Del pupitre al curul

Mauricio Aguilar Flores

A las 13:30 horas del viernes 6 de septiembre, un alumno de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Xochimilco fue asaltado y golpeado dentro de uno de los baños del plantel. En las horas posteriores al atraco, difundía radiopasillo las versiones más inciertas de los hechos. Aunque todas coincidían en el delito, el debate se esgrimía entre el móvil y la procedencia del agresor. Se llegó a escuchar incluso sobre líos de faldas, pero la mayoría versaba sobre el ingreso de una persona ajena a la comunidad universitaria que amenazó con arma de fuego a uno de nuestros compañeros para después golpearlo y escapar de la escuela. El servicio médico del lugar le brindó atención inmediata al agredido. Cinco horas más tarde, la Dra. María Angélica Buendía Espinosa, secretaria de la Unidad, emitió un escueto comunicado del suceso.

El fin de semana transcurrió fugaz como todos los finales de trimestre. Se sabe que las últimas semanas el estrés apenas te deja dormir. Hay que saber priorizar el proyecto de investigación sobre las tareas y estas sobre las lecturas. Siempre queda la sensación de haberse olvidado algo importante. Tenía listo mi ensayo para la clase del lunes pero nos llegó la noticia de que había comenzado un paro en la Unidad. La asamblea estudiantil había impuesto un plazo de 48 horas para que las autoridades esclarecieran los hechos y ofrecieran soluciones contundentes para mejorar la seguridad al interior del plantel.

Al día siguiente, martes 10 de septiembre, la asamblea estudiantil anunció que se extendería el paro un día más debido a la falta de consenso al interior del grupo parista. La información en desarrollo no fluyó con claridad durante la tarde. Se transmitieron algunas de las reuniones a través de páginas de Facebook y perfiles de Instagram que se caían a cada rato. El alumnado de las otras Unidades de la UAM se solidarizó con las demandas de Xochimilco coordinando la suspensión de actividades durante 48 horas.

Simultáneo al conflicto universitario, en el corazón de la ciudad, el Senado de la República libraba la batalla por la aprobación de la Reforma al Poder Judicial de la Federación. En el primer intento, el de medio día, la sesión tuvo que posponerse por la oportuna aparición de manifestantes al interior del recinto. El quilombo se siguió en la antigua Casona de Xicoténcatl. Dos décimas de punto porcentual y dos sospechosas “desapariciones” pusieron el suspenso en el pleno de la cámara alta. La primera, cortesía del senador Daniel Barreda de Movimiento Ciudadano, fue causada por una situación familiar tanto conveniente como inesperada. La segunda se esfumó por la voluntariosa recuperación del senador panista Yunes Márquez. Si existió un ápice de luz que cundiera por la niebla opositora, el discurso del veracruzano la apagó por completo. La traición se había consumado. La retahíla de improperios que la reacción vociferó estaba fríamente calculado. Intentaron, por todos los medios detener la avalancha. Montaigne lo describió así hace más de cuatrocientos años: “Aquel que establece su argumento a través del ruido y de la imposición, demuestra que su razonamiento es débil”.

En la madrugada del miércoles todos los uameros con franco estrabismo teníamos un ojo puesto en el pliego petitorio de la asamblea y el otro fijo en la votación del senado. En ambos lados se buscaban lo mismo. La minoría universitaria de Xochimilco y la mayoría legislativa de Xicoténcatl lucharon cada cual a su forma por un mismo ideal: seguridad y justicia para el pueblo. No fue la falta de leyes lo que nos trajo a este punto. Fue su cínica y burlona impunidad la que cansó a la gente. El poder judicial era el último poder mayormente cooptado por los intereses privados. Urgía la reforma que, aunque objetivamente perfectible, simbolizara la fuerza de la voluntad popular aplastando el rancio entramado del aparato legal.