Enzensberger o la anarquía de la escritura histórica

Adrián Gerardo Rodríguez

Un debate de décadas recorre los círculos académicos de la historia: es la relatividad traída por el posmodernismo. Enraizada en la perspectiva de que nada existe fuera la mirada que interpreta y que el significado ya no reside más en el objeto por sí mismo, ha reducido la narración histórica a discursos, relatos, dispositivos de ficción (tropos, ideologías): cualquier tipo de historia responde a intereses propios y subjetivos del historiador,  afirma. De tal idea parte Keith Jenkins en su controversial libro ¿Por qué la historia? Ética y posmodernidad, en donde revisa las contribuciones al debate de varios pensadores, como Derrida, Lyotard, Richard Evans, Hayden White y Frank Ankersmit.

Jenkins propone nuevos derroteros para configurar otro tiempo sin necesidad de las usanzas de la historia tradicional. Anima a  concretar un pensamiento histórico emancipado, esto es, enterado de su finitud, a partir de lo cual se logre amasar “otra historicidad”, como diría Derrida. Tengo para mi que una forma de lograrlo es que la disciplina de la historia profundice su conciencia en torno a la potencialidad de la escritura como instrumento para mantener abierto el sentido del texto histórico y ganar al lector. En otras palabras: se trata de que la historia eche mano de las estrategias de la literatura, no para engañar, sino para ordenar el tiempo de acuerdo a la representación del mundo moderno.

En 1972, décadas antes de que el debate posmoderno se instalara en el seno de las ciencias sociales, Hans Magnus Enzensberger ya había vislumbrado los caminos de otra narración histórica. Su libro El breve verano de la anarquía relata la vida y obra del reconocido y aventurero anarquista español Buenaventura Durruti (1896-1936). La escritura de la obra mantiene una trama singular. Se compone de fragmentos de otros textos de muy variada índole (informes, crónicas, entrevistas, investigaciones) que hablan sobre Durruti y que fueron recopilados por Enzensberger.

Como si el autor no quisiera tocar directamente a su biografiado, dispone los testimonios (cuya extensión varía de tres líneas hasta tres hojas) a manera de “trama” para que el lector vaya hilando su propia imagen de Durruti, como si su participación fuera la “urdimbre” complementaria del tejido-texto. Ello a pesar de que entre los fragmentos de los testimonios se insertan “comentarios” que más bien sirven como referentes de los sucesos que a nivel nacional sucedían en España. Pareciera que Enzensberger echaba andar un procedimiento semejante al de la microhistoria italiana, que para entonces aún no se manifestaba, y cuya una de sus aportaciones es pasar del análisis histórico micro (lo individual) a lo macro (las grandes fuerzas históricas sociales y materiales) dentro de la narración. El escritor alemán, explica su radical estrategia así:

La historia es una invención, y la realidad suministra los elementos de esa invención. Pero no es una invención arbitraria. El interés que suscita se basa en los intereses de quienes la cuentan; quienes la escuchan pueden definir con mayor precisión sus propios intereses y el de sus enemigos. Mucho debemos a la investigación científica por desinteresada; sin embargo ésta sigue siendo para nosotros un producto artificial […] Sólo el verdadero ser de la historia proyecta una sombra, y la proyecta en forma de ficción colectiva. 

Enzenberg forja una historia con los tintes épicos que guardan los testimonios sobre Durruti. Pero al igual que en varias obras literarias e históricas modernas (como Pedro Páramo de Juan Rulfo o La noche de los proletarios de Jacques Rancière) su mérito fue sobre todo intentar suprimir la voz de un narrador omnipresente para ganarse al lector por otros medios. ¿Novela histórica? el lector decide.     

(publicado originalmente en El Portal de Letras)