Imágenes intertextuales de una poética

Raúl Soto
El poema, una toalla para limpiar
lágrimas de tristeza.
También una espina para los ojos.
Miguel Ángel Zapata
1. El tono intermitente, nada abrupto —más bien sincopado como el jazz— del último libro de Miguel Ángel Zapata se conecta con la música (uno de sus ejes temáticos, al igual que el arte poética y la pintura). En El florero amenaza con hablar (2024), el poeta trata de recobrar su voz y expresa cierta reticencia desde el primer verso: «No sé qué decir». Está abrumado por la muerte de su hija Analí, a quien le ofrenda el poemario. La entonación de su elegia más que un lamento es un canto a esa flor cortada antes de tiempo. Desde el título priman las imágenes imbuidas de personificaciones y el poeta intuye que la única manera de mantener presente a su hija, de celebrarla, es resucitando el poema (lo parafraseo). En su búsqueda de la melodía y el ritmo perdidos recurre a algunos músicos, en este caso a Arvo Pärt:
Así salta la palabra como una liebre entre
la hierba buscando el eco.
Austeridad
Austeridad en la carrera me grita la liebre.
El piano se acomoda a mi corazón minimalista.
El florero vuelve a decir su lenguaje recortado. (16)
Zapata no le pide ayuda a un ser superior para recuperar el logos poético, es panteísta y prefiere acudir a los seres del reino animal, a la naturaleza, a los objetos. Entonces, procede a complementar las personificaciones con figuras literarias opuestas como el cremamorfismo, es decir, la objetivación. De esa manera descubrimos que el florero es el poeta, articulando de nuevo palabras mesuradas. También es el florero que quiere contener a su hija porque ella se ha reencarnado en «un árbol de flores». La ausencia física de Analí se hace presente, no en la rosa aristocrática sino en una flor que reluce todo el año:
El geranio discurre y me devuelve el sentido
de la alborada.
Dice una pizca del poema que voy a escribir.
Habla con el florero del silencio que tiembla
en toda la casa. (82)
Analí —el geranio— le habla a su padre —el florero— y le trae la luz de la poesía al libro que ahora leemos.
2. Conforme el poeta reencuentra la música en las palabras va construyendo una poética. También recurre a las aves y otra vez va contra la corriente: no prefiere el canario ni el ruiseñor sino el cuervo, al que convierte en un signo positivo. No es el ave de mal agüero de Poe ni el cuervo malvado de Blake, habitante de la sombra más densa. El cuervo de Zapata es su alter ego, o mejor, gracias al zoomorfismo es él. Por eso en el poema homónimo encarna al poeta: «El cuervo recitaba poemas de memoria desde lo alto de una / gran montaña ciega» (75). Esta ave le ha ayudado a escribir «en el aire / su dilema sobre la concordancia». Es más:
No podría, además, escribir sin el cuervo
que ha vuelto otra vez a acompañarme
cuando escribo afiebrado sin remedio.
Su poema es turbio como una tormenta
de sílabas en un campo de plumas. (17)
En los dos últimos versos citados el hablante se distancia y transfiere su voz recobrada a un narratario, al cuervo.
Este proceso de escribir para erigir una poética le ayuda a Zapata a preservar la memoria de su hija, aunque no es fácil. Parafraseando a Borges: el recuerdo es el antídoto del olvido. En este caso no se trata de fetichizar las reminiscencias. Al contrario, se trata de acudir a los recuerdos de lo cotidiano, a lugares concretos, como el patio donde Analí regaba las flores durante su niñez. Zapata opta por poetizar la cotidianidad de lo real. Evita una poética idealista, abstracta, que se caracteriza por el regodeo innecesario en el uso del lenguaje. Los versos de este libro son tersos —aunque el proceso de su escritura no ha sido fácil— y buscan expresar la materialidad de lo cotidiano:
Mi poema es un patio con sus macetas
de tres colores, y la parrilla que humea
su sabor a carne asada. (17)
El poema sale como copo
congelado en tu garganta. (74)
Aunque errado de tantas sílabas
recurro a la botella vacía del poema. (21)
entre el aguacero sale
otra palabra,
un dolor sin lágrima. (22)
O lo conecta directamente con la música, esa predilección de índole ecléctica del poeta que engloba una gama amplia: la clásica, el rock, la salsa y los sones de la costa del Perú:
El poema era un cajón retumbando
mis dedos.
Redoblando ninguna pena la marinera
de Lima subía al candil perenne de la jarana. (29)
(Es conocida la pasión de Zapata para tocar ese instrumento ya peruano, tanto por su diseño como por su sonoridad inherente).
3. La écfrasis ha resurgido recientemente en la poesía del Norte Global. Dicha modalidad antigua consiste en interpretar las imágenes representadas en una obra de arte en el poema. Zapata opta por la pintura y comparte con el lector algunos artistas y cuadros de su galería personal. Empieza con Braque y no escoge el periodo cubista del pintor francés, cuando elaboró dicho estilo revolucionario con Picasso. Más bien se enfoca en el estilo tardío —aquí uso el concepto de Edward Said— dominado por las aves estilizadas. El poema en prosa «Aves de Braque» nos causa la impresión de que el hablante vislumbra en su jardín esas aves negras con las alas desplegadas —volando libremente hacia la luna y las estrellas— que adornan uno de los cielos rasos del Louvre. Pero las aves de Zapata —«Negras nubes parecían relámpagos sobre los árboles»— aparecen momentáneamente a través del ventanal de vidrio, como si se estuvieran exhibiendo en un escaparate. El espejismo se rompe cuando abre la puerta y la visión desaparece: solo están la sombrilla y la lluvia, que empieza a inundar el patio.
Esta exploración panteísta de la naturaleza continúa en «Postales para Georgia O’Keeffe», poema en cuatro partes. Durante la década de 1920, la artista estadounidense pintó su famosa serie de flores donde algunas especies de lirios e iris toman precedente. El poema 1 hace referencia a los iris negros pintados por O’Keeffe que la crítica patriarcal —iniciada por su propio esposo, el fotógrafo y galerista Alfred Stieglitz— solo la relacionaba con la vagina y la sexualidad femenina:
Siempre una flor oscura
enreda tu pensamiento.
……………………………..
El lago negro y una flor
desean tu amarillo intenso.
Tus labios de estrella
un filamento del cielo. (27)
Aquí el lago negro y la flor oscura se personifican en el poeta que añora las flores luminosas de O’Keeffe. Necesita a su hija —«un lirio amarillo»— para contrarrestar ese dolor subterráneo intermitente. En el poema 4 la tonalidad se aclara, se ilumina, siguiendo el paratexto de Paul Klee: «El color se ha apoderado de mí», equivalente al dictum ético y estético del peruano Víctor Humareda: «Dominar el color».
Y mi alusión al expresionista Humareda se enlaza inevitablemente con uno de los gestores del expresionismo germano seminal: el austriaco Egon Schiele. Hay algunas coordenadas pictóricas y vitales entre ambos que Zapata, sin proponérselo, las poetiza magistralmente:
Yo solo quería saborear aguas oscuras,
pintar árboles crepitantes y vientos salvajes.
Irracional el pincel forcejeaba con la miseria
y la soledad. Me llevaba a paraísos prohibidos
por la moral de un cortejo de sabios ignorantes. (31)
Schiele y Humareda vivían en los extramuros del mundo oficial, pintando y pintado contra la corriente. El erotismo era importante para los dos y el poeta lo resume usando una sinestesia:
No quise morir sin antes tocar tu rosa bermellón,
aquella flor olorosa entre tus piernas. (31)
Seguimos con Matisse en este museo imaginario: «El Estudio Rojo está desnivelado y ojeroso», dice el poeta, sintetiza la contribución del francés a la revolución modernista de la pintura occidental iniciada por van Gogh y Gauguin. El cuadro referido rompe con la perspectiva renacentista al representar el espacio «desnivelado» del taller en una superficie plana, dominada por el rojo. Este poema es un pretexto para plasmar imágenes intertextuales relacionadas, gracias a una operación sinestésica, entre la pintura, la escritura y el blues de Keith Richards tocando Honky Tonk Women: «El color invade sin cesar una sílaba insensata».
«Árbol de Oaxaca», basado en el cuadro homónimo del mexicano Francisco Toledo, es un ejemplo magistral de écfrasis:
Arriba entre el follaje las aves vuelan contra el tiempo.
Abajo dos venados se empinan para probar la savia del
árbol de Oaxaca. Fuera del círculo de luces el encierro
encuentra una salida del vacío… (59)
Analí se ha convertido en ave intemporal, en una presencia que combate la ausencia, en el recuerdo constante que no permitirá el olvido. Miguel Ángel Zapata ha conjugado en este poemario aves, flores, música, pintura y escritura para perennizar, si fuera posible, la memoria de su hija.
No podemos dejar de mencionar, nuevamente, la diversidad y la producción cualitativa de las editoriales independientes peruanas. En este caso, y siguiendo la tradición de Javier Sologuren, se trata de una poeta editando libros de poesía. Cecilia Podestá ha establecido un estilo personalísimo con su Máquina Purísima y El florero amenaza con hablar se ha beneficiado del trabajo impecable de este sello editorial.