Estado de México: el infierno rosa de las mujeres

Arturo Flores Mora

Todas las propuestas y discursos del PRI en favor de la paz, la igualdad y la democracia se desvanecen por si solos cuando uno conoce el Estado de México.

La entidad mexiquense ha sido gobernada por el mismo partido desde 1929. El Estado de México tiene la deshonra de ser a nivel nacional el ejemplo de una forma de gobierno que concibe el aparato burocrático del Estado como una propiedad personal perteneciente a una camarilla, en este caso, el grupo Atlacomulco.

Desde este Estado se formularon las más vergonzosas frases célebres como «Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error» o «un político pobre es un pobre político»; dichos que, si bien nos recuerdan a un solo personaje, define exactamente cómo el PRI concibe a la política: como una lucha por cargos y no por ideales.

Está visión característica de la cúpula priísta mexiquense ha ocasionado que hoy en día el Estado de México sea la doceava entidad más pobre de la República, con 6 de cada 10 habitantes viviendo en situación de pobreza de acuerdo con datos estadísticos del Coneval.

Hoy podemos concluir que después de 94 años de ininterrumpidos gobiernos priístas no hay ni habrá voluntad por parte del mismo partido para erradicar la pobreza del Estado. Y no la habrá porque simplemente la pobreza es un elemento funcional a la permanencia del PRI en el poder que a través del clientelismo (sinónimo de extorsión) se aprovecha de las necesidades de la gente para conseguir sus objetivos electorales.

La ecuación es simple: Sin pobreza no hay PRI. Por tanto, la pobreza de la entidad no es algo natural, ni tiene sustento en la supuesta flojera de una población flotante que todos los días busca el pan de cada día en la Ciudad de México, sino que es realmente un mecanismo creado con propósitos electorales para preservar el dominio del PRI no sólo en el gobierno, sino en cada una de las vidas de los ciudadanos mexiquenses.

La estrategia concreta ha sido la siguiente: al pueblo se le abandona después de cada elección en la total podredumbre, y en tiempos electorales es ahí cuando el PRI hace su aparición a través de retoques estéticos en las colonias, despensas y tinacos. En el desierto de la desolación y la pobreza, intenta ser ese oasis ante los ojos de la gente, a pesar de que nadie más que él ha sido el responsable de generar este ambiente de miseria. Son 94 años de un círculo perverso que juega con las carencias más urgentes de vida del pueblo para seguir reproduciendo su dominio.

Sin embargo, el clientelismo, la entrega de dádivas como despensas que ni la cúpula priísta estaría dispuesta a consumir, o de tinacos en lugares donde no hay agua, ha evolucionado bajo el lema Montielista de que todo lo que se puede comprar con dinero en política resulta barato.

Ejemplo de ello es el Salario Rosa, fase superior de los monederos Monex cuando la campaña de Enrique Peña Nieto por la presidencia de la República aplicado a nivel nacional.

Probablemente lo único que ha llamado la atención del gobierno del tercer Del Mazo gobernante es el tema de la tarjeta rosa, hoy más presumida que el PRI y su candidata en el actual proceso electoral.

En 2017 la promesa estrella de campaña de Alfredo Del Mazo III fue la entrega de un monedero electrónico de 2400 pesos bimestrales a cambio de recibir capacitación para ejercer un oficio o de participar en actividades comunitarias.

Como sucedió en 2012, el distintivo del PRI para ganar la elección del 2017 en el Estado ante la fuerza creciente de Morena fue regalar la tarjeta rosa antes de la elección con la promesa de que, si el PRI triunfaba, por arte de magia se activaría la tarjeta para poder cobrar el monto estipulado.

Cabe destacar que está operación fue castigada en Coahuila; no fue así en el Estado de México, en dónde el IEEM históricamente ha sido un apéndice del PRI en materia electoral.

Si bien un tema que ha quedado pendiente en la lucha por la igualdad de género es el reconocimiento del trabajo de la mujer en el hogar, la tarjeta rosa no sólo lo incumplió, sino que agravó el rol secundario de la mujer reduciéndola a una pieza más de la sofisticada maquinaria electoral de extorsión priísta. Lo hizo a través de la ambigüedad de las reglas de operación que no estipularon en qué actividades comunitarias las mujeres podrían participar para hacerse acreedoras del apoyo.

Cuál sería la sorpresa que, a través de las órdenes de las coordinadoras del programa, mejor conocidas como «gestoras», las mujeres no sólo tendrían que invitar a más mujeres a registrarse al programa, sino también a acudir a eventos del gobernador (para promocionar a la responsable de la implementación de la tarjeta rosa, Alejandra del Moral), entregar tinacos, láminas y despensas por al menos una vez al mes. Es decir, tendrían en los hechos que trabajar como militantes y operadoras políticas del PRI.

Lo anterior explica por qué sólo el 1% de las beneficiarias accedió al programa a través de las reglas de operación, el 62% por medio de amigos y familiares, y el 15% por personas vinculadas a partidos políticos (Dávila, 2023, pág. 150).

Las autoridades priístas han tratado de justificar su aplicación, máxime en épocas cercanas a las elecciones, bajo el argumento de reducir la brecha de pobreza y desigualdad.

Sin embargo, el mismo Órgano Superior de Fiscalización del Estado de México ha evidenciado que los apoyos no se otorgan en las zonas con más necesidad en el Estado de México. Ejemplo de ello es que en una muestra de 26 mil mujeres a las que se les entregó el apoyo, sólo cinco mil de ellas se encontraban en las zonas de mayor pobreza en el Estado. (Dávila, 2023, pp. 149).

Lo anterior no es accidental. La hipótesis es que el PRI utiliza diversas estrategias clientelares de acuerdo con las características propias de cada región. Mientras en zonas de mayor desarrollo económico como en la zona norte del Estado, la tarjeta rosa se otorga en mayor medida, en las zonas con mayor rezago económico como en la zona oriente, se extorsiona a través de otras herramientas como el condicionamiento del agua, la luz y hasta el despojo de viviendas ubicadas en zonas irregulares por parte de organizaciones supuestamente campesinas que operan como grupos de choque del PRI.

El condicionamiento es el mismo; las recompensas cambian.

Sólo así podemos entender por qué en las zonas más necesitadas la promesa del salario rosa ha sido un mito.

A partir de este esquema, las esperanzas del PRI se enfocan en las más de 600 mil beneficiarias del programa que por recibir este aparente beneficio están obligadas a formar parte de la estructura electoral con la intención no sólo de ir simplemente a votar, sino también de participar como representantes partidistas y funcionarias de casilla en el próximo proceso electoral.

Lo anterior no es un dato menor ya que, en 2017 de los 141 beneficiarios de programas sociales, 9 mil fungieron como representantes de casillas, de los cuales 6 mil operaron a favor de Del Mazo (Barranco, 2018, pp. 35).

Cómo se puede observar, el salario rosa tiene más una intencionalidad política que un deseo sincero de mejorar las condiciones de vida de las mujeres.

Mientras que los programas sociales del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se otorgan por mandato constitucional por el simple hecho de ser estudiante, campesino, madre de casa o adulto mayor, el salario rosa de los gobiernos priístas no se otorga por el hecho de ser mujer, sino que se otorga siempre y cuando se trabaje para el PRI.

Cabe destacar que en todo caso: i) el salario rosa en vez de aligerar el trabajo de las mujeres en la casa, lo agrava, pues para tener derecho al apoyo, en los hechos se realizan ahora dos trabajos: 1) el trabajo en la casa; y 2) el trabajo como militante del PRI; y ii) que es un trabajo mal pagado que paradójicamente ¡No se da en salario!, sino a través de un programa social. Importa destacar que mientras una señora de limpieza cobra mínimo 250 pesos el día, la tarjeta rosa equivale a 36 pesos diarios, ya que reciben en realidad 2200 pesos menos 30 pesos de cobro por revisión de saldo. ¡Ni para dos tacos de maciza alcanza esta cantidad!

Ante esta realidad, las comparaciones resultan inevitables: mientras que cada año el dinero de los apoyos del gobierno federal se incrementa por arriba de la inflación, el monto del salario rosa no sólo no aumenta, sino que es menor lo que se cobra de los 2400 pesos prometidos en campaña.

En conclusión, el Estado de México es la entidad en dónde es más difícil ser mujer: además de la violencia intrafamiliar derivada de la falta de oportunidades de cada integrante y las alarmantes cifras de mujeres asesinadas ocasionadas por la cultura priísta machista y autoritaria, ahora se suma la violencia económica contra la mujer desde el gobierno de Del Mazo y Alejandra del Moral que consiste en hacer de la mujer una esclava a la que se le puede controlar en tiempos electorales.

Hay que decirlo claro: las mujeres en el Estado no son sujetos con derecho, sino objetos con obligaciones.

Si bien es absurdo creer que un monedero electrónico resolverá las dificultades que todos los días viven las mujeres, lo cierto es que la tarjeta rosa: 1) atenta contra los derechos políticos y la dignidad humana de la mujer; 2) refuerza su papel de dependencia, sometimiento y servilismo ante la sociedad; y 3) pervierte su cultura política y relaciones sociales al replicar en el seno familiar los mismos criterios clientelares que surgen desde la élite política priísta. Recuérdese lo que alguna vez advirtió Marx: Las ideas de las clases dominantes tienden a ser las ideas dominantes de toda la sociedad. En este caso, el dinero, el condicionamiento, la extorsión, el interés y la esclavitud por encima de la solidaridad, el amor, la cooperación, la igualdad y la libertad.

Por eso votar el 4 de Junio contra el PRI no sólo será un acto de liberación y de dignidad, sino incluso hasta de sobrevivencia.

La conclusión es clara: con el PRI, las mujeres no tienen futuro.

Bibliografía.

Barranco, B. (2018). El infierno electoral. México: Grijalbo.

Dávila I. (2023). Salario Rosa. El ejército femenil de promoción de Alfredo Del Mazo. En Bernardo Barranco, El regreso al Infierno Electoral. México: Grijalbo.