Izquierda sin ética, proyecto a la deriva

CE, Intervención y Coyuntura

Hoy, viernes 10 de noviembre se anunciará el nombre de quien coordinará los comités de defensa de la transformación en la Ciudad de México. En la convocatoria pública, emitida el 18 de septiembre, el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de MORENA estableció las reglas de esta contienda interna. Entre otras disposiciones, asignó al Consejo Estatal de la Ciudad de México la tarea de seleccionar, entre quienes se registrarán, a las cuatro personas participantes –al menos dos mujeres, en apego al principio de paridad de género-.

Adicionalmente, estableció que la Comisión Nacional de Elecciones –dependiente del propio CEN– podría agregar en la encuesta a personas adicionales presentando la lista definitiva hasta el 30 de septiembre (se aclaró públicamente que la convocatoria publicada decía, erróneamente, 30 de octubre). En la misma convocatoria, se proscribió explícitamente las prácticas de promoción indeseables, propias de la cultura política del viejo régimen: “campañas dispendiosas y anuncios espectaculares; uso de recursos públicos de cualquier naturaleza; intervención de servidores públicos en favor o en contra de participantes; la utilización de programas sociales, condicionamientos o coacción en favor o en contra de participantes”.

Asimismo, instruyó a los potenciales contendientes a “deslindarse pública, política, financiera y jurídicamente, de cualquier tipo de campaña dispendiosa (espectaculares, pinta de bardas, lonas, etc.)” en la que se les vincule. En las cinco semanas que duró el proceso se evidenció improvisación y falta de transparencia. La lista final de contendientes no preservó el principio de equidad de género.

Sin explicar los motivos ni especificar si continuaba o no el proceso de divulgación, se pospuso once días la presentación de los resultados de la encuesta y la valoración política. Evidentemente, estas modificaciones afectan desigualmente las condiciones de la contienda. Por su parte, quienes contienden a este encargo presentaron y divulgaron ante el pueblo su identidad, trayectoria y, en algunos casos, sus perspectivas sobre la transformación. Cada una de las personas postulantes utilizó los métodos y recursos que consideró convenientes, esa fue también una apuesta ética y política. Algunos decidieron ignorar claramente la prohibición explícita y los principios éticos de la izquierda que históricamente ha luchado contra las prácticas de corporativismo, clientelismo, acarreo, pactos cupulares, manipulación, dispendio y hasta guerra sucia (entendiendo por esta la producción de material apócrifo o envío y diseminación de mentiras).

Además, las concentraciones masivas revelan millares de personas acarreadas, debidamente ataviadas con la identidad de las organizaciones que habrían acordado su adhesión a tal o cual persona aspirante. Múltiples servidores públicos han expresado abiertamente sus simpatías y acompañado en eventos de proselitismo a quien consideran su persona preferida. Esto devela una pulsión autoritaria, que aún no se desaloja de los cuadros partidarios: la de mantener a la masa como subordinada. Acto reprobable, antes bajo las banderas del PRI, ahora bajo cualquiera seña identitaria.

Aunque no se conoce una declaración pública de gastos, es evidente que se ha gastado mucho. Para quienquiera que habite o recorra la Ciudad le resulta evidente la presencia masiva de anuncios espectaculares y bardas pintadas o ha recibido paquetes de regalos y propaganda. Algunas organizaciones no gubernamentales han denunciado las decenas de toneladas de basura electoral que se generaron en la Ciudad de México. La incógnita más preocupante es ¿cuál es el origen de estos recursos? ¿el partido dotó de financiamiento a algunos contendientes? ¿Se trata de recursos públicos transferidos por personas funcionarias en activo? ¿O se trata de donantes filantrópicos de quienes se desconoce su identidad y las condiciones que establecieron a cambio de su apoyo político y financiero?

Mientras la ciudadanía ha formulado estas y otras preguntas clave, la mayoría de quienes protagonizan el proceso permanecen silentes y, con ello, cómplices del descrédito de Morena y del desgaste de credibilidad que irremediablemente está sufriendo el movimiento. La dirigencia del partido, su Comisión de Honestidad y Justicia, las personas fundadoras y eméritas, comunidades intelectuales de la izquierda histórica, la mayoría de los medios de comunicación, etc. han optado por la política del avestruz: lo que no quiero ver, no existe. Morena y, en general, la izquierda política electoral se encuentra en una encrucijada

Histórica.

La encrucijada que atraviesa de manera dramática al partido, que no al movimiento de regeneración como idea. Atraviesa, sobre todo, los delicados y nunca aclarados acuerdos de las cúpulas dirigentes, de las burocracias y de los operadores-administradores. Las contradicciones ahí anidadas no se resolverán el día 10 de noviembre con el anuncio de la persona que encabezará la transformación en la ciudad.

Al contrario, todo parece indicar que se profundizará, la encrucijada, no así la transformación, misma que rebasa las fronteras partidarias, los límites burocráticos y sobrevivirá a los aparatos. La visible pérdida de rumbo ético de la izquierda se muestra en la predisposición al dinero, en el juego de posiciones a partir no de las ideas sino de la propaganda mercantil. Este giro, mismo que genera, de manera natural, desencanto de amplios sectores de militantes y simpatizantes de la transformación.

Hay que recuperar la tradición de trabajar de abajo hacia arriba, convenciendo, mirando, planteando ideas y abandonar con urgencia el ritmo de la campaña cuyo eje sea el dinero, la popularidad y el predominio de la cúpula.