Pactar para no guerrear. Españoles en la Mixteca Alta durante el proceso de Conquista
Misael Chavoya Cruz
Posgrado en Historia y Etnohistoria, ENAH
“Conquista de México”
En el relato tradicional sobre la “Conquista de México” aún domina fuertemente la idea de que la guerra en la ciudad de Mexihco-Tenochtitlan y región lacustre aledaña fue, simultáneamente, el punto inicial y final de dicho proceso. Aunque la travesía que el conjunto de españoles, encabezados por Hernán Cortés, llevó a cabo desde Cuba hasta la Cuenca de México forma parte de dicho relato, el clímax de esta narrativa tiene una profunda carga centralista. No se incluye mucho menos la expansión del dominio español hacia el mar del sur, la región maya y los territorios purépechas. Caso distinto es el norte, en donde las acciones bélicas son consideradas como una extraña y prolongada extensión de la contienda de Tenochtitlan, en la que la guerra del Mixtón y la Guerra Chichimeca se funden en una maraña de actos de conquista.
Y es que esta idea de la Conquista de México, como sucede con otros procesos de la historia nacionalista, no se despliega ante nosotros como proceso histórico, sino como hecho en sí. Amorfa y sin temporalidad interna, la Conquista se reduce a la caída de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521. Este desorden temporal se refleja también en el plano espacial, pues poco importa si Cholula está al oriente de Popotla, o si Otumba y Tláhuac están lejos entre sí. Tenochtitlan funciona como recurso metonímico del tiempo, el espacio y la idea acerca de este proceso. Pero, si hacemos un esfuerzo de organización, dejamos a un lado las explicaciones generalizadoras y nos enfocamos en la diversidad de regiones y formas de interacción entre europeos y americanos, surge ante nosotros la complejidad del proceso de dominación de la Monarquía Hispánica que se retrotrae al último tercio del siglo XV europeo —con el inicio de exploraciones atlánticas de portugueses y españoles—, y se proyecta hasta el siglo XVIII en la península de Baja California—con la fundación de misiones jesuitas. Es tan largo este proceso y tan profundas sus diferencias internas que difícilmente se puede construir una visión de conjunto que no deje fuera innumerables cabos sueltos.
En otra coordenada, sucede algo similar cuando se mira a los sujetos históricos que participaron en la Conquista. Una y otra vez se repite la explicación simplista de los españoles como parte activa contra los indios como actores pasivos. Los vencedores y los vencidos; el discurso maniqueo de buenos y malos, de héroes o víctimas y villanos.
La pregunta sobre quién conquistó México ya no se responde sosteniendo que fueron algunos cientos de españoles liderados por Hernán Cortés. Pero baste recordar que la historia de la conquista y la de sus fuentes convencionales está basada casi completamente en la mirada española, en la que la participación de los indios aliados —considerados por algunos investigadores como los verdaderos conquistadores— fue invisibilizada o minimizaba de forma extrema. La sola mención de las alianzas y pactos entre nativos e invasores ha llevado a que los primeros sean considerados como traidores (¿a la patria, al pueblo mexicano?), en el marco de la inverosímil unidad de la población nativa que luchaba por conservar la grandeza del imperio mexica, que, desde el discurso nacionalista posterior, entrañaba la simiente del México que tenemos hoy.
Entonces, ¿cómo fueron posibles tan asombrosas hazañas, en las que un puñado de europeos —y algunos africanos— conquistó un territorio inmenso, lleno de grupos diversos que conformaban una población de varios millones de habitantes? Las interpretaciones sobre este proceso están cambiando, y las nuevas fuentes históricas o las nuevas preguntas a las viejas fuentes contribuyen a ello.
Lo cierto es que los invasores europeos establecieron múltiples alianzas con los gobernantes de la población nativa, tan pronto como desembarcaron en las costas del actual estado de Veracruz. Cabe destacar que esta era una estrategia de supervivencia y organización recurrente entre los pueblos mesoamericanos desde antes de la llegada de los españoles. Por ello, en varias regiones la guerra de conquista no ocurrió, sino que el reconocimiento de nativos hacia los españoles y sus ejércitos fue voluntaria, o por lo menos sin guerra.
Sin la participación activa de la población india, la empresa conquistadora y colonizadora iniciada en las costas del Golfo de México en abril de 1519 simplemente no hubiera sido posible, pues durante la mayor parte del proceso los españoles dependieron completamente de los nativos para sobrevivir y saber hacia dónde dirigirse. Los pactos más relevantes fueron con los cempoaltecas y los tlaxcaltecas pues posibilitaron el avance inicial hacia centro, sur, occidente y norte, antes y después de la caída de Tenochtitlan. Otros aliados de los españoles fueron cholultecas, xochimilcas, chalcas, huejotzingas, texcocanos, matlatzincas, otomíes, chinantecos, mixtecos y zapotecos; varios de ellos sometidos por la Triple Alianza como tributarios. No obstante, en todas las regiones de avance europeo, durante las siguientes décadas después de 1521 también fueron constantes y fundamentales las alianzas que lograron establecer.
No hay manera de fijar un número preciso de población nativa que participó en el proceso de conquista, pero con toda certeza se trató de cientos de miles de hombres y mujeres que actuaron como guías, guerreros, cargadores, cocineros, mensajeros, espías, intérpretes, etc. Todos los grupos actuaron bajo intereses y objetivos particulares. Unos fueron sometidos por las armas nativas-españolas, mientras que otros acudieron al encuentro con los invasores, o los recibieron pacíficamente como estrategia coyuntural. Los ejércitos nativo-españoles pronto se convirtieron en multitudinarios conjuntos multiétnicos que se trasladaron por toda Mesoamérica y otras regiones norteñas. No sólo estuvieron conformados por guerreros, pues buena parte de esos grupos se convirtió en los colonizadores de las zonas reclamadas para el rey español.
Entonces ¿Es posible seguir hablando de una conquista generalizada? ¿La guerra contra la capital mexica explica este complejo proceso? Para finalizar esta parte inicial y pasar a lo sucedido en la Mixteca Alta es preciso anotar, por lo menos, qué se entendía por “Conquista” entre los siglos XV y XVII. Antonio de Nebrija tradujo la palabra “conquista” en su Diccionario español-latino de 1492 como “debellatio”, del sustantivo “bellum” que es “guerra”. A su vez, “debelación” significa: “acción y efecto de debelar”; y “debelar” (en lenguaje de la época, sería “guerrear”) es vencer/someter/batir de modo definitivo al adversario por la fuerza. Por su parte, Sebastián de Covarrubias definió “Conquistar”, en su Tesoro de la lengua castellana o española de 1611, como “Pretender por las armas algún Reyno o estado”. Tenemos por tanto dos acepciones que nos llevan a considerar que el acto de conquistar implica un sometimiento por medio de las armas. Así ¿De qué forma nombrar la presencia y dominación sin guerra por parte de españoles y sus aliados en regiones como la Mixteca Alta? ¿Se trató de una conquista en el sentido preciso de la palabra? Veamos, pues, qué sucedió.
La llegada de los españoles a la Mixteca Alta
La introducción y permanencia de los españoles en la Mixteca Alta fue un proceso de varios años, que inició en 1519 y se prolongó hasta 1550. Su llegada a la región fue posible porque diversos señoríos eran tributarios de los mexicas desde las conquistas de Motehcuzoma Ilhuicamina en 1461.
La primera entrada de la que se tiene noticia fue ordenada en 1519 por Hernán Cortés y encabezada por Gonzalo de Umbría, quien fue conducido por indios nahuas hacia Sosola y Tamazulapam. En este viaje De Umbría pasó por el Valle de Anduhu (Nochixtlán) y específicamente por la región de Yodzocahi (Yanhuitlán), pues era la ruta común entre Tamazulapam y Sosola. Dicha expedición y contacto con los pobladores de la Mixteca fue aparentemente pacífica y sin algún incidente notable.
Otras incursiones a la región se hicieron también por orden de Cortés en 1520 con el objetivo de localizar los lugares desde donde el Huey tlatoani Motecuhzoma Xocoyotzin le había dicho que se tributaba oro a Tenochtitlan. De estos viajes, Cortés obtuvo información de dos asentamientos de la Mixteca: Ñuyagua o Tamazulapam y Yucuañe o Malinaltepec, con ríos de los que se obtenía oro en polvo. Al parecer, en este último lugar se planeó establecer el primer asentamiento español pues ahí permanecieron algunos europeos; sin embargo, esta estancia no duró mucho tiempo.
Durante la permanencia del ejército español-indígena en Segura de la Frontera (Tepeaca), un grupo de ellos tomó la ciudad de Itzocan (Izúcar de Matamoros). A este lugar acudieron emisarios de ocho pueblos de la región de Coixtlahuaca, aparentemente para aceptar la obediencia a la Corona Española. Además, indicaron que otros pueblos de la Mixteca Alta harían lo mismo enseguida. Es muy probable que entre estos emisarios se encontrara gente de los yuhuitayu(después denominados cacicazgos) más importantes, pues en esta región no existió ningún sometimiento por medio de las armas y varios de ellos aparecieron en la Matrícula de tributos (ca. 1522-1530).
Al año siguiente, una vez que Tenochtitlan había sido conquistada, se realizaron nuevas incursiones a la región de los ñudzahui. Francisco de Orozco fue conducido al Valle de Oaxaca pasando por Nguichee o Coixtlahuaca y Antuhu o Nochixtlán. En 1522, Andrés de Tapia pasó por estos mismos lugares y es posible que negociara con el poderoso yuhuitayu de Yodzocahi (Yanhuitlán) que se sometiera al dominio español. Sin embargo, no lo hizo con la región entera pues cada yuhuitayu era independiente y no existía ningún poder central en la Mixteca. Hablar de sometimiento resulta, en realidad, poco preciso en los hechos como se verá más adelante.
Hacia 1522 y 1523 el ejército de Pedro de Alvarado luchó contra mixtecos y zapotecos de la costa, región en la que la resistencia de los indios fue muy fuerte pero al final cedió; no obstante, quienes resistieron de manera más férrea fueron los ayuuk (mixes), asentados en la zona serrana del nororiente del actual estado de Oaxaca. Por buena parte del siglo XVI los españoles buscaron someterlos militarmente con estrategias tan violentas como torturas y ataques con perros; no obstante, ante el fracaso de los conquistadores, fueron los frailes dominicos quienes paulatinamente incorporaron a los ayuuk al esquema económico, cultural y político español por medio de la evangelización, a lo largo del siglo XVII.
Encomiendas y negociaciones con los yya ñudzahui
El mecanismo empleado para asegurar el control de las zonas de avance de los españoles —después de someter a los indios por las armas o por pactos políticos con sus gobernantes— fue asignar a cada europeo el derecho de recibir tributo y trabajo no remunerado de un número determinado de indios, conservando a su vez las formas de tributación prehispánicas; este sistema es conocido como encomienda, y cada español que gozó de este privilegio se le denominó encomendero. La encomienda era una institución creada en la época de la guerra en los territorios ocupados por los musulmanes en la península ibérica y ya había sido puesta en práctica por Cristóbal Colón en las islas del mar Caribe.
Como gobernador de la Nueva España, en 1523 Cortés otorgó Yodzocahi (Yanhuitlán) y sus barrios y pueblos sujetos en encomienda —una de las más grandes de la Nueva España— a Francisco de las Casas, su primo político, quien le había entregado las mercedes reales que le nombraban Capitán General y Gobernador de la Nueva España. No obstante, un buen número de españoles no estuvo de acuerdo con dicha concesión, pues De las Casas no había peleado en la guerra. Para la mayor parte de ellos los beneficios de la conquista —como tierras, mano de obra y materias primas— debían ser otorgados a los conquistadores europeos por los servicios prestados a la Monarquía Hispánica.
En la Mixteca Alta, el sistema de tributación hacia los caciques se conservó estratégicamente, pero se añadió también el tributo para los nuevos encomenderos. Muchos de ellos, habían llegado al continente con Hernán Cortés y otros en la expedición de Pánfilo de Narváez. Algunos tenían una posición económica acomodada y habían ocupado cargos administrativos en las islas caribeñas, mientras que la mayoría de ellos no tenía recursos y había llegado al Nuevo Mundo en busca de fortuna.
En los siguientes años, los españoles establecieron un incipiente sistema de gobierno con poca resistencia por parte de los indios, y los religiosos dominicos ingresaron en la zona evangelizando a yya (caciques) y toho (nobles o principales) con aparente sumisión. Los antiguos gobernantes y la nobleza india fueron integrados al sistema político y económico europeo como justicias del rey, a través del establecimiento de cabildos de pueblos de indios.
Durante las primeras tres décadas de dominio español en Nueva España, los señoríos y pueblos de la Mixteca Alta también fueron convertidos en corregimientos bajo el control directo de la Corona. No obstante, la presencia de los europeos a mediados del siglo XVI continuaba siendo mínima. Quizá entre algunos funcionarios del rey y los frailes dominicos en Nguichee (Coixtlahuaca), Yodzocahi (Yanhuitlán), Yucundaa (Teposcolula) y Ndiji Nuu (Tlaxiaco) hacían una treintena de personas. Esta situación permitió que pervivieran muchas de las dinámicas sociales y formas de entender el mundo por parte de los indios casi sin modificaciones. Los encomenderos y corregidores vivían entre la ciudad de Antequera (fundada en 1529), Puebla de los Ángeles (fundada en 1531) y la Ciudad de México. Por lo tanto, no había forma de que los europeos pudieran controlar las acciones de los cientos de miles de mixtecos, chocholtecos y triquis que habitaban la Mixteca Alta.
Como en otros lugares de la naciente Nueva España, el dominio hispano consistió en la extracción y administración de materias primas y del trabajo de la población ñandahi (macehual). A la par de la producción de materias primas y productos manufacturados ya existentes desde la época prehispánica, los españoles introdujeron productos que modificaron las formas de trabajo y organización como el gusano de seda, la cría de ganado menor y el procesamiento de sus derivados, y el comercio en recuas de mulas.
También existieron intentos por controlar las prácticas religiosas de los indios, como el famoso proceso inquisitorial contra el cacique y gobernador, y alcaldes de Yanhuitlán, entre 1544 y 1546, que fueron acusados de idolatría por Martín de la Mesquita, español y corregidor de Ñundaa o Texupan, quien descubrió de manera fortuita que realizaban rituales en la casa del cacique. Aunque el proceso no tuvo resolución, fue uno de los pocos ensayos de procesamiento de la población india por el Santo Oficio, pues en las siguientes décadas fue prohibido porque se consideró que los indios eran neófitos en la religión cristiana. Se sabe que los acusados —todos ellos nobles— permanecieron encarcelados en la Ciudad de México al menos por tres años.
El proceso reveló que aunque los nobles mixtecos fueron bautizados en 1527, el cristianismo no había dejado huella en la región, pues los frailes dominicos se vieron forzados a abandonar sus asentamientos debido a la mala relación con el encomendero Francisco de las Casas. Al mismo tiempo, este encomendero había establecido un acuerdo con el yyaregente Domingo de Guzmán, que consistía en que mientras el encomendero no se entrometiera en la vida de los mixtecos, podría seguir obteniendo su tributo.
Fue hasta 1544 cuando los frailes finalmente se establecieron de manera definitiva en Yanhuitlán, poco antes de iniciar el proceso inquisitorial. Por esos años, el convento era apenas un refugio de adobe con techo de palma. Durante el proceso, varios indios declararon haber visto sólo una vez a un fraile y haber escuchado misa algunas veces. Por su parte, los dominicos acusaron al encomendero de no cumplir con su obligación de evangelizar a los indios. La acusación entre frailes y encomendero sobre la práctica de la fe católica encubría un conflicto por el control de los recursos producidos por los indios. Para el encomendero, la construcción del convento dominico implicaría el uso enorme de mano de obra de los indios de su encomienda (se calcula que fueron 6,000 indios trabajando de manera rotativa por 25 años). Al mismo tiempo, con el convento la presencia permanente de los frailes arruinaría sus acuerdos con el yya. Del mismo modo, la acusación de indios nobles de otros yuhuitayu contra el yya de Yanhuitlán obedeció fundamentalmente a rivalidades políticas, pues el hecho de que este asentamiento fuera convertido en la cabecera de la región del Valle de Nochixtlán, redujo la importancia política y económica de otros asentamientos.
El proceso reveló también la resistencia por parte del yya de Yanhuitlán a aceptar la religión y la práctica de la fe cristiana; seguramente no era el único en oponerse a cambiar sus dioses y su forma de entender el mundo de un momento a otro. Los sacrificios y rituales hacia los ñuhu (deidades) seguían haciéndose con normalidad, pero al mismo tiempo algunos indios se burlaban de otros que poco a poco iban incorporando a sus vidas los valores cristianos.
En 1548 el encomendero heredó el cargo a su hijo Gonzalo de las Casas, y en 1558 el yya regente transfirió su título a su sobrino Gabriel de Guzmán. A partir de ese momento, las negociaciones y el entendimiento entre estos personajes mejoró notablemente; el nuevo yya pareció además adoptar abierta y profundamente la fe católica. Se tiene registro que durante el resto del siglo XVI los caciques de Yanhuitlán vendieron numerosas porciones de tierras a los frailes dominicos del convento, lo que denota una estrecha relación que incluía aspectos políticos y económicos de gran repercusión para el cacicazgo.
La situación en la Mixteca Alta cambió de forma radical con la catástrofe poblacional, ocasionada por epidemias generalizadas. Muchos de los asentamientos registrados en la Suma de Visitas (ca. 1548-1550) quedaron despoblados y desaparecieron en la segunda mitad del siglo XVI, durante las dos etapas del proceso de congregaciones. Con el traslado de los indios hacia los pueblos recién fundados, la espacialidad y organización interna adquirieron estructuras distintas, que durante el siglo XVII se consolidaron definitivamente. Aunque sabemos muy poco de la expansión inicial en otros lugares de la Mixteca Alta fuera de los grandes centros poblacionales, es posible suponer que en las serranías apartadas de Tlaxiaco, Teposcolula y Putla, por ejemplo, la cultura europea permeó con lentitud en la vida de los ñudzahui, particularmente en aquellos lugares donde las negociaciones entre españoles y nobleza india fueron más débiles.
Las quejas en tribunales de toho y ñandahi contra caciques, encomenderos y funcionarios reales siempre fueron actos de resistencia ante abusos por medio de la legislación novohispana, misma que supieron utilizar a su favor de manera permanente. No existió en la Mixteca Alta durante los tres siglos de dominio español ningún levantamiento armado en contra del sistema de dominación. Las relaciones entre gobernantes indios y españoles se dieron siempre a partir del mutuo reconocimiento y la negociación, salvo en casos excepcionales. Los caciques conservaron su autoridad política y su poder económico sobre sus cacicazgos y la población en ellos hasta el siglo XVIII.
Palabras finales
Durante las primeras décadas de presencia española en la Mixteca Alta, la población ñudzahui continuó llevando a cabo sus actividades prácticamente sin cambios. Las transformaciones fueron paulatinas, y diferenciadas en relación con las zonas de esta región. Mientras que algunos españoles civiles y religiosos vivían en los grandes asentamientos, —en donde comenzaron a ser construidos los majestuosos conventos dominicos con mano de obra india— en los lugares de población más dispersa y de difícil acceso, el control hispánico fue sumamente débil, y por algunos años inexistente.
Otras regiones de la Nueva España se encontraban en esta misma circunstancia: la conquista y colonización fue un proceso que se prolongó por varias décadas e incluso siglos. En los primeros años, la dificultad para controlar a la población, tan diversa entre sí, obligó a los europeos a establecer pactos con los gobernantes indios, y negociar de forma constante con ellos para conservar la administración de los recursos económicos. No obstante, otros procesos permitieron un control más sólido desde la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII: la catástrofe poblacional, el desplazamiento de los linajes gobernantes en varias regiones, el aumento de la presencia de europeos, la introducción de miles de africanos esclavizados y la aceptación de la población india de las instituciones y procesos de organización españoles.
Los cambios en las estructuras mesoamericanas fueron diferenciados. Así que si pudiera mostrarse el dominio europeo sobre el territorio mesoamericano-novohispano, se vería como manchas de distinta intensidad y extensión por todos lados.
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