A propósito de Barricadas A Go- Go. Apuntes sobre la escena musical japonesa de 1968 a 1977, de Julio Cortés Morales

Miguel Ángel Hermosilla Garrido

¡Esbirros estúpidos!

Vuestro orden está edificado sobre arena.

La revolución, mañana ya se elevará de nuevo

Con estruendo hacia lo alto.

Julio Cortes Morales. Citando a Rosa Luxemburgo.

Para el pueblo palestino, que resiste sin parar el genocidio sionista.

La cuarta edición de Barricadas A Go- Go de Julio Cortés Morales –2024–, retoma la reflexión que el autor había venido desarrollando desde el 2017 –primera edición–  acerca de la compleja relación entre procesos sociales y expresiones artísticas. Lo que marca esta nueva versión y entrega de Barricadas A Go-Go, publicada en México, Chile y España simultáneamente, son los distintos fenómenos sociopolítico y estéticos que se han venido manifestando en los últimos cinco años; desde las rebeliones callejeras, expresadas en las últimas revueltas por la sobrevivencia y contra la miseria que se vienen produciendo a nivel global y con especial fuerza e intensidad en América Latina y Chile, como resistencia a las políticas de precarización general de  la vida en las que nos arrincona la tiranía neoliberal planetaria, hasta los procesos de repliegue y restauración del orden del capital y su agenda securitaria impuesta por el poder en  tiempos de asonadas reaccionarias.

Los polos más atractivos de la puesta en escena de este texto en partituras de polifonía política y ritmicidad subversiva, es la atención que presta el autor,  en un mismo tiempo de escritura, tanto de las arremetidas de rebelión anticapitalista/ y antiautoritaria de los pueblos, como a las manifestaciones estéticas que acampan junto a estos procesos políticos contemporáneos, desarticulando los límites cartográficos e identitarios que deslizan las lecturas más conservadoras y territorializante de estos embates  revolucionarios.

Barricadas a Go-Go, es una sinfonía radical de expresiones heterogéneas y múltiples, pues, en él entra en escena un registro de voz que irrumpe narrando los acontecimientos políticos de un Japón escondido en la violencia orientalista de la cartografía colonizante, para re-escribir también a través de imágenes y evocaciones sónicas, los distintos latidos subversivos que sacudían con carnavales y revueltas al conjunto del territorio Nippon, que  para ese entonces se abría paso a un inagotable intercambio cultural y musical con el denominado mundo “occidental”: “ en ese ajetreado y vertiginoso intercambio entre Japón y occidente llegaron a manos de Van Gogh y varios  pintores europeos, más de unos grabados que marcaron radicalmente su técnica como el curso de la  pintura moderna occidental” Notas introductorias a la curta edición” (Pág. 14)

Si. Barricadas a Go-Go, es un nombre que designa un aluvión de significados; polisémico en su expresión, que nada dice en el “dadá” de su zumbido, sino el ronquido telúrico de un bloquear el paso al poder según la lengua punk: “La expresión “a go-go” parece proveniente de “¡go ¡go”, que en español sería algo así como; dale, ándale, ándale, arriba, arriba. “Presentación a la cuarta edición” (Pág.18).

Derivada también del “go- go dancers” que “desde el francés” se podría decir de lo abundante de á gogó; con las barricadas en abundancia, abultadas en la cima de su altura, elevadas desde las humaredas del fuego de la rabia popular que las anima.

Así, entra en escena, entonces, “a go go las barricadas”, para musicalizar la protesta que en todo tiempo alentó la estética juvenil de la rebeldía por la justicia en el mundo. El humo de las revueltas que asedio al poder a principios del siglo XX en Europa, y que marcó el primer asalto obrero y proletario del mundo contra la sociedad de clases, tiene al mismo tiempo un correlato estético que anuncia el comienzo del fin de la interpretación moderna del arte: en toda  explosión política de rebelión popular y proletaria late también una implosión an-estica y an-arquica de los sentidos; que para entonces, resonaba como la revolución del arte de vanguardia y la irrupción “destructiva” de la imaginación. Japón no sería la excepción en este primer asalto revolucionario a la razón capitalista, pues tendría su singular forma de modulación en la influencia reciproca que los distintos movimientos de “avanzada rebelde” se daban en un viaje de ida y vuelta desde los contornos corroídos de sus frágiles fronteras:”

En Japón se había expresado el movimiento “Mavo” impulsado por Murayama que había estado en contacto directo con los dadaístas en Berlín en 1922 y que a su regreso realizó una especie de fusión con la asociación japonesa de arte futurista (Pág. 48).

En esta misma senda de sublevaciones populares por la revolución mundial proletaria, se juega una de las derivada más decisiva de barricadas a go-go, a saber; la tesis de que el ciclo de rebeliones históricas que se desatan entre el 1968 y 1977 en casi todos los rincones del planeta no queda hegemonizada culturalmente en los espacios universitarios y callejeros de “occidente” y  Europa continental, sino  que se expanden por todo el orbe y con especial intensidad política y cultural en la isla nipona, que al igual que en el resto del mundo llega para instalarse allí con la pulsión que todos los ciclos subversivos portan consigo para dislocar las tradiciones opresivas y homologantes de la explotación capitalista.

A cada movimiento o ciclo de insurrección popular anticapitalista, lo sucede otro ciclo de arremetidas conservadoras que reaccionan en defensa del orden y la dominación de clases, ese, es el eje problemático decisivo de la reflexión política que el autor de barricadas a go-go desarrolla en el texto, a partir de una interpretación de los acontecimientos políticos, que no se deja atrapar en la vulgar linealidad  del tiempo teológico que propone el histocismo para neutralizar a los pueblos y sus pulsión comunista de huelga general contra “el mundo interior del capital”, Así, a todo gran evento revolucionario , creativo y político, lo espera también una reacción de defensa oligárquica violenta, que se engendra desde el  mismo interior de los  proceso de insurrección, sin que, al calor abrazador y encandilante de las barricadas, podamos advertirlo venir. Nunca se ve venir la revuelta de los pueblos en lucha por la justicia. Nunca se ve venir la ola fascista de recuperación clasista del orden dominante. Aun así, la memoria proletaria del tiempo convulso de los sublevados, y su derrota, se teje en los subterráneos del “jardín de la resistencia” y deja la puerta abierta del “nunca sido” de la historia”, a los sonidos intempestivos de sus combates interrumpidos.

Japón remece a la historia, la lucha de los populares- jóvenes, estudiantes y consejos obreros atraviesa las cartografías del poder para barricarse en todas las calles y las ciudades acosadas por el expediente blanco y racista de la historia de la acumulación, los pueblos de la isla irrumpen con cascos, banderas, palos y tomas universitarias, para aglomerarse junta a la rabia encabritada de los desposeídos en una lucha común y callejera por la revolución mundial de los pobres.

Desde Tokio, escuchamos también el grito de rebelión de su singular 68, abierto al mundo en una sinfonía, anti- estalinista, cosmopolita, salvaje y anti-imperialista, de pelea y disputa urbana de los “Zengakuren”, un movimiento de estudiantes universitarios japoneses, que se atrincheraba en la contra cultura- resiste de sus riffs guitarreros- punk y molotov contra el “espectáculo integrado del capital”. De ahí suenan los alaridos de una escena musical que se pierde en la historia oficial de la música del mercado y la máquina de la industria cultural fagocitante. Pero como cuerpos afectados –dirá Spinoza– en la historicidad misma de nuestra relación con la historia, sin metafísica de la experimenta, la vida joven reclama, la flor viajera de su opera hair, “rock punk japo”, sin la mediación autoritaria de ningún culturalismo de la identidad, pues, la escena rock japonesa estalla diluyendo los patrones del pentagrama oficial que “ofrecía el hard y el prog rock más conocido de esos años”. La psicodelia de la escena sonora rock japonés de los setenta, se nos ofrece como correlato musical disonante, estruendoso y bronco de desprogramación sensorial hacia lo alto, cual barricada política que hace estallar el sin sentido del mundo y la producción ficticia de la ciudad del capital. ¡Grita!, Damo Suzuki, el alarido anarco nihilista de su comunismo gutural; los cien años de la comuna de parís se confunden en la bacanal mundana del sonido visual de Mizutani y su “nunca grabar en un estudio”, y “su nunca jamás editar disco ninguno”; el jazz libre y fusionado de los ensambles atonales de Kaoru Abe, y su gesto de hastió destituyente con los límites de la música y sus acordes de melodía programada. Todas las revueltas del mundo suenan en la escena del latigazo rockero “de la banda negra gitana de música radical”; la unidad popular en Chile es Tokio también, hirviendo la indiada, su kultrún rebelde, adoquinan de barricadas la ciudad burguesa para tomarlo todo, en la esperanza inagotable del festival a go-go de la justicia upelienta y su insurrecto manifiesto de música, canto, erotismo y revolución.