El 68 y lo nacional-popular

CE, Intervención y Coyuntura

Las movilizaciones de los estudiantes conservadores en los días de la regeneración del Poder Judicial han reavivado la perspectiva de que hay nuevos herederos de 1968. Un video que se ha hecho “viral” muestra a un joven diciendo que desde aquel año no se había visto a los estudiantes en las calles, haciendo gala de su ignorancia. Un personaje de dudosa filiación de izquierda como Saskia Niño de Rivera publicó en el derechista El Universal una columna con la misma temática. Hace no mucho, académicos como Jean Meyer hacían alusión a que la oposición a la 4T en el CIDE era “el nuevo 68”. Y así…

¿Cuándo y por qué tenemos esta situación? ¿qué significa y que trayecto tiene esta perspectiva que busca endilgar mágicamente a una fecha la legitimidad contemporánea?

Hace ya varias décadas el 68 mexicano viene siendo parte de la discursividad oficial de los grupos conservadores y oligárquicos. En el 2000, claramente, Vicente Fox decía que su triunfo fue posible gracias a aquel año. La elite dorada de la UNAM, ya con Narro, e incluso con Graue el gris, y, por supuesto con Lomelí, celebran efusivamente ese año. Cada 2 de octubre proyectan en la Rectoría de esa institución una imagen alusiva y han gastado cuantiosos recursos para imprimir decenas de libros con una visión de aquel año. En ellos podemos ver a intelectuales como Roger Bartra, Maurico Tenorio o Claudio Lomnitz recetando una visión edulcorada del 68.

Así, hay que decirlo, el 68 que se expresa en todas esas intervenciones cómo a las elites ni a la oligarquía. No es el 68 popular relatado por Taibo II en su libro sobre aquel año. No es la fiesta, ni la cultura política, ni la aspiración revolucionaria. No es el de Revueltas, y la autogestión académica como momento para la revolución. Tampoco es el 68 de Francisco Pérez Arce y su Caramba y zamba la cosa. En la visión de la elite universitaria y acompañantes no hay fiesta, sino pura sombra, derrota y una lejana resonancia en la transición.

¿Qué 68 es al que refieren? El de los Luis González de Alba o los de Gilberto Guevara Niebla (quien escribió quizá el peor libro sobre el tema). Porque ellos son los tránsfugas, son los que abandonaron la posición de izquierda para ir al rancio (neo) liberalismo. Es el 68 de la elite, es un año blanqueado por la oligarquía. El 68 es, para el estudiante del CIDE, de la libre de derecho, de Niño de Rivera, pero también de Woldenberg o Trejo Delabre, la fecha de las clases medias reveladas contra el “estatismo”, el “corporativismo”, contra la maldad intrínseca de un aparato que gestiona lealtad a cambio de derechos. El 68 blanqueado es liberalismo individualista y anti popular.

Estas declaraciones dejan un sabor amargo pues parece una derrota, pues la producción político cultural en torno al 68 ha dejado de lado la perspectiva nacional-popular de este movimiento que llevó a cientos de estudiantes, al pueblo organizado, y a militantes comunistas a la cárcel. Es por ello que debemos expandir la visión de este movimiento y buscar su raíz en otro lado: en la rebelión plebeya del politécnico en los 50, en la insubordinación estudiantil de Morelia, Sinaloa, Chihuahua y Puebla, por poner ejemplos de la rebelión juvenil. Sin embargo, la ruptura, para la perspectiva nacional-popular, está en otro lado: la revuelta ferrocarrilera de 59, el MLN de 61, el Frente Electoral del Pueblo de 64, el movimiento médico de 65. El 68 no fue el rayo democrático en el cielo sereno del autoritarismo. Cientos antes y después lucharon por la democracia y la perspectiva de determinar en clave popular a las instituciones del Estado.

La tarea es difícil, pues a la par que debemos reivindicar a esos momentos que no sólo fueron un pasado del 68, sino batallas importantes por sí mismas por la democratización de espacios locales que daban cuenta de la necesidad de transformación del país. Debemos disputar el 68, despojarlo del misticismo y del blanquimiento, elementos a partir de los cuales han creado un espejo que les devuelve una imagen en la que se perciben como una élite intelectual que pretende salvar al país de las “terribles manos del pueblo”.

Lomnitz, Niño de Rivera y los estudiantes conservadores no cesaran en su intento que construirse una imagen “democrática” que oculte su elitismo y racismo, y por ello mismo la historia de los movimientos estudiantiles más allá del 68 se convierte en una batalla por el futuro de la nación que no podemos dejar de lado, sino que tenemos que enriquecerla con la ampliación de las miras: la democracia fue cosa del pueblo y no se limita a un año.