El PRD: un intento de balance temporal.
Jorge Puma
Hace tiempo que algo está roto en la izquierda mexicana, algo que la corriente progresista y liberal no atina a nombrar porqué vive de espalda a su pasado radical, o porqué nunca ha sentido conexión alguna con él. Y aún así resulta sorprendente, o tal vez no, que el Partido de la Revolución Democrática se sume junto con el PRI y el PAN a la agenda de Sí por México. Baste decir que la agenda “progresista” de Sí por México no es más que otro homenaje de la reacción y los intereses fácticos al triunfo del ideal igualitario en nuestro país, un Pacto por México 2.0 que ni siquiera se atreve a decir su nombre. Por eso, que el PRD, el partido que heredó el registro del Partido Comunista y nació de la irrupción electoral del neo-cardenismo en 1988, se pronuncie a favor de “garantizar la propiedad privada y el libre emprendimiento” habla de una deriva ideológica total o de la mala costumbre de no leer lo que se firma.
La izquierda partidista mexicana terminó el siglo XX con una sensación de desorientación y oportunidades perdidas que sus constantes triunfos electorales no pudieron borrar. No es extraño que esa izquierda haya transitado de la crisis del socialismo real a una nueva identidad democrática y de ahí a un redescubrimiento de la diversidad cultural y a un replanteamiento en clave socialdemócrata. La fluidez ideológica suele ocultar una transformación social y política al interior del PRD que poco tiene que ver con esas etiquetas y que en cambio muestra el desgaste de la militancia proveniente de los movimientos sociales y de las antiguas organizaciones radicales de los años sesentas y setentas. A eso hay que sumar el colapso de los referentes internacionales de la izquierda revolucionaria, la crisis de la tercera vía y el surgimiento de un polo de izquierda radical no partidaria ligeramente agrupada entorno al neo-zapatismo. Hablar de la crisis del PRD se ha vuelto lugar común, pero para los votantes de izquierda el partido del sol azteca se convirtió en esa pareja infiel a la que se perdonó casi todo por años hasta que la última infidelidad y golpiza fueron demasiado. Los ejemplos de críticas al perredismo abundan en los periódicos, revistas y libros académicos. La variedad de izquierda incluye textos de los militantes de la izquierda radical dejada en el camino, los huérfanos de las mil escisiones y los liberales recién llegados. Y, sin embargo, llama la atención que el balance crítico de algunos de sus militantes no llegue muy lejos, pareciera que luego de treinta años lo único que queda es una suave patina de las lecturas de la tercera vía, críticas al populismo copiadas al liberalismo de derecha, y cierto resentimiento ante las derrotas en la última elección interna.
La empresa académica va un poco más lejos y se beneficia de la distancia política y metodológica. Pocos o tal vez ninguno de los que emprenden el intento de comprender al PRD tardío pasaron por la ingrata experiencia de las luchas partidarias internas, el brigadeo mercenario ni los compromisos que la política real impone y que son muy diferentes a los sacrificios de la militancia universitaria o clandestina de generaciones anteriores. Protegidos en la estadística electoral, la limpia legislación progresista o la evaluación de los programas sociales nunca veremos las vicisitudes de la militancia de a pie ni a la mugre de la burocracia partidista o el desencanto del asesor que escribió los discursos. En ese espacio gris en el que se sustentó la labor electoral y política del PRD del siglo XXI donde un análisis histórico y sociológico todavía está pendiente. La historia del PRD que aún está por escribirse tendrá por fuerza que decirnos qué pasó con la militancia en la Ciudad de México, Michoacán y Guerrero, pero también en el norte y el occidente, después del 2000. Comprender el fracaso del PRD de constituirse en una opción nacional y su imposibilidad de empujar una transición política y económica más allá del neoliberalismo es una tarea urgente para la izquierda obradorista.
Creo que el balance crítico del PRD tiene sentido ante el intento de blanquear el pasado y convertirlo en la expresión indisciplinada de la tan soñada “izquierda moderna”. Es cierto que el PRD no está muerto, pero no es el espacio desde el cual podrá construirse ni la oposición al obradorismo ni la raíz que la izquierda mexicana deba valorar por más que varios de sus integrantes vienen de ahí. El PRD, como el PPS, es parte de la herencia a la que debemos renunciar, pues ni siquiera tiene el pretexto de la mentalidad de sitio de los sectarios de los setentas o la rigidez del estalinismo criollo. Y si bien nadie debe olvidar las luchas campesinas de Álvaro Ríos ni a los centenares de muertos perredistas durante el Salinato, los errores de Lombardo y de lo que queda del PRD son suficientes para guardarlos en el cajón de los sueños rotos.