Cualquier punto puede ser altura: el contraparaíso poético de Frida López Rodríguez

Alfonso Vázquez Salazar

  • López Rodríguez, Frida, Cualquier punto puede ser altura, Ciudad de México, Ediciones de Contacto, 2023, 72 pp.

Cuando Gramsci sostenía a principios del siglo XX, en el contexto político y cultural de su natal Italia, que “el término nacional tiene un significado muy restringido ideológicamente y en ningún caso coincide con popular, porque los intelectuales están alejados del pueblo, es decir, de la nación, y en cambio se encuentran ligados a una tradición de casta que no ha sido rota por un fuerte movimiento político popular o nacional desde abajo”, abría por lo menos dos flancos de crítica a la cultura y la política: uno, la necesidad de que un movimiento popular rompiera con esa tradición de casta con la que se identifican los intelectuales. Y para ello era imprescindible que toda política popular asumiera como uno de sus objetivos fundamentales la aproximación entre política y cultura, o, dicho con otras palabras, que llevara a cabo la máxima identificación posible entre dirigentes y dirigidos, o entre intelectuales y el pueblo-nación.

Otro, desde el polo opuesto, la necesidad de que los intelectuales simpatizantes de dicho movimiento popular —si es el caso de que los hubiera— se desprendieran de sus prejuicios de clase o de sus preconcepciones del mundo en torno a la cultura y fueran capaces de vincularse orgánicamente con esa tendencia política que surgía en el suelo mismo de la sociedad, para asumir la tarea, siempre trabajosa, de elaborar una cultura nueva: aquella compañera de viaje que custodiaría a lo que dificultosamente se iba gestando en el subsuelo social con el ritmo propio que la lucha imponía y las condiciones históricas establecían.

El libro Cualquier punto puede ser altura, de Frida López Rodríguez, cumple a cabalidad con esa preconización gramsciana, y configura una nueva tendencia poética que bien puede identificarse como una estética a contrapelo de las poéticas contemporáneas realmente existentes en el panorama de la literatura mexicana actual.

Su poemario no rehúye a la captación del momento político y a su reivindicación en cuanto elogio crítico de la transformación que anuncia. Cada uno de sus poemas conforman una sensibilidad política y profundamente poética que no teme confundirse con los problemas y anhelos de la nación y con la aspiración popular por un mejor futuro.

En efecto, si como ella afirma en Cuando México alza el vuelo, en el arranque de su poemario: “El cielo nos hace iguales / memoria de altura / partidas y llegadas se alojan / Eternidad que nos tocó vivir / trombón de notas azules”, con ello plantea no solo una aproximación o acercamiento a los afanes de un pueblo que trabaja, que se esfuerza, que lucha, que sonríe, que sueña o que ama, sino que parte de sus mismas aspiraciones, compartidas ante un destino común que nos aloja en su “trombón de notas azules” y nos hace altura en una memoria histórica que es el otro cielo profundo que nos iguala, que es esa “eternidad que nos tocó vivir”.

No otro es el programa de su poesía, como lo esboza en el poema Zócalo deletreado, donde afirma: “Aspiro a verbalizar al pueblo / meterlo en el bolsillo de quienes madrugan / y seguirles la marcha / a rajatabla / sin expresos”, y que remata con la condición del escritor, de su oficio perenne sobre la tierra, de su imposible ausencia: “Hay asuntos que no permiten jubilación. / La creación literaria es uno de ellos. / Se escribe para todos.”

La convicción profunda de Frida López Rodríguez es íntima y colectiva a la vez, entrañable y pública porque: “No importa el oficio / tus manos y las mías / son plaza pública” y nos muestra la forma en que se toma conciencia de esa “memoria de altura” como quien nos cuenta el secreto de un milagro:

En el cerro del Tortuguero

descubrí con mi estatura de niño

que cualquier punto puede ser altura,

sólo hace falta quien quiera calzar

la estela de pobladores honrados

y escalar, y sobrevolar, y sobreamar

hasta que el amanecer de Macuspana

despierte con monolito azul sobre sus pozos.

El poema de Me llamo López no sólo es una epifanía de la conciencia mexicana que se descubre a sí misma, sino que también es un himno hinchado de orgullo por lo común, un elogio de la templanza y de lo sencillo, una reivindicación de un sueño tabasqueño que crea su propio mito en el que se reconoce un niño, una mujer, un hombre en su juventud y después todo un pueblo:

La juventud fue marcha tabasqueña

herida de Baktun, azote de pantano,

pobreza de espacio y tiempo,

muerte de oro negro, la lengua rota de Víctor Jara,

la América todavía no es nuestra de José Martí,

la cuenta larga de la injusticia que espera, siempre espera,

creciendo como llaga verde.

Y en ese reconocimiento de todo un pueblo en un apellido que por común se hace protesta, la chispa de la conciencia se incendia y ese pueblo, con su nombre al fin deletreado e invocado, ingresa a la historia a través de su gesta:

Así gané mi apellido.

Tan común entre los oriundos del bien,

nada importa si son de Ampuero o de Tepetitán,

por común, mi nombre se hizo protesta

y a la hora de vuelo llegó, lo mismo de retorno,

por historia, por conciencia que se recita a sí misma,

en el canto del Usumacinta, en el clamor de la vida desa-

forada. 

La opera prima de esta muy novel autora mexicana es, en ese sentido, como bien se asienta en la contraportada del libro, una obra de alta intensidad poética que en la mejor tradición lírica mexicana plasma a través de una serie de estampas entrañables la vida del hombre común en México, aquel que aspira a un porvenir mejor en un tiempo histórico marcado por grandes transformaciones sociales y políticas.

Y, desde luego, la reivindicación de la dimensión política, social e histórica en un texto poético no es una novedad de Frida López Rodríguez. Esa reivindicación apela a una larga tradición de la literatura mexicana donde podemos advertir a lo largo del siglo XX las grandes intervenciones de los novelistas de la Revolución mexicana, quienes, como Mariano Azuela, por ejemplo, acompañaron los afanes de un pueblo en lucha y también la narración de su crueldad, de su idiosincrasia, de sus excesos; pero también de sus convicciones y de sus sueños.

O la poesía de Efraín Huerta —más lúdica e irónica, desde luego, pero siempre política—, o de Leopoldo Ayala —quien siempre asumió el camino de la protesta política en su poesía—; pero quizá, la poética de Frida López Rodríguez se encuentra más emparentada con la tradición hispanoamericana, en su vertiente chilena, de César Vallejo o Pablo Neruda, y en los grandes cantores políticos quien, como el citado Víctor Jara, ofrendaron no sólo su escritura y sus rimas a su pueblo, sino también su propia vida.

Por esa razón, Cualquier punto puede ser altura es un libro de poesía que va a contrapelo de las estéticas contemporáneas realmente existentes en el panorama de la literatura nacional, y sobre todo en las voces de sus representantes más jóvenes, en quienes la retórica del neoliberalismo se expresa en un individualismo exacerbado, un mero regodeo narcisista de sus aspiraciones clasemedieras o una protesta fallida contra todas las convenciones posibles, incapaz de tender puentes  con los anhelos de otros grupos sociales o, de plano, mantenidas en un divorcio total, en una incomprensión absoluta de lo que acontece en el seno o subsuelo de la realidad nacional.

En ese sentido, la poética de Frida López Rodríguez es un contraparaíso poético: no es complaciente con las formas poéticas ni con las rutas o temáticas formalmente establecidas en el campo de la literatura mexicana contemporánea. Su irrupción en éste anuncia una inconformidad e impulsa un programa que busca revertir las décadas pérdidas que propició el período neoliberal en el campo cultural, literario y poético mexicano.

Pero es quizá, un esfuerzo más sencillo, y por ello más genuino: la reivindicación de los sueños y afanes del hombre común en un México que explota, una búsqueda de su propia identidad en una línea que también la hermana de manera insospechada con la poesía de Raymond Carver y también con las Hojas de hierba de Walt Whitman. Y si por influencias no paramos, también está la presencia permanente de Carlos Fuentes, la evocación de la región más transparente del aire que aquella generación del medio siglo aún vivió, y que en uno de los poemas de Cualquier punto puede ser altura es evocada por los padres de la autora quienes leyeron que había existido y que le contaron acerca su prodigio, y que la generación de ella, de Frida López Rodríguez, solo conoce por las lecturas de sus padres, si bien les va, o se las arrebatan de golpe a través de una App transnacional:

“Mis padres leyeron la región más transparente / a mí me tocó su embargo a nombre de una app”.

También está la Comala de Rulfo, el Dios nunca muere de Macedonio Alcalá, los versos de Fito Páez y Joaquín Sabina, el mezcal y las cenizas de Gramsci, las prácticas de vuelo y las piedras de río de Carlos Pellicer. De hecho el libro de Frida López Rodríguez es un libro doble y quizá hasta múltiple, como todo libro de poesía, pero es más evidente ese carácter dual porque, efectivamente, está conformado por dos apartados: uno titulado El optimismo de la voluntad, donde encontramos poemas como Falsa sociedad, Nuestro decir, Me llamo López, Pueblo uniformado, Aguafuerte, Zócalodeletreado, Jornada, Petate, Comal, Papel picado, La primera vez que mi padre fue al cine, Loba, etc.; pero también está el otro, aquel que lo nombró como El pesimismo de la razón, y donde aparecen los poemas más crudos y realistas: Fentanilo, Nocaut, Nadie me enseñó a nadar, Mala broma, Airnb —no AirBnb, un error, quizá, pero que me parece sumamente afortunado—, Éxodo, etc.

No es casual esa ordenación, es la estela que abre la consigna de Gramsci cuando critica la posición política de Guicciardini en la Florencia del siglo XVI —contraria a la de Maquiavelo—, donde señala que realismo no es lo mismo que escepticismo, y que el político realista activo tiene que obrar siempre, si quiere perdurar en su obra, con el optimismo de la voluntad, pero siempre con el pesimismo de la inteligencia.

El contraparaíso poético de Frida López Rodríguez no es escéptico, ni siquiera en su parte más cruda y desolada, es realista sí, porque sabe que una voluntad no puede tener convicción si omite el suelo del que parte su afán. Por ello señala sin resignación y con lucidez extrema en esa bomba de realidad que es el poema de Fentanilo: “Tan cerca de la heroína / y tan lejos de la greencard.

Cualquier punto puede ser altura es un verdadero acontecimiento poético en la literatura mexicana actual. Su lectura no dejará indiferente a nadie que pase por sus páginas, y quizá esté abriendo una nueva ruta de expresión en esta coyuntura mexicana de transformación que no ha tomado cabal densidad poética ni registro literario consistente, pero que está emergiendo como un torrente destinado a sacudirnos.