Mayo y Palma
Mauricio Aguilar Flores
A cuatro días de los comicios del dos de junio, los visitantes habituales de la Alameda central habían sido invadidos por las hordas que, avanzando por Avenida Juárez, se dirigían hacia el Zócalo mientras arengaban a la Dra. Claudia Sheinbaum. A los niños que se mojaban en las fuentes nada del evento llamaba su atención. Otros, apenas más altos que el puesto de sus padres, trabajaban en la venta a la vez que miraban con asombro el pasar de las hordas guindas.
Algunos alzamos la cara para calcular si caería la lluvia antes del discurso y aunque el cielo amenazaba, los contingentes comprendían la relevancia de la cita, la última previa a la elección. Conocía muy pocos de los nombres que figuraban para diputaciones locales en la ciudad de México pero también de otras entidades que asistieron al lugar.
Era fácil distinguir al militante del llano simpatizante. Los primeros se movían coordinados en grupos casi uniformados que guardaban una distancia prudente con el bloque de adelante. Los segundos caminaban con mayor pasividad por las banquetas escoltando sonrientes a la multitud abanderada. Aunque algunos de los trabajadores de los locales aledaños hacían muecas de desprecio hacia los manifestantes, muchos otros se asomaban emocionados por los aparadores de la tienda.
Ahí va Claudia, ¿ves? Volteó a decirle un joven a su novia señalando a la pantalla colocada en la esquina de Avenida 5 de Mayo y la Calle de Palma. La cámara seguía a la candidata de la coalición Sigamos haciendo historia en su ruta hacia el templete. Al grito de: ¡Presidenta, presidenta! La gente coreaba al unísono los saludos que Sheinbaum dirigía a la abarrotada explanada.
La primera en tomar el micrófono fue la exalcaldesa de Iztapalapa Clara Brugada. El discurso aunque efectivo, fue difícil de escuchar aún con las bocinas ya que los asistentes en aquella intersección no pararon los tambores y el bullicio. Únicamente la mención de un nombre provocó el grito unánime de los presentes. Cuando la candidata a la jefatura de gobierno evocó al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, estalló la euforia en el zócalo capitalino. Algunas personas ataviadas con playeras vino aplaudían desde los balcones del Hotel Washington. El aplausómetro de la masa señalaba las jerarquías. Ovaciones para el tabasqueño, arengas para Claudia y aplausos para Clara.
Era el turno para la ex jefa de gobierno. Con un vestido liso merlot detallado en flores a la cintura tomó el púlpito e inició el discurso. Los tambores, las trompetas y el clamor popular guardaron su turno cuando las palabras de la candidata lo invitaban. Todos alzaban la barbilla para ver mejor la pantalla. Una señora con sombrero de paja le pidió a un niño bajar su bandera para apreciar el momento. El menor asintió y ambos se sonrieron. El vendedor de semillas que tenía al costado de vez en cuando se acordaba de ofrecer sus productos, pero aplaudía con todos cuando Claudia hacía una pequeña pausa.
Los morenistas en el cruce de Palma apoyaron airadamente dos momentos puntuales del discurso: la continuidad de los proyectos estratégicos de López Obrador y la promesa de que no volverían las pensiones a los expresidentes. En dichos preceptos se puede encontrar la llama que propaga en tanta gente: la esperanza de seguir construyendo un mejor futuro y la revancha contra los actores del pasado.
En cuanto terminó el discurso, cada grupo retomó sus actividades e intereses propios. La cohesión mientras Claudia hablaba se había debilitado. Era un bloque de bloques. Es entendible, después de todo cualquier conjunto contiene en si las mayores virtudes y los peores defectos humanos que no distinguen de partidos políticos ni de clase social. Pero la base que conforma el movimiento morenista para sí, ayer marchó contenta por las calles del centro histórico con ideales claros y el voto de confianza para sus dirigentes.
De regreso a la vida cotidiana en el atestado metro, la gente que produce la riqueza de este país somnolienta y apretada hizo espacio a los marchistas. Al final estamos en la misma línea sin importar la dirección. Adentro, un anciano al que le faltaba un diente dijo: Total donde cabe uno caben dos.