El incentivo de la produccion y del consumo en una economia de libre mercado
Enrique Vera Estrada
En una economía de libre mercado lo más indispensable es acelerar el nivel de producción de bienes y diversos satisfactores que en muchas ocasiones no son consumidos por las masas. Keynes detectó en su momento que en todo sistema económico se producen los bienes indispensables para la subsistencia, como los alimentos, la vivienda y el vestido básicos, así como también se produce otro tipo de bienes que son los superfluos, los cuales no son indispensables para la subsistencia, sino que se consumen para tener un estatus más elevado en la sociedad. Dentro de estos desde luego existen los automóviles de lujo, los teléfonos celulares, los abrigos de visón, las bebidas alcohólicas caras e incluso artículos de joyería lujosos, que son consumidos –todos en su conjunto— por la clase pudiente, con el objeto de mostrar un estatus superior. La clase adinerada destina en estos momentos una porción creciente de sus ingresos para la compra de estos artículos suntuarios a medida que su renta o ingreso se incrementa. Una gran cantidad de recursos financieros se destinan a esa producción que satisfacen las necesidades suntuarias. Y lo peor es que, como estableció Duesembrerry, a través de su teoría del “efecto sustitución”, gran parte del ahorro agregado en muchos países, incluyendo los países en vías de desarrollo, se destina a la compra o importación de productos de lujo y no a la formación de capital. Y estos productos son comprados por la clase adinerada y no para el consumo de las clases populares. Este fenómeno detectado por ese economista francés se da para imitar el patrón de consumo de los países ricos.
Esa situación es lamentable, ya que el aparato productivo en muchas ocasiones no se enfoca en las necesidades de los consumidores de un país determinado, sino que se enfoca en producir artículos de lujo consumidos para unos cuantos, dejando de lado la producción de satisfactores indispensables como alimentos, viviendas y educación necesarias.
Ya se sabe que en un país como México hay un déficit alimentarlo, de vivienda popular y de servicios públicos de calidad. Los recursos productivos –trabajo y capital— que podrían encaminarse a tal producción se malgastan en esa producción suntuaria. En países como los Estados Unidos, el alto nivel de renta ha hecho que la mayoría de su población haya satisfecho sus necesidades primarias, razón por la cual una porción creciente de las rentas de las familias se dirige al consumo suntuario, que va desde los viajes de vacaciones a destinos de lujo, las apuestas en casinos, hasta el consumo excesivo de manufacturas de alta tecnología como los iPhone, computadoras lujosas inclusive automóviles último modelo. La ley económica que establece que cuando una familia genera un ingreso cada vez mayor, la porción de esa renta absorbida o destinada para bienes elementales es decreciente, ya que una porción mayor de ese ingreso se destina a la compra de productos y servicios de lujo. El consumidor promedio de los Estados Unidos puede darse el lujo de tener una casa propia en buenas condiciones, alimentación de calidad, conexión a Internet, servicios de salud y educación privados e incluso puede realizar un viaje de vacaciones a un destino turístico de lujo al año. La familia mexicana típica no puede tener ese patrón de vida y de consumo, ya que destina una porción elevada de su ingreso –cuando no toda— para tener una alimentación básica y quizás una vivienda de interés social. Pero al mismo tiempo hay un puñado de familias que destinan una porción creciente del ingreso, que tienen un patrón de vida y de consumo muy superior, quizás parecido al de la familia típica estadounidense.
En una sociedad “opulenta” como la estadounidense o la europea, se critica ampliamente la expansión de gastos que hacen sus gobiernos para auxiliar a la clase marginada, pues se sigue el dogma de que la producción privada es la verdadera generadora de riqueza, mientras que el gasto público es considerado como meramente complementario y es un mal que debe de restringirse al máximo posible. Los gobiernos de derecha en ambas zonas económicas hicieron en su momento lo máximo posible por reducir sus gastos, con el argumento de que si se reducía la carga tributaria respectiva, el consumo privado se expandiría cada vez más, con lo cual el bienestar económico sería automático.
Las ideas de corte monetarista inspiradas en Milton Friedam, quien ganó el Premio Nobel de Economía en 1976 recomendaban la eliminación al máximo de las entidades públicas, promoviendo el “interés particular” como base del progreso. Dicho economista recomendaba privatizar servicios públicos elementales como la salud, la vivienda y educación subsidiadas por el Estado y en general se oponía a la regulación gubernamental en industrias manufactureras y de servicios como las financieras. El libre mercado garantizaría –según él– que todos participarían de los frutos económicos. Sin embargo, la privatización extendida dio como resultado en países como los de la región latinoamericana un reparto de la riqueza cada vez más desigual. Surgió una clase empresarial cada vez más rica y opulenta junto con el surgimiento de una clase popular casa vez más precarizada.
Estos fueron los frutos del impulso a la producción destinadas a un sector pudiente reducido y del menor fomento de la producción de satisfactores destinados a cubrir las necesidades sociales. Estos fueron los resultados de dirigir al aparato productivo con poca consciencia social, el cual se ha enfocado en crear nuevas manufacturas que van de acuerdo con un poder adquisitivo que se da en países ricos. Y como es sabido, gran parte de la producción que se realiza en países como México no va destinada al consumo nacional, sino más bien para satisfacer las necesidades de un consumidor cada vez más pudiente en los Estados Unidos.