Crear uno, dos, tres París...
Samuel González Contreras[1]
A través de esa consigna la juventud italiana impulsó potentes movilizaciones y disturbios en 1968. Tan sólo unos meses antes, durante 1967, en las calles de París se coreaba: crear uno, dos, tres Berlín, tras los enfrentamientos iniciados, en esa y otras ciudades alemanas, ante el terrible e impune altercado al dirigente estudiantil Rudie Dutschke, quien fue baleado en el cráneo y no logró recuperarse plenamente. Las protestas desatadas en ese entonces en Alemania (RDA) empuñaron el incendiario lema del Che Guevara: crear uno, dos, tres Vietnam, y tenían como antesala y referente, tanto a la revolución cubana como a la radicalidad del movimiento estudiantil japonés, que para ese entonces solía enfrentarse a la policía mediante cuadrillas bien organizadas y equipadas con cascos, guantes y puntiagudos palos de bambú.
En la opinión de Daniel Bensaïd y Henri Weber, integrantes en ese entonces de las Juventudes Comunistas Revolucionarias (organización protagonista de las protestas tanto en Francia como en Alemania), y quienes escribieron en el contexto del mayo francés, 1968: un ensayo general, la movilización estudiantil era el resultado del empalme y encuentro de diversas crisis: por un lado una crisis de los valores de las sociedades burguesas, con los cuales la juventud no sólo se sentía distante, sino en abierta oposición; una crisis del movimiento obrero internacional, expresada en tensiones y rupturas internas, en su carácter estalinista, incapaz de comprender la emergencia de nuevas tendencias al interior de los partidos comunistas tradicionales, así como una crisis de la función de la educación universitaria que perfilaba un profundo reacomodo educativo capaz de adaptarse a las necesidades capitalistas surgidas hacia la segunda mitad del siglo XX, lo cual tendía a la proletarización del trabajo intelectual, a una especialización y tecnificación cada vez más aguda, y arrojaba a la juventud profesionista sobre un futuro incierto de desempleo y penuria (que no era la situación experimentada simétricamente por la juventud en el tercer mundo). Todo ello generaba una profunda desafección y falta de identificación de las nuevas generaciones con el sistema político predominante. Para los autores de esas tesis, estas condiciones brindaron sustento al papel vanguardista del movimiento estudiantil, incluyendo en su interior el dinamismo e impacto de sus grupúsculos, y a la emergencia de nuevas y explosivas formas de lucha que cobraron forma en enfrentamientos y disturbios que, además, fueron capaces de mezclarse e intercalarse con otras formas de lucha.
Si bien la década de los setenta implicó una declinación en la masividad de las protestas juveniles y estudiantiles, la politización abierta en el periodo anterior fungió como fermento para la radicalización de numerosos núcleos militantes, así como para la fundación de nuevas organizaciones de izquierda radical (al margen del control estalinista y socialdemócrata) que lograron insertarse e incentivar diversos procesos organizativos en el campo y la ciudad, incluidas tanto la guerrilla urbana y rural, como el terrorismo. Desde luego, en esa misma medida la represión no se hizo esperar de ninguna forma. Durante esas dos décadas se abrió un proceso de renovación de los horizontes revolucionarios a nivel mundial: Cuba, Vietnam y Argelia, durante los sesenta, y, la victoria de Allende en Chile (1971), la caída de la dictadura en Grecia (1974) y la revolución de los claveles en Portugal (1974), experiencias que mantenían la ventana abierta para un cambio social desde la raíz.
Ese panorama se eclipsó drásticamente hacia los ochenta. La crisis de rentabilidad del capital a nivel internacional, y su estrategia de resolución mediante la revolución pasiva neoliberal, parecieron apaciguar y adormilar el fervor rebelde que había alimentado a la juventud, la cual parecía arrojada a un panorama de verdadero desasosiego, orfandad y precariedad. Y sin embargo, en este mismo contexto no puede dejar de observarse un tránsito de energías hacia el campo artístico y cultural, tal y como lo expresaron la potencia y proliferación del ska, el punk, el reggae, el grafiti, entre otras expresiones que parecieron prefigurar y anunciar nuevos procesos de movilización, así como la emergencia de una nueva generación política a nivel internacional, que esta vez enfrentaría los desastres de la contrareforma educativa (privatización, tecnificación, educación por competencias etc.), la represión y criminalización de la juventud (pensemos en Chile o el estado español con las herencias y efectos inmediatos de la dictadura y del franquismo respectivamente, o de la brutalidad policiaca y la prohibición de los conciertos masivos en México) y la falta de empleo y retroceso en el campo de los derechos sociales y sindicales.
Esta época de deterioro social generalizado, financiarización y desregulación, privatización de diversos ámbitos público-estatales y una fuerte ofensiva contra la organización proletaria (Basta recordar a Tatcher o Pinochet), fue el ambiente en donde la juventud nuevamente, y de manera masiva, se volcó a las calles, frecuentemente en abierta confrontación con la policía (Los Ángeles, 1996) o en apoyo a levantamientos y rebeliones populares como había ocurrido en 1994, tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México, cuyo impacto fue prácticamente internacional. Y eso era sólo el inicio de una estela de protestas, en dónde las llamas parecían apoderarse de las calles y las rocas parecían nada menos que parvadas de aves envueltas en rabia y descontento contra un sistema y una sociedad que no sólo no respondía a sus necesidades, sino que parecía expulsarles. Nuevas tácticas de lucha parecían encargarse de recoger viejas experiencias, como lo hizo patente el anonimato y movilidad del Black Block.
Esta gesta fue proseguida de manera simbólica por las protestas en Seattle en 1999, las manifestaciones a inicios de siglo contra la guerra en Medio Oriente (especialmente en 2003 en contra de la guerra en Irak), cuyo uno de sus iconos se jugó en la intrépida actuación de la juventud agrupada en torno a Tute Bianche en Italia (organización activa entre 1994 y 2001), así como por los enfrentamientos y brutal represión suscitados en Guadalajara (México) en 2004, en el marco de una cumbre internacional. Fue la época en que miles, quizás millones de jóvenes, nacimos a la política y al compromiso militante. No puede omitirse que esta generación aportó valiosas energías a la caída de diversos gobiernos en Sudamérica y a la posterior emergencia del ciclo progresista en esa región.
Una de las siguientes paradas, en este breve e incompleto recuento, ocurrió justamente a las afueras de París en 2005, tras el asesinato a manos de la policía de dos jóvenes de ascendencia africana. Posteriormente, las escenas de confrontación entre estudiantes y fuerzas del orden se volvieron cada vez más frecuentes en diversos países y ciudades de todo el globo (por ejemplo en el contexto del Plan Bolonia en Europa): Austria, Brasil, Inglaterra, Sri Lanka, Chile (especialmente en 2006 y 2012), Italia ( en 2007 el movimiento estudiantil rodeó el Parlamento), Grecia ( con la huelga nacional desplegada en más de 400 centros de estudio en 2006 y en 2008 tras el asesinato del joven anarquista Alexis Grigoropoulos).
Sin duda, tras la crisis económica internacional de 2008, la frecuencia de dicha tendencia de rebelión juvenil y estudiantil experimentó un impulso de ascenso, como lo demostraron las protestas estudiantiles en Puerto Rico ante el alza indiscriminada en el costo de la educación universitaria (2010), recuérdese la terrible y dolorosa escena de inmolación de un joven en Túnez en 2011, el 15 M en el estado español (2011), las huelgas y movilizaciones estudiantiles en Chile, Colombia y Canadá, todas ellas en torno a la educación superior (2012), el movimiento #yosoy132 en México que alzó la voz en contra del autoritarismo y el control de los grandes medios de comunicación (2012), las protestas en Guatemala (2012), las manifestaciones estudiantiles en Perú que impugnaron el financiamiento de la educación superior (2012), el movimiento Passe Livre en Brasil (2013) o más recientemente Nuit Debout en Francia (2016) o la ola de recientes protestas contra el cambio climático (Fraidays for future), así como la efervescencia y combatividad expresadas en Irán especialmente por las mujeres y la juventud .
Desde hace varias noches la juventud de París, así como de otras ciudades y localidades en Francia, han salido cada día, obstinados y furiosos, a enfrentarse con la policía y a incendiar todo, ante el cruento y brutal homicidio de Nahel en Nanterre a manos de la policía. Hasta este momento se registran más de 3 mil detenciones y cerca de 500 agentes policiacos lesionados. Las escandalosas imágenes y secuencias de incendios y enfrentamientos traen hasta nosotros el recuerdo de los disturbios a las afueras de Paris en 2005, tras el asesinato de dos jóvenes musulmanes de ascendencia africana (¡Claro que la repetición en el perfil no resulta fortuita!) y, sin duda también de la potente energía mostrada por el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos durante los últimos años.
Este homicidio, y sus consecuencias más inmediatas, llevan consigo una profunda molestia con el gobierno derechista de Macron (quien recientemente impuso de manera antipopular y autoritaria la reforma a las pensiones) y, al mismo tiempo, son la muestra de una profunda ruptura y falta de identificación de amplias capas de la juventud con el sistema político existente. Tanto la gran burguesía como los gobiernos al servicio del gran capital pueden estar seguros que esta muestra de coraje y combatividad no será en balde, y habrá de irradiarse a diversas regiones del globo. Por su parte, las fuerzas del orden intentarán criminalizar e infantilizar las protestas conduciéndolas al terrible fardo moral que amenaza con disolver la posibilidad de una discusión política de mayor alcance. Si bien el caos y la revuelta son señales de esperanza y descontento, eso no debe alejarnos de las discusiones estratégicas y, sobre todo, de la necesidad de reconstruir horizontes y organizaciones revolucionarias a la altura de nuestros tiempos.
El breve recuento, aunque desde luego incompleto, realizado hasta aquí, ofrece más preguntas que respuestas pero, al mismo tiempo, corrobora una cita histórica y profunda que conecta las luchas del pasado con las del presente, visibilizando que, a pesar de las transformaciones y modificaciones de las sociedades capitalistas muchas de sus contradicciones en relación a la juventud no han logrado ser resueltas en el marco político existente y que, el encuentro con el legado de procesos anteriores resulta de suma valía para lograr retomar los ánimos de tomar el cielo por asalto.
4 de julio de 2023.
[1] Escritor, promotor cultural y tallerista en el programa Puntos de Cultura UNAM. Fue vocero de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en dos ocasiones durante el movimiento #yosoy132 en 2012.