¿Vivimos en un Mundo Imposible? La Interpretación de Mundos Múltiples la Paradoja Inmanente del poder [1]
Ricardo Sanín-Restrepo
La Paradoja y su Solución
Predefiniciones:
¿Qué es la potestas? Es todo régimen de opresión que condiciona el ser y su existencia a un modelo transcendente de mundo. Es por tanto la prohibición primordial (política, legal, racial) para acceder a la programación y los usos del lenguaje (como el primer común de la diferencia) a través de calificaciones y condiciones permanentes para el ejercicio del poder. Es una jerarquización rígida que determina la pertenencia (inclusión y exclusión, pero también lugar de asignación) a cualquier mundo posible (Sanín-Restrepo 2018, xiii) Dichas imposiciones, como comenzamos diciendo, se obtienen a través de una sumisión directa de la diferencia a modelos trascendentes ocultos de unidad e identidad (patria, iglesia, mercado, constitución) que controlan y vigilan el mundo de la diferencia.
La Paradoja:
Permítanme proponer una paradoja[2] a través de la Interpretación de Mundos Múltiples (IMP) de Hugh Everett de la siguiente manera:
Si hay una infinidad de mundos múltiples paralelos (o universos), entonces es absolutamente necesario que haya un mundo donde esos mundos múltiples paralelos sean imposibles, por lo tanto, la infinidad de mundos múltiples paralelos es limitada y, por lo tanto, finita (Sanín-Restrepo 2020).
Por ende, “este”, el mundo en el que vivimos, el mundo de la potestas (negación de la multiplicidad), no es más que una mera simulación. Vivimos en un simulacro de potestas. Sin embargo, a través del arte y la resistencia, todavía consideramos y vivimos la posibilidad de la contingencia y, por tanto, del poder como diferencia inmanente, es decir, todavía convocamos a un mundo que son múltiples mundos.
Consecuentemente, la potestas (el poder como dominación, la negación de la diferencia), es decir, este mismo mundo en el que vivimos, es el único mundo irreal, inmaterial e imposible. Precisamente la característica más espantosa e impactante de la potestas es que no tiene ningún reflejo, una doble faz, se trata de un estado petrificado de identidad y opresión. Potestas es, pues, la paradoja de la existencia, un puro simulacro del mundo, la negación total de la diferencia y de la multiplicidad. El mundo de la potestas (del simulacro de la diferencia) es aquello que no puede existir fuera de sí mismo, aquello que ni siquiera es diferente en sí mismo. Cada instante se agota en su propia actualidad, y “llegar a ser”, o “devenir” en el tiempo es imposible dado su aparente estado de perfección (absoluta actualidad, negación de otra posibilidad), donde nada puede serle añadido ni sustraído.
Es la actualidad del tiempo donde lógicamente no cabe ninguna diferencia. Es, en última instancia, una negación de cualquier mundo posible que no sea en sí mismo la pura negación de otros mundos[3].
Por ello, la contingencia (cuyo nombre en política es democracia), como la extensión infinita de la diferencia intensa, es necesaria en todos los mundos posibles.
El Razonamiento:
La diferencia siempre es contingente y, por lo tanto, cualquier punto de acolchado en la necesidad es su más fundamental y directa negación. Permítanos plantear rápidamente la cuestión central de la contingencia y la necesidad que resolverá la cuestión del poder en este libro: “El cambio puede ser contingente o necesario, o puede ser posible o imposible. Lo contingente se refiere a lo que puede suceder sin que sea necesario que suceda. Necesario se refiere a aquello que es imposible que no suceda. Imposible es lo que no puede, en ninguna circunstancia suceder.” (Sanín-Restrepo 2016, 85). Es entre la contingencia y la necesidad donde la trama del poder se desenvuelve y alcanza su pleno significado. Como hemos aclarado antes:
Mientras que la contingencia es el desencadenamiento, tanto de la inmanencia, como de la generación, las transiciones y la creatividad; la necesidad es el dominio soberano sobre cada definición de tiempo y espacio desde un punto cero predefinido. Mientras que, en la necesidad, la contingencia del futuro se captura en lo que actualmente es; la contingencia es el abismo donde lo posible y lo imposible se puede decidir. La contingencia es siempre la multiplicidad desatada del devenir. Por lo tanto, no existe una expresión de la diferencia que no sea contingente, así como no existe una negación de la diferencia que no recaiga siempre en la necesidad. La contingencia y la necesidad son entonces la matriz y el enigma del poder, es decir, de lo que es posible e imposible. (Sanín-Restrepo 2018, xi).
Es entre la contingencia y la necesidad donde el drama del poder se despliega y alcanza su máxima intensidad de significancia. Sólo en la contingencia es el mundo posible; cuando el mundo es dominado por la necesidad es simplemente un simulacro de mundo a través de un simulacro de poder.
El poder se crea en su ejercicio; todo poder se manifiesta en una relación de fuerzas y afectos. Un beso, una bomba, un brochazo, un decreto son todas expresiones de poder, alteran el mundo en sus condiciones de posibilidad y reconocimiento. El poder puede variar su intensidad, disposiciónalidad y su fórmula a medida que el acto se inserta en redes éticas y estéticas de significado. Pero, incluso, dicha inserción es también una expresión de poder. Lo que es primordial para comprender las estructuras de poder no es su corporalidad, sino sus expresiones. Como lo demostró Michel Foucault, la descripción de las estructuras del poder siempre será superficial y blanda en comparación con los campos de realidad que crean y las cartografías que diseñan (Foucault 1978).
El poder como potestas es el juego atroz consistente en atraer la multiplicidad, la abundancia y la producción horizontal del poder y absorberlas en estructuras de uniformidad que lo solidifican en formas de lenguajes raquíticos. Sin atravesar la potestas, o la negación de la diferencia, el mundo permanece envuelto en una nube de vapor, no es más que un simple simulacro. El problema que tenemos que acatar de manera aguda es que la potestas, a pesar de sus horrores o mejor, debido a ellos, constituye las dimensiones de nuestro mundo. Ella genera terribles realidades de raza y género (guerras, hambrunas como su resultado), pero se trata de realidades tozudas, que no podemos saltarnos o ante las cuales podamos cerrar los ojos deseando que desaparezcan, más bien debemos agarrar la criatura por los cuernos hasta que nos muestre su cara por completo. Por lo tanto, proponemos una nueva forma de entender el poder.
La interpretación de Hugh Everett (1973) de múltiples mundos es un primer paso para frustrar al Leibniz del “mejor de los mundos posibles” como el sueño del que nos enseña la conformidad con el poder como potestas a través de la necesidad, es decir, ese mantra que llevamos repitiendo durante siglos de que nada puede cambiar.
Aunque Everett está llamando la atención acerca de las observaciones paradójicas de las funciones de onda (ψ) en la mecánica cuántica (Everett 1973, 5), los efectos para la filosofía son extensos e intensos. Everett está señalando las deficiencias de las teorías de la mecánica cuántica que se basan en un solo observador y, por lo tanto, en un único método de observación en mundos infestados por una multiplicidad de conjuntos de observables. Ante una multiplicidad, un observador único falla en el espacio y el tiempo. Por lo tanto, no se puede formar una sola imagen desde una perspectiva única y cerrada (solipsismo). Como él lo expone:
Ahora está claro que la interpretación de la mecánica cuántica con la que comenzamos es insostenible si tenemos que considerar un universo que contiene más de un observador. Por lo tanto, debemos buscar una modificación adecuada de este esquema, o un sistema de interpretación completamente diferente. Varias alternativas que evitan la paradoja son: Alternativa 1: postular la existencia de un solo observador en el universo. Esta es la posición solipsista, en la que cada uno de nosotros debe mantener la opinión de que solo él es el único observador válido, con el resto del universo y sus habitantes obedeciendo en todo momento el proceso 2. excepto cuando está bajo su propia observación. (Everett 1973, 6).
Solo podemos llegar a un sistema de observación más rico y congruente si “Los procesos de observación son descritos completamente por la función de estado del sistema compuesto que incluye al observador y su sistema de objetos, y que en todo momento obedece a la ecuación de onda.” (Everett 1973, 8). La conclusión de Everett, que resuena tan poderosamente con nuestra exploración es que “Todos los procesos se consideran por igual (no hay procesos de medición que desempeñen un papel preminente).” (Everett 1973, 8). Sin embargo, la tesis de Everett no debe considerarse a través de la plataforma reducida de la mente cartesiana, como si la mente fuera capaz de dividirse, como Buda, en tantos universos como sea necesario para que la mente piense. Como si la calidad y la cantidad de los mundos dependieran de la “imagen especular” (Rorty) de la mente. Aunque el universo de Everett depende del observador, el resultado es que ningún objeto y, de hecho, ninguna forma de observación domina una forma única de verdad sobre cualquier otra. Como él sostiene “Por lo tanto, es incorrecto atribuir menos validez o ‘realidad’ a cualquier elemento de una superposición que a cualquier otro elemento, debido la siempre presente posibilidad de obtener efectos de interferencia entre los elementos. Todos los elementos de una superposición deben considerarse simultáneamente existentes.” (Everett 1973, 107) Los mundos múltiples son pura virtualidad, sus propiedades son una autopista para lo intensivo.
De cada presente posible, un nuevo presente virtual se separa como rutas nerviosas subterráneas. Infinitos universos que brotan en infinitas direcciones. Por una forma en que el mundo es, existe la clara posibilidad de otro mundo que es de otra manera. El jardín de Borges como caminos infinitos hacia realidades infinitas. Ningún presente es actual, ningún futuro está predestinado, ningún pasado es irrevocable. Todos los estados pueden estar rotos. El laberinto de Borges es un libro, el libro es un laberinto, todos son laberintos invisibles del tiempo. Sin circularidad, sin tallar la bóveda celeste de la torre de Babel para desenterrar la misma tierra en la que se encuentra la torre, (como en la bella historia de Ted Chiang 2002). No hay circularidad en un libro que termina como comienza. Como en la historia de Borges, para elegirlo todo, para elegir la invisibilidad “elige uno y elimina los otros”; pero Ts’ui Pên elige simultáneamente todos ellos y crea, de esta manera, futuros diversos, tiempos diversos que también proliferan y se bifurcan (Borges 1964, 37). Un camino bifurcado sobre el otro creando otros que se encaraman sobre los otros y se bifurcan nuevamente.
Es hora de reflexionar, ya que solo las preguntas pueden aplacar la frenética marcha del tiempo. ¿La bifurcación es una cuestión de tiempo o espacio? ¿Ambos? ¿Pueden estas bifurcaciones divergir infinitamente o volver a inundar a las demás? Pero entonces, ¿hay una bifurcación original? ¿Un centro en la telaraña del tiempo? El tiempo como infinito es el enjambre de todo devenir, donde todo devenir constituye la materia del tiempo, en el sentido de que es indistinguible de todos los demás devenires.
Según la teoría de Everett, todo lo que pudo haber sucedido, pero no llegó a ser actual, en realidad sucedió en el pasado de otro universo. Todo lo que pudo suceder, pero no sucedió, sucedió en otro mundo. La necesidad en un mundo no implica necesidad en el otro. Por lo tanto, la única verdadera necesidad es la contingencia absoluta. No hay arbitrariedad en esto. La interpretación de mundos múltiples asume el realismo, mientras que la actualidad es su estructura formal fundacional.
El avispero de la teoría es el uso del concepto de actualidad. Volviendo al principio de indexicalidad de Lewis, está claro que el mundo actual es uno de los muchos mundos posibles. De esa manera, el nombre “actual” requiere del nombre “ahora” para ser real, un punto mínimo en el espacio y el tiempo desde donde se desgaja la multiplicidad de mundos; y esto nos lleva a un nuevo conjunto vertiginoso de problemas. La actualidad, como el mínimo dado, la clave para abrir todos los universos posibles es enormemente problemático en sí mismo.
Permítanme problematizar el uso de la actualidad reviviendo nuestra paradoja: Si hay una infinidad de mundos paralelos, entonces es absolutamente necesario que haya un mundo donde los mundos paralelos sean imposibles, por lo tanto, la infinidad de mundos paralelos es limitada y, por lo tanto, finita.
Profundicemos más, a través de otros túneles. La actualidad significa la necesidad de un universo desde donde podamos abrir y sumergirnos en los otros. En esa medida se necesita un “ahora” un “nun” aristotélico como la apertura mínima para la construcción del espacio-tiempo para lograrlo. Como describimos en otro texto, “el nun es una partícula no temporal que permite que el tiempo exista para que el cambio pueda contener su sustancia. El nun es una construcción de un nombre, un grafo, como un nombre de numeración que una vez es pronunciado se difumina en la corriente del tiempo.” (Sanín-Restrepo 2018, 194). En última instancia, el nombre aristotélico fundamental es un nun, es el no ser del tiempo desde donde el tiempo se hace posible para el ser, el nombre que abre la posibilidad del ser (estar) en el tiempo.
Me gusta pensar que el nun es el no-nombre en un no-tiempo donde la posibilidad de ser se conjura desde el tiempo. Pero aquí, el bosque se hace más espeso. Si todo se detiene en la necesidad de “este” universo que mide y compara a todos los demás, entonces hay un proceso de estabilización que nombra “cuál es el caso”. Un embudo para ordenar el efecto de ondas de todos los demás índices. Sin embargo, en la aceleración (propia de la multiplicidad), el artefacto visual nos permitiría observar que el centro del efecto de ondas se convierte en la curvatura de los senderos del tiempo, empujando todos los universos hacia él en un movimiento centrípeto y elevando así la eminencia del “mundo actual” como un vórtice jerárquico. Por lo tanto, no podríamos entender la apertura de la multiplicidad como una “superposición que debe considerarse como simultáneamente existente”, como concluyó anteriormente Everett.
Nuevamente, en “la actualidad”, todo se detiene, se frena en la necesidad de un universo preeminente, que mide y compara a los demás. Esto supondría la necesidad de un universo actual desde donde se crean todos los demás. Esto no es más que dependencia, y al menos idealmente, inhibiría la posibilidad misma de lo “alternativo” y “paralelo” como excepcionalmente diferentes. Hay un proceso de estabilización que nombra “cuál es el caso”, un conducto que ordena y por ende jerarquiza los universos bajo la égida de uno de ellos. Entre los mundos infinitos posibles, hay uno que sirve como una especie de núcleo, de matriz para todos los demás mundos.
Estamos haciendo una pregunta muy específica, ¿cuál es la unidad de tiempo necesaria para la bifurcación? ¿O el tiempo también carece de sentido? Quiero decir, como el multiverso no es solo espacial, sino temporal, cuando nos sumergimos en otros universos, ¿en qué momento u orden del tiempo (nun) lo hacemos? ¿En qué forma expresiva del “ahora” se bifurca cada universo posible? ¿Cuál es el valor? ¿Cuál es el nombre? ¿O son estas mismas preguntas una forma de devolver el problema a la mente cartesiana? Pero, pensemos simplemente, sin invocar el problema mental, que, si no hay una unidad de tiempo de la bifurcación, entonces todos los universos se apilan en el espacio y son indiscernibles. Para pensar esto último, podemos deshacernos de la mente cartesiana. No es una simple cuestión de conocimiento, sino de la estipulación kripkeana. Para pensar un multiverso hay infinitos tiempos y espacios, sin embargo, para habitar uno y diferenciarlo de otro necesitamos una apertura, un enlace para conectarlos, pero este “nun” nunca es neutral, ¡siempre es … así es! También una cuestión de poder.
A la pregunta de qué es un ahora, lógicamente le sigue un hecho. ¿Qué es (el) instante? ¿Hay instantes sin hechos, sin cosas? Debemos pensar en el tiempo que se tarda en formar un hecho (hecho distintivo), pero luego el problema llega en forma de lo que significa o representa un hecho distintivo, o cómo se puede nombrar. ¿Estamos dentro de la dependencia total del hecho a la relación y esta última como nuestra capacidad para desalojar el tiempo de sí mismo? ¿Podemos percibir solamente las palabras “diferencia” y “multiplicidad” solo cuando dejan nuestra actualidad, pero no su resultado probable en otro universo? Prestemos atención al hecho de que “otro mundo” deviene a través del ejercicio de “esta” diferencia y qué es lo que está bloqueado allí por una forma de identidad que debemos reconocer como algo que emerge de nuestro mundo. Subamos un poco las apuestas. ¿Es la interpretación del mundo múltiple un resultado o una causa de la función de onda? ¿La función de onda necesita la interpretación o es la interpretación el resultado de la función de onda? Y, por lo tanto, ¿la función de onda demuestra la interpretación de mundos múltiples o es la interpretación de mundos múltiples lo que explica la función de onda?
La idea no es oponerse a la mecánica cuántica con el poder de la poética, sino poetizarla. Hay un centro duro en la mecánica cuántica que incluso la poética tiene dificultades para atravesar. Cada vez que ocurre un evento cuántico, el universo se divide en dos universos paralelos opuestos. Por lo tanto, pase lo que pase en uno, sucede exactamente lo contrario en el otro. Ciertamente, no podemos perder de vista que estamos hablando de hechos, estados, objetos, funciones. Lo que nos resulta perturbador, al apoderarnos de la Interpretación de mundos múltiples (IMM), es la idea de lo “contrario” cuando se enuncia la posibilidad de universos paralelos sin fin. Pues, ¿No significa lo “contrario” uno (pura unicidad)? ¿Significa que tenemos que saber entonces cuál es el estado de las cosas en un momento dado en un espacio-tiempo determinado, para que declaramos (probemos) que ha sucedido lo contrario? “Contrario” supone necesariamente un sistema de equivalencias con una identidad dura como origen. Por lo tanto, lo que es profundamente problemático es que la idea de contrarios está anclada en la binaridad, y no en cualquier tipo de binaridad, sino en la necesidad de decidir entre la normalidad y la excepción, entre lo positivo y lo negativo. Como si estos términos pudieran aducirse desde una sola identidad de estados de cosas. Si esto último es cierto, estaríamos ante la necesidad, cada vez que rompemos dentro en un nuevo universo, de arrojarnos a él desde modelos eminentes, los modelos como plataformas de lanzamiento y, por lo tanto, escindimos cualquier posibilidad de inmanencia. Esto también implica la superposición de formas finalizadas que no pueden ser sino actuales y consecuentemente necesarias.
Está absolutamente claro que el salto a un mundo alternativo en mecánica cuántica se realiza desde un estado estable y totalmente determinable donde además predomina la “irreversibilidad” del tiempo (Prigogine 1980). Por lo tanto, el punto de partida es completamente conocido y objetivo. Sin embargo, desde la poética (por ejemplo, la teoría crítica) no podemos conocer el estado desde el que comenzamos, este estado debe estipularse si queremos hablar de la inmanencia y el poder como constitutivamente diferentes. Finalmente, la teoría crítica no puede reproducir las instancias de lo dado. No puede ser una mera copia aberrante de los estados determinables de la normalidad, de lo que ella misma está poniendo al borde del precipicio la crítica. He insistido enfáticamente en que la potestas debe ser confrontada en sus propios términos, como la productora de las dimensiones de nuestra realidad, pero no podemos duplicarla cuando la atravesamos a través de la crítica.
Al considerar múltiples mundos, está claro que la potestas es el mundo que no tiene otro mundo posible. No posee ningún “contrario”, ningún inframundo que se elevaría para aniquilarla. Precisamente, su característica más hedionda y efectiva es que no tiene reflejo, o doblez, es un estado petrificado de identidad y opresión. Potestas es, pues, la paradoja de la existencia. Lo que no puede existir fuera de sí mismo, lo que ni siquiera es diferente en sí mismo. En esta medida, la democracia, como la extensión infinita de la diferencia intensa, es necesaria en todos los mundos posibles.
Bibliografía
Bergson, Henri. 2002. Key Writings. Edited by Keith Ansell Pearson and John Mullarkey. New York: Continuum.
Borges Jorge Luis. 1964. Labyrinths Selected Stories & Other Writings. New York: Directions Publishing Corporation
Chiang, Ted. 2002. Stories of Your Life and Others. Nueva York: Knopf Doubleday Publishing Group.
Everett, Hugh. 1973. The Many-Worlds Interpretation of Quantum Mechanics. The Theory of the Universal Wave Function. https://www-tc.pbs.org/wgbh/nova/manyworlds/pdf/dissertation.pdf
Foucault, Michel. 1978. The History of Sexuality Volume I: An Introduction. New York: Pantheon Books.
Kripke, Saul. 1980. Naming and necessity. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press
Leibniz, G. W. 1989. Philosophical Essays. R. Ariew and D. Garber, eds. Indianapolis: Hackett, 1989.
Lewis, David. 1973. Counterfactuals. Malden Massachusetts: Blackwell Publishers.
Prigogine, Ilya. 1980. From Being to Becoming: Time and Complexity in the Physical Sciences. London: W. H. Freeman and Company.
Rorty, Richard. 1979. Philosophy and the Mirror of Nature. Princeton: Princeton University Press.
Sanín-Restrepo, Ricardo. 2016. Decolonizing Democracy: Power in a Solid State. London: Rowman and Littlefield International.
Sanín-Restrepo, Ricardo (Ed.). 2018. Decrypting Power. London: Rowman & Littlefield International.
Sanín-Restrepo, Ricardo. 2020. Being and Contingency: Decrypting Heidegger´s Terminology. London: Rowman & Littlefield International.
[1] Artículo publicado originalmente en inglés en https://criticallegalthinking.com/2021/11/22/many-worlds-interpretation-critical-theory-and-the-immanent-paradox-of-power/ Luego recogido en el libro “Being and Contingency: Decrypting Heidegger’s Terminology” Rowman and Littlefield International, 2021.
[2]El poder de la paradoja yace en su capacidad única de picar en la línea de separación de la lógica formal, de estar simultáneamente adentro y afuera de ella (de lo verdadero y falso). Se trata de una proposición que afirma algo que es contradictorio, pero cuya validez no puede ser negada lógicamente. Lo vital de lo poético (paradoja, parodia, sátira, etc.) es que crea novedad sin modelo preexistente, rompe el asedio de cualquier régimen de previsibilidad anclado en el control absoluto del tiempo, el espacio y los seres. Al erosionar la necesidad y su imperio de brutalidad, nos permite volver a ver, sentir y participar del mundo.
[3] El segundo problema que vamos a explorar es el del tiempo y la primacía de uno de los mundos desde donde debemos enunciar los otros mundos posibles y cómo, el hecho de enunciar un tiempo, (un “ya,” un “ahora”) define un lugar privilegiado de poder, un universo preeminente, que mide y compara a los demás