El placer –y responsabilidad– de disentir

Ilustración de Rahmad Kurniawan

Alejandra Trejo Nieto

Profesora de El Colegio de México

En un mundo marcado por las posiciones enfrentadas y la inmediatez de las opiniones, el acto de disentir en materia política se convierte en un ejercicio tanto necesario como placentero. Disentir no es simplemente opinar; implica analizar, cuestionar y, en última instancia, comprender las complejas dinámicas que definen la convivencia en sociedad. En un sentido profundo, es un acto de libertad y responsabilidad que permite navegar entre las múltiples narrativas, decantarse por aquellas que –a nuestro juicio– resultan más sólidas y justas, y contribuir a un diálogo enriquecedor.

El disentir, ese acto de expresar ideas discordantes con el consenso es no solo una práctica fundamental en la esfera pública; es un placer intelectual y ético. En un mundo donde la uniformidad sofoca la creatividad y el pensamiento crítico, disentir es una fuente de satisfacción personal y colectiva. Pero el disentir no siempre implica oposición frontal; a veces, se manifiesta en formas más sutiles, como la ironía, la resistencia pasiva o la propuesta de alternativas inesperadas. Estas formas de disenso nos conectan con una creatividad que trasciende la mera confrontación. Disentir no es solo decir “no”, sino también imaginar un “sí” diferente. Este ensayo explora cómo el placer de disentir reside en su capacidad para enriquecer el debate público, reafirmar la autonomía individual y abrir caminos hacia la transformación social. También cómo es un acto de responsabilidad y compromiso.

Disentir: el arte de pensar y expresarse críticamente

El disentir comienza con el pensamiento crítico, una capacidad que, lejos de ser innata, se cultiva mediante el estudio, la reflexión y el diálogo. Hay en ello un placer que radica en el proceso: desenmarañar un discurso político retórico, identificar las falacias de un argumento o contextualizar una política pública dentro de sus limitaciones estructurales no solo enriquece el entendimiento, sino que también empodera.

El acto es profundamente satisfactorio porque desafía la pasividad mental. Requiere preguntarse: ¿Qué intereses están detrás de esta postura? ¿Cuáles son las posibles consecuencias de esta postura o política? ¿Qué voces están siendo excluidas de esta narrativa? Cada respuesta amplía el panorama, convirtiendo el acto en un ejercicio intelectual gratificante. El disentir surge también de la capacidad de cuestionar nuestras propias certezas. El debate público, como esfera de lo humano, está lleno de grises y contradicciones. No solo desafiamos las ideas de otros, sino también las nuestras, sometiendo nuestras creencias a la prueba de la lógica, la ética y la evidencia. Este ejercicio puede ser incómodo, pero también profundamente liberador.

El placer no solo es individual, sino que también se encuentra en la dimensión colectiva del debate el cual no avanza a través del consenso absoluto, sino mediante la confrontación de ideas. Cuando disentimos, contribuimos al pluralismo necesario para que una sociedad evolucione. En un espacio de debate enriquecido por múltiples perspectivas, las ideas se fortalecen al ser puestas a prueba, y las soluciones a los problemas sociales emergen con mayor creatividad y eficacia.

El acto de disentir es, en esencia, un acto de construcción colectiva. En la esfera pública, expresar desacuerdo permite no solo criticar, sino también obliga a proponer. El placer radica en saber que al disentir contribuimos a una conversación más honesta y, potencialmente, a propuestas.

El disentir como ejercicio de libertad y como acto ético

Disentir es, en su esencia, un ejercicio de libertad. Al expresar una opinión distinta, rompemos con la conformidad y reivindicamos nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. En una sociedad democrática, el disenso no solo está permitido, sino que es deseable, pues garantiza que ninguna idea, por popular que sea, quede exenta de escrutinio. En este acto, el placer radica en la afirmación de la propia autonomía: disentir nos recuerda que somos agentes libres, capaces de formar juicios independientes frente a las presiones externas. Este ejercicio puede ser profundamente satisfactorio. Cuando disentimos, nos posicionamos frente al poder, desafiamos narrativas hegemónicas y cuestionamos decisiones que afectan a la vida pública. Este desafío nos permite influir en el diálogo colectivo, resistir el silencio cómplice y defender convicciones propias.

Disentir no es solo una actividad intelectual; es también un acto ético y una responsabilidad. En política, implica reconocer las implicaciones de nuestras decisiones políticas. Cada voto, cada opinión expresada en un foro público, tiene un impacto en las vidas de otros. Disentir nos permite actuar tanto con empatía como con responsabilidad, conscientes de las consecuencias de nuestras elecciones.

Pero disentir en política no siempre es fácil, especialmente cuando los discursos dominantes deslucen a las voces discordantes. Entonces, disentir puede ser un acto de valentía. Sin embargo, precisamente en este riesgo reside un tipo particular de placer: el de saber que nuestras palabras tienen peso, que sacuden estructuras y desafían el status quo.

El placer de imaginar futuros posibles

El disenso ético no busca solo señalar problemas, sino imaginar y construir soluciones. En este sentido, está profundamente vinculado a la acción. La historia está llena de ejemplos donde el disenso político se convirtió en el motor de grandes transformaciones. Los movimientos por los derechos civiles, sociales y económicos, las independencias de las colonias y las luchas feministas nacieron del acto de disentir frente a sistemas injustos. Este legado nos recuerda que disentir no es un acto nihilista; es un acto de imaginar que el cambio es posible.

En la actualidad, el placer de disentir se magnifica frente a los retos de una sociedad confrontada, donde el diálogo se ve reemplazado por el ruido. Aquí, disentir con inteligencia, con argumentos sólidos y con empatía puede ser un bálsamo para el debate público, una forma de construir puentes en lugar de reforzar muros.

Es decir, el disenso no es un ejercicio puramente racional; también involucra la imaginación. Al analizar el presente y expresarnos, proyectamos posibles futuros y evaluamos las rutas que podrían llevarnos a ellos. Este proceso no solo es crucial para la acción política, sino que también despierta un sentido de esperanza y agencia. Nos permite imaginar sociedades más justas y prosperas, y trabajar activamente hacia su realización.

En este sentido, el placer de disentir radica en la posibilidad de influir, aunque sea modestamente, en el rumbo de la historia. Al hacerlo, participamos activamente en la construcción de un proyecto colectivo, lo que nos conecta con el propósito más profundo de la política: mejorar la vida en común.

Conclusión: más allá de la opinión

El acto de disentir es un ejercicio intelectual, ético y profundamente humano que trasciende la mera opinión. En un contexto geopolítico francamente fragmentado y difuso, se erige como un acto de resistencia frente a la superficialidad y el pensamiento único. Es un acto de placer: el placer de pensar críticamente, de abrazar la complejidad, de actuar éticamente y de imaginar un futuro mejor. Pero también es un acto de intentar comprender el mundo tal como es y de participar activamente en su transformación.

Disentir es un privilegio y una responsabilidad. En las sociedades contemporáneas, donde las redes sociales y los medios de comunicación amplifican todo tipo de expresiones, el desacuerdo puede convertirse en un acto vacío, un simple gesto performativo. Una opinión disidente, sin respeto, sin un análisis de fondo ni un compromiso con el cambio, corre el riesgo de diluirse en la cacofonía de voces que dominan el espacio público. Lo que resulta es ese «activismo de sofá» que permite que se exprese desacuerdo sin asumir las consecuencias, ni comprometerse con una transformación real. Reducir el disenso a una cuestión meramente opinativa es limitar su alcance y su potencia transformadora. Disentir, más allá de la opinión, implica no solo cuestionar ideas o narrativas, sino también las estructuras, sistemas y prácticas que las sostienen. Es un compromiso más profundo con el cambio, una postura ética que trasciende la comodidad del debate superficial para entrar en la esfera de la acción y la creación de alternativas.

El placer de disentir reside en su potencial para liberar, enriquecer y transformar: es una expresión de nuestra humanidad. En un mundo que a menudo exige conformidad, abrazar el disenso es, en última instancia, un acto de esperanza y una fuente de profunda satisfacción.