Psicofonías en escala mayor o tres poemas de Omar Cruz
Nombramos a la hoguera
Nombramos a la hoguera
[cuando se enciende
en la madrugada]
La casa en la que viví
está inhabitada:
pero la puerta
tiene la misma hendidura
que el filo del hacha
le hizo al árbol aquel día
en el que vió
sus formas al nacer.
Nombramos a la hoguera
[para que el vestigio
nos pueda desafiar.]
En el marco de la ventana:
siguen las huellas
del niño
que dibujaba oropéndolas
y zanates
con la polvareda de las calles
y el subterfugio
de los arcoíris.
Nombramos a la hoguera
[mientras la herida
decide volver.]
Las paredes siguen intactas:
pero no olvidan
la luz en los pasillos
ni el corte preciso
de las palabras
ni las cicatrices
que hicieron los espejos
cuando reflejaron
la anatomía de las moscas
y la metamorfosis
de las cucarachas.
Nombramos a la hoguera
[cuando el silencio
ha decapitado la noche.]
La casa en la que crecí
sigue inhabitada:
en el techo aún están
colgadas las voces
y los presagios
que las arañas tejieron
desde el primer día
en el que nos fuimos
cuando aun
las antorchas
estaban encendidas.
Nombramos a la hoguera
[para ser testigos
de la bruma
que se riega por las mañanas.]
En el séptimo día nació el cuerno de chivo
En el séptimo día,
cuando Dios ya había construido todo,
los ángeles se revelaron
y llenaron de caos y destrucción
el reino de los cielos.
Estando Dios enfurecido
por la rebelión de sus creaciones,
expulsó a los ángeles traidores
hacia lo más marchito del edén
y dejó caer junto con ellos
un ángel impuro y deforme
con las mil enfermedades de la vida.
Mi abuelo nos contaba:
que en las escrituras apócrifas
Adán vió llegar al Ángel
y luego lo cuidó,
y sopló por encima de su cuerpo
hasta quedarse sin aliento
y sin una gota de saliva.
En el séptimo día Adán despertó
y tuvo en sus manos un cuerno
que vomitaba fuego
y cortaba algo más que la piel.
Adán, al recordar los designios de Dios,
también recordó la imagen de Samael
y lo bautizó como cuerno de chivo.
No hay ángeles en esta tierra
Esperando allí entre la ruinas del mundo
al señor con yelmo y con espada
al señor sin fruto de la nada
—Leopoldo María Panero
Por las mismas calles
que nos vieron crecer
seguimos transitando, Leopoldo
por los mismos callejones olvidados;
rodeados de cráteres y charcos
en los que se ven grandes abismos
que no esperan de regreso otra mirada.
Tenemos una igual cantidad de heridas
y algunas se han hecho llagas,
las moscas nos siguen habitando
y en el interior de nuestras pieles;
otro nombre que no nos pertenece
sigue brotando, Leopoldo María Panero.
Cuando la noche llega con su guadaña
la esperamos bajo los mismos cuadros
y repetimos la oración de antaño
con las ocho estrofas que no hemos olvidado.
La historia se repite igual
Leopoldo María Panero
y la rutina sigue siendo ese fantasma:
que emerge de la alta bruma
y nos escupe tantas veces en la cara
como nunca lo hemos deseado.
No hay ángeles en esta tierra
Leopoldo María Panero
solo sombras que no retornan
a su impávida y gris cuna
y se engullen hacia nosotros
como si no fuera suficiente;
andar descalzo y moribundo
y sin razón de ser en esta tierra.