Subversión y parodia en Falsas crónicas del sur

Raúl Soto

1. Se podría afirmar que todo el corpus narrativo de la escritora puertorriqueña Ana Lydia Vega utiliza elementos paródicos para subvertir los géneros literarios y los discursos culturales. Ya Linda Hutcheon ha precisado que la parodia contemporánea abarca un ámbito muy amplio: de lo irónico y lo lúdico a lo despectivo y lo burlón. Falsas crónicas del sur ‒publicado en 1991‒ no es la excepción y cubre toda esa gama de la intencionalidad paródica. El libro está compuesto de ocho cuentos que, comenzando por el título, cuestionan la verosimilitud de los hechos narrados y, en consecuencia, de la crónica como género literario. Mijail Bakhtin sostiene que la parodia ‒como forma‒ ridiculiza las características distintivas de los géneros literarios. En este sentido, Falsas crónicas del sur vendría a ser una crónica paródica. Otro aspecto de la parodia incide en la ambigüedad genérica: la mayoría de los cuentos pueden ser considerados como crónicas históricas, mientras que dos se acercan más a las modalidades del periodismo contemporáneo. En este libro, Vega enlaza la subversión de la crónica con la crítica de los discursos culturales dominantes, relacionándolas a la vez con dos de los ejes temáticos que marcan toda la obra de la escritora puertorriqueña. El primero es una crítica de la subordinación de las mujeres en la sociedad patriarcal y la reacción femenina para subvertir el orden machista establecido. El segundo explora la situación colonial de Puerto Rico, en oposición al dominio de España y los Estados Unidos, íntimamente ligados con el tema de la identidad nacional de la isla.

2. Crónica de una muerte anunciada (1981) constituye el antecedente genérico directo de Falsas crónicas del sur y se inscribe dentro de la crónica periodística. García Márquez construye la novela desde una voz narrativa central ‒la del reportero usando la primera persona‒ que construye los hechos verídicos acerca del asesinato de Santiago Nassar. En esta indagación de la verdad el narrador principal incorpora distintas voces y puntos de vista sobre el crimen, logrando una obra polifónica. Esta polifonía es la única coincidencia estilística con Falsas crónicas del sur. Vega disputa, desde el título, la verosimilitud de los relatos incluidos en su libro. El adjetivo falsas, que en este caso precede al sustantivo, enfatiza la inversión paródica del género crónica. Aquí se cuestiona, por un lado, la validez histórica de las crónicas de la conquista y, por otro, la veracidad de la crónica periodística contemporánea. Beatriz Pastor ‒en su libro Discurso narrativo de la conquista de América, 1983‒ ha precisado el estatuto ficcional del discurso narrativo de la conquista y el carácter mistificador de los textos producidos durante la exploración y conquista de América. La falta de objetividad de los hechos narrados por los conquistadores y el carácter híbrido de sus textos concuerdan con la metodología usada por Vega. Entonces, la escritora parodia la supuesta objetividad de la crónica histórica, resaltando lo ficcional literario de sus cuentos. En el paratexto “Crónica de la falsificación” leemos: “Los ocho relatos que componen este libro fueron inspirados por la historia, la leyenda y la tradición oral de los pueblos costeros puertorriqueños” (1) Es decir, las fuentes son hechos históricos, pero tamizados por la leyenda popular y transmitidos por diferentes hablantes. La distintas versiones han sido preservadas gracias a la tradición oral y recopiladas por la autora a través de entrevistas. En este caso, la mistificación es consciente ‒al contrario de las versiones de los conquistadores‒ y la verosimilitud histórica de los hechos contados ‒o la carencia de ella‒ no deja duda en los lectores acerca del estatuto ficcional de FCS: “Sobre las siempre cambiantes versiones de sucesos vividos o escuchados, construí estas que ahora someto a la imaginación de ustedes” (1). Esta apelación a los lectores precisa la parodia de la crónica histórica. El objetivo de Vega no es complacer a un lector ideal ni a un narratario ‒como en el caso de los conquistadores que dirigían sus textos al emperador español para recibir prebendas‒ sino para reciclar paródicamente hechos acontecidos o inventados.

3. Un ejemplo típico de la hibridez genérica de las crónicas de la conquista son las Cartas de relación de Hernán Cortés, escritas al emperador Carlos V: su lector ideal o narratario. La Segunda carta es la más famosa porque relata el inicio de la conquista del imperio mexica, el esplendor de Tenochtitlán y la famosa “Noche triste” de Cortés. El formato de la misiva se limita a registrar las fechas, el saludo sumiso y el pedido final de enviar a un oidor para que investigue las causas de la insubordinación de Cortés, por haber liderado la expedición al continente sin el permiso de Diego Velázquez, el gobernador de Cuba. El cuerpo de la carta extensa es en sí una crónica o relación detallada de los sucesos ocurridos de acuerdo al punto de vista de Cortés y abarca desde el 16 de agosto de 1519 hasta el 30 de octubre de 1520. No todos los hechos contados por el conquistador son verosímiles porque Bernal Diaz del Castillo, otro soldado y testigo de los hechos, a veces los contradice. En este sentido, podemos entender mejor la subversión paródica de las crónicas de Ana Lydia Vega y su hibridez genérica. Por ejemplo, “El baúl de Miss Florence: fragmentos para un novelón romántico” se estructura interpolando ‒dentro de la voz del narrador heterodiegético‒ los diarios de Florence y las dos cartas de Charlie Lind a la institutriz. El primer diario, fechado de 1856 a 1859, se asemeja a una relación acerca de los miembros de la familia Lind: de su hacienda, del conflicto familiar y social causado por la esclavitud. Su tono es objetivo y un tanto distante, mientras que el segundo es más subjetivo y sentimental. En cambio el tono de las cartas parisinas de Charlie resaltan el lenguaje parodiado del romanticismo tardío.

En el caso de los dos relatos que parodian el estatuto de la crónica periodística ‒“Premio consolación” y “Cuento en camino”‒ existe una aparente contradicción relacionada con la verosimilitud de las fuentes. Refiriéndose al primera, Vega asegura a sus lectores: “Esta es una crónica verídica, auténticamente histórica y no un cuento de camino inventado para entretener a los ociosos en la plaza de algún pueblo de la isla” (165) Y nos da el nombre de una testigo “casi ocular”, de la que citará el “texto integral” de su declaración. El juego paródico continúa al incluir otras dos voces: la presa, que corrobora la culpabilidad de la esposa engañada y la amante, que recibe el pene cercenado del esposo infiel. O sea, la supuesta objetividad de la crónica periodística es solo aparente y las versiones que recibimos pasan por el lente de la autora. En “Cuento en camino” no deja duda de cuál es la versión final recibida por los lectores: “Los que conozcan al dedillo algunas de las versiones consagradas de los sucesos contados protestarán seguramente por los inevitables cambios que me impuso el traslado de la materia a la página” (174)

4. Han pasado 31 años desde la publicación de Falsas crónicas del sur y las contradicciones entre el Norte Global y el Sur Global se hacen patentes en la opresión colonial de Puerto Rico. En el cuento “Un domingo de Lillianne”, la voz de una niña nos cuenta una versión que ha escuchado de la “Masacre de Ponce”, ocurrida el 21 de marzo de 1937. El Partido Nacionalista de Puerto Rico había obtenido permiso para hacer una manifestación celebrando el aniversario de la abolición de la esclavitud y en protesta por la prisión de Pedro Albizu Campos, su líder. El general Blanton Winship, gobernador colonial de la isla, anuló el permiso horas antes de la marcha y ordenó a la policía disparar con ametralladoras a los manifestantes. En este cuento Vega no recurre a la parodia, sino que presenta la masacre como un reportero describiendo los hechos de manera objetiva. La técnica es cinematográfica y los lectores tenemos la sensación de estar presenciando la masacre. La objetivad histórica se refuerza con la descripción del muchacho escribiendo en la pared con su sangre antes de morir:

El estatus político de Puerto Rico sigue siendo el de una colonia ‒los gringos usan el eufemismo territory‒. En el referéndum del 2017, solo el 23% de los electores asistieron a las urnas, de los cuales el 97% votó para convertir la isla en un estado más del imperio. La mayoría de los votantes, que apoyaba la independencia y la república, boicoteó las elecciones por considerar fraudulenta el formato de las boletas de votación. Y los que apoyaron la estatidad se quedaron con los crespos hechos, porque el congreso de los EE. UU. hasta ahora no ha presentado un proyecto de ley para incorporar Puerto Rico como el estado número 51. Hecha la ley, hecha la trampa…