Colombia y México: los albores de otra coyuntura

CE, Intervención y Coyuntura

Son varios los motivos que hermanan a México y Colombia. El más importante es el geopolítico, pues se rompen las cadenas de la influencia norteamericana en sus eslabones más fuertes. Si México logró sobrellevar por momentos la relación a partir de la afirmación soberana, Colombia se entregó a la influencia norteamericana y jugó un papel triste en las relaciones regionales. Era el equivalente a Israel hace un tiempo: un Estado que boicoteaba cualquier intento soberano e integracionista.

Las cosas cambiaron hacia afuera. México y Colombia están en sintonía. Sin embargo, no es lo único que los hermana. Sirva este texto como un “Colombia para principiantes”. Ahí donde algo parece normal, en el país andino es extraordinario. No referimos al folklorismo de García Márquez, aunque este tenía algo de verdad en su enunciación sobre Macondo, al mostrar que detrás de lo maravilloso habita la contradicción.

Veamos: en Colombia el bipartidismo histórico ha sido liberales y conservadores. En ello hay algo parecido al México decimonónico. AMLO ha vuelto a reactivar esa dicotomía. Al final el liberalismo nacional (colombiano o mexicano) sería una raíz radical de nacimiento de la nación, consecuente en su búsqueda de libertad. En México el liberalismo se disolvió con el advenimiento de la revolución mexicana y continuo su trayecto en el nacionalismo revolucionario. En Colombia siguió actuando, y al no tener un episodio equivalente al evento revolucionario, terminó extendiéndose y adaptándose. El liberalismo colombiano es la raíz de los conflictos armados, pero también del neoliberalismo. Juega un equivalente del nacionalismo revolucionario en donde había fracciones de izquierda (Cárdenas, Jara, Castillo), de centro (Carlos Madrazo, Reyes Heroles en el PRI) y de derecha (Díaz Ordaz, Luis Echeverría en el PRI) o, en el caso más conocido, del peronismo (aunque en este caso parece que Perón mismo pasó por todos los estados políticos en su posicionamiento individual) que va de los grupos de derecha anticomunista a las fracciones ultra izquierdistas de montoneros.

Todo parte, de alguna u otra manera, del liberalismo. Sus fracciones más izquierdistas dieron nacimiento a la auto defensa campesina en la década de 1960. También a fracciones en diálogo con el liberacionismo, como la guerrilla M-19. En el liberalismo colombiano hay izquierdas y derecha, de todos los tipos. Gustavo Petro viene de ahí. Su experiencia armada no lo hace más “izquierdista”. Su liderazgo es más parecido al de AMLO en el sentido de que su raíz es la de la corriente más popular, con un énfasis en la soberanía.

La especificidad de Petro en Colombia radica en que su país tuvo un proceso de democratización social más lento. No existió proyecto de reforma agraria real, lo cual ha dejado al país en manos de señores de la tierra, oligarcas, caciques y también actores armados de derecha. Quizá no haya país que muestre tantas diferencias regionales y ambientales respecto a su participación política. El mapa electoral último lo demostró con claridad. Su propuesta de reforma agraria ahora se basa en saber de quién es la tierra y cómo la tiene: el catastro. No hay una modificación inmediata –que por lo demás se antoja difícil– de los arreglos y equilibrios en el campo colombiano. Enfrentar a tantos actores, que van de campesinos sin tierra, paramilitares desarmados, ex guerrilleros integrados a la producción, disidencias de los grupos desmovilizados, ganaderos anti comunistas, grupos indígenas variados, productores de materias primas para el mercado de la droga, economías criminales, entre muchos otros… no es tarea sencilla. La dispersión del Estado-nación ha sido la forma predominante, claramente dispuesta en la variedad de factores de poder y de acuerdo con la conveniencia norteamericana que es un factor de poder y desestabilización a partir de la DEA.

Ahora bien, Petro es un líder popular importante. Tiene un discurso coherente. La opinión “ilustrada” mexicana que se ha apresurado a colocarlo como más consecuente que las políticas de AMLO, claramente no ha entendido. Petro anunció una reforma fiscal, algo que AMLO en México no ha hecho… pero la reforma fiscal del actual gobierno colombiano no es, con propiedad, tal. Es exactamente la misma que en México: evitar que los grandes evasores sigan perpetuados. Petro y AMLO se parecen en eso, antes que desequilibrar los campos de fuerza políticas con los grandes poderes, apuestan a que el Estado sepa cobrar. De nada sirve grandes proyectos de reforma fiscal sino existe Estado con capacidad de recaudación. Tan sencillo y tan difícil de lograr (aunque en discusión aun, la propuesta tiene efectos negativos como, por ejemplo, quitar impuestos a la exportación de oro en manos de las mineras canadienses y gravar la exportación del petróleo, en manos de una empresa estatal).

Frente al tema energético es claro que Petro tiene un discurso más enfático para salir del capitalismo fósil. El problema es que la realidad se impone y, se quiera o no, la transición hacia abandonar el petróleo, incluye al petróleo. Se trata de una de las grandes entradas de divisas colombiana. Más allá de los buenos deseos, sacar petróleo y carbón no es un acto solo de voluntad política, sino de realidad.

Petro dijo –y eso le valió críticas– de que quería desarrollar el capitalismo. Lo mismo había dicho García Linera. En los hechos, AMLO y Petro son expresiones del reajuste del capitalismo. La crisis capitalista no es que este vaya hacia su fin, sino que se reacomoda, destruyendo unos capitales y enriqueciendo a otros. En ese contexto, el reacomodo capitalista ha permitido el ascenso de figuras nacional-populares, que tienen que lidiar con las rémoras del pasado neoliberal y no se pueden deshacer de ellas. Petro tuvo exabruptos que la tarea de gestionar –en este caso reconstruir– el Estado le hacen colocar los pies en la tierra.

Ahora bien, esto no obsta que el triunfo del binomio Petro-Márquez, es un gran regalo del 2022. Un hecho histórico, en términos simbólicos y geopolíticos. Una apertura a un escenario inédito para la región, al romperse la cadena de influencia norteamericana –bastante maltrecha– en su punto más fuerte. Internamente es crucial. Que un Estado como el colombiano deje de matar y masacrar es un punto de arranque para una nueva correlación de fuerzas. Como lo es que se abandona la política antidrogas que castiga al productor.

Es un nuevo tiempo el presente, porque se ha dado la vuelta a una situación histórica de imposibilidad de gobierno. Eso no es menor.