En defensa de Ética para Amador

Ismael Hernández
Quienes hemos intentado romper la triste máscara y seducir en vez de intimidar sufrimos el desahucio de los colegas, aunque la amplia aceptación popular de humildes esfuerzos divulgadores como El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, o mi Ética para Amador prueban al menos que hay formas de abordar inicialmente los temas filosóficos que despiertan complicidad y no fastidio en los neófitos, único medio de estimularles para que luego prosigan por sí mismos el estudio comenzado. Los sesudos dómines consideran trivial cuanto se dice con sencillez. Aclaremos una vez más, en beneficio de catedráticos germanizantes y críticos literarios deconstruccionistas, la diferencia entre lo uno y lo otro: trivialidad es lo que le queda en la cabeza a un imbécil cuando oye algo dicho con sencillez.
Fernando Savater
Las publicaciones agudas y amenas de los viejos ateos del siglo XVIII escritas con talento, que atacan ingeniosa y abiertamente al oscurantismo clerical dominante, resultarán, a cada paso, mil veces más adecuadas para despertar a la gente del letargo religioso que las exposiciones aburridas del marxismo, secas, no ilustradas casi con ningún hecho bien seleccionado, exposiciones que prevalecen en nuestra literatura y que, con frecuencia (hay que confesarlo), tergiversan el marxismo. […] No hay absolutamente motivo alguno para temer que el viejo materialismo y el viejo ateísmo queden sin complementar con las correcciones aportadas por Marx y Engels. Lo más importante -lo que precisamente olvidan con mayor frecuencia nuestros comunistas seudomarxistas, en realidad deformadores del marxismo- es saber despertar a las masas.
Lenin
Anoche acabé de releer Ética para Amador de Fernando Savater, después de casi 30 años de haberlo leído por primera vez. Lo leí cuando tenía 15 y pocos libros me han marcado tanto, pocos libros han ejercido una influencia tan grande en mí. Y aquí empieza la polémica, algunos me tendrán por un completo tonto o por un derechista irredento después de esa declaración. Pues a riesgo de que me caigan encima esos juicios y otros peores, aquí nos proponemos hacer una defensa de ese libro, una defensa crítica, por supuesto, misma que puede dar pie a un debate mucho más amplio y profundo.
I
Cursaba el segundo año de preparatoria y llevaba la materia de ética, la cual me entusiasmaba bastante porque yo era un joven con muchas ganas de definir su manera de ser y de pensar y esa materia era propicia para ello. Lamentablemente, mi profesor no dio la talla. En lugar de darnos clase recurrió a esa maña de los profesores vaquetones: llevarse todo el curso con exposiciones de los alumnos y él se limitó a uno que otro comentario a dichas exposiciones y ya, eso fue todo de su parte. Entonces, aprendí bien poco de su clase porque las presentaciones de los estudiantes no suplen las clases de un profesor. El curso se trató de formar equipos que expondrían los capítulos de Ética para Amador. Como suele suceder, cada equipo leyó solamente el capítulo que le correspondía y se limitaba a estar presente sin prestar mucha atención cuando exponían los demás. No sé si escogió ese libro porque era el de moda o por otra razón, la verdad es que no recuerdo prácticamente nada de lo que él dijo a lo largo de ese año escolar, solamente que en una clase le preguntaron su opinión sobre Juventud en éxtasis de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y él, sin entrar en polémica y con deferencia, seguramente guardándose su opinión negativa, se limitó a decir que era mucho mejor el libro que él nos había encomendado.
Yo no lo compré, porque era un estudiante pobre y no compraba más que los libros estrictamente necesarios, pero se lo pedí prestado a una compañera de la cual había estado enamorado y que me bateó olímpicamente; ya saben, la típica historia del adolescente friendzoneado, fin de la nota marginal. Me propuse leerlo completo porque sabía bien que de las clases no aprendería nada y ese era todo el material que tenía disponible, esa era toda la bibliografía de la materia. Recuerdo que lo leía en mi casa, en un cómodo sillón que estaba en la sala, junto al mueble de la tele. Lo leía por la tarde, tarde noche; no había nadie en casa porque mis papás regresaban tarde de trabajar. Aquel libro fue para mí una verdadera revelación que, más allá de todo slogan publicitario y todo lugar común, me cambió la vida. Es un libro cuyas enseñanzas realmente tomé en serio y me guiaron en los momentos más importantes de los años siguientes. En cuanto lo terminé de leer, se lo devolví a quien me lo había prestado. Es curioso que ese libro me haya marcado tanto y nunca lo tuve; solamente lo leí y lo devolví; sin embargo, las ideas sí se quedaron en mí mucho más que las de otros libros que llevan años en mi librero.
Ya en mi último año de bachillerato, busqué por mi cuenta y compré, ese sí, Política para Amador, e igualmente me impactó. Sin embargo, aunque me marcaron igualmente muchas de las ideas ahí expuestas, no se las “compré” todas, porque para ese tiempo otras lecturas, como los textos de Ricardo Flores Magón, contrarrestaban en mí el liberalismo de Savater.
Luego vino la huelga de 1999 en la UNAM y ahí entré en contacto con muchos jóvenes que, como yo, pertenecían a colectivos estudiantiles y organizaciones de izquierda, o provenientes de familias de izquierda, o con otras lecturas y otra formación intelectual. Entonces descubrí, con un poco de sorpresa, que prácticamente todos con los que hablé al respecto tenían una opinión muy negativa de Ética para Amador. El colectivo estudiantil de mi preparatoria, y particularmente yo, antes de la huelga estuvimos prácticamente aislados del resto de la izquierda universitaria, y de la izquierda del país, por supuesto; y nuestra formación, mi formación, fue un poco heterodoxa. En realidad, se trata de un fenómeno más profundo y general: el desdibujamiento de la izquierda y la organización partidaria popular producto de la caída del Muro de Berlín. Entonces éramos una generación que entró a la vida política prácticamente sola, sin una guía de las generaciones anteriores, sin un referente organizativo e intelectual, recogiendo lo que podíamos de nuestro entorno. En la huelga descubrí que la tradición y concepción política que animaba nuestra lucha era, en buena medida, incompatible con las ideas de Savater y que él era parte del bando contrario, que era parte de los apoyos internacionales de la derecha local contra la que estábamos luchando. Como es sabido, la huelga del CGH terminó con la toma militar de Ciudad Universitaria y el encarcelamiento de cerca de mil estudiantes, entre ellos yo. En las semanas que pasé en el Reclusorio Norte algunos intelectuales fueron a visitarnos y nos llevaron libros. A mí me tocó, qué casualidad, El valor de educar, también de Savater. Lo leí ahí, encerrado, y también me pareció genial, agudo, ameno, divertido. También quiero volver a leerlo desde la mirada adulta que tengo ahora. No está demás señalar que un compañero de infortunio me preguntó que leía, le mostré el libro y después de hojearlo, me dijo con un tono de burla, sorpresa e indignación combinadas: “El prólogo es de Elba Esther Gordillo”. En fin, cuando salí de la cárcel, retomé mis estudios, ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras, a la carrera de filosofía, y entonces fueron los maestros los alguna vez en clase soltaron de pasada comentarios despectivos y reprobadores sobre Ética para Amador, como el que era un libro bastante bobo, por ejemplo.
II
Cuando preguntaba a mis compañeros activistas estudiantiles o colegas de la facultad por qué aborrecían tanto el libro en cuestión, por sus respuestas me di cuenta de que muchos no lo habían leído, otros no lo habían entendido y otros no quisieron entenderlo; a estos últimos la posición política del autor les bloqueó la comprensión e, incluso, su lectura completa; leyeron un par de capítulos y lo despacharon rápidamente, desde el principio iban totalmente prejuiciados. Recuerdo a una compañera de la Facultad que cuando el asunto salió en alguna conversación, me dijo que era un libro muy malo y luego, con tono burlón, como mofándose de la bobería que ella le atribuía al libro y buscando mi aprobación, dijo: “hijo, la ética es cuando te levantas en la mañana y vas a la escuela”. ¿En qué parte del libro se dice eso? ¿No entendió o no quiso entender? Otro compañero me dijo que el planteamiento de Savater es que hay órdenes, costumbres y caprichos. Pero que él, un estudiante de la Facultad de Ciencias, pensaba que Savater estaba equivocado porque la vida es mucho más que eso. ¡Pero precisamente eso es lo que dice el libro, que la vida no puede limitarse a órdenes, costumbres y caprichos! Evidentemente, ninguno de los dos pasó del segundo capítulo y lo leyeron con tanta repugnancia, que apenas pasaron los ojos sobre las páginas sin el propósito auténtico de entenderlo y mucho menos de aprender de él. En mi caso, yo leí el libro sin saber nada del autor y en una época en la que en mi medio no existía el internet, así que era imposible googlear a Savater para ver sus artículos en El país y comprobar que es un derechista contumaz. Quizá esa ignorancia me sirvió para leer el libro sin la carga negativa con la que mis compañeros universitarios de izquierda lo hicieron. Cuando tuve conocimiento del autor y sus posturas políticas, ya me había dado la oportunidad de una lectura desprejuiciada o, si quieren, inocente, que me permitía separar la paja del trigo.
Algunas otras personas tenían críticas un poco más elaboradas, pero a mi juicio, igualmente injustas. Algunos, entre ellos compañeros estudiantes y profesores de filosofía, lo acusan de simplificar los temas tratados, y están en lo cierto porque no es un tratado filosófico sino un libro de divulgación, dirigido particularmente a adolescentes. Cualquiera que haya dado clases en bachillerato sabe bien lo difícil que es abordar temas filosóficos o cualquier tema algo abstracto, con jóvenes que no cuentan con el bagaje cultural necesario, que no tienen el hábito de la lectura, que no tienen las herramientas para el ejercicio del pensamiento y, lo más importante, que muchas veces no tienen la voluntad de aprender y reflexionar un poco porque sus intereses son otros. ¿Cómo le planteas un tema filosófico a esos jóvenes sin simplificarlo? Para mí nada es más molesto ni patético que esos profesores tan desubicados que le dan clase a preparatorianos como si estuvieran impartiendo una cátedra magistral en La Sorbona, o eso sienten ellos, y quieren poner a leer Verdad y método a jóvenes que en muchos casos no han leído un libro completo en sus vidas. Esos colegas quisieran entablar un coloquio con las mentes más lúcidas de todos los tiempos para exponerles sus profundas reflexiones (ajá, porque ellos tienen la cabeza llena de ideas geniales y originalísimas) y se frustran cuando los ponen al frente de un grupo de muchachos de bachillerato. Entonces, le exigen a los estudiantes de preparatoria que se comporten como si fueran de doctorado, en lugar de asumir el reto de hacerles accesibles las ideas de los grandes filósofos.
Nada más difícil, y más meritorio, creo yo, que explicar lo complejo de manera sencilla, que acercar a los no iniciados a los temas de la filosofía; primero, porque habla de la nobleza de compartir lo que se sabe, y segundo, porque ese proceso es en sí mismo un gran ejercicio intelectual de comprensión, interpretación y creatividad. Claro que en ello se pierde profundidad, pero, insistimos, Ética para Amador es un libro que no está dirigido a especialistas sino a jóvenes que muy probablemente no tienen idea de qué es la filosofía y que muy probablemente tampoco les interesa. ¿Qué parte de “es un libro para adolescentes” no se termina de entender? En la misma línea, otros colegas dicen que el libro no aporta nada, que todos los temas e ideas ya se encuentran planteados con mayor profundidad en los textos de los grandes filósofos como Aristóteles, Kant, Sartre, etc. y tienen toda la razón, el propio Savater reconoce que en los planteamientos de su libro, en las ideas de fondo, no hay ninguna originalidad.
Otro aspecto relevante de Ética para Amador es que es un libro ameno, incluso divertido. ¡Oh pecado! Muchos confunden la profundidad con la solemnidad y sienten que se pierde en la reflexión si la escritura no tiene un tono gris, árido y rígido. No entienden que la profundidad y el ingenio también se revelan en la agudeza y el humor. También pasan por alto que muchos de los grandes filósofos, algunos de los que más han influido en la historia, en las masas de su tiempo, fueron escritores de pluma ágil, ligera y amena, grandes escritores llenos de ironía como los ilustrados (Voltaire, Diderot, etc.), por no hablar del propio Marx. Las obras de estos pensadores son influyentes, entre otras razones, porque su lectura resulta placentera, gozosa; en cambio otros prefieren escribir mamotretos que a uno lo hacen cabecear hasta que se le caen de las manos pues no contienen ni una pizca de retórica (en el buen sentido del término) y leerlos es casi una penitencia. Parte del éxito del libro que comentamos está en su tono alegre y festivo, incluso en los chises, que a pesar de estar escritos con un lenguaje y en el contexto español, ¡hostia, tío!, son comprensibles para los hispanohablantes en general.
Considero que aquí también opera la manía típica de quien pretende ser o pasar por intelectual de ningunear todo lo que hace el prójimo porque creen que eso los coloca a por encima… aunque ellos no produzcan nada de nada. Es el crítico implacable con las obras de los demás pero que nunca ha creado una obra propia; claro, él asegura que podría producirla, y sería genial; podría, pero las circunstancias se lo han impedido; o promete que lo hará… algún día, cuando se inspire. Algunos que se pretenden intelectuales creen que reconocer el trabajo de los demás los rebaja y que su altura está en proporción directa al despreció con que se refieren al trabajo de los demás. Evidentemente, lo que hay detrás es mucha, mucha envidia y mucha frustración. Viven diciendo, “yo puedo hacer algo mejor”… pero nunca lo hacen. Como bien señala Juan Domingo Arguelles, hay mucho de estafador en aquel crítico implacable: “Tan duro es con los demás, que pensábamos que también lo sería consigo mismo; dado que exigía a los otros obras maestras, creíamos que sin duda él las produciría; puesto que criticaba imperfecciones, estábamos seguros de que él cultivaba perfecciones” y “nadie encuentra incoherencia, contradicción o incongruencia en el hecho de exigir obras maestras a los demás mientras el que tales obras exige se entrega tranquila y dulcemente a producir harta y hedionda basura”[1]… cuando llega a producir algo.
Otro elemento que despierta escozor entre muchos es precisamente el éxito de Ética para Amador y, aún peor, el éxito comercial. Con la consideración correcta de que muchos bestseller son verdaderos bodrios producto de la publicidad; la gente con tendencias de izquierda, o que presume de intelectual, sospecha que la celebridad del texto que nos ocupa solamente es resultado del marketing de una empresa transnacional como es la editorial Ariel. Cierto, una gran campaña de promoción ha acompañado al libro desde sus inicios, pero eso no explica por completo su éxito ni demerita su contenido. Muchas obras maestras también son un éxito de ventas, sin perjuicio de su calidad, como Cien años de soledad, por ejemplo. Cada nuevo libro de Gabriel García Márquez venía acompañado de una avasalladora campaña publicitaria de la transnacional editorial Diana, y eso no hacía dudar a nadie de la calidad de esos libros. Por supuesto, no se puede comparar a Savater con García Márquez; lo que queremos decir es que el éxito comercial de un libro no es señal inequívoca de su mala ni de su buena calidad.
Otros más conceden que la empresa de Savater es meritoria, pero señalan que hay muchos otros libros de iniciación a la filosofía mucho mejor logrados. En ese punto tienen razón, hay muchos de divulgación filosófica que son geniales, como Ética para mis hijos y no iniciados, de Sirio López Velazco; Historia de las preguntas por qué, de José Ezcurdia y La filosofía explicada a mi hija de Roger Pol-Droit, entre otros; pero eso no le quita mérito a Ética para Amador. Por supuesto, sería un error considerar que el libro de Savater es el único de su género y que un profesor o un lector se encerraran en ese texto y nada más, pero conocer y reconocer los otros muchos textos bien logrados en la misma línea no es un argumento contra Ética para Amador en sí mismo.
III
Definitivamente, lo que más pesa en el rechazo a Ética para Amador es la posición política de su autor, reconocido hombre de derecha, camarada de lo peorcito de la derecha latinoamericana como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze, Carlos Alberto Montaner y toda esa calaña. La izquierda sospecha que Ética para Amador es un peligroso panfleto de adoctrinamiento derechista, y ese es uno de los temas que vamos a problematizar.
Asumiendo lo evidente, que el autor es un hombre de derecha, vale considerar que en la propia derecha hay matices. Nada más equivocado que el mantra “todos son lo mismo”, sea que nos refiramos a la izquierda, la derecha, los gobiernos progresistas, los musulmanes o cualquier grupo humano. Por otro lado, suele suceder que el pensamiento de una persona no es un bloque sólido y coherente sino que en él conviven pensamientos disímiles y contradictorios sobre distintos temas. Es el caso de nuestro autor, en algunos temas tiene posiciones claramente reaccionarias y en otros temas tiene posiciones más bien progresistas. Entonces, lo que tenemos es que, tanto en su actividad política como en su pensamiento, Fernando Savater incurre en múltiples incongruencias… como casi todos los seres humanos en algún momento. En el pensamiento y mucho más en la política y en la moral, la incongruencia es lo común; lo extraordinario es lo contrario, que una persona sea coherente.
En concreto, en cuanto a la relación de Savater con la derecha española, me parecen pertinentes las palabras de Héctor Subirats: “Una curiosa paradoja une a los que acusan a Savater de ser cómplice de Aznar y Cía. Es verdad que si uno ve los telediarios oficiales el uso de la figura de Savater es constante… ¡Tan sólo en eso! Mucho se cuidan ellos de hacer propaganda de las ideas que Savater pueda tener sobre la educación, la religión, las drogas, la monarquía o el aborto. Pues exactamente lo mismo hacen los otros: señalan la coincidencia tan sólo en el punto del problema vasco, pero mucho se cuidan de destacar las enormes diferencias que pueda tener con el ejecutivo”. De ninguna manera queremos exculparlo de sus posturas y alianzas políticas detestables y presentarlo como un inocente que es utilizado por los truculentos políticos del Partido Popular de Aznar. Una persona como Savater, que tanto aboga por la libertad y la responsabilidad individual, difícilmente puede ser usado por otros sin su conciencia y su decisión, con lo cual ya no está siendo usado, por supuesto. Pero me parece acertada la observación: tanto uno como otro bando explotan y se centran en sus posturas más retardatarias y pasan por alto las demás, las que no sirven para apuntalar su discurso.
Aquí no vamos a hacer una defensa de las posiciones políticas de Fernando Savater, dios nos libre, ni del conjunto de su obra; sino la defensa crítica de uno, sólo uno, de sus libros. Asumido lo evidente, decíamos, que el autor es un hombre de derecha, la primera pregunta es: ¿Qué tanto aparecen en Ética para Amador las ideas reaccionarias de su autor? En caso de que la respuesta sea negativa, viene otra pregunta: ¿qué tanto podemos separar ese libro del conjunto de la obra de Savater? ¿Podemos hacer una lectura de Ética para Amador al margen de otros libros suyos donde sostiene posiciones retrógradas como la defensa de la tauromaquia, por ejemplo? Suponiendo que el libro de marras no es un prontuario de ideas reaccionarias, nos encontramos con el viejo problema de separar al autor de su obra. En ese tema hay casos emblemáticos. ¿Podemos separar al gran novelista Vargas Llosa del político derechista defensor de las peores causas? ¿Podemos leer obras maestras como La fiesta del chivo sin que nos nuble la vista el recuerdo de las posiciones políticas deleznables del autor? ¿El hecho de que Octavio Paz plagió la tesis central de Laberinto de la soledad, que se erigió como el gran cacique cultural de México y que fue un cortesano de los peores autócratas neoliberales nos impide reconocer que fue un gran poeta y ensayista? En el caso que nos ocupa, la pregunta es, ¿podemos considerar que Ética para Amador es un buen libro a pesar de que su autor es un derechista? Incluso si el libro en cuanto tal fuera una especie de manual de la derecha, podemos plantear preguntas aún más profundas: ¿un libro es malo solamente por plantear ideas de derecha? Hablando de clásicos, ¿podemos considerar que los libros de Karl Popper, Edmund Burke, Herbet Spencer, Heidegger o, para hablar de latinoamericanos, Domingo Faustino Sarmiento, Lucas Alamán o Laureano Vallenilla Lanz, son malos solamente por ser de derecha? ¿Qué es entonces un libro malo y qué es un libro bueno? ¿Libro bueno es el que está escrito desde el punto de vista de la izquierda y libro malo es el que está escrito desde el punto de vista de la derecha? ¿Podemos reconocer que un libro es bueno, que vale la pena leerlo y estudiarlo, disfrutar su lectura y hasta recomendarlo, aunque contenga ideas de derecha? Pensar que solamente los libros que concuerdan con nuestra ideología son buenos y dignos de lectura es una postura sectaria y completamente contraria a la reflexión y al pensamiento crítico.
Algunos camaradas dicen que sería mejor que se hiciera un libro semejante, en propósito y tono, pero desde la perspectiva de la izquierda. De acuerdo pero ¿quién le va a poner el cascabel al gato? ¿Quién va a emprender esa tarea? Porque es fácil rechazar un libro y decir que en su lugar debería escribirse otro que fuera así o asá. Pues adelante, escríbanlo, nada los detiene. Si ellos logran escribir un libro de ética para adolescentes con una visión de izquierda que supere a Ética para Amador, yo voy a ser el primero en leerlo, elogiarlo, recomendarlo y aplaudirles. La izquierda tiene el reto intelectual de superar a la derecha, de construir una cultura superior y para ello no basta con criticar la visión liberal del mundo, tenemos que avanzar en construir positivamente la nuestra. Pero esta nueva visión del mundo, la visión de los explotados y oprimidos, no puede construirse negando mecánicamente toda la ideología liberal y burguesa, sino que debe recuperarla y superarla en sentido dialéctico. Y, además, esos libros sí existen, pero ellos no los conocen, lo cual pone en duda la amplitud de la formación intelectual de estos críticos implacables.
IV
Para acercarnos a la respuesta de esas preguntas, pasemos, pues, a comentar el contenido del libro. Como bien señala el autor, no se trata de un manual clásico de filosofía para bachillerato, no es una historia de la ética ni pretende presentar un panorama de las distintas corrientes filosóficas. Más bien, es una exposición de su particular visión de la ética, la cual desarrolló ampliamente en obras como Invitación a la ética y Ética como amor propio; textos a los que pueden recurrir quienes tanto claman por profundidad. Savater define la ética como el arte de saber vivir, y en el núcleo de ese arte está la libertad humana. Esto no es nada extraordinario, la consideración de que la libertad es el punto de partida de la moralidad y de la ética es bastante frecuente en los textos de ética para bachillerato, incluidos textos de corte claramente marxista como Ética de Adolfo Sánchez Vázquez. Claro, éste último también aborda todos los matices y limitaciones que tiene la libertad humana y también expone la postura contraria, el determinismo. En cambio, Savater se limita a desarrollar la postura con la que comulga: los seres humanos somos libres y, por tanto, responsables de nuestras decisiones y sus consecuencias. Esta idea, tan básica, aparentemente tan obvia, que somos libres, que tenemos el poder de elegir, me cimbró cuando leí el texto a los 15 años porque generalmente los seres humanos vamos por la vida en piloto automático, sin conciencia de nuestra libertad, de nuestra capacidad de decidir. Savater lo expone de manera genial, comparando el sacrificio de las hormigas soldado en defensa de su hormiguero ante un ataque de termitas con el sacrificio de Héctor en la defensa de Troya, narrado en la Iliada. Como bien señala, a diferencia de las hormigas, que están programadas para hacer lo que hacen, para sacrificarse por su grupo, Héctor es un héroe porque decidió libremente pelear contra Aquiles, porque decidió libremente sacrificarse para defender su ciudad. Héctor, a pesar de lo dramático de la situación, tenía opciones, entre ellas, negarse a ser héroe, con los costos que eso acarrearía. Se admira a Héctor y su lucha es digna de ser cantada por Homero precisamente porque teniendo otras opciones, tomó la más difícil y la más honorable. Entender eso, que siempre tenemos opciones, que somos libres (con todos los matices, pero libres al fin), me impactó cuando mi primera lectura de la obra, me hizo tomarme muy en serio mis decisiones a partir de entonces. Ese es el propósito del libro: plantearnos que cada uno de nosotros debe elegir libremente su camino y asumir la responsabilidad de las decisiones tomadas, en lugar de ofrecer, como muchos otros libros sobre el tema, y peor aún, los de superación personal, un recetario de respuestas para cada problema moral.
A pesar las presiones, coerciones y condicionamientos de todo tipo, dice Savater, siempre tenemos un margen de libertad, siempre está en nuestras manos el poder de decidir; no el poder de decidirlo todo (porque eso sería la omnipotencia) sino de decidir algo. Lo citamos: “En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza”.[2]
Qué fácil es negar nuestra libertad y achacarle la responsabilidad de nuestros actos a los astros, las circunstancias, el inconsciente, la sociedad, nuestra crianza, nuestro carácter, la modernidad líquida y los algoritmos en lugar de asumir que nosotros decidimos, aunque sea en parte, ser como somos y hacer lo que hacemos. El peso de la responsabilidad de nuestra libertad es muy grande, sobre todo cuando se han tomado malas decisiones. Es mucho más cómodo pretender que no somos libres. Ya lo había dicho Fromm, en quien se apoya bastante Savater, el miedo a la libertad es una realidad de las sociedades de masas. Por supuesto, como marxistas entendemos que el momento histórico en que nos toca vivir, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, las formas de propiedad, la división social del trabajo, la división de clases, etc. nos condicionan de mil maneras, pero si no lo matizamos asumiendo que, dialécticamente, también existe la libertad, caemos en un determinismo unilateral que, además de falso teóricamente, nos conduciría al inmovilismo político. Desde nuestro punto de vista, la libertad es un proceso, la libertad, tanto personal como social, es una conquista sobre los condicionamientos que nos determinan. Para Spinoza, la libertad comienza con el conocimiento sobre nuestras pasiones, con formarnos una idea clara y distinta de ellas. Para Lenin, en el plano social la conquista del reino de la libertad, es decir, la construcción de la sociedad socialista comienza con la toma de conciencia de la clase obrera sobre su situación, esto es, con la conciencia de clase. Para ambos, el primer requisito para conquistar la libertad es la conciencia, el conocimiento. Sin embargo, considero que es acertado plantear, de entrada, que somos libres, aunque después la idea se vaya problematizando.
Citando a Sartre, nuestro autor nos dice que estamos condenados a ser libres, y que todos los mecanismos para evadir la responsabilidad de nuestros actos no nos salvan del remordimiento, la culpa y de la consciencia de que nosotros fuimos quienes elegimos, nada nos libera de nuestra conciencia culpable cuando obramos mal, aunque por fuera logremos engañar a los demás. Entonces, la única postura válida moralmente es elegir y asumir la responsabilidad de nuestros actos; tratar de enmendar lo malo y aprovechar lo bueno. En una síntesis genial nos dice que, al decidir, la divisa deber ser no fallar; pero puesto que nadie es infalible, lo segundo es fallar sin desfallecer. Finalmente, dice que cada uno de nuestros actos, cada una de nuestras decisiones, nos va transformando, que, si obramos bien, cada vez nos será más difícil obrar mal y viceversa, que todas nuestras decisiones dejan una huella en el mundo y en nosotros mismos.
Savater continúa diciéndonos que cotidianamente nos mueven órdenes, costumbres o caprichos y que eso esta bien para el día a día, pero para cuestiones vitales, no basta con eso, que entonces es necesario que inventemos, que tomemos una decisión por nosotros mismos. Dice Savater: “la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual. El que no hace más que huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros, según normas establecidas por ellos, no es más que un pobre esclavo”.[3] Y nos advierte que a veces calificar a alguien como “bueno” es simple manipulación, porque se da el calificativo de “bueno” a quien es dócil y obediente. La nota peculiar de Savater es que, por supuesto, como buen liberal, todo su planteamiento se refiere a la libertad del individuo, con cierto dejó de aversión al Estado. Considero que en este punto es donde la izquierda debe dialogar con el liberalismo y superarlo en sentido dialéctico: no se trata de negar sin más la importancia del individuo y su libertad, lo cual nos haría caer en la caricatura que los liberales hacen de nosotros, cuando dicen que los izquierdistas sacrificamos al individuo ante la sociedad, la nación, el Partido, el Estado o la Historia. Todo lo contrario, se trata de demostrar (en la teoría y en la práctica) que la verdadera libertad individual solamente puede darse en una sociedad donde haya sido abolida la división de clases. Creo que la izquierda no debe estar contra la libertad del individuo sino demostrar la libertad individual que nos promete el liberalismo en el marco de la sociedad de mercado solamente es una ilusión.
V
Bien, el ser humano es libre y responsable de sus decisiones. ¿Qué hacer con nuestra libertad? Savater responde, siguiendo a Rebelais: ¡Haz lo que quieras! Pero apoyándose en el relato bíblico del plato de lentejas, nos advierte que no debemos confundir lo que realmente queremos con los caprichos, y que no debemos tomar decisiones apabullados por la sombra de la muerte. A lo largo de este y todos sus libros Savater es absolutamente contrario al nihilismo y la necrofilia, sostiene un rechazo constante a la muerte y un abrazo entusiasta a la vida. Ese es, para mí, uno de sus puntos más atractivos. Otra vez, nada nuevo, esta postura es la de grandes filósofos como Spinoza, a quien cita explícitamente: “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”.
Savater nos dice que, en el fondo, lo que todos queremos es la buena vida; o como diría Aristóteles, de quien abreva el español en este punto, la vida buena, la felicidad. Sin darnos una receta, nos dice que en el centro de la buena vida están las relaciones con los otros seres humanos. Sin embargo, esto no significa que uno deba sacrificarse por los demás. Este es uno de los puntos donde más se deja ver el liberalismo individualista de Savater y donde hay que poner más atención para entender y asimilar el núcleo de verdad que contiene. Savater dice que el bien es llevar una buena vida y que el mal consiste en alejarnos de ella, en consecuencia, buscamos el bien por una motivación egoísta, por interés propio, precisamente porque en eso consiste el bien: en el propio bienestar. Y aquí viene lo esencial: Savater dice que no tiene nada de condenable buscar lo mejor para uno mismo, pero lo mejor para uno mismo es establecer relaciones de respeto, amistad o amor con los demás. Es decir, el bienestar propio no puede fundarse en la infelicidad de los demás, en la opresión, el engaño o el abuso de los demás. En este punto viene uno de los planteamientos más profundos del libro, que tampoco es suyo original: los malos, los criminales, los manipuladores, los violentos, los traidores, los mentirosos, etc., hacen lo que hacen por un “amor propio desesperado”, tratan de imponer o robar lo que solamente tiene sentido cuando los demás nos lo dan voluntariamente: respeto, admiración, empatía, comprensión, amor. Otra cita: “¿qué conoces tú que sea mejor que ser amado? Cuando alguien quiere dinero, o poder, o prestigio… ¿acaso no apetece esas riquezas para poder comprar la mitad de lo que cuando uno es amado recibe gratis?”[4] La clave de la vida buena son las relaciones de afecto y respeto con los demás y que quien busca ser temido es porque fracasó en lo primero. Lo verdaderamente valioso no son las riquezas ni el poder sino la relación de afecto con nuestros semejantes: “La mayor ventaja que podemos obtener de nuestros semejantes no es la posesión de más cosas (o el dominio de más personas tratadas como cosas, como instrumentos) sino la complicidad y afecto de más seres libres”.[5] Lo que resuena en estas palaras es el imperativo categórico de Kant de tratar a los demás como fines y no como medios y la regla de oro: no hagas a los demás lo que quieres que te hagan a ti.
El meollo del planteamiento, el que hay que pensar y debatir, es que, de acuerdo con Savater, el bien se hace o se debe hacer por un interés egoísta, porque el bien, o lo bueno, consiste precisamente en el bien de uno mismo, en la buena vida que todos deseamos darnos, en nuestra felicidad, sin embargo, ello no puede ir separado del bien a los demás. Aquí tenemos una visión de la moral distinta a la de inspiración judeocristiana que nos dice que la bondad consiste en la renuncia a nuestro propio bienestar en aras del bienestar de los demás. Savater se opone a toda moral del sacrificio; al contrario, la piedra angular es el propio bienestar, el amor propio, pero bien entendido, amor propio con la consciencia de que lo mejor que podemos darnos a nosotros mismos es una buena relación con los demás, la cual debe partir también del bienestar de ellos. Si observamos bien, este planteamiento también es distinto a aquel propio del capitalismo más salvaje que postula que el individuo es lo único que cuenta y que para conseguir su bienestar hay que aplastar a los demás, que el mundo es una jungla y la vida una guerra de todos contra todos. Savater no estaría de acuerdo con eso puesto que procurar la ruina de los demás, redunda en la ruina propia, para él el núcleo de la ética es buscar el propio bienestar pero eso no se consigue en guerra con los demás, sino asociándose con ellos, construyendo relaciones fraternas con ellos. Savater no estaría de acuerdo con Hobbes en que el hombre es el lobo del hombre y en el mundo impera y debe imperar la guerra de todos contra todos; estaría más de acuerdo con Rousseau en que los seres humanos debemos ser socios unos de otros.
El liberalismo seduce a las masas porque atiende a una preocupación legítima: el bienestar propio y el deseo de libertad. Llamar al sacrificio y la renuncia de los intereses propios en aras del bienestar de los demás (de la pareja, los hijos, la familia, la nación, el Estado, el partido, la humanidad, etc.) es un llamado a una ética de mártires y santos, que no atrae a las masas. Por supuesto, en situaciones límite vale la pena sacrificar la propia vida, muchas personas han dado su vida y sacrificado su propia felicidad por ideales colectivos, pero debemos asumir que eso sucede precisamente porque se trata de enfrentar una situación injusta. Una sociedad realmente humana sería aquella en la que nadie se vea obligado a renunciar a su propio bienestar y que la búsqueda de ese bienestar propia sea compatible con el bienestar de los demás. El sacrificio y la renuncia al propio bienestar, nunca pueden ser un fin en sí mismos. Finamente, la prédica de una moral del sacrificio y la renuncia muchas veces lleva dentro un engaño pues en muchas ocasiones quienes predican la renuncia y sacrificio, se refieren a que los otros renuncien sus intereses y bien estar y se sacrifiquen por ellos, que no renuncian a nada; típico caso del cura regordete y glotón que vive rodeado de lujos pero predica a sus feligreses resignación ante los sufrimientos en este valle de lágrimas, y que no olviden dejar el diezmo. Por el otro lado, decir que el interés propio está encima de cualquier cosa es un llamado a la guerra de todos contra todos, que nos conduce al desastre en que vivimos. Esto último es la prédica de los mal llamados “libertarios”, la nueva derecha troglodita que defiende un capitalismo extremo y caricaturizado. ¿Cuál es la opción? Savater diría: que cada quién busque su propio bienestar, y el centro de ese bienestar es lograr buenas relaciones con los demás. De acuerdo, solamente que desde la izquierda acotaríamos que eso no se puede realizar, al menos no plenamente y de manera generalizada, en el marco de una sociedad de mercado y dividida entre explotados y explotadores.
VI
El siguiente punto de Savater es decirnos que la buena vida, la vida feliz, la cual no puede ir separada del placer o, mejor dicho, de los placeres. Es decir, tenemos un planteamiento hedonista bien entendido. Una de las ideas más acertadas de Savater es que la vida no admite simplificaciones, y que cuando un placer, o cualquier cosa, se vuelve lo único en la vida, la empobrece. La vida es esencialmente compleja y cualquier intento de huir de esa complejidad, cualquier intento de simplificar la vida y centrarla en una sola cosa, como podría ser un placer, en realidad es un intento de huir de ella, en realidad, nos acerca a la muerte. Entonces, no se trata de una defensa ramplona del placer sino de una defensa matizada, meditada. En este punto el libro se convierte es una vacuna efectiva contra el puritanismo y el conservadurismo, contra toda visión pesimista y martirológica de la vida, contra esa visión beata de que la moral y el bien están emparentados con el sufrimiento y la renuncia. En la defensa del placer bien entendido, encontramos otra vez una defensa de la vida. Savater no defiende ni una moral del sufrimiento ni un hedonismo ramplón. Nosotros acotaríamos que el capitalismo actual nos promete una vida de satisfacciones y placeres pero ello es un espejismo, que el mercado incentiva el hedonismo superficial y cortoplacista de consumismo, pero precisamente ese sería uno de esos placeres que absorben nuestra vida y nos empobrecen espiritualmente.
VII
En el último capítulo, Savater aborda la relación de la ética con la política, emulando a Aristóteles en el último capítulo de su Ética a Nicómaco, que es su inspiración. En principio nos dice que, quien busque la buena vida no puede desentenderse de la situación de su sociedad, es decir, que la ética no puede divorciarse de la política, con lo cual estamos completamente de acuerdo. Sin embargo, a mi juicio, lo más interesante es que para él “la ética no puede esperar a la política”. En seguida explica: “No hagas caso de quienes te digan que el mundo es políticamente invivible, que está peor que nunca, que nadie puede pretender llevar una buena vida (éticamente hablando) en una situación tan injusta, violenta y aberrante como la que vivimos”.[6] Últimamente he observado que la opinión negativa sobre un gobierno (la corrupción, la incompetencia, la ignorancia, etc.) en muchas personas no es una protesta legítima ante tales males ni el preludio de una lucha denodada para cambiar la situación, sino que se usa solamente como coartada para la propia corrupción del ciudadano, para la ineficiencia y mediocridad del ciudadano: “si el gobierno es tan corrupto, ¡qué puedo hacer yo más que seguir la corriente y sumarme a la corrupción!”. Para ese tipo de personas sería catastrófico que hubiera un buen gobierno, pues se quedarían sin excusas para ser como son, se quedarían sin excusas para ser malos ciudadanos.
En el mismo tenor, Savater nos dice que todos los tiempos siempre han sido malos tiempos para vivir, que en ninguna época las personas la han tenido fácil para actuar correctamente: “Por mucho mal que haya suelto, siempre habrá bien para quien quiera bien” y, no menos importante, viceversa: “por mucho bien que hayamos logrado instalar públicamente, el mal siempre estará al alcance de quien quiera mal”.[7] Ahí tenemos, por un lado, un llamado a la conciencia, a la acción, a no dejarse llevar por el conformismo de las circunstancias negativas. Y por el otro, ese escepticismo tan suyo respecto a las utopías, a la pretensión de erradicar por completo el mal, ya que los seres humanos somos libres y elegir el mal siempre será una opción. Por las mismas razones, mucho más contrario es Savater a imponerel bien, de ahí su oposición a toda política prohibicionista que quiera volver a los ciudadanos buenos a la fuerza. Por supuesto, deja claro que hay un mínimo de convenciones que deben imponerse por la fuerza del Estado, pero el núcleo de la moral no puede legislarse.
Finalmente, nos dice cómo sería un sistema político compatible con su visión de la ética: a) respetaría al máximo la libertad individual, b) garantizaría el respeto a la dignidad y los derechos de las personas y c) daría asistencia a los débiles y desprotegidos. Los puntos a) y b) son los clásicos del liberalismo: la libertad es el valor primordial y la única restricción justificada es proteger la libertad de los demás; el punto c) es de un elemental asistencialismo socialdemócrata. Por supuesto, eso no es un planteamiento izquierdista que abogue por una revolución social, no le pidamos peras al olmo. Pero lo cierto es que tampoco se trata de ideas de extrema derecha.
En suma, en Ética para Amador no encuentro ninguna defensa del racismo, el sexismo, el imperialismo o la explotación; sí encontramos un planteamiento liberal clásico, hasta adornado con algunos matices de asistencia social. Es un planteamiento liberal, sí; ¿y por eso lo vamos a condenar? ¿Acaso no debe la izquierda dialogar con el liberalismo, asimilarlo y superarlo dialécticamente? ¿Acaso no hay nada qué aprender del liberalismo o de los liberales? ¿Acaso todo lo que ellos hacen, dicen, escriben y piensan es descartable en bloque? El liberalismo es una respuesta a inquietudes reales y legítimas del ser humano (la búsqueda del bienestar y la libertad individuales). En lugar de negar esas inquietudes o condenarlas, desde la izquierda deberíamos dar una respuesta mejor a ellas, una respuesta real y no la respuesta ilusoria que representa el liberalismo.
VIII
Seguramente esta defensa de Ética para Amador me costará que algunos me condenen como revisionista, hereje, claudicante e hijo de Aznar. No me preocupa, ya que a lo largo de los años he podido comprobar que dentro de la izquierda los más puristas, los que supuestamente son más radicales, los que emprenden cacerías contra los herejes, con frecuencia son los primeros en doblarse y pasarse al otro bando cuando la coyuntura o el hambre les aprietan. Radicalidad verbal sin acción, mala combinación. Nada más sospechoso que los académicos archi radicales en el discurso, pero que, como decía Fidel, no disparan ni un chícharo. Mi honestidad intelectual y el convencimiento de que esto puede abrir un debate necesario, me llevan a hacer esta apología de un texto poco querido nuestros medios. Aunque también me motiva el deseo de afirmación individual, ¡oh pecado!; la convicción de que uno no debe esconderse ni dejarse llevar por la corriente sino defender sus ideas con argumentos, hasta convencer o ser convencido. La defensa de las propias ideas, la honestidad intelectual, también es una manera de practicar nuestra libertad. No llamaría a esta una lectura culpableporque, como dice Savater, el sentimiento de culpa es propio de aquellos que han usado mal su libertad, aquellos que han tomado malas decisiones, y se castigan a sí mismos por ello, en lugar asumir gallardamente las consecuencias y estar abiertos a enmendar lo que haya que enmendar. Bien decía Sartre que la libertad nos vuelve auténticos.
[1] Juan Domingo Arguelles. El género curricular. México, Universidad Autónoma de Nuevo León, Aldus, 1999. p. 47.
[2] Savater, Fernando. Ética para Amador. Barcelona, Ariel, 2008. p. 25.
[3] Ética para Amador. p. 43.
[4] Ética para Amador. p. 90.
[5] Ética para Amador. p. 93.
[6] Ética para Amador. p. 117.
[7] Ética para Amador. p. 118.