Hedores comunicativos. López-Dóriga y la limpieza conservadora contra la suciedad del pueblo

Edgar M. Juárez-Salazar[1]

Hace apenas unos días, el primero de marzo de 2024, dio inicio la campaña de Claudia Sheinbaum Pardo quien abandera a la autodenominada cuarta transformación del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) en busca de la presidencia de la República Mexicana. En medio de un ambiente tenso y nebuloso entre la prensa y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a causa de una campaña de desprestigio asociándolo con el crimen organizado, resalta con mucha insistencia el trato y la difusión de ciertos medios de información adeptos principalmente a sectores conservadores y de derecha sobre la campaña morenista.

El caso que traemos aquí como objeto de análisis consiste en un par de fotografías posteadas en un mensaje de X(antes Twitter) por parte del comunicador Joaquín López-Dóriga:

Imagen 1. Captura de pantalla de la cuenta de X de Joaquín López-Dóriga.

Fuente: https://twitter.com/lopezdoriga/status/1763758049951470050

El post hace alusión (del lado izquierdo) a la llamada Marcha por la democracia del pasado 18 de febrero de 2024 encabezada por una singular agrupación civil nombrada Marea Rosa y en cuyo mitin en el Zócalo de la Ciudad de México solo tomó la palabra el expresidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Cordova Vianello. A la marcha, supuestamente apartidista y ciudadana, se dieron cita además de un buen número de ciudadanos, el presidente del Partido Acción Nacional (PAN), Marko Cortés y del Partido de la Revolución Democrática, Jesús Zambrano, entre otras figuras generalmente vinculadas al bloque conservador. Asimismo, del lado derecho, se exhiben las diferencias con el inicio de campaña de Claudia Sheinbaum en el mismo Zócalo el primero de marzo.

Este contraste es uno de los reflejos más corrosivos de las desigualdades sociales del país y de las diversas narrativas nacionales que se han contrapuesto y agudizado cuando menos desde el siglo pasado en México. Sin embargo, resulta fundamental recordar que el proyecto “civilizador” y de limpieza es de larga data y comenzó de forma contundente y colonial a partir de las Reformas Borbónicas retomadas por Carlos III en cuyo trasfondo sostuvo una legitimidad “ilustrada”, limpia y encauzada.[2] Estos efectos de amplio control social pudieron vislumbrarse tanto en el Virreinato de la Nueva España como en otras latitudes coloniales en América. El régimen de inspección poblacional se agudizó gracias al disciplinamiento social con las vertientes positivistas en México durante los años de la Reforma y, con mayor insistencia correccional, durante el porfiriato en México. La higiene y la exclusión de la pobreza sobrepasó los límites de lo arquitectónico y el espacio público para reproducirse igualmente en las mentalidades y en las formas ideológicas a través de cuya circulación se distribuyen las más ariscas e insípidas exigencias de vigilancia y disciplina del cuerpo y su normalidad a nivel social.

La insistencia social sobre la limpieza ha sido históricamente cada vez más intensa y sugiere una exigencia a permanecer alejado de todo vicio, podredumbre o agente infeccioso. Conforme las tecnologías subjetivas y disciplinarias de carácter biopolítico se han expandido, estandarizado y difundido, la suciedad ha sido un factor de carácter evitable. Pareciese, de hecho y adaptando la conocida frase de Marx, que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”[3] en el momento mismo de la reproducción sistemática y social del asco y el rechazo ante lo sucio que, inexpugnablemente, habita en la calle, en los trabajos manuales y campesinos y en general en la mayoría de actividades casi siempre realizadas por las mayorías populares. Lo repugnante, de modo ciertamente estrafalario, suele adjudicarse a los sectores más desfavorecidos por esa calamidad de considerarles poco cuidadosos, poco educados y poco limpios. Pese a esto, lo asqueroso de los actos humanos es también un acto tiránico de intimidad en las clases más opulentas. Lo que parece a todas luces evidente es que lo sucio se opone a lo limpio mediante las formas culturales que reproducen las dinámicas del orden social y sus comités de ética y pedagogía burguesa.

Desde muy pequeños, los ciudadanos civilizados, en cuyo sutil sometimiento soberano reside su progreso, admiten una relación sanitizada con su cuerpo y con sus espacios. Una infatigable y despótica asepsia que sobrepasa lo cotidiano para instalarse en reglas, medidas e insistencias de la limpieza cuyo orden es casi imprescindible en las instituciones y en sus directrices políticas. Tal vez aquí pueda recordarse aquel cuidado de las uñas, del cabello, del zapato deportivo escolar y muchas otras astucias que consideraban a la limpieza como un elemento inexpugnable del bienestar y las buenas prácticas desde los primeros años de escolarización. Educar al ciudadano en la limpieza parece ser una forma de rechazo paulatino de todo lo que es asociado a lo sucio.

Lo curioso, en efecto, es que la limpieza no es solamente un asunto de mera biología o de ciertas reglas para preservar la salud. Si bien algunas prácticas de cuidado higiénico pueden hacer que se eviten diversas enfermedades; no necesariamente es un asunto que sea realmente imperativo para el cuidado biopolítico del cuerpo. De esta situación pueden dar cuenta los trabajadores recolectores de basura que incluso muchas ocasiones comen cerca de los desperdicios y suelen repeler un sinfín de enfermedades. El conocimiento de la vida cotidiana incluso menciona metafóricamente que algunas personas tienen barriga de basurero porque comen prácticamente todo sin padecer enfermedad. Y así, de esta manera, comenzamos gradualmente a darnos cuenta de que la relación con la suciedad está más cimentada en las superficies culturales y sociológicas que en la mera sanidad biológica que si bien resulta importante no es en última instancia trascendental para la reproducción social.

La suciedad se encuentra cerca de los hedores naturales del cuerpo laborante y del desperdicio. Nuestras relaciones con el cuerpo propio, socializadas desde siempre ya, son del mismo modo referentes de cierto rechazo a nuestra condición cultural y nuestra afirmación tiránica sobre la limpieza; rechazamos no sólo lo sucio sino lo que instituimos socialmente como alejado de lo limpio y disociado de las reglas sociales. Como afirma William Ian Miller, “la cultura, no la naturaleza, marca la línea que separa la pureza de aquello que la mancilla y lo sucio de lo limpio, que son los límites cruciales que el asco se encarga de controlar”.[4] De este modo, a través de los cruentos territorios de la real politik, la limpieza es incorporada a todas las formas positivas de control y de segregación de la anormalidad. Es por ello que muchas campañas políticas están basadas en la narrativa del desprecio a la suciedad y el enaltecimiento de la limpieza. El virus rojo del comunismo o las revoluciones o agitaciones disidentes como enfermedad o cáncer para la sociedad son ejemplos sólidos de los ensordecedores discursos despreciativos de la diferencia y de lo popular o colectivo.

De hecho, sólo por recordar un ejemplo en demasía conservador, la campaña de legitimación y combate al crimen organizado del ex presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, llevaba en su título: Limpiemos México. Evidentemente, no sólo era una limpieza sobre el crimen organizado sino también contra todas aquellas mayorías que representan anormalidad, excentricidad o que expresan alguna manifestación de desorden. Los discursos sobre la limpieza, como muchos otros, suelen ser profundamente isomórficos y mutan en medio de cualquier encuentro fenoménico con la realidad. El discurso de limpiar lo sucio conlleva muchas veces el desprecio de la suciedad por estar asociada a la pobreza y lo indeseable.

Esta oposición cultural y social entre lo limpio y lo sucio es mucho más compleja de lo que representa el post de López-Dóriga. En efecto, esa imagen puede reproducirse debido a que nuestra sociedad ha realizado y representado ya previamente creencias sobre lo bueno y lo malo, sobre lo limpio y lo sucio y algunas otras condicionales antagónicas semejantes. El discurso del pensamiento conservador, sin ambages, es un discurso que permea en algunos sectores de la población que suelen afirmar que el cambio está en uno mismo y que suele decir que considera un gran logro de civilidad recoger la basura propia cuando se acude a un estadio de fútbol sin pensar que el verdadero enemigo quizás es el dueño del estadio mismo.

El desafortunado post de López-Dóriga puede calar e impregnarse en sociedades que relacionan lo sucio con el asco y el rechazo. En quienes reducen la civilidad a algo tan liminal e individualista como recoger la basura y comportarse en el espacio público. Esta situación produce efectos pues, para el mismo, William Ian Miller, “el asco será todo lo visceral que se quiera, pero también es una de nuestras pasiones más agresivas generadoras de cultura”.[5] El asco, como elemento cultural, se apropia paulatinamente de las experiencias políticas porque sustancialmente es un elemento situacional y compartido entre muchos y está sostenido bajo una ideología solipsista de los sujetos.

Las sociedades organizadas bajo la jerarquía burguesa, en su ideología meritocrática y pulcra más recalcitrante, intentan de un modo, en ocasiones frenético, expulsar la suciedad o asociarla con lo indeseable y con lo que puede ser rechazado para de una u otra manera exhibirse como aquellos cuya moral y práctica es más refinada, límpida y agraciada. Es gracias a estas determinaciones sociales que los medios de comunicación suelen representar una ventana inevitable de reproducción de los ideales de limpieza que dibujan a las mayorías populares o los agentes infecciosos como elementos indignos. Siguiendo y apropiando el planteamiento de Antoine de Baecque, los medios siguen un “código convenido y bienintencionado (la lengua de lo politically correct): son ellos los que, por medio de sucesivas mutaciones, mezclan las diversas etnias, abren vías de paso entre la infancia y la muerte, entre lo limpio y lo sucio, entre la higiene y la podredumbre, entre los vivos y los cadáveres”.[6]

Por hondamente problemático que sea recordarlo, la suciedad hace a la calle y viceversa. Una persona que día a día transita el transporte público e intercambia situaciones con los semejantes en el espacio público adquiere ese hedor singular de lo cotidiano, se relaciona con la inevitable mugre de lo público que desde luego no tiene aquí ningún tinte peyorativo. Hacer coexistencia en la res publica, consideramos, ensucia la corporeidad y el espacio y por ello la suciedad es un elemento popular imprescindible. Lo sucio, la mugre y la calle son características prácticamente indisociables. Sólo puede habitarse en la lasitud de la suciedad si el trabajo implica ensuciarse las manos como suele ocurrir con las labores operativas del trabajo hecho por manos humanas y comúnmente remitidas a los sectores más desfavorecidos. Trabajar involucra muchas veces ensuciarse, tal vez por ello la narrativa burguesa acude siempre a la cómoda hipocresía cultural de lo bello e impecable.

De esta manera es muy comprensible entender que los trabajos más pesados y desgastantes están vinculados a lo sucio, a lo mundano, a lo fatigante. Como contraparte necesaria aparece el trabajo tecnificado y operado en dimensiones de la máquina o la sobrecapacidad cognitiva que no es más que un asunto, en última instancia, de distribución económica y dependiente de los modos sociales de producción. El dominio de los instrumentos envuelve muchas de las veces la limpieza y la agilidad, la destreza de lo reluciente, lo que carece de mancha. En las dinámicas de explotación del capital actual, lo limpio es un asunto de quien no mete las manos sino para distribuir la muerte de las mercancías y las manos sucias del proletario.

A la suciedad, como vemos, se le añaden muchas de las mitologías políticas más condenables y despreciativas. Es en lo sucio donde aparecen las especies que resultan problemáticas. Por ello, con mucha facilidad, estas narrativas resucitan el odio y el rechazo que son también producciones esencialmente sociales. Tristemente, lo sucio de las mayorías es lo que, en muchas ocasiones, paga o realiza lo pulcro y límpido de lo opulento y lo conservador. En la ingrata refriega y sobajamiento de la suciedad de las mayorías populares puede leerse con ahínco el ensordecedor discurso de la segregación en donde la reproducción de la explotación se disemina y valida con amplia sutileza.

Conviene, en efecto, distinguir las suciedades. Hay algunas, las menos, que se encuentran en aquellos que manchan sus manos de suciedad política, en la estricta metáfora de la interpretación, el escarnio y el parcialmente tenue contubernio con los poderes fácticos de la real politik. En el prisma de la comunicación, la suciedad implicaría mancharse las manos con la información plagada de elementos confusos o de turbios intereses. Los poderes fácticos, esos que la candidata del Partido Acción Nacional, Bertha Xóchilt Gálvez Ruíz, no pudo diferenciar atinadamente, suelen tener en su ideario político la limpieza y el hecho de no mancharse las manos a menos de que sea una buena ocasión para la foto política. La limpieza, muchas de las ocasiones, está relacionada también con la pureza. La cuestión de lo limpio, en resumen, no es ajena a la experiencia política sino una buena herramienta discursiva para denostar los intereses ajenos.

El periodista Joaquín López Dóriga, de reconocida trayectoria informativa en otro momento asociada a la cadena Televisa, nos recuerda con su post ese discurso de pulcritud y rechazo de lo sucio que siempre se ha asociado a los sectores más pudientes que controlan nuestro país. Recordemos aquel pasaje mencionado por Fabrizio Mejía Madrid, en donde el difunto propietario de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, a quien, durante las mañanitas a la virgen de Guadalupe, “las pestes de la Basílica le hicieron taparse la nariz” y en cuyo rechazo fue increpado por el cardenal Norberto Rivera:

“¾ Aquí están los jodidos para los que haces tu televisión

¾ Por eso se las envío por satélite cabrón, para no olerlos. Puta madre ¿Qué no puedes poner un sistema de ventilación? [Reviró Azcárraga]

¾ Lo tenemos, pero la pobreza se adhiere”.[7]

Finalmente, ese par de fotografías tienen una dirección clara hacia el electorado y también a los intereses que suelen defenderse por quienes comparten esta mirada despectiva. En alguna de sus Notas sobre la fotografía, el semiólogo francés Roland Barthes señaló que “la fotografía es contingencia pura y no puede ser otra cosa”. A través de ella, se amplifica y acontece igualmente “el acceso a un infrasaber” el cual contiene “una colección de objetos parciales y puede deleitar con cierto fetichismo”. [8] Tal vez por esto, la publicación tuvo fuertes ecos en los marcados bandos comúnmente resumidos en el pueblo y los conservadores.

Lo relevante, insistimos, no es en realidad el par de imágenes posteadas en redes por el comunicador. Lo interesante es a qué elementos simbólicos y en medio de qué narrativas disputa el entendimiento del mundo y de la realidad. La reproducción de una ideología y un conservador sistema de creencias puede ser mucho más agudo que lo que exhibe la foto. El discurso penetra, desde luego, en las diferencias que no están en las fotografías sino en las dos directrices que sigue la realidad política nacional y sus desigualdades. Por un lado, lo limpio y lo ordenado, por el otro lo sucio y en consecuencia lo deplorable.El desprecio de la suciedad resulta ser una manifestación del odio a lo popular, a lo sucio y a lo manchado, a lo carente de orden. Evitar la suciedad y contrastarla no hace otra cosa que resaltar la cuantía moralina de la limpieza para hacer resurgir la oposición a lo que los intereses del pueblo y las mayorías representan. La basura personifica, de manera simbólica, muchas de las cosas que en las sociedades civilizadas intentan administrar, controlar y reducir. Tal vez no sea ninguna casualidad que la diosa romana Cloacina, la patrona de la cloaca máxima, sea también uno de los referentes inaugurales del control de los desechos en la civilidad.

[1] Doctor en psicología social. Actualmente es profesor investigador visitante de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa.

[2] Alzate Echeverri, Adriana, Suciedad y orden: reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810, Rosario, Universidad Nacional de Rosario, 2007, p. 26.

[3] Marx, Karl, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, México, Siglo XXI, 2023, p. 61.

[4] Ian Miller, William, Anatomía del asco, Madrid, Taurus, 1998, p. 39.

[5] Ibíd., p. 13

[6]  Baecque, Antoine de, “Pantallas. El cuerpo en el cine”, En A. Corbin, et al. Historia del cuerpo (Vol. 3), Madrid, Taurus, 2006, p. 378.

[7] Mejía Madrid, Fabrizio, Nación TV. La novela de Televisa, México, DeBolsillo, 2015, pp. 16-17.

[8] Barthes, Roland, La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía, Barcelona, Paidós, 2009, pp. 47-48.