Éric Hazan, editor insurgente
Enzo Traverso
Traducción de Víctor Ramos Badillo
Éric Hazan ―médico, escritor y posiblemente el más grande editor de la historia de la izquierda francesa― partió el 6 de junio en París después de sufrir de cáncer en los últimos años. Murió en la ciudad donde nació 87 años atrás y de la que se convirtió en su biógrafo no oficial. Su muerte es una pérdida vital para la izquierda global. Sin embargo, su vida ahora debe ser vista como modelo de una tradición en la que la izquierda siempre debe triunfar: una ambición intelectual polifacética y cosmopolita.
La edición fue una tradición familiar, pero no se enroló en la profesión hasta bien entrado en sus cuarenta. En las dos décadas anteriores, trabajó como cirujano de corazón, especializado en pediatría, campo en el que se convirtió en una figura destacada. Si bien había sido socialista desde su adolescencia, su primera profesión lo absorbió por completo, distanciándolo de la cultura y la política, las cuales aparecieron luego como sus principales preocupaciones personales y profesionales.
Éric siempre alternó su trabajo con el activismo. Durante la guerra de Argelia, se convirtió en un porteur de valises(portador de maletas), un eufemismo para los agentes encubiertos que respaldaron el Frente de Liberación Nacional Argelino. Cuando la guerra civil estalló en Líbano en 1975, viajó para trabajar como cirujano en un campo palestino. Pero en 1983, el médico dejó la medicina y tomó a su cargo Éditions Hazan, casa editorial especializada en Bellas Artes creada por su padre a fines de la Segunda Guerra Mundial. Desde aquel momento hasta el final de su vida, fue una figura destacada en la cultura intelectual francesa.
Los libros siempre rodearon la vida de Éric. Su abuelo, un judío egipcio francófono, emprendió una tienda de libros en El Cairo. Su padre se mudó a París para convertirse en editor y se casó con la madre de Éric, una judía rumana. Durante la guerra, sobrevivieron escondidos en un pueblo al sur de Francia, viviendo de sus ahorros: Éric comúnmente recalcaba que sobrevivir el Holocausto fue principalmente una cuestión de dinero. Asimismo, fue consciente del status peculiar de su familia en la Francia de posguerra ―inmigrante y, a la vez también, burguesa.
Durante aquellos años, Éric no asistió a la escuela primaria. En vez de ello, aprendió de su familia y leía los libros disponibles en casa. Después de la liberación, entró al Liceo Louis-le-Grand, uno de los más prestigiosos colegios de secundaria en París, donde se dio cuenta de que había recibido una educación de calidad, probablemente mejor que muchos de sus compañeros de clase. Sin embargo, mientras la literatura y la historia fueron signos evidentes de interés de Éric, su padre no pensó que aquello podría asegurarle una estable posición social, así que lo impulsó hacia la medicina.
Una vez que Éric regresó a la edición, fue libre de regresar a sus intereses iniciales. Aventurándose más allá de los eruditos, pero en última instancia convencionales, gustos de su padre, rápidamente transformó a Éditions Hazan en una importante editorial de libros sobre arte moderno, abierta a la vanguardia estética del siglo veinte, con una especial atención en la fotografía. Cuando conocí a Éric por primera vez, a mediados de los 90, estaba preparando un libro sobre fotografía y revolución. Me acuerdo del entusiasmo contagioso en su descripción de la única foto existente de las barricadas parisinas de 1848. Aquella foto específica unificó sus pasiones intelectuales personales: París, revolución, arte e historia del siglo XIX.
Al final de aquella década, cuando la concentración de la industria del libro francés, en las manos de pocas corporaciones, amenazó la independencia de la mayoría de las editoriales, Éditions Hazan fue absorbida por Hachette. Éric no podía soportar los imperativos comerciales del nuevo régimen ―su forma propia foucaultiana de “vigilar y castigar” ―, así que renunció y creó La Fabrique, una casa editorial de izquierda. En reemplazo de libros de arte, su producción ahora consistió principalmente en teoría crítica y ensayos políticos.
Apostó todos sus ahorros en su proyecto, por lo que, durante mucho tiempo de existencia, La Fabrique estuvo sin un espacio propio. Pero en ese entorno, Éric podía colocar sus habilidades como editor al servicio de sus compromisos políticos. Creó un pequeño comité editorial (fui parte de él durante casi una década) que se reunía regularmente para proponer y discutir proyectos de libros, mientras él andaba ocupado en los roles típicos como editor, lector de pruebas y encargado de prensa. La dinámica de la oficina estuvo, entonces, compuesta de los azares de su carisma. Era capaz de jugar este rol por su personalidad política, la que ―algunas veces era sectaria― nunca fue dogmática.
Éric nunca fue un “intelectual orgánico” confinado a esta posición en la lucha de clases ―ni incluso durante su juventud, cuando fue miembro del Partico Comunista Francés. Él maniobró desde varias tradiciones francesas premarxistas ―su rasgo autoritario fue probablemente heredado de su héroe Robespierre, cuyo manto Éric reivindicaba con iconoclasia habitual. Sin embargo, aquellas predisposiciones eran mitigadas con su generosidad y amabilidad personal.
En un tiempo de neoliberalismo triunfante, cuando la democracia liberal y la sociedad de mercado se han convertido en las normas indiscutibles, fue capaz de establecer una voz disidente que rápidamente se convirtió en una indispensable herramienta de crítica intelectual y disconformidad política. La Fabrique publica no solo reediciones de textos clásicos de Marx, Adorno y Benjamin, sino también volúmenes de teoría crítica contemporánea (como Jacques Rancière, Alain Badiou, Daniel Bensaïd y Andreas Malm) y libros sobre historia revolucionaria y estudios literarios de Proust y Balzac.
Pero Éric estuvo, del mismo modo, comprometido con publicar libros sobre el Holocausto, la crisis de la democracia, la gentrificación de la metrópolis, el “capitaloceno” y los derechos de las minorías de género. Asimismo, La Fabrique renovó la tradición de anticolonialismo que había distinguido a otra destacada casa editorial francesa, las ediciones Maspero en los 60 -con una atención especial sobre el Medio Este, al darle voz tanto a autores palestinos como a judíos antisionistas. El mismo Éric escribió un ensayo con su amigo Eyal Sivan, el director israelí detrás de Ruta 181 (2003) y Jaffa: the orange’s clockwork (2009), para denunciar lo que veían como el falso uso de la historia judía para legitimar las políticas israelíes modernas. En ese contexto, Éric se apropió del término de Isaac Deutscher de lo “judío no judío”, que rechazaba al judaísmo en nombre del cosmopolitismo y secularismo, al mismo tiempo que nunca estaba asustado del presente como los judíos antes de los antisemitas. Sin embargo, Éric siempre reivindicaba que sus verdaderas lealtades eran a París, su único hogar verdadero.
En Francia, La Fabrique se convirtió en punto de referencia para el movimiento decolonial, publicando numerosos libros que cuestionaban los dogmas del republicanismo nacional francés a través del revelamiento de sus trasfondos coloniales. La xenofobia e islamofobia fueron sus blancos inherentes, comprendiendo que esta lucha no era una cuestión de generosidad ni compasión hacia los inmigrantes (según el clásico slogan de la izquierda francesa: touche pas à mon pote o “no toques a mi amigo”) sino, por el contrario, una cuestión de igualdad.
Mientras funcionaba La Fabrique, Éric también descubrió sus talentos literarios. Se convirtió en un aclamado escritor, historiador y ensayista. L’invention de Paris (2002), una historia de la capital francesa narrada a través de sus calles, parques y monumentos fue un best-seller internacional. Y su Une histoire de la Révolution française (2012) sorprendió a muchos lectores por su narrativa reivindicativa ―a veces vista como obsoleta en el estudio de la historia― como un método histórico radical, retratando desde Balzac y Benjamin, hasta los historiadores Jules Michelet y E. P. Thompson.
La verdadera impronta política e intelectual de Éric Hazan debería encontrarse en su trabajo en La Fabrique. A diferencia de François Maspero ―tal vez el único equivalente a Éric como editor y homme de lettres (hombre de letras) pero que acabó deprimido después de que abandonó su editorial para convertirse en escritor― Éric fue capaz de crear un equipo que asegurará la continuidad de su empresa. Su legado no será olvidado ni abandonado.