Historia del ánfora

José Carlos Sánchez-Lara
Un ánfora que al caer fue vista por Ninguno, yace intacta en la memoria de quien la dispuso sobre un buró.
Al estallar en la escritura, su caída es cierta en tanto ficción, e improbable como realidad física.
De manera que un ánfora está en el aire, lo que contradice silogismo de Parménides. Tampoco está en el aire, si en la memoria de un hombre yace sobre un buró.
Por tanto, el ánfora no está: ni en la realidad donde se sostiene sobre un buró, ni en la ficción que depende del modelo.
Y aun vista por Ninguno pudiera fragmentarse. Y aun rota contra mármol o granito, su masa persiste en la memoria ectoplasmática de quien la dispuso sobre un buró.
No está sobre buró o piso de granito, ni en el espacio que divide ambos puntos (llamémosle, momentáneamente: aire). Esa ánfora subsiste tanto en la posibilidad de quebrarse como en la posibilidad, no menos concreta, de habitar un pensamiento. Visualizada toda vez que se active el emblema “ánfora”. Y no sólo en la memoria de quien lo dispuso sobre un buró.
Pero ¿dónde está, ciertamente, dicha ánfora? ¿En el granito, sobre el buró, en el aire? ¿Y cómo aludir al objeto roto que pervive intacto en la memoria de un hombre? Primera regla de ficción: contradecir o suspender la realidad haciéndose creíble como voluntad de la ficción.
¿Puede sobrevivir un ánfora intacta en la memoria del hombre que no le vio caer? Sí: como conocimiento parcial de lo real. ¿Puede romperse por Ninguno? Sí: en la visión del desastre que existe más allá del individuo.
Suspensión de lo real por suspensión de un ánfora en el aire. Destrucción de la suspensión de lo real por yuxtaposición de la memoria.
Uf. Demasiado abstracto como posibilidad de la ficción. Demasiado leve como posibilidad de la filosofía.
Tachemos la abstracción. Tachemos la filosofía.
Despertemos al sujeto que lo puso sobre un buró y digámosle lo contrario; el ánfora, entonces, se astillará contra granito. Después volteemos a Ninguno en el instante en que el objeto cae. Lo atraparía en el aire de no ser Ninguno. Es Ninguno, lo que estrellaría contra granito dicho objeto, mas sólo como posibilidad de la ficción, pues un ánfora persiste en la memoria del hombre que la dispuso sobre el buró de su oficina.
¿Una oficina? ¿Un ánfora que cae vista por Ninguno? ¿No remite esto a Roberto Pí?? ¿Quién es Roberto Pí? ¿No es uno de los co-dueños de la compañía “Búcaros y Alfombras, s.a”? En todo caso han entrado a robarle mientras duerme. Recuerda que antes de cerrar, dispuso ánfora sobre un buró. Tiene esa visión del ánfora. Lo que no interfiere otra visión. La de Ninguno. Al penetrar en la oficina con voluntad de hurto y por torpeza, un ánfora se dirige contra el suelo. Dijimos mármol. No: dijimos granito.
De manera que hay dos ánforas. Una en la memoria de Roberto Pí, a punto de despertar por voluntad de la ficción. Y otra cayendo en la oficina, por torpeza de Ninguno.
¿Dónde está Pí?, en su cama. ¿Dónde está Ninguno?, en la oficina de Roberto Pí.
Hay una tercera ánfora. La que subyace en la ficción o maquinaria del relato. Ni en el aire ni en el piso de granito; en la posibilidad de manipular lo real hasta lo inverosímil; de proferir como Tertuliano: “Credo quia absurdum”.
Ninguno no la ve caer. Uno asegura haberla puesto sobre un buró. Y sólo en la ficción está cayendo, hecha añicos o a punto de estallar.
El lector pudiera elegir cualquier acápite.
¿Dónde está concretamente la primera ánfora? Se dirige hacia el granito. Si usted elige que se rompa, diga sí o diga no. De cualquier modo, otra ánfora sobrevive en la memoria de Roberto Pí. ¿Pero dónde está Roberto Pí? Al borde del insomnio. La voluntad de la ficción lo despertará. Si elige que despierte y observe cámara instalada en su oficina, diga sí o diga no. Tenemos una tercera ánfora en la maquinaria del relato. (Objeto de reserva).
¿Dónde está Ninguno? Ninguno está en el ojo del visor de cámara instalada por Roberto Pí, lo que remite a Odiseo. Aunque Ninguno prescinde de mujer, lo que invalida tal similitud.
Ninguno entra en dicotomía. ¿Sostener el ánfora u apartarse del ojo del visor?
“Despierta Roberto Pí”, dice la conciencia del relato. A lo que Roberto Pí abre un ojo, después el otro. Premonición se alumbra en su garganta. Le impide ubicar inductor al sueño. Se aproxima al monitor. ¿Qué ves Roberto Pí? A 6 minutos del relato, yo, la ficción primaria, detengo el engranaje del discurso y miro.
Nada.
¿Dónde está Ninguno? ¿Dónde está Roberto Pí? Ninguno está en la oficina. Roberto Pí revisa instalación. El cable que conecta con la cámara.
En oficina Ninguno entró a desvalijar. Hay un ánfora en el aire. Y otra ánfora en la memoria de Roberto Pí. La tercera ánfora subyace en la maquinaria del relato.
El monitor emite ruido: tchhh. A otro minuto de escritura yo, la ficción primaria, detengo el engranaje del discurso. Nuevamente observo.
Llovizna digital.
¿Dónde está el ánfora? ¿Dónde está Ninguno? ¿Dónde está Roberto Pí?
Un-ánfora está al borde de Ninguno. Un-ánfora está en el aire. Ninguno está en la oficina, dividido entre atrapar el ánfora o apartarse del ojo del visor.
Roberto Pí establece conexión. Presupone que ha visto lo que no ha visto. Visto lo que ya no ve. Un bulto en la oficina, junto al buró. El cable vuelve a perder contacto. Roberto Pí de origen tailandés acude a la patientia, de origen latino, cuyo axioma prefigura entrar lentamente en desesperación. Manipula el cable, le da un jalón: chispas.
Cualquier manual básico de electricidad advierte:
a) un cable cuya envoltura haya sido dañada
b) no debe manipularse sin correr riesgo de unir
iones negativos y positivos
c) y provocar corte eléctrico.
A otro minuto del relato detengo el engranaje del discurso y observo monitor.
Rectángulo negro con punto blanco. Suspensión de lo real tras problema técnico por voluntad de la ficción absoluta, tras intervención o mala manipulación de un cable por sujeto con insomnio.
Concluyendo: ¿Dónde está exactamente el ánfora? ¿Dónde está Ninguno? ¿Dónde está Roberto Pí?
¿El ánfora está en Ninguno? ¿Ninguno está en la oficina? Roberto Pí consigue Valium, tras entrar en desesperación. Intentará dormir de nuevo. Todo en orden, nada que temer, se dice. No ha visto lo que no ha visto. Confía en su intuición, su memoria fotográfica del mundo. Ya el ánfora no está en Ninguno: sino sobre el buró donde un hombre la dispuso antes de cerrar la puerta, antes de llamarse Roberto Pí.