Michel Foucault, héroe de la nueva izquierda. Una necesaria crítica de su influencia.
Carlos Humberto Contreras Tentzohua
En anteriores ensayos he criticado ya las posturas y la praxis de la izquierda antigubernamental, particularmente de los anarquistas, el EZLN, los movimientos indigenistas-autonomistas, la influencia de Deleuze en los movimientos sociales y la represión a la que son sometidos, así como a la nueva izquierda y sus posturas reaccionarias. De alguna manera u otra, a todas estas izquierdas los une algo: su desprecio irracional al Estado, pero también cierto aire de superioridad moral-intelectual-estético sobre aquellos que se oponen a sus posturas. Ambas características les ayudan a justificarse y a defenderse de quienes disienten de ellos.
Si existe un pensador que le sirve a la nueva izquierda para justificar su praxis es Michel Foucault, filósofo francés que desde hace más de treinta años es uno de los más citados en las ciencias sociales y humanidades. Esta nueva izquierda lo prefiere a él por encima de Marx, y lo justifican diciendo que mientras Marx se limitaba a la economía, y a la clase obrera, con Foucault se pueden analizar más cuestiones como la sexualidad, las cuestiones étnicas, y sobre todo la libertad personal frente al Estado. Es decir, Foucault les da todo aquello que ellos defienden, su teoría: “(…) su idea de la micropolítica y su retórica del empoderamiento sin organización política encaja con las prácticas de ONG y movimientos sociales.”(Erice, 2020)
Como es bien sabido la nueva izquierda prefiere a los movimientos sociales así como a las ONG´s como campos de lucha preferibles a los sindicatos o incluso a los gobiernos de izquierda, e incluso podríamos decir que fue Foucault quien por medio de sus escritos dejó como legado ese sentimiento antigubernamental y en defensa del individualismo como sinónimo de libertad. De hecho es fácil encontrar en Foucault: “(…) una crítica «moderada» al Estado del bienestar, concebido como una forma de sujeción biopolítica y pastoral que propende a desresponsabilizar a los individuos.” (Erice, 2020) Es decir, Foucault vio en el Estado de bienestar, e incluso en el socialismo, una forma de dominación y de control del individuo por parte del Estado, por lo cual una de las tantas formas en las que el individuo podía defender su autonomía y su personalidad era por medio de resistencias de tipo estética, en las cuales: “(…) cada sujeto, sin apoyo alguno de normas universales, ha de construir su propio modelo de autodominio, ha de armonizar el antagonismo de poderes en su interior, inventarse, por así decirlo, producirse como sujeto, encontrar su propio y particular arte de vivir.(Žižek, 2012:24)”
No se trata de crear un nuevo tipo de sociedad, porque eso encaja dentro de los fines de la biopolítica de acuerdo a Foucault, y es precisamente lo que se vivió tanto en la Alemania Nazi, como en la URSS, pero también en el resto de sociedades, en las que el individuo se ve inmerso en el control estatal y su biopolítica. Por ello es que no se trata de tomar el poder para perpetuar la biopolítica, sino de crear resistencias mediante el arte:
En los tiempos de la repetición biopolítica, el arte es un mecanismo que nos permite plegar un nuevo afuera en medio de nuestra sociedad de control y sus subjetividades moduladas. Esto lo hace mediante un gesto muy simple, la entrega de sí mismo, el regalo de dar, el regalo de experimentar con la vida con el fin de darle un futuro indeterminado y de contarle una verdad compleja. Lo anterior no es para acelerar formas dadas de subjetivación, sino para situar entre éstas, un mecanismo capaz de trasvalorar la vida como experimentación. Tampoco se trata de poner el arte en la vida, en el sentido de la vanguardia tradicional, sino todo lo contrario, más bien de vivir de tal manera que la vida devenga encarnada en el arte, y así se repita en todas sus diferencias genéticas. (Zepke, 2014:111)
Y en eso consiste hacer de la vida una obra de arte, no es crear vanguardias ni nuevas sociedades, sino en experimentar, en ser transgresor, en salirse de la norma, de tal modo que alguien se salga de los cánones y de lo que la cultura piensa que es lo correcto. Evidentemente que tanto los LGBT como las feministas radicales se salen de lo que es considerado común y normal, por eso es que en su praxis hacen de sus vidas una obra de arte. No obstante que alguien podría criticarles que eso más bien es una defensa de un modo de vida que poco o nada influye en el resto de la sociedad, y que incluso ambos grupos ya no sufren la discriminación de hace cuarenta años, de hecho ya se ha normalizado su presencia en distintos lugares de la sociedad.
Foucault al final de su vida, ya enfermo de SIDA, se había alejado por completo de la izquierda de tipo comunista, y en cambio como bien lo señala Francisco Érice, había optado por su tesis de que cada quien invente su propio estilo de vida. No obstante tal cambio de postura no se debe solo a que Foucault se opusiera al campo socialista, sino a que Foucault en ese momento estaba muy cercano al neoliberalismo.
De simpatizar brevemente con la izquierda, a luego participar en el mayo del 68, y de ahí apoyar intelectualmente a la revolución contra el Shah en Irán, Foucault pasó como si nada a apoyar al neoliberalismo como una posibilidad del individuo para liberarse de la biopolítica. Tampoco se puede dejar de lado el hecho de que sintiera simpatía por Médicos sin fronteras. Tal pareciera que Foucault se interesaba por lo que estuviese de moda, pues solo eso explica sus cambios tan radicales en sus posturas políticas. Claro que sus defensores dirán que alguien como Foucault no podía dejar de sentir interés por lo que ocurría en el mundo, y puede ser verdad, pero al mismo tiempo pareciera que Foucault más bien buscaba cualquier acontecimiento con el que llamar la atención, sin importarle la ideología.
De hecho esa forma de comportarse en el terreno de la política también se manifestó a lo largo y ancho de su obra, en la cual siempre estuvo lejos de ofrecernos algo sistemático, y en el que más bien cambió constantemente de objeto de estudio y de conceptos. Los seguidores de Foucault afirman que eso es parte también de la genialidad de éste así como de su originalidad, no obstante que personas más críticas suelen poner atención en su: “(…) frecuente indefinición y su falta de precisión, al introducir en el texto categorías sin una elaboración detallada o «una presentación mínimamente coherente», reduciéndolas así a nociones sugerentes y evocadoras, pero poco analíticas.” (Erice, 2020)
Sugerente y evocador, pero poco analítico, y quizás precisamente en esas características no sólo radiquen los escritos de Foucault, sino también gran parte de su biografía política, con sus constantes cambios de postura de 180 grados. Y es que además: “Foucault presenta, en ocasiones, sus obras como ficciones, con lo cual no se ve obligado a responder a las objeciones de los historiadores.” (Erice, 2020) es decir, Foucault en sus obras buscó evadir a los cuestionamientos de sus críticos, lo mismo que en su vida política buscó que no lo encasillaran en un movimiento político-social en particular. Sus defensores aseguran que eso es parte de la creatividad de Foucault, mientras que para otros eso es un ejemplo de su falta de compromiso y seriedad, tanto teórica como política.
Todas las humanidades y las ciencias sociales se han visto influidas por Michel Foucault, incluso quienes no simpatizan con él se ven obligados a conocerlo mínimamente. Gracias a Foucault las humanidades comenzaron a cuestionarse por otros temas, aunque a un alto precio: Con toda su frecuente trivialidad, las genealogías de Foucault siempre tienen un aire exótico. La razón es que nunca se ocupan de las preocupaciones centrales de nuestra época, la ciencia, la economía, el nacionalismo y la democracia. (Erice 2020) La obra de Foucault le funciona a la perfección a quienes se interesen por temáticas feministas, LGBT, del poder, a defensores del anarquismo y/o del EZLN etc, pero poco le funciona a quienes se interesan por la economía, el declive de occidente o el resurgimiento de Rusia por ejemplo.
En las facultades de humanidades las temáticas foucaultianas son tendencia, y quienes no muestren interés por éstas suelen ser mal vistos, por lo cual resulta irónico que quienes defienden a Foucault aseguran que éste es un defensor de la libertad, pero que ellos en la práctica de facto sean unos dictadores e impongan a Foucault casi como un evangelio. No faltan incluso los profesores que se enfadan con sus alumnos por no citar a éste en sus tesis o en sus líneas de investigación, generando con eso la imposición de Foucault a rangos de ídolo intocable, lo cual además de nefasto para las humanidades resulta irónico también, pues por lo general los seguidores de éste suelen acusar a Marx y al marxismo en general de generar apóstoles y sacerdotes, cuando ellos hacen lo mismo e incluso peor.
Foucault le vino bien sobre todo a la nueva izquierda post URSS, ésa que ama los movimientos sociales fragmentados, a las ONG´s, que se creen anarquistas, o bien sobre todo a individuos de clase media con “consciencia social” pero que desprecian movimientos populares e incluso a personas provenientes de estos entornos, y es que Foucault sobre todo es el: teórico de la fragmentación del «sujeto revolucionario» y la dispersión de los movimientos sociales; colectivos con los que el viejo marxismo no habría sabido conectar. (Erice 2020) Quienes siguen a Foucault suelen ser defensores de la singularidad, de la liquidez, de la falta de centralidad, y según ellos en esos valores radica la libertad, pero ¿cuál libertad? ¿La de sujetos tipo Max Stirner para los que sólo cuenta su “yo”? ¿O la de empresarios que hacen de su vida una obra de arte mientras explotan sin piedad al pueblo?
La realidad es que las humanidades han llegado a un punto muerto, y es que todo se reduce a citar a Foucault y hacer trabajos que hagan referencia a lo que él producía, transformándolas en algo monótono donde la receta es la siguiente con respecto a los trabajos que ahí se elaboran: se les debe de aderezar con un poco de foucaultismo, algo de Deleuze y un poco de “deconstrucción” y ya tenemos algo delicioso: los modos de resistencia de las clases subalternas. (Ávalos, 2016:250) Tal pareciera que tanto las humanidades como las ciencias sociales se dedican a hablar de las clases subalternas con el objetivo de que sigan siendo subalternas, que se mantengan fragmentadas, y sobre todo que se mantenga el orden de dominación impuesto por quienes gobiernan, y es así que el supuesto radicalismo de Foucault y sus seguidores se vuelve lo contrario: la defensa de todo lo reaccionario.
Finalmente, y en estos días de Covid-19, el concepto foucaultiano de Biopolítica se puso bastante de moda entre los filósofos que opinaron sobre la pandemia del coronavirus. Cabe señalar que diversos filósofos lo han usado desde que Foucault lo inventó, tales como Agamben, Negri, Esposito, etc. No obstante que cada uno de ellos se refiere a algo en particular que poco o nada tiene que ver con lo que dicen los demás, y es que para empezar Foucault no definió qué es lo que quería decir con dicho concepto, e incluso sus propios seguidores aceptan que éste: “(…) carece de importancia y parece completamente provisorio.” (Salinas, 2014:105)
Mientras los seguidores de Foucault usan tal concepto para explicar todo, desde la pandemia, hasta los feminicidios o incluso el racismo, la realidad es que Foucault lo usó para hablar de diversos objetos de estudio, desde el estado de bienestar hasta la forma de operar de todos los gobiernos. Un concepto que abarca demasiado realmente sirve para poco, por eso es que otro seguidor de Foucault como Ángel Álvarez dice de forma contundente: “Abandonemos la biopolítica como modelo explicativo.” (Álvarez, 2020) Y la razón es que la biopolítica no explica nada, al contrario, sólo confunde más a las personas, pero sobre todo solo hace que los seguidores de Foucault hablen en un lenguaje confucionista que ni ellos comprenden.
Lo que cabe es preguntarse por las razones de que alguien como Foucault sea tan usado en las humanidades, y una de ellas es que éste es:“(…) una compensación de la izquierda universitaria para no mirar su propia tumba y darse cuenta que, desde hace tiempo, habita en ella el virus de las pasiones tristes.” (Álvarez, 2020) Ahora bien, yo no considero que todas las izquierdas encajen en esa descripción, pues no todas las izquierdas, incluyendo a las universitarias, tienen en un pedestal a Foucault, de hecho muchas francamente se oponen a él. Considero que es sobre todo la “nueva izquierda” la que padece de ese virus de las pasiones tristes.
La realidad es que sólo quienes encuentran la realidad como hostil, o completamente dominada por la Biopolítica, sea lo que signifique esto, piensan que lo único que queda es “hacer de la vida una obra de arte”, lo cual nos puede recordar a Schopenhauer para quien la vida sólo es una desgracia, en la que el único modo de soportarla es mediante la religión, la compasión o el arte, con lo que Foucault tan sólo repite la tradición del romanticismo reaccionario, Nietzsche incluido, en la que sólo la estética puede traer consuelo al humano en medio de un mundo hostil.
Para quienes dominan al mundo no cabe duda que semejantes tesis les vinieron de maravilla, pues quienes sufren de hambre y de miseria se darían cuenta de que todo lo que hacen es inútil, y en vez de luchar por cambiar su situación, comenzarían a hacer de sus vidas una obra de arte. Si bien hay colectivos que hacen eso, lo cierto es que la mayoría no lo hacen, y prefieren apoyar a políticos “populistas”, o incluso a derechistas antes que hacer de sus vidas una obra de arte. La opción de hacer de una vida una obra de arte o bien va dirigida para personas con dinero, o al menos para ciertos clase medieros, es un lujo que sólo unos cuantos se pueden dar.
Los profesores de humanidades y ciencias sociales no se cansan de mencionar en sus clases así como en coloquios sobre la grandeza del hacer de la vida una obra de arte, para ellos no hay como: el compromiso cínico y ético de experimentar con los modos de subjetivación y de ofrecernos en la obra de arte ese proceso crítico y genealógico. (2014: 112), lo cual puede sonar genial si eres un estudiante con deseos de ser el centro de atención, pero que suena fatal si lo que quieres es cambiar el estado de cosas existente.
El esteticismo foucaultiano es nihilista, pues frente a una realidad insoportable la única opción es cometer acciones transgresoras, en un mundo capitalista que precisamente lo que favorece es la transgresión, por lo que la supuesta radicalidad foucaultiana es la justificación ideológica del capitalismo de nuestros tiempos. Por todo eso no es raro que quienes siguen tal praxis acaban con el tiempo frustrados y amargados, pues se dan cuenta que la transgresión por la transgresión termina en nada, como todo nihilismo.
Foucault como referente intelectual de la nueva izquierda sólo ofreció el nihilismo como alternativa, por eso es que la nueva izquierda desde el inicio estaba condenada al fracaso y a terminar en la nada también. Por todo lo mencionado es que el deber de la izquierda es alejarse de cualquier nihilismo y mostrarse crítico ante éste, sin importar quién sea el escritor. Solo de esa manera se podrán crear proyectos sólidos en beneficio de la mayoría.
Bibliografía:
-Álvarez Solís, A. (2020) Contra la biopolítica. Revista Común. En https://www.revistacomun.com/blog/contra-la-biopoltica
-Ávalos,G. (2016) Ética y política para tiempos violentos. México. Miguel Carranza Editor.
– Erice, F. (2020) En defensa de la razón. Madrid. Siglo XXI.
-Salinas Araya, A. (2015) Biopolítica. Sinopsis de un concepto. HYBRIS. Revista de Filosofía, Vol. 6 N° 2. ISSN 0718-8382, Noviembre 2015, pp. 101-137
-Zepke, S. FOUCAULT Y EL ARTE: DEL MODERNISMO A LA BIOPOLÍTICA Nómadas (Col), núm. 40, abril, 2014, pp. 100-113 Universidad Central Bogotá, Colombia
-Žižek, s. (2012) El sublime objeto de la ideología. México. Siglo XXI.