Humanismo mexicano: descolonización y desneoliberalización

Silvana Rabinovich

Senado de la República, 18 de abril de 2024.

Foro “Las humanidades y el humanismo en el siglo XXI” Diálogo con Jorge Zúñiga 11h45 a 13h10

El humanismo, por definición, no tiene nacionalidad, pues atañe a la condición humana que atraviesa las diferencias. Sin embargo, hablamos de “humanismo mexicano”. Esto nos exhorta a pensar lo mexicano de una manera no esencialista. El humanismo mexicano, entonces, describe justamente una pluralidad no jerárquica de pueblos y culturas, la urdimbre de temporalidades en la trama de lenguas que hacen de esta tierra uno de los reservorios más plenos de esperanza y hospitalidad. Estas culturas no son sólo herencia del pasado sino promesa presente del porvenir.

El humanismo mexicano es ajeno a la arrogancia del humanismo europeo renacentista: nada tiene que ver con la superioridad que se arroga la especie humana sobre los no humanos, que –por la oposición que declara entre naturaleza y cultura- hoy nos conduce como equilibristas de ojos vendados sobre la cornisa del ecocidio. Nuestros pueblos en todas suslenguas, saben –como nos enseñó Carlos Lenkersdorf sobre la sabiduría tojolabal– que todo vive, incluso las piedras están vivas. Como dice Davi Kopenawa, allá en la Amazonia, con una percepción poética magistral: los metales están bajo la tierra sosteniendo al cielo como columnas y, si los extraemos, se nos caerá el cielo; entonces aclara que, mientras el oro está en la piedra, está vivo. Si algo caracteriza al humanismo mexicano son los dos elementos del tema que abordaremos en este conversatorio: cuestiona de raíz al colonialismo y al neoliberalismo (y también al hijo de ambos: el neocolonialismo).

Empezaré por el segundo. El neoliberalismo gira en torno a la invención del individuo, al cual concibe en una competencia a muerte con los otros signada por la apropiación y la acumulación. Profundiza la guerra contra la naturaleza asaltando a los comunes con el fin de privatizarlos y volverlos mercancías. Su adoración de la técnica, aunada a la competencia provocada por la codicia, tiene en la industria bélica a la madre de todas las industrias (una de sus hijas más notables es la agrícola). Además, en la relación jerárquica sujeto-objeto, que impide comprender el núcleo intersubjetivo, reduce el trabajo a la explotación (de todo otro: sean personas o aquello que llama de manera antropocéntrica “recursos”).

Hace un tiempo, la opinión pública se escandalizó cuando la doctora María Elena Álvarez Buylla, directora del Conahcyt habló de “ciencia neoliberal” para referirse al ejercicio hegemónico de la ciencia que se precia de ser “apolítico” mientras usa recursos públicos para servir a intereses privados. El neoliberalismo se pretende apolítico, pues cree en la autorregulación del Mercado (el ejemplo más grotesco lo ofrece hoy Javier Milei, quien -en su ignorancia de lo público- ganó las elecciones argentinas con base en el odio a “la casta” y está destruyendo vertiginosamente al Estado mientras invita a gobiernos extranjeros a privatizar ríos y subsuelos). El escudo de “apoliticidad” en la ciencia sirve claramente a la política neoliberal privatizadora de lo común. Ante este hecho, el humanismo mexicano aparece como una potencia crítica que -desde sus prácticas comunitarias- deja al descubierto la penetración del neoliberalismo en la cultura, el cual tiende a homogeneizar lo diverso. En ese sentido, el potencial crítico del humanismo mexicano es -en términos dusselianos- liberador, o si nos hacemos eco del nombre de este conversatorio, es “desneoliberalizador”.

Por otra parte, tanto el colonialismo como el neocolonialismo se caracterizan por una pretensión de superioridad fundada en el progreso que busca aplastar las diferencias. La ideología del progreso tiene una impronta destructora (de lo diverso) que alimenta su propio mecanismo de reconstrucción homogeneizadora. En este contexto, la industria bélica es clave. Destruye la vida (el ecosistema) pretendiendo suplantarla por la superioridad de lo artificial. La descripción del colonialismo que hace el “indio” concebido por el poeta palestino Mahmud Darwish da una imagen precisa y actual:

Pronto

construirán su mundo sobre el nuestro: y sus caminos irrumpirán por nuestros cementerios hacia la luna artificial, ésta es la era de lo artificial. Ésta es

la era de los metales, de un pedazo de carbón emergerá la champaña de los fuertes… Hay muertos y colonias, muertos y excavadoras, y muertos

y hospitales, y muertos y pantallas de radar que capturan el número de muertos

[que mueren más de una vez en la vida,] que viven después de la muerte, y muertos que crían la bestia de las civilizaciones con muerte, y muertos muriendo para llevar cargando a la tierra sobre sus restos…

¿Adónde, señor de los blancos, estás llevando a mi pueblo… y al tuyo?

¿A qué abismo está llevando a la tierra, este robot armado con aviones y portaaviones? ¿A qué ancho abismo están subiendo?

Sabemos que al abismo es imposible subir, pues sólo se cae en picada. Esta imagen desorientada condensa la estafa de la adoración del progreso por parte de la mal llamada cultura “occidental”: subir al abismo… distrayéndose en calcular su anchura (de la mano de la ciencia neoliberal…) Y en esta confusión entre el “abajo” y el “arriba”, como dice el mismo poeta en otro lugar: “la víctima ama el rostro de su asesino”. Es decir (como nos enseñó Paulo Freire, introyecta sus valores e imposiciones. (Aquí las élites criollas que -a golpes de privilegios- regentearon esta tierra, minorizando a las mayorías, y varios de los cuales buscan colarse -lamentablemente con éxito- en el barco de la 4T: aferrándose a cualquier tabla de lo que confunde con “salvación”, amenazan con hundirnos a todos… no hace falta dar nombres y ejemplos). Para sus fines de dominación, la máquina colonial y neocolonial apunta a la homogeneización de todo otro. Vergüenza de las diferencias. Incomprensión. Soberbia de la ignorancia que condujo al país por décadas por las vías del despojo.

El humanismo mexicano es descolonializador (y des-neocolonial, si me permiten el neologismo) no por un esencialismo chauvinista (regrese Chauvin a Europa),[1] sino porque entiende (y bienvenido aquí el pensamiento de otro francés: Levinas) que sólo podemos comprender el humanismo si nos dejamos enseñar por el otro, por la otra. Lo resumo en un ejercicio práctico: en lugar de cruzarnos de brazos con sorna y desprecio ante su inoperancia, leamos la declaración de los derechos humanos no en primera persona, sino en segunda y tercera. Tu derecho a la vida digna, el de ella; su derecho al libre desplazamiento (en cuya base se encuentra la prohibición del despojo territorial, que es la otra cara de la relación humilde con la tierra: humano, humilde, tienen la raíz común del humus que es el destino final de todos). Se trata de un cambio de posición, de la deposición de la soberanía del sujeto acostumbrado a sojuzgar a aquello que sistemáticamente redujo a objeto. (Lo diré en términos más familiares: por el bien de todos, primero los pobres, sólo tendrá sentido si ponemos en práctica la segunda premisa: ¡abajo los privilegios! No ha lugar, para privilegios: no por la derecha, pero por la izquierda tampoco. Si no volvemos costumbre esta segunda premisa de la 4 T, nos quedaremos en la buena intención altruista. Marquemos una diferencia cabal: el altruismo no libera, es un placebo ante el dolor causado porla opresión, porque no cuestiona el “orden” jerárquico y colonial que instituyó el derecho. A diferencia del altruismo, la heteronomía pone en escena la justicia del otro (de la otra), esto es, un espejo que revela la injusticia fundacional de ese mal llamado “orden”. (Para decirlo en términos sencillos: aquello que consideramos “derechos ganados” no son sino privilegios a costa de otros; esa “justicia” que el altruista quisiera ensanchar para la inclusión, se revela radicalmente injusta). Y para que quede claro en términos prácticos: el “plan C” no puede reducirse al cálculo procedimental, pues con la mayoría (que esperemos conseguir), recién empieza la tarea profunda y de largo aliento. Si el plan C no se orienta desde la heteronomía, a una justicia radical, se distraerá entre los oropeles diluyéndose en frágiles buenas intenciones, que al final del camino capitaliza la derecha en los retornos violentos que hemos constatado en Nuestra América después de gobiernos progresistas de izquierda.

En este sentido, de descolonización y desneoliberalización (o dicho con nuestro querido maestro en común, Enrique Dussel: liberación) es que invito a invocar al humanismo mexicano (radicalmente plural) honrándolo con el otro, con la otra. ¿Cómo?

  1. Con la potencia de la hospitalidad (costumbre de dignidad de los pueblos de México) derribar el muro. (El Muro, con mayúsculas: esa política que pretende controlar el libre movimiento de las mayorías despojadas para que se atrincheren tras ellos las minorías rapaces). Asumir la responsabilidad con los mal llamados migrantes (los refugiados del sistema que pretende subir al abismo). No nos confundamos, la autoproclamada “Realpolitik” está hecha de fantasía letal. La justicia del otro derriba muros supremacistas, tanto de nación como de clase.
  2. Con el cultivo de la vida en todas sus formas que tiene por emblema la milpa: el policultivo, la permacultura, el cuidado mutuo como forma de vivir, que es mucho más potente que el paternalismo. Una cultura política vacunada contra las consignas vacías, cultivada como semillero de vida. Afortunadamente, aunque falta tanto, pero tanto por hacer, en este sexenio el sistema de salud no erigió un “segundo piso”, sino que se dedicó a excavar hasta encontrar suelo firme y allí empezar a poner los cimientos de una verdadera promesa de vida. Hago votos para que el segundo piso que viene honre y proteja ese trabajo radical de honestidad valiente.
  3. Entre las prácticas amorosas de la tierra, surgida del dolor de la orfandad invertida: la de madres y hermanos que remueven el suelo para buscar a sus seres queridos, es necesario replantear la justicia. La desaparición forzada es una vergüenza que nos incumbe a tod@s. El ejercicio de la antropología forense popular es un maestro de nuestra tierra. Es preciso cambiar de posición: la justicia del otro/ de la otra debe terminar con esta pesadilla. En términos bíblicos: “las sangres” de nuestr@s herman@s claman desde la tierra, y no es posible seguir haciendo oídos sordos a ese clamor. Aunque el miedo ante jerarquías perversas se entienda, la heteronomía no se calla ante los rangos impuestos por la espada, protegidos por quienes se erigen en Ley (aunque su nombre de pila sea Norma). El plan C honrará al humanismo mexicano sólo si asume su deber, hasta las últimas consecuencias, con la vida y la justicia debida a las personas desaparecidas.
  4. El “derecho” que surja de la justicia del otro se vislumbra como un tapiz, un entramado de 68 maneras diferentes de aprender la justicia. Con maestros nómadas que nos enseñan que la acumulación pesa y se derrumba sobre las sociedades que la perpetran cuando la tierra se expresa en temblores. Maestros que no olvidan que el agua vale más que el oro, que los bosques nos protegen…
  5. En el plano internacional, faro de justicia para el continente, el humanismo mexicano –profundamente anticolonial– lleva un atraso de seis meses en expresarse, junto al sur global, frente al genocidio en Palestina, más precisamente en la Franja de Gaza.

Sudáfrica, con su autoridad histórica, abrió la puerta en las cortes de su antiguo opresor. El México descolonial de la 4T debe asumir y promover en la región, sin medias tintas, acciones pacifistas efectivas y contundentes para detener la ostensible política genocida del gobierno de Israel, acciones que se expresan como boicot y desinversión. Colombia y Brasil ya se expresaron. No hay tiempo que perder: los más de 30 mil muertos, los que agonizan de hambre y sed, los que están bajo los escombros por la voracidad del colonialismo neoliberal, esperan un posicionamiento valiente y claro, liberador, del humanismo mexicano.

Para terminar, quisiera evocar una cita de Emmanuel Levinas que leo a diario como una plegaria, pues creo que traduce al lenguaje del cuerpo, al gesto, este humanismo descolonizador, radicalmente antineoliberal:

Para lo poco de humanidad que adorna la tierra es necesario un aflojamiento de la esencia en segundo grado: en la guerra justa declarada a la guerra, temblar e incluso estremecerse en todo instante por causa de esta misma justicia. Esnecesaria esta debilidad. Era necesario este aflojamiento sin cobardía de la virilidad por lo poco de crueldad que nuestras manos repudiarán.

[1] El chovinismo es un producto casi natural del concepto de Nación en la medida en que proviene directamente de la vieja idea de la «misiónnacional» […] La misión nacional podría ser interpretada con precisión como la traída de luz a otros pueblos menos afortunados que, por cualquier razón, milagrosamente han sido abandonados por la historia sin una misión nacional. Mientras este concepto de chovinismo no se desarrolló en la ideología y permaneció en el reino bastante vago del orgullo nacional o incluso nacionalista, con frecuencia causó un alto sentido deresponsabilidad por el bienestar de los pueblos atrasados. «Imperialism, Nationalism, Chauvinism», en The Review of Politics, The Review ofPolitics (en inglés) 7 (4): 457