Colombia: entre la democracia y los caudillos del desastre…

Esteban Morales Estrada

Historiador y docente

En medio de una agresiva y frontal embestida por parte de los medios de comunicación del establecimiento, se va moviendo el gobierno de Gustavo Petro. A diario, medios como El Colombiano (periódico tradicional de la ultramontana derecha antioqueña), El Tiempo, Semana, La W, La FM, Caracol TV o RCN, difunden hipótesis sobre la salud mental del presidente, ven el lado negativo frente a cualquiera de sus iniciativas y difunden titulares engañosos y con mala fe. Cuando vieron que el dólar no subió a las nubes como habían pronosticado muchos de nuestros serios «tecnócratas» criollos, se arroparon en asuntos como las contradicciones de Petro, los errores en sus discursos, o su carácter «autocrático». Siempre habrá un Petro «malvado y peligroso» para estos mal llamados periodistas que hoy son feroces en las críticas, cuando antes la mayoría callaba o miraba para otro lado ante múltiples y graves irregularidades en gobiernos nefastos como el de Iván Duque.

La vieja y rancia oligarquía bogotana, sumada a las élites regionales (en la costa y en zonas como Antioquia), así como los arribistas de todos los pelambres y tonalidades, no soportan lo que Petro representa, les produce ira la palabra «pueblo», temen a la democracia «participativa», y venden sus miedos de clase como preocupaciones de la sociedad colombiana en general, a través de los medios de los que son propietarios o accionistas, en una clara línea editorial que no busca informar o hacer una crítica constructiva, sino desestabilizar y producir miedo en sectores de clase media, caracterizados tradicionalmente como reaccionarios y arribistas. Dichos sectores sociales, ante el temor de ser identificados con las clases populares o trabajadoras, se alinean con sus patrones o superiores, buscando encajar con dichos grupos minúsculos. El hecho de poseer un apartamento y un carro, los hace vulnerables a las «políticas del guerrillero» según su imaginación maleable y ridícula, lo que los impulsa a oponerse sin fundamento alguno a toda política redistributiva, que busque algo de equidad social. Los grandes capitales propician esa indignación ciudadana anulando los avances, magnificando los desaciertos (normales en cualquier administración, y más en un país tan complejo de gobernar como éste), y creando un patrón informativo donde todo era «mejor antes», en los tiempos del Uribismo puro. Ante los indicadores positivos de la economía, hablan de otra cosa; ante el intento de llevar a cabo una reforma agraria, prefieren callar; ante la valiente política exterior frente al genocidio en Palestina, se concentran en otras minucias.

Lo mismo pasa con lo que advierte el presidente respecto a un posible intento de asesinarlo, o de tumbarlo. ¡Petro está loco! repiten con obsesión, cuando sabemos que en Colombia hubo una muy dura respuesta paramilitar frente a la insurgencia, donde se exterminó un partido político entero (La Unión Patriótica), se han asesinado múltiples candidatos presidenciales de izquierda, hay presencia de poderos grupos armados, se ha tendido a satanizar la crítica proveniente de sectores alternativos y progresistas, se dieron como algo normal nefastas alianzas entre mafias y Estado, y se asesinaron más de 6.000 inocentes en medio de la política de los llamados Falsos Positivos. El presidente previene y convoca a sus seguidores a la calle, e inmediatamente hablan de que «polariza», de que incita a la «violencia». ¿Pretende la cavernaria y cada vez más ignorante ultraderecha colombiana, así como el ambiguo centro que permanece camuflado en esas mismas toldas, que el presidente se calle y espere a que lo bajen sumisamente del poder ganado en las urnas?

Y es que todo indica que el golpe (blando o duro) no es sólo una idea de Petro. Los medios tradicionales pretenden crear un ambiente de miedo y de indignación frente a su forma de gobernar, se investiga la financiación a la campaña, se escudriña en cualquier detalle, se comparten informaciones descabelladas y sin sustento, se irrespeta a diario la figura de Petro, y se intenta despertar la ira de la gente por medio de la proliferación irresponsable de información y titulares que no poseen la mínima concordancia con la realidad. Adicionalmente manifiestan que Petro no «escucha», mientras éste trata de buscar acuerdos y no imponer sus iniciativas, antes de discutirlas. Si busca conciliar, lo llaman «corrupto»; si no lo hace, «autoritario». Todo lo anterior puede sintetizarse en que el problema no son las propuestas, o su viabilidad técnica, o sus detalles de aplicación, el problema es Petro, ese «costeño» de izquierdas que se «trepó» a la Casa de Nariño, ese ex-guerrillero, ese férreo opositor a Uribe Vélez. Todo esto, debido a la concepción simplista de la democracia, donde unos pocos quieren mandar siempre, creyendo que Colombia es su feudo y donde todo lo que huela a izquierda es el diablo en persona.

En esta coyuntura, los sectores democráticos y progresistas deben rodear sin ambages al presidente y mostrarle a la derecha que no será fácil la aventura golpista. Debe comprenderse que la contradicción central de este momento histórico es el enfrentamiento entre DEMOCRACIA vs. AUTORITARISMO. En dicha disyuntiva, sectores de izquierda, clases populares, sindicatos, movimientos sociales, sectores democráticos del establecimiento, intelectuales y jóvenes, deben unirse en torno a la defensa de la democracia, dejando atrás disputas secundarias y comprendiendo el momento histórico, en el que un gobierno progresista intenta sacudir un poco las estructuras sociales y políticas de un país fuertemente conservador. La batalla será permanente y los bombardeos de la derecha constantes, debido a que su agenda se basa exclusivamente en el odio a Petro, sin embargo, la respuesta popular debe ser desbordante y masiva en las calles del país. Pero la batalla también es informativa. La proliferación de las noticias falsas debe ser contrarrestada por la difusión de los medios alternativos; una colosal apuesta pedagógica debe intentar aclarar y analizar el proceso actual sin prejuicios, ilustrando las cosas buenas y tratando de evitar simplificaciones y satanizaciones; y sobre todo propiciar la unidad amplia, diversa, democrática de los sectores progresistas en torno a la defensa del actual gobierno.