Graue, el gris

CE, Intervención y Coyuntura

Dicen los conocedores de lenguas que Graue en alemán es gris. Y no hay mejor imagen para designar la rectoría de la Universidad Nacional en los últimos años. Importante por la cantidad de recursos que el pueblo de México le entrega y por su gigantismo burocrático, dicha institución se encuentra en una profunda crisis.

A diferencia de la elite conservadora que achaca dicho proceso de deterioro a los “ataques” del presidente a la institución –ahora limitado a señalar la inconfundible tendencia derechista y conservadora que la habita, desde hace tiempo– es claro que dicha crisis tiene su explicación en el propio deterioro de sus acuerdos y formas de gobierno.

Tensionada entre circuitos políticos, comerciales e intelectuales, son los abogados, los médicos, los ingenieros que han tenido que ir, poco a poco, compartiendo poder con nuevos actores, como la burocracia de la DGAPA o los “científicos” (el grupo de la Coordinación de la Investigación Científica), llevando a un extremo mayor la fragilidad de un elefante organizacional incapaz de control certero.

Un mes hay un paro y otro mes también, en medio de un cambio cultural y político, la UNAM ha comenzado a trasladar la falta de legitimidad de su gobierno hacia la propia enseñanza, afectada radicalmente desde la pandemia. En este último proceso el conjunto de la institución estuvo por atrás de las circunstancias, retrasando el regreso presencial y manteniendo una lógica desmovilizadora que volvió, en forma de farsa con la aparición de “chinches”.

Los últimos escarceos son claros: una Junta de Gobierno cerrada a cualquiera opción de cambio. Una autoridad deslegitimada y sin capacidad de gestión de los conflictos y, al contrario, su presencia los promueve de manera clara. Un estudiantado ausente, desorganizado y atomizado, a medio camino entre la pesadilla de los paros, los mercados que han inundado facultades y escuelas y con un proceso de deterioro de los procesos educativos.

Aunado a ello, las figuras que más destacan entre los candidatos a rector son parte de una continuidad y un juego que desde hace años se viene utilizando: la continuidad versus la reacción. Este juego se ha venido repitiendo al menos desde la huelga de 1999, en donde en cada ocasión se presenta a un candidato que representa la continuidad de los “esfuerzos” de la administración saliente,– la cual termina siendo evaluada como un mal controlado con aspectos “positivos”– quien se enfrenta a un candidato ligado a las élites empresariales que cuenta con un fuerte apoyo interno y de quien se espera –o al menos se espanta con el “petate del muerto”– que renueve las políticas más conservadoras que llevaron a la UNAM a las masivas huelgas. Es decir, este juego es parte de la lógica de conservación del poder en donde lo que pareciera un enfrentamiento entre posiciones bien distintas, en realidad es una representación que les permite jugar con el miedo de la comunidad universitaria, un baile que ahora es representado por Lomelí y Álvarez Icaza.

Una débil tendencia, subterránea, se mantiene en busca de la democratización de una de las instituciones con mayores déficits en su gestión, cuyos esfuerzos marcan que aquellos anhelos siguen vivos, pero atomizados en las lógicas del movimiento estudiantil y sindical. Agotadas las posibilidades inmediatas, todo parece que la UNAM se mantendrá como el enclave oligárquico que soportó el vendaval de la Cuarta Transformación, perfilándose hacia un acomodaticio segundo periodo. Veremos quien encabeza este proceso de transformismo hacia el 2024, por lo pronto, para festejo de la institución, su comunidad y la sociedad, el tiempo de la gris autoridad tiene fecha de término.