Barbie: ¿La revancha de Mattel contra el feminismo?

Se lo que quieras ser (excepto comunista o Barbie girl) 

Sandra Vanina Celis

Cuando fui al cine a ver Barbie salí encabronada. Me pareció una ofensa al feminismo y, con un trago en mano, lloré de impotencia. Después tuve que aceptar una dolorosa verdad: más allá de mi experiencia personal la película es buena. Pasaré a argumentar por qué y a elaborar un intento de crítica más allá de los aburridos argumentos que la destruyen por ser “feminismo blanco”, o los que la celebran por lograr que “usemos rosa sin pudor”.

Barbie incorpora el lado más pop del discurso feminista con un éxito sin precedentes. Y lo hace no de cualquier manera, sino utilizando profundos elementos filosóficos y teológicos en su trama. Referencias a Platón, a Kant o a Heidegger permean el largometraje desde que se plantea la dualidad entre un mundo de “fantasía” y un mundo “real”, hasta el momento cuando Barbie lanza la pregunta existencial sobre la muerte en plena fiesta. Y también, claro, cuando decide convertirse en humana.

Todo esto plantea una narrativa compleja en lo que es, a grandes rasgos, una comedia musical. Una comedia que, contra todo pronóstico, se volvió un éxito de taquilla aun retomando este abanico de elementos desde una perspectiva feminista. Sin embargo, la película termina proponiendo una salida esencialista y bastante simplona al problema del que parte, que son las relaciones de poder entre mujeres y hombres.

Nada lo ejemplifica mejor que la reformulación tácita que hace la película del famoso eslogan “se lo que quieras ser”. Este eslogan surgió en un momento —el de la consolidación del fordismo en los centros capitalistas, o del fordismo periférico en nuestros países dependientes— marcado por la expansión de los mercados internos y una decidida intervención estatal que se asentaba sobre compromisos sociales con sectores populares movilizados. Muchos de esos compromisos estaban orientados hacia los sectores movilizados de mujeres[1], ya no sólo para que formaran parte del mercado de trabajo —lo que había empezado a ocurrir desde la Primera Guerra Mundial—, sino para integrarlas a una vida social y política que exigía su participación. En este contexto es que Barbie promovió el empoderamiento individual de las mujeres con énfasis en imperativos de éxito y belleza inalcanzables para las grandes mayorías. Aunque claro, con una condición: podíamos ser lo que quisiéramos ser, siempre y cuando esa nueva esencia femenina no desafiara la moral, la ideología y la cultura vigentes en el capitalismo fordista[2], afianzado en relaciones de poder profundamente desiguales entre mujeres y hombres.

Como sea, con el paso del tiempo este ideario fue cuestionado por diversos sectores del feminismo. Y ahí es donde entra la nueva Barbie de la directora Greta Gerwig. Ésta llega en un momento caracterizado por la intensa producción de sentires e intuiciones, aunque sean dispersos y hasta contradictorios, que hoy conforman un nuevo sentido común feminista antipatriarcal. En este contexto la nueva película nos llama a dejar atrás los viejos imperativos que nos obligaban a ser una estereotípica “Barbie girl” proponiendo, en su lugar, revalorizar a las mujeres “de carne y hueso”. Así, el mensaje central de la película es que podemos ser simple y llanamente “mujeres” sin sentirnos culpables por ello. Pero lo que parece a simple vista una conquista —que exista una Barbie ordinaria— en realidad oculta una invitación al conformismo. Porque si bien el planteamiento se alza contra los imperativos imposibles de la antigua Barbie “estereotípica”, que incluso es parodiada en el filme, ahora el ideal se limita a que seamos mujeres que lidian con sus problemas “de mujeres”, como por ejemplo, ir al ginecólogo. Finalmente, el famoso eslogan conserva el límite que siempre lo caracterizó: y es que no podemos ser algo más allá de las posibilidades que nos ofrezca la actual división sexual del trabajo, fundamento de las relaciones sociales en el capitalismo.

Barbie nos presenta así, al estilo de Matrix, dos píldoras: ser una Barbie girl o ser una Barbie ordinaria. La primera píldora nos lleva a un mundo de fantasía, sin antagonismos y sin sexo, mientras que la segunda a un mundo real donde se predica lo ordinario como conquista y podemos ser feministas que usan rosa; eso sin importar que este último sea un mundo lleno de acoso, violencia e hipersexualización. En otras palabras, nos dan la opción de conformarnos, aceptar el patriarcado —que ni siquiera está tan “disimulado”— y dejar de disputar el poder. Podemos, en suma, ser “buena gente”, un sector del que se expresaba muy mal el Che por considerarlos como un sector de la población pasivo, falsamente optimista y con una tendencia a actitudes conservadoras: personas, como él decía, a las que “les importa poco todo” (excepto conseguir su vaso coleccionable de Barbie).

Este mensaje altamente despolitizante es patente en la trama cuando las Barbies renuncian a hacerse justicia a sí mismas frente a la traición de los Ken. ¡Claro! Se puede argüir que es una comedia. Y como decía Rosario Castellanos, no hay que aceptar ningún dogma “sino hasta ver si es capaz de resistir a un buen chiste” 2010, p.32). Pero Barbie usa un tipo de parodia satírica que no llega hasta sus últimas consecuencias. 

Como explica el crítico de teatro Eric Bentley, la función social del sentido cómico se halla en tratar “de lidiar con la diaria, constante, ineluctable dificultad de ser” (1992, p.238). La comedia es, pues, un proceso que lleva al autoconocimiento porque es parte del sufrimiento y el dolor. Y no sólo eso: parte también de la conciencia de que, como especie, tenemos la tendencia a rehuir de dicho sufrimiento y dolor. Lo que hace entonces el sentido cómico es afrontar aquello y desafiarlo a través de la alegría. De ahí que, para Bentley, el arte de la comedia sea “un arte desengañador” (1992, p.286), porque pocas cosas son más liberadoras que afrontar lo que insistimos en negar. Por su parte, para el filósofo esloveno Slavoj Žižek hacer de lo establecido y lo sagrado algo risible es necesario para llegar hasta las últimas consecuencias de una crítica radical. Otro gran teórico del arte y filósofo marxista, Walter Benjamin, expresaba esto último de la siguiente manera:

Para el pensamiento […] no hay mejor punto de partida que la risa. Por lo menos en lo que respecta a las ideas, las mociones del diafragma parecen ser más productivas que las conmociones del alma (2004, 55). 

Pero como dijimos antes, ahí donde Barbie pudo seguir desmantelando lo políticamente correcto y criticar no sólo al patriarcado, sino incluso algunas de las formas que adquiere el feminismo moderno, optó más bien por incorporar un humor superficial que termina convirtiéndose en un melodrama repleto de clichés (véanse los tiktoks de mujeres llorando tras ver la película).

Como sea, es pese a esto (o precisamente por esto) que Barbie es una película técnicamente inigualable. Porque con la decisión de no ir más allá en su sentido cómico (ni filosófico), así como con el despliegue de una estética apabullante, la película logró cautivar a amplios y muy diversos sectores de mujeres —incluidas feministas de larga trayectoria— y hasta conciliar con el sector más reaccionario de la sociedad —incluidos hombres “deconstruidos”. Y todo eso aunque su temática fuera feminista. ¿Cómo lo logró? Creo yo que lo hizo planteando una salida no regocijante sino reconfortante ante el problema que aborda.

Pero entonces… ¿Barbie es feminista sí o no?

Si algo demuestra la existencia del fenómeno Barbie es que la industria del cine ha alcanzado un grado de refinamiento técnico nunca visto. Éste le permite asimilar, como nunca antes, el ideario social y proyectarlo masivamente sin cuestionar de manera relevante las formas de dominación actuales. Más aún, ello es posible sin tener que limitar la autonomía de los artistas implicados, lo que demuestra otra cosa: y es cómo la propia técnica disponible para la producción de películas —una técnica absolutamente capitalista, es decir, que surge sólo en y gracias al modo de producción capitalista— ya prefigura los límites de la forma y el contenido del cine.

Para saber si Barbie es o no una película feminista hay que saber cuál es la función social del cine como un arte, entendiendo al arte como un proceso con productores y consumidores cuya función primaria es la comunicación. Pero a no ser que sea sumamente aburrida —casi un panfleto de propaganda—, una obra de arte jamás va a mandar un mensaje unívoco, ni va a estar vaciada de moralidad o ideología —como pretende la idea del “arte por el arte”.

En ese sentido, el ya citado marxista Walter Benjamin consideraba que el cine había inaugurado una nueva época en la historia del arte. Porque la técnica[3] de este nuevo arte implicaba la fusión de técnicas precedentes —como la fotografía y su herramienta, la cámara— haciendo del proceso de trabajo artístico, cada vez más, un apéndice de diversos aparatos y máquinas; esto implicaba que el cine estaba produciendo nuevas fuerzas productivas que modificaban poderosamente la producción y consumo del arte. Para Benjamin esta nueva época del cine y las estrellas era indisociable del modo de producción capitalista, pues su posibilidad residía de manera más exclusiva que en ningún arte sobre el avance de nuevas tecnologías que permitían una producción y reproducción masiva de las obras de arte. De ahí que nombrara a este periodo como la “época de la reproducibilidad técnica”. 

Así es como, siguiendo a Benjamin, la creación artística puede liberarse de su claustro elitista y llegar a las masas. Las obras ya no son necesariamente “únicas” ni poseen una existencia limitada a un tiempo y espacio definido, sino que pueden ser multiplicadas. Y las películas no sólo representan este peculiar momento de la historia, sino que al cine en su totalidad lo constituye y conforma el hecho de ser un arte para la exhibición.

Desde esta perspectiva es que en el proceso de producción artística comienza a ocurrir el proceso de inversión fetichista descubierto por Marx: las personas se convierten en cosas y las cosas en personas; la técnica va ganando autonomía frente a los artistas. Así, antes que el trabajo o la voluntad humana, lo que para Benjamin guiará la producción de nuevas obras de arte, sobre todo en el cine, será la técnica. Dicho de otra manera: lo fundamental no es si Greta Gerwig es feminista, sino que su creación se halla condicionada por una técnica respecto a la cual estamos enajenados individual y colectivamente.

Por ello Benjamin nos indica que:

la servidumbre al servicio [del sistema de aparatos] sólo será sustituida por la liberación mediante el mismo cuando la constitución de lo humano se haya adaptado a la nuevas fuerzas productivas (2003, pp. 56-57).

A esta definición hay que sumar que un filme es maleable y perfectible como ningún arte. En una producción de cine lo que no salió “bien” se puede modificar: una escena donde la actriz no produjo la emoción deseada se puede volver a rodar. Un mismo día en la película pueden ser dos semanas de rodaje. Todo esto lo resuelve la magia del montaje[4] y otras técnicas que son mejoradas a cada momento. Así, es perfectible la forma así como el contenido de la obra, porque el mensaje se modifica con cada decisión y depende del desempeño de muchos trabajadores del arte involucrados[5].

Para esta reflexión lo anterior implica algo central: lo que la película en tanto obra de arte comunica depende no sólo de muchas personas —cualidad democrática—, sino de un sinnúmero de procesos productivos —cualidad técnica—. El arte cinematográfico utiliza elementos visuales (fotografía, tonalidades, montaje; actores, miradas, gestos, emociones) y auditivos (música, sonidos ambientales, voces, silencios) para elaborar su contenido; este contenido es moldeado desde la pre-producción hasta la post-producción a partir de muchas técnicas. Lo central en el ensayo de Benjamin es que la industria del cine no es neutral ideológicamente, pero tampoco se puede decir tan fácilmente de una obra cinematográfica que sea “de derecha” o de “izquierda”.

De ahí que juzgar una película como Barbie de feminista o antifeminista sea tan difícil, pues la técnica con la que ha sido producido su mensaje es ya sumamente avanzada; involucra a muchísimas mentes y requiere, de parte de nosotros, el tener un conocimiento mínimo sobre historia del arte en general y del cine en particular si queremos hacer una crítica real.

Lo que pese a todo se puede argumentar es que Barbie es una película con un mensaje despolitizante —aunque tal cosa sea nada más que una opinión. Pero hay un hecho inobjetable: y es que la película logró que Mattel, una empresa dirigida en un 70% por hombres, lograra reedificar su marca cuando la creía perdida, paradójicamente, por el feminismo que ahora retoma. Así, la función ideológica de esta película se revela: que las mujeres estamos condenadas a que Barbie sea el único modelo posible para seguir, sea con tacones o sin ellos. Es la constatación del momento histórico que atravesamos, donde se apareja una impugnación global al patriarcado con la imposibilidad de prefigurar algo diferente.

Así, y convertida en ícono feminista, la muñeca se impone a las niñas como el monolito del conocimiento se impone a los homínidos en 2001: Odisea en el Espacio. 

Referencias

Benjamin, Walter (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. México: Itaca.

Benjamin, Walter (2004). El autor como productor. México: Itaca.

Bentley, Eric (1992). La vida del drama. México: Paidós.

Castellanos, Rosario (2010). Mujer que sabe latín… México: Fondo de cultura económica.

Marx, Karl, (2014). El capital. Tomo I – Vol. I. México: Siglo XXI.

La filmoteca maldita (3 de agosto de 2023). La Metamorfosis de Barbie. [Archivo de Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=UtPYc6RUSq4&t=6s 

Martin, Alba (4 de agosto de 2023). ‘Barbie’ tenía razón: en la cúpula directiva de Mattel el 70% son hombres. Huffington Post. https://www.huffingtonpost.es/life/barbie-tenia-razon-cupula-directiva-mattel-70-son-hombres.html 

[1] Para conocer más de estos sectores en México véase el libro «Un fantasma recorre el siglo: luchas feministas en México 1910-2010», de editorial Itaca.

[2] Barbie fue creada apenas dos meses después de la victoria de la Revolución Cubana, y sin embargo ¡nunca existió una Barbie revolucionaria! ¿O sí?

[3] Benjamin recupera aquí una noción de técnica como la expuesta por Marx en «El capital», misma que puede sintetizarse como los «órganos productivos del hombre» (sic) o «base material» de organización de la sociedad. Sobre el tema que nos compete, podemos pensar que implica desde las herramientas que usaban los homo sapiens para pintar en piedra, hasta las cámaras y muchas otras máquinas necesarias para hacer una película.

[4] De hecho para Benjamin es en el montaje donde surge la obra de arte, no en la puesta en escena. Véase 2003, p,66.

[5] Contrario a lo que podríamos pensar, esto significa que el papel de director, excepto en casos contados como el de Stanley Kubrick, también pasa a segundo plano frente a las máquinas.