El CIDE, más allá del derecho a la protesta

Ismael Hernández

Las revoluciones y otros procesos de transformación de menor calado suelen generar fenómenos aberrantes y poner todo de cabeza, son momentos de confusión donde lo blanco se vuelve negro y viceversa… o al menos así parece. En realidad, la incongruencia sólo es aparente.

Cuando gobierna la derecha, su discurso es, por un lado, el orden y el respeto a la ley y la autoridad y, por el otro, la satanización de toda protesta y disenso. Pero cuando son desplazados del gobierno y éste es ocupado por la izquierda, dan un giro de 180 grados y empiezan a hacer todo lo que antes condenaban: protestas callejeras, marchas, plantones, paros, huelgas, sabotajes… insurrecciones. Los tres años del gobierno de AMLO hemos visto a la derecha tragarse sus palabras y echar por la borda el discurso que sostuvieron durante décadas. Quienes antes bramaban cada que unos campesinos o los maestros de la CNTE bloqueaban una calle, ahora estallan de entusiasmo cuando los (supuestos) padres de los niños con cáncer bloquean los accesos al aeropuerto o cuando FRENAA simula un plantón en el zócalo. Quienes aplaudieron las brutales golpizas de la policía contra los campesinos de Atenco o contra la APPO en Oaxaca hoy claman al cielo llenos de indignación cuando los granaderos les dan un empujón a los alcaldes electos del PRI y del PAN. Pero para su mala suerte, el gobierno no los ha reprimido, no les ha dado oportunidad de victimizarse.

El más reciente episodio de este cambio de roles son las protestas de estudiantes y directivos del CIDE. Ahora es muy pertinente e interesante contrastar la posición actual de muchos periodistas, académicos e intelectuales con sus dichos y declaraciones respecto a los movimientos estudiantiles del pasado. Algunos que hoy ven como héroes de la libertad a estos estudiantes y académicos de élite (en el peor sentido de la palabra) son los mismos que no ahorraron insultos, burlas y pedidos airados de mano dura contra el movimiento estudiantil de 1999 en la UNAM. Pongamos sobre la mesa algunos paralelismos entre ambos movimientos universitarios: el de la UNAM luchaba por la educación gratuita, la educación como un derecho efectivo para todo el pueblo; el del CIDE dice luchar también por la educación pública y gratuita pero si uno lee su pliego petitorio no encontrará ni un sólo punto que tenga que ver con ello; en realidad su lucha es por pesos y centavos, por los jugosos recursos que les asignaban los gobiernos anteriores y de los que disponían discrecionalmente algunos altos funcionarios. Cuando una minúscula institución de élite pelea por millonarios recursos para pagar jugosos sueldos a una minoría de funcionarios e investigadores, se les da todo el apoyo. Pero cuando un movimiento de masas peleaba por recursos para hacer realidad la educación gratuita como un derecho para todo el pueblo, se le condenó como mezquino y se le exigía apretarse el cinturón para pagar por sus estudios. Ya se sabe, para los neoliberales las élites merecen todos los subsidios y recursos públicos, pero el pueblo debe apretarse el cinturón. La segunda causa de su lucha es una cuestión completamente interna que no trasciende a su propia comunidad: el apego a sus estatutos supuestamente violados en la elección de su nuevo director y la destitución de altos funcionarios. La protesta actual del CIDE es una lucha completamente gremial o, mejor dicho, grupal, que no se plantea ni por asomo, por ejemplo, los mecanismos para abrir sus aulas a más estudiantes, de estratos sociales bajos, por ejemplo. El motivo principal de la protesta actual del CIDE es la supuesta imposición de su director por parte de la directora del CONACYT e, indirectamente, por parte del presidente, supuestamente. Bien, algunos de quienes hoy repudian esa supuesta imposición por parte del poder presidencial de un directivo de una institución de educación superior autónoma (¡ejem!, el CIDE no es autónomo, aunque lo insinúen) en 1999 avalaron que Ernesto Zedillo impusiera como rector de la UNAM nada menos que a un miembro de su gabinete, al secretario de salud Juan Ramón de la Fuente. Eso sí fue una intervención presidencial en el nombramiento del rector de una institución de educación superior que – al menos en el papel– sí es autónoma. Pero en ese momento, ni se inmutaron. Claro, porque todo se justificaba si contribuía a derrotar al movimiento estudiantil del Consejo General de Huelga. Y ya que apareció la palabra, vamos a este punto: en 1999 en la prensa se levantó un clamor por las clases perdidas por culpa del movimiento estudiantil. ¿Alguien ha escuchado un solo lamento, aunque sea en voz baja, por las clases perdidas en el CIDE por culpa de los paristas? En 1999 día y noche se tachaba de huevones a los estudiantes de la UNAM en huelga, se decía que no tenían ningún ideal ni objetivo político y que se organizaron para paralizar la universidad más grande de Latinoamérica solamente porque no querían tomar clases. ¿Alguien ha escuchado que llamen huevones a los estudiantes del CIDE que están en paro? Si, como dicen los neoliberales, el CIDE es una institución fundamental para la cultura y la ciencia, ¿por qué no han contabilizado de manera alarmista la pérdida que representa la suspensión de labores? Alguien podría objetar que el paro del CIDE lleva pocos días mientras que la huelga de la UNAM de fines del siglo pasado duró nueve meses y por ello la preocupación por las clases perdidas, pero no es el caso porque el lamento de la prensa y los intelectuales de derecha por la suspensión de las actividades académicas se escuchó desde el primer minuto de huelga y hasta el último día.

 Último punto de comparación, los desplegados de apoyo. El día 1 de febrero del año 2000 golpeadores contratados por la rectoría de la UNAM atacaron una asamblea estudiantil en la Escuela Nacional Preparatoria 3. Fueron repelidos por los estudiantes. Horas después cientos de efectivos de la Policía Federal Preventiva tomaron la escuela y se llevaron presos decenas de estudiantes. El 3 de febrero varios intelectuales, entre ellos Sergio Aguayo y Anamari Gomís, firmaron un desplegado pero no para condenar la represión, ni la mencionaron, sino para exigir a los estudiantes que “entregaran las instalaciones”, es decir, que se rindieran, que levantaran la huelga, “para evitar las provocaciones”. El 6 de febrero del 2000, miles de policías federales asaltaron Cuidad Universitaria y apresaron a cerca de mil estudiantes. Sí, leyó bien, mil estudiantes presos. Casi ninguno de los firmantes de la carta se retractó ni reconoció que con su rúbrica le habían dado permiso al presidente Zedillo de invadir militarmente la universidad, lo cual no terminó en un baño de sangre solamente porque el movimiento estudiantil no opuso resistencia (sí, ese mismo movimiento estudiantil satanizado hasta la saciedad como “radical” y “violento”). Y ahora Sergio Aguayo y Anamari Gomíz firman un desplegado dando todo su apoyo al movimiento estudiantil del CIDE, un movimiento que no pelea por ninguna causa nacional, ni en favor del pueblo de México, ni por el derecho a la educación, un movimiento que, por el contrario, solamente reclama prebendas y cuestiones internas que tienen qué ver más con reglamentos y burocracias que con la democracia y la libertad, como pretender hacernos creer. Sería bueno que Sergio Aguayo, Anamari Gomis, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Roger Bartra (todos ellos firmantes del desplegado que le dio el espaldarazo a Zedillo para la ocupación militar de CU y hoy ardientes defensores de la protesta del CIDE) nos explicaran con qué criterios determinan que un movimiento merece ser linchado mediáticamente y reprimido con toda la saña del Estado mientras el otro recibe todo su apoyo y alabanzas.

Muchos dirán que se trata de dos movimientos completamente diferentes, que los estudiantes del CGH eran poco menos que salvajes y los del CIDE son gente decente que se baña todos los días. Y en este punto sale a relucir su clasismo: para ellos las protestas se justifican cuando las hace la gente de bien, es decir, la gente blanca de la pequeña burguesía. Pero cuando lo hace la plebe, hay que molerlos a palos.

Durante décadas, la izquierda fue oposición y defendió la protesta como un derecho casi sagrado. Sin embargo, ahora es necesario trascender ese debate formalista y entrar en el contenido o el fondo de las protestas. Lo importante es quién protesta y contra qué. En la lucha política apelar a derechos no basta para posicionarse. Votar también es un derecho, pero apelar a ese derecho no alcanza para justificar un voto a favor del PAN o del PRI. Al mismo tiempo que se respeta (dentro de ciertos límites) el derecho a protestar de la derecha y las élites afectadas por el nuevo gobierno, es preciso rebatir y combatir esas protestas pues, este es el punto, aunque sean legales, no todas las protestas son legítimas, no toda protesta es santa, ni la rebeldía es un valor en sí mismo. Ahora que la derecha se pinta de incorrecta, subversiva y desafiante hay que preguntar: ¿rebelde contra qué, rebelde contra quién? Esa es la cuestión.

P.D. Por si hacía falta aclararlo, criticar al movimiento estudiantil de derecha del CIDE no implica estar de acuerdo con todo lo que hace AMLO ni con la 4T. No todo es blanco y negro.