, México, julio de 1937, p. 4.

xiv Melgar 2018, p. 197.

xv Fernanda Beigel, El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui, Argentina, Editorial Biblos, 2003, p. 16.

xvi Melgar, 2018, p. 197.

xvii José Revueltas, “Arte y cristianismo, César Vallejo”, El Popular, México. D. F., 31 de agosto de 1939.

xviii Revueltas, 1939.

xix José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, Conaculta, 2015. p. 321.

xx Revueltas, 1939.

xxi Edith Negrín, Entre la paradoja y la dialéctica. Una lectura de la narrativa de José Revueltas, México, UNAM-El Colegio de México, México, 1995, pp. 173-174.

xxii Revueltas, 2014, pp. 134-135.