El suicida de Auvers*

Raúl Soto

La ciudad de Nueva York vive en estos momentos, y por enésima vez, la amenaza de un enfrentamiento racial. Desde la última semana de diciembre [de 1986], después que un grupo de jóvenes blancos asesinaran en su barrio a un joven negro, las calles de Manhattan han sido el escenario de marchas y protestas antirracistas. El alcalde Ed Koch, por su parte, criticaba la lentitud de la investigación policial y buscaba establecer el diálogo con las organizaciones de la comunidad afroamericana. Y cada día el mayor periódico neoyorquino se refería con preocupación al tema. Mientras tanto y en el otro lado de la ciudad, cientos de personas se agolpaban al Museo Metropolitano de Arte para presenciar la exposición Van Gogh en Saint-Remy y Auvers, que reúne gran parte de la producción pictórica del pintor neerlandés durante sus últimos quince meses de vida (de mayo, 1889 a julio de 1890).

La luz de París

Vincent van Gogh logra producir su obra mayor en sólo cinco años. El famoso cuadro Los comedores de papas de 1885 ‒con toda la carga dramática enfocada en los rostros y las manos, su luz tenue e irreal y sus tonos sombríos‒ es el punto culminante de los años de aprendizaje autodidacta y de estudiar a los pintores nórdicos, principalmente. Dicho periodo se caracteriza por los colores terrosos, el dibujo de trazos vigorosos y el realismo visceral. También por los temas relacionados con la actividad cotidiana de los campesinos y mineros, coherente con los ideales socialistas que van Gogh profesaba. En una carta a su hermano menor Theo le explica: “He querido escrupulosamente tratar de dar la idea que esa gente, bajo la lámpara, come sus papas con las manos, que meten en el plato, y que también han trabajado la tierra, y que mi trabajo exalta, pues, el trabajo manual y el alimento que ellos se han ganado así, tan honradamente”.

En enero de 1886, van Gogh se matricula en la Escuela de Bellas Artes de Amberes y la abandona a los pocos meses debido a la mediocridad academicista de los profesores. Se dirige a París ‒donde vive Theo‒ en busca de colores brillantes. Nunca más regresará a los Países Bajos. En la capital francesa encuentra el clima de rebelión necesario para sacudirse del realismo tradicional de los maestros neerlandeses, donde los impresionistas, por casi dos décadas buscaban romper las concepciones académicas acerca del color y la luz que imperaban en los salones oficiales. Van Gogh se relaciona con la vanguardia artística y hace amistad con Gauguin, Signac, Pissarro, Bernard… En París, descubre la libertad compositiva de los artistas japoneses y paulatinamente aclara su paleta, gracias al estudio sistemático de las combinaciones y separaciones de la escala cromática. En cuanto a los temas, se inclina por la naturaleza, sin excluir a la gente. que integra magistralmente al paisaje en pocos trazos. Ese aprendizaje lo prepara para que en Arlés pinte una serie de retratos icónicos.

En busca de sol

Después de vivir dos años intensos en París se dirige al sur en busca de sol. Cézanne y Gauguin le habían descrito la belleza de la campiña provenzal y en particular Arlés. Este periodo es de trabajo intenso, es como si van Gogh tratara de evadir la soledad y la incomprensión de sus contemporáneos. Sin embargo, persiste en su idea de formar una comunidad de artistas de clara tendencia socialista. Le escribe al pintor Emile Bernard: “Estoy cada vez más convencido de que los cuadros que habría que hacer para la pintura actual fuese completamente ella misma y ascendiera a una altura igual a las cimas serenas alcanzadas por los escultores griegos, los músicos alemanes, los novelistas franceses, superan las posibilidades de un individuo aislado; así que serán probablemente por grupos de hombres que se reunirán para realizar una idea común”.

Van Gogh no gozaba con su soledad creadora y, al contrario, le gustaba compartir sus conocimientos y experiencias. Tras mantener una correspondencia fluida con Paul Gauguin, lo convence para que viaje a Arlés y fundar juntos el Taller del Mediodía, proyecto concebido por el neerlandés y para el cual había redactado un programa de trabajo. Al principio, los dos artistas pintan juntos en completa armonía, pero poco a poco las discrepancias personales y estéticas aumentan hasta llegar al plano de las agresiones. Dos pintores geniales y de temperamentos explosivos no podían compartir el mismo taller. Gauguin escribe en su diario: “Entre dos seres como él y yo, uno un volcán perfecto, el otro también en erupción interna, una contienda se estaba preparando”. Van Gogh trata de agredir físicamente a Gauguin y en un acto de auto expiación, se corta la oreja derecha. Luego vendrá un periodo de inestabilidad emocional y, por primera vez, tiene frecuentes ataques de epilepsia. Su fiel hermano Theo siempre lo apoya. Todo el sufrimiento ‒diría Vallejo‒ se había empozado en la profunda sensibilidad del pintor y ahora rompía los diques de la cordura.

A las puertas del delirio

Pese al desgaste psíquico van Gogh conserva su agudeza mental, como demuestra la copiosa correspondencia con Theo. Por propia iniciativa decide internarse en el manicomio de Saint-Rémy ‒aldea situada a veintidós kilómetros al noreste de Arlés‒ con la esperanza de curarse. Llega el 8 de mayo de 1889 y lo primero que hace es situarse en su nuevo hábitat para pintarlo. Observa extasiado, a través de los barrotes de su habitación, los campos en flor. Después de un mes le permiten salir al mundo exterior. Van Gogh recorre la campiña y sus ojos nuevamente se acostumbran a la luz intensa y a los tonos cálidos de la tierra provenzal. Pinta soberbios paisajes, cipreses inmensos y olivos de forma casi humana. Su ritmo de trabajo es el de siempre: pinta y dibuja sin descanso, incluso de noche.

La apoteosis de las formas en movimiento, de las líneas ondulantes y de la composición enfatizando el primer plano se materializa en la Noche estrellada (junio, 1989). Ante la imposibilidad de encontrar modelos, van Gogh se compenetra con la naturaleza para interpretarla a su manera. Dicho cuadro, con un ciprés ondulante que sostiene el cielo lleno de espirales encima de Saint-Rémy, simboliza la belleza violenta del cosmos en el que se encuentra inmerso el ser humano indefenso. Y el artista, en su inmensa soledad, al pintar la Noche estrellada se enfrenta así al mundo y a la realidad. “El cuadro no es un retorno al romanticismo ni a las ideas religiosas, no”, escribe Vincent en su libreta de apuntes. Pocos días después sufre el primer ataque de epilepsia en el manicomio y permanecerá un mes sumido en la inconsciencia. Al salir a flote pinta un Autorretrato, que lo reafirma como ser humano y como artista. Aquí vemos a van Gogh con su paleta en la mano, emergiendo de un fondo azul oscuro, con el rostro pálido y verdoso. Su expresión inquietante contrasta con el pequeño Autorretrato de fines de septiembre, destinado a su madre. La cara pintada en amarillos y naranjas no tiene barba y parece más joven, aunque su expresión muestra un desamparo incurable. También es notable el Retrato de Trabuc ‒su enfermero‒ donde la severidad del rostro está acentuada por las líneas duras de su chaqueta que se prolongan a la papada.

Regreso al norte

La salud mental de van Gogh continua inestable y ahora el medio ambiente de Arlés lo agobia. Finalmente, el 16 de mayo de 1890 deja los campos soleados de Provenza. Permanece sólo tres días en París con Theo, ya casado y con un hijo al que le ha puesto el nombre de su hermano. Luego se dirige al norte, a Auvers-sur-Oise, donde lo espera para tratarlo el Dr. Paul-Ferdinand Gachet, quien era aficionado a la pintura y amigo de los impresionistas que habían trabajado en el lugar: Monet, Sisley, Pissarro, Cézanne, Renoir… Además, contaba con una apreciable colección de sus obras. Van Gogh se siente a gusto con Gachet, también gran lector como él. El retrato que le hace en azules refleja muestra al médico agobiado por la melancolía. El artista recorre los campos de Auvers para compenetrarse con el hábitat. Primero hace estudios al carboncillo para luego pintar al óleo con su pasión que lo caracteriza. Sus paisajes logran tensiones inéditas por la forma como empasta y superpone los colores como el magistral Campo de trigo con cuervos. Y es en uno de esos sembríos donde Vincent van Gogh se pega varios tiros y muere dos días después, el 29 de julio de 1890. Su suicidio fue un acto premeditado, lúcido. No quería perder la razón por completo y estaba convencido de que ni su intensa actividad lo iba a salvar de la locura. Además, poco antes había escrito: “la tristeza dura toda la vida”.

(Publicado en el semanario Cambio, Lima, enero 22, 1987)