Devolver a los judíos a la Historia o el fin de la inocencia[i]

Houria Bouteldja

La historia tiene lugar poco después de 1947. Un judío jasídico deja su pequeña ciudad en Polonia y se instala en Londres. Inmediatamente se deshace de sus ropas y hábitos religiosos y busca convertirse en inglés. Estudia derecho y se casa en el seno de una familia judía prestigiosa y asimilada. Un día recibe un telegrama que anuncia la visita de su anciano padre. El hombre entró en pánico. Bajó al puerto para encontrarse con su padre y le dijo: “Papá, si te presentas en mi casa con tu abrigo largo, tu velo, tu barba, aquí me destruirás. Debes seguir todo lo que te pido”. El padre está de acuerdo. El hijo lleva a su padre al mejor sastre de Londres y le compra un traje magnífico. A pesar de esto, el anciano todavía parece demasiado judío. Luego, el hijo lo lleva a un barbero. La barba se afeita rápidamente y el anciano padre empieza a parecerse a un caballero británico. Pero queda un problema: los papillones, esos boucles que rodean las orejas del anciano. El padre le indica al peluquero que se los quite. Al primer parpadeo, el anciano se mantiene estoico. Pero cuando el barbero comienza a cortar el segundo papillote, las lágrimas comienzan a correr por el rostro del anciano. “¿Por qué lloras, papá? pregunta el hijo, que de repente teme que el peluquero le haya cortado demasiado el pelo y que lamenta ver el rostro desnudo de su padre, al que apenas reconoce. «Lloro», responde el padre, «porque hemos perdido la India «.

Del podcast de London Review of books https://www.lrb.co.uk/podcasts-and-videos/podcasts/the-lrb-podcast/on-the-jewish-novel

“Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”

Lenin, probablemente

“Demasiada humildad es medio orgullo”

Proverbio yiddish

Perdóname, voy a decir «yo».

Ésta no será la menor de mis vanidades.

Quiero poner por testigos a Dios y a sus criaturas y decirlo sin pudor:

Creo que soy la persona menos antisemita de Francia.

Los más caritativos me juzgarán loca. Los demás, arrogante y pretenciosa. Cualquiera. Pero tenga en cuenta que no pretendo no serlo en absoluto.

Sólo digo que probablemente todo el mundo lo sea más que yo en la tierra de Voltaire y los Derechos Humanos. Pero déjame ser clara: cuando digo todos, me refiero a todos. Creo, por ejemplo, que soy menos antisemita que el presidente Macron. Incluso estoy plenamente convencida de ello.

Los lectores informados de Le Fabrique no serán, sin duda, los más conmocionados por esta afirmación. Saben que el Estado racial y sus representantes, al igual que la extrema derecha que le sirve de seguro de vida, producen y reproducen el racismo. Además, declarar que yo sería –objetivamente– menos antisemita que el señor Macron y que la casta que obtiene su hegemonía, su fuerza y su longevidad de la división racial es evidente. ¿No contiene la cruel réplica del general De Gaulle a Maurice Schumann, portavoz de Francia Libre, todos los elementos de una acusación implacable y definitiva contra la mayoría de los jefes de Estado franceses? Juzgue usted mismo: cuando el triste cabrón (otro inconsolable por la pérdida de la India) anuncia su conversión al catolicismo, la respuesta del general: “¡Es un católico más, pero no un judío menos!” es petrificante. De ello se deduce que soy menos antisemita que todos los comentaristas de la vida política francesa que sirven a este poder y que hacen del filosemitismo un sacerdocio. Puedo citar a Michel Onfray, Caroline Fourest, Yann Moix, Eric Naulleau. La lista es demasiado larga. Además, alardear de ser menos antisemita que esta raza no es muy gloriosa y no constituye la absolución de mis pecados.

Esto se debe a que no estoy limitada al bloque de poder. También creo que soy menos antisemita que el resto de la clase política francesa –desde los socialdemócratas hasta la extrema izquierda– que se enorgullecen de no ser antisemitas y que dicen estar luchando contra “la bestia inmunda”, con sus halos de conciencia inagotable, tanto como vanguardia como vigía. ¿Su señal de reconocimiento? El muy piadoso “¡nunca más!”. No faltan figuras que lo encarnan y citarlas por su nombre sería falta de tacto, ya que hay tantos errores sinceros. Pero si la elegancia tiene algún mérito, también tiene sus límites. Por ejemplo, ¿cómo podría resistirme al placer de citar a Edwy Plenel?

Hasta aquí el Estado y la sociedad política. Lo mismo ocurre con la sociedad civil resultante de esta estructura, que puede descomponerse según su condición y sus intereses dentro del amplio espectro de sensibilidades que constituyen el campo político blanco. Y que en materia de racismo (y salvo algunas excepciones situadas en la extrema izquierda) va desde el más crudo antisemitismo hasta el más sutil filosemitismo.

Para ser honesto, admito que tengo dudas sobre aquellos a quienes quiero llamar aquí los “judíos que se aman a sí mismos”. ¿Llevaría mi insolencia hasta el punto de creerme menos antisemita que ellos? ¿Y por qué no después de todo? En cualquier caso, es discutible. Porque no basta ser judío para no participar en la reproducción del antisemitismo. Volveré a ello.

Según los términos de esta manifestación –porque pretendo demostrar que soy efectivamente “la persona menos antisemita de Francia”– cada uno será libre de convencerse o no. Pero reconozco, a pesar de esta cortesía, atreverme a esperar ganar corazones. El lector magnánimo lo habrá comprendido, el interés no es tanto demostrar que yo sería realmente “la persona menos antisemita de Francia” sino meditar sobre las implicaciones de esta hipótesis si fuera cierta. Es decir, que todos potencialmente lo serían más que yo. Porque si así fuera, habría que parar todo y empezar un serio examen de conciencia. Porque lo que entonces necesitaremos es una ruptura radical con las tradiciones de lucha contra el antisemitismo y un profundo cuestionamiento de los postulados ideológicos que las sustentan.

Para completar este ejercicio, tendríamos que pasar la prueba de fuego. La que consiste ante todo en establecer un diagnóstico sólido y riguroso de la cuestión judía. La premisa marxista, citada a menudo pero rara vez aprovechada, servirá como plomada: “Los judíos no se han mantenido a sí mismos a pesar de la historia, sino a través de la historia”.

Como la verdad no puede contemplarse con los brazos cruzados, será cuestión de confrontar esta premisa con las mutaciones del capitalismo, los Estados-nación occidentales y la evolución del contrato social entre los que están en el poder y la sociedad civil, los trastornos geopolíticos pero también las luchas y resistencia para finalmente hacer una propuesta.

El objetivo es poner fin de verdad al antisemitismo o, más modestamente, tomar el camino más corto y rápido para lograrlo. Para ello, debemos poner fin al destierro de los judíos de la historia y poner fin a su sacralización. Y para decirlo aún más claramente, liberarlos de su condición de víctimas eternas y hacerlos responsables de sus elecciones, de todas sus elecciones y, por tanto, de su existencia. En definitiva, reintegrarlos a la humanidad genérica confrontándolos con su libertad, en el sentido que Sartre dio a la palabra “libertad”.

Daré el paso, no sin antes rogar a la verdad que por favor me tome la mano.

[i] Este texto apareció en francés, en el portal QG DÉCOLINAL. Lo reproducimos con el permiso de la autora.  https://qgdecolonial.fr/rendre-les-juifs-a-lhistoire-ou-la-fin-de-linnocence/?fbclid=IwY2xjawF-1bpleHRuA2FlbQIxMQABHSf67APF75nO2EjlikEBQp86vb0A5zsVDtirig-cfVXpGr2k86ZSnq4lhA_aem_BZxgKdfoJOF-YPgFplVd0g