NosOtros, los cholos [1]

Portada de la novela "Cholos" de Jorge Icaza

Raúl Soto

Una característica de la filosofía latinoamericana es oponer el nosotros —enunciado por un sujeto histórico— al yometafísico de la filosofía occidental. Tommaso Sgarro ha trazado dicha particularidad en «Ricardo Espinoza Lolas y el concepto de NosOtros. Del rasgo definitorio de la filosofía iberoamericana a la subjetividad política global»[2], empezando con los trabajos pioneros de Francisco Romero, Augusto Salazar Bondi y Leopoldo Zea. Pero no será hasta 1980 cuando Juan Carlos Scannone propone escindir el término nosotros en dos: nos y otros: convirtiendo el pronombre personal en una categoría histórico-filosófica. Este planteamiento, aparentemente lúdico, confiere una gama de nuevos significados al ahora significante nosotros. Espinoza Lolas lo recarga usando la grafía 2.0: NosOtros, para que podamos visualizar el contenido, o mejor dicho, sus significados. Nos representa el yo colectivo de nuestra comunidad —sea local, nacional o global— y Otros la diversidad de quienes la conforman. O sea, la categoría NosOtros vendría a ser los otros en nosotros, «la unidad de una multitud dentro de una dimensión histórica» (Sgarro), «el otro constitutivo y una unidad en la distinción» (Espinoza Lolas). Es en este sentido dialéctico que me apropio de dicha categoría para nombrar mi libro en proceso de producción y este capítulo: «NosOtros, los cholos». Cada uno y todos representamos al otro gracias a la diversidad de nosotros, los cholos. Entonces, nuestra identidad en construcción se afirma a través de la diferencia. Por ello se hace necesario repensar el concepto de lo cholo, para rechazar y subvertir el significante tradicional ya que ahora no nos representa.

El Inca Garcilaso de la Vega ha sido tradicionalmente considerado —gracias a su linaje inca y español— como el primer mestizo integral: una conceptualización discutible: él ni su obra representaron al nuevo grupo étnico emergente durante la colonización española. En realidad, su origen étnico y sus escritos han sido usados con fines ideológicos y políticos. El autodenominado Inca pertenecía a un grupo privilegiado. Era miembro de una casta colonial, compuesta por los descendientes de la nobleza incaica, y encajó perfectamente en la construcción ideológica —ahora obsoleta— de un mestizaje racial y cultural homogéneo. Todavía hoy, una gran mayoría de los académicos garcilasistas usan el concepto acientífico de las razas y hablan de un mestizaje racial, suscribiendo una ideología retrógrada. Estudios científicos recientes han demostrado que las razas no existen: las diferencias del color de la piel y los rasgos fisionómicos entre un africano y un caucasiano, por ejemplo, solo llegan a un 0.005% del genoma humano, conformado por 25 000 genes. Esto no significa que el racismo no exista a nivel global y precisamente debido a la ignorancia de creer en la existencia de las razas, un concepto normalizado por la ciencia decimonónica y el uso. Durante el siglo XIX se estableció el concepto de la supuesta superioridad de la raza blanca y este racismo biológico todavía persiste. Desde principios de los 1970, observa el sociólogo Michel Wieviorka, el racismo ha adquirido otra faceta un tanto sutil en el Norte Global: el racismo cultural o simbólico, que enfatiza la exclusión basada en las diferencias culturales.

La imagen oficial del Inca Garcilaso como el primer peruano fue instalada para simbolizar una supuesta armonía racial y la existencia de una nacionalidad peruana (parafraseando a Antonio Cornejo Polar). Y uno de los que instituyeron a Gómez Suárez de Figueroa como el primer peruano fue Mario Vargas Llosa, siguiendo la aporía colonialista de la peruanidad formulada por Víctor Andrés Belaúnde: que conformamos «una indiscutible nación mestiza y cristiana». Lo cual implica aceptar el proceso de mestizaje forzado, la asimilación y la aculturación impuesto a los indígenas por los españoles. Esta línea de estudio dominante en el canon garcilasista contribuye a perpetuar la quimera de que el Perú es una nación mestiza, homogénea e integrada, cuando en realidad sigue siendo una nación imaginada, un proyecto en construcción como nuestra identidad nacional. Si queremos seguir usando el vocablo mestizaje sería más preciso asociarlo con lo étnico llamándolo mestizaje étnico y al racismo, etnoracismo.

Ya en 1964, Aníbal Quijano establece el concepto del cholo integral. En su libro Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú, publicado recién en 1980, señala el carácter transicional de nuestra sociedad y establece la relación dialéctica entre lo cholo étnico y lo cholo cultural. Ambos constituyen un todo conflictivo. Lo cholo como sector o estrato social está conformado por diferentes grupos étnicos, producto de la mezcla de los indígenas, españoles, africanos, chinos y japoneses, principalmente. Lo que podemos denominar como cholo étnico viene a ser el sector social mayoritario en el Perú, aunque los grupos no estén integrados y muchas veces sean antagónicos: La barca del NosOtros, los cholos, parafraseando la metáfora usada por Espinoza Lolas. Aquí es donde entra a tallar la categoría del NosOtros para ser capaces de identificar nuestro propio cholo con el otro. Pero la posición económica complica la identificación étnica entre NosOtros. Ahora conviven el cholo millonario (los nuevos ricos), el cholo de clase media (profesionales del sector privado, burócratas, pequeños empresarios) y el cholo de la clase trabajadora (maestros proletarizados, trabajadores de fábricas y servicios, ambulantes). Además, la cholificación no es homogénea si consideramos la pigmentación de la piel y la procedencia geográfica. El cholo blanco se siente superior a los otros y el cholo costeño discrimina al cholo serrano. Los afroperuanos sufren el rechazo por igual de cholos pobres y ricos. Los cholos costeños y serranos desprecian por igual al poblador de las alturas (chuto, indio). Los descendientes de chinos y japoneses son tratados despectivamente como chinos, a pesar de que muchos de ellos son étnicamente mestizos. El cholo nacido en Lima y descendiente de abuelos serranos, trata de diferenciarse de los lemeños: la primera generación nacida en la capital peruana. Y así adnauseum. La identificación étnica entre los cholos es conflictiva y como señaló Quijano todavía no tenemos una plena conciencia de grupo. Entonces, sería más factible lograr una identificación nacional gracias a los productos culturales en proceso de emergencia y producción.

El continuador de José Carlos Mariátegui también identifica lo cholo como una estructura cultural distinta, cuyo cimiento principal sería la cultura andina y el soporte secundario la cultura occidental. Esta propuesta de Quijano contradice la tesis obsoleta de la peruanidad, que superpone la cultura española encima de la indígena como las toscas construcciones de los conquistadores erigidas sobre la perfecta geometría de las piedras incas. La diversidad de una cultura chola emergente es el embrión de la futura nación peruana, predice Quijano en 1964, anticipando la eclosión de la cumbia peruana. Esta fusión de melodías tropicales, andinas y del rock se inicia en las postrimerías de los 1960, siendo producida principalmente por músicos costeños y amazónicos. El nuevo género musical precede a su vez a la músicachicha, impulsada por los migrantes andinos cholificados. Algunos críticos han propuesto la existencia de un arte chicha. Esto es discutible, si consideramos la preponderancia de una pintura, escultura y artes gráficas de corte expresionista —incluida la variante abstracta— que mejor representaría nuestro arte nacional. Esta creatividad, de acuerdo con Wieviorka, «es el resultado de los fenómenos de mezcla e hibridación, lo que permite que las culturas se interpenetren, se conformen mutuamente y se transformen constantemente». Hoy la cumbia peruana y sus variantes se bailan en todos los sectores sociales del Perú: tanto en las discotecas concurridas por la burguesía en el balneario de Asia —eisha para los huachafos — como en las del Cono Norte y Villa El Salvador. Sin duda, la cumbia sigue aportando elementos de la cultura chola a la formación de nuestra identidad nacional. Un ejemplo reciente son las bandas escolares, dirigidas por profesores de música jóvenes, que continúan esta tendencia musical y la renuevan: sus arreglos integran melodías andinas, marchas occidentales y ritmos afroperuanos. Y el baile de las waripoleras también sincretizan diversos elementos[3].

Gracias al proceso de cholificación de la sociedad peruana, precisó Quijano, está desarrollándose una cierta conciencia grupal y que ya en la narrativa «los cholos aparecen como poseedores de un grado notable de autoidentificación como grupo aparte (Alegría, Arguedas, Sueldo Guevara, Ribeyro)» (68). También resalta las características de una personalidad social nueva: la personalidad chola: lo que ahora llamamos choledad. Entre estas menciona la marginalidad social, la movilidad geográfica del sujeto migrante y la propensión a arriesgarse y a afrontar retos. Pero Quijano le confiere mayor importancia a la «libertad de actitud y de conducta» del cholo y afirma que «es un revolté [sublevado], y por ello tiende a constituirse en uno de los más activos empresarios del cambio de nuestra sociedad» (77). Estas características ya aparecen en la tira cómica «Serrucho», pionera en el género y publicada por primera vez por David Málaga en 1952[4]. Serrucho era el apodo despectivo impuesto al serrano migrante recién llegado a Lima. Sin embargo, Málaga voltea la tortilla porque «Serrucho» personifica todos los rasgos de la personalidad del cholo emergente descritos por Quijano. Serrucho es el prototipo del cholo integral ya que asume su identidad étnica y su identidad cultural. Viste poncho, chullo, pantalonetas y calza ojotas. Practica mil oficios, esgrime su ingenio andino y es respondón, a pesar de ser motoso cuando habla el castellano. En suma, es el arquetipo de la cholitud —la cualidad de lo cholo—. Recuerdo que durante mi niñez «Serrucho» era una de las tiras cómicas que siempre leía en el diario Última hora. Una en particular ha quedado grabada en mi memoria debido a la picardía contestataria de nuestro personaje. En este caso, Málaga usa como intertexto una canción interpretada por Marisol en 1962: «La vida es una tómbola». Serrucho pasa junto a un guardia civil cantando «tombo, tombo». El policía se acerca ceñudo y listo para propinarle varazos, pero el pícaro no se inmuta y sigue cantando «tómbola». La cholitud de Serrucho tendrá eco en la película Cholo, protagonizada por el futbolista Hugo Sotil y estrenada en 1972. El año siguiente, Luis Abanto Morales interpretará la canción «Cholo soy», basada en el poema gauchesco del argentino Boris Elkin. El cholo descrito en la canción contrasta la choledad de Serrucho y reproduce los estereotipos impuestos por los adeptos a la teoría de la peruanidad colonialista y colonizada.

Quijano discrepa de los que propugnan la aculturación de la población indígena y el llamado mestizaje cultural. Propone como alternativa una transformación cultural a través de la cholificación. A la vez, comprueba que este es un fenómeno en proceso de realización y que existe cierta resistencia por parte de algunos grupos de «aculturados». El proceso de cholificación implica «el surgimiento de una nueva vertiente cultural en nuestra sociedad, que crece como tendencia en los últimos años y prefigura un destino peruano, distinto que el de la mera ‹aculturación› total de la población indígena en el marco de la cultura occidental criolla, que ha sido hasta aquí el tono dominante de los esfuerzos por ‹integrar› al indígena en el seno de la sociedad peruana» (71). José María Arguedas, en su histórico discurso «No soy un aculturado» de 1968, habla metafóricamente de una nación andina acorralada —cercada— al igual que su cultura. El cerco cultural es el resultado de la aculturación impuesta por siglos de dominación y él, por medio de la escritura, ha intentado servir de vínculo entre la nación andina y la nación occidental. «El cerco podía y debía ser destruido; el caudal de las dos naciones se podía y debía unir. Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera únicamente el que exigía con imperio de vencedores expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que se aculture. Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua». Arguedas defiende, y practica en su obra literaria, la integración de las dos culturas, no como un mestizaje cultural, sino parte de un proceso de cholificación que pueda constituir la nación que todavía buscamos ser.

[1] Fragmento de un capítulo del libro NosOtros, los cholos: una especie de memorias y reflexión sobre la cholitud. Agradezco al filósofo amigo Ricardo Espinoza Lolas por proporcionarme los materiales sobre la categoría filosófica NosOtros.

[2] https://revistas.ucm.es/index.php/RPUB/article/view/85354/4564456564148

[3] https://www.tiktok.com/@teamohuaycanoficial/video/7391993528601152773?lang=en

[4] http://mundocomics2011.blogspot.com/2020/09/serrucho-y-su-padre-david-malaga-semana.html