El símbolo que es el presidente y su contexto histórico

José Ángel Vega

México vive una de las situaciones más importantes en la época actual de cara a las elecciones presidenciales del 2024. No cabe duda de que los diversos actores políticos que han obtenido una relevancia social, a causa de polémicas o decisiones que destacan de entre el aparato gubernamental, brindan una nueva cara, una especie de simbolismo por sí mismos, el cual otorga oportunidad a la representación social que todo actor político necesita.

Actores como Santiago Creel, Xóchitl Gálvez o Enrique de la Madrid, han sido una representación total de las ideas opositoras en el México actual (aunque esto no esconde la precaria situación que sufre la oposición, que llega hasta lo absurdo en algunos casos). Del otro lado (o del lado mayoritario), se encuentran nombres como: Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal, Adán Augusto López e inclusive, Gerardo Fernández Noroña, personajes los cuales, indiscutiblemente, no llegan al simbolismo social que representa el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Mucho se puede decir de la situación que se vive en la actualidad, y es menester decir mucho de ese presente que la sociedad experimenta. Sin embargo, de cara a lo que se vivirá en el 2024, no se debe de olvidar el contexto histórico del cual proviene la sociedad mexicana, contexto que hay que analizar (si bien, no desde la época feudal en México), sí desde el auge exponencial de la ideología neoliberal en la nación.

El ciudadano mexicano venía de experimentar una serie de cambios ideológicos, propios de una guerra cultural, efecto de las transiciones en las formas de gobierno, las cuales pasaron de ser caracterizadas por un proteccionismo económico a ser basadas por un conjunto de ideas neoliberales propias del sexenio del presidente Miguel de la Madrid, que veían en la privatización y la poca intervención del Estado una oportunidad de crecimiento económico, lo cual, desde esa perspectiva, llevaría a un desarrollo social para la población mexicana.

Cabe destacar que este tipo de políticas públicas no solamente cambian las maneras de “hacer política”, sino que también alteran la forma de pensamiento social en las personas con respecto a lo que a las ideas se refiere.

La sociedad mexicana se vio inmersa en un contexto ideológico que promovía la individualización sobre el colectivismo (cuestión que incrementó durante un buen lapso el pensamiento meritocrático). Llegó el momento en que el mexicano dejó de lado la ideología revolucionaria y pueblerina para pasar a un proceso de americanización, que veía en el “sueño americano” el éxito al que cualquiera debería de aspirar. Este proceso se vio reflejado tanto en las prácticas políticas como en las sociales, y en los fenómenos que lo perciben, tal como el haber pasado de identificarse al colectivo mexicano como “el pueblo” a la, en ese entonces, modernizada “sociedad civil”.

Pero, más allá de los cambios en el campo semántico, la transición ideológica se vio reflejada totalmente en la forma de vivir del mexicano, y su manera de ver las problemáticas sociales que le competían, llenándose de un sesgo que le hacía creer que el mérito era por lo que el humano había de vivir, y ver en la sociedad de consumo una puerta para llenar su vacío existencial con base en el acumulamiento y el “estatus” que este llegaba a dar. Asimismo, el proceso de despolitización que esto causó era algo notorio, y se hacía notar con expresiones entre la sociedad tales como: “Los políticos son una bola de corruptos” o “qué importa el que gane, si todos son lo mismo”. Una especie de resignación se vio entre la sociedad, resignación ante los problemas sociales que hacía creer que, si un individuo estaba mejor que otros, era por su mérito y esfuerzo, y que el gobierno poco o nada tenía que ver en todo esto, al sólo ser un aparato lleno de corrupción y gente que se hace rica a costa del abuso de poder.

No fue hasta que la crisis social se hizo notar, que los mexicanos empezaron a volver a enfatizar ese colectivismo intrínseco que se lleva culturalmente. Y fue este sentimiento de colectivización el que vio su total representación en Andrés Manuel López Obrador.

Como símbolo de una esperanza en el colectivo mexicano, colectivo que durante muchos años fue omitido y víctima de abusos de parte del Estado en el que se vivía, López Obrador llegó a tener la capacidad de mover al sector mayoritario de la nación que había sido excluido, sector que no entraba dentro de la categoría de la antes mencionada “sociedad civil”, puesto que se comenzó a identificar a sí mismo como “pueblo” de nueva cuenta.

Los recursos discursivos de López Obrador forjaron lo que se llamó en su momento “la esperanza de México”, y es que, no podía ser de otra manera al encontrar un lugar como dirigente nacional dentro del pueblo mismo. Frases tales como: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada” o “primero los pobres” hacen dar cuenta de un respaldo teórico que mucho tiene que ver con la forma de ejercer política mediante un tipo de “línea de masas”, una base teórica la cual se fundamenta en el apoyo a las mayorías y el combate al aparato burocrático corrupto de ese entonces.

El triunfo en el 2018 no es sólo un triunfo político de un actor que se había mostrado insistente (incluso después de tantos fraudes electorales), sino un completo parteaguas en la historia de México que no solamente se debe de comprender mediante los discursos actuales, sino también tomando un respaldo teórico e histórico de por medio, el cual expande los horizontes del entendimiento mexicano.

El símbolo que representa López Obrador para la sociedad mexicana será muy difícil, incluso imposible, de ser llenado otra vez, y no cabe duda de que este proceso de transición en la política interna de la nación es clave a la hora de entender la situación actual, no solamente como un estudio teórico, pero como una concientización social del porqué de las cosas del hoy.