Lima (es) como (un) oxímoron

Raúl Soto

   Toda ciudad es un destino porque es, en principio,

   una utopía, y Lima no escapa a la regla.

  Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible

1. Tendría doce años cuando deambulé por primera vez por el centro de Lima, solo y de noche. Ya había visitado la capital antes, cuando pasaba parte de algunos veranos en la casa de mi abuela materna en El Rímac y con mis tíos y primos de la Breña, en la parte de Breña colindante con Pueblo Libre. Recuerdo haber ido a la playa de La Herradura en uno de esos viajes, cuando todavía alquilaban carpas y ropas de baño, también haber nadado en una gran piscina poco profunda, pero que refrescaba la piel después de haber estado horas corriendo olas en las aguas saladas del Pacífico. Yo había nacido en una aldea de Huancavelica ‒donde mis padres comenzaron su carrera de educadores como maestros rurales‒ y desde los cinco años crecí en Ica: ese oasis rodeado de médanos, con sol todo el año y clima seco. El balneario de Ica no era una playa sino la laguna de Huacachina. O sea, si la memoria no me falla, nunca había ido a la playa antes de La Herradura. Por supuesto que había visto el mar de cerca durante los viajes a Lima, cuando la antigua Panamericana Sur pasaba por Pasamayito y desde el colectivo miraba asombrado las olas rompiendo en las rocas al borde de la carretera. La primera vez que disfruté solo y de noche el centro de Lima fue cuando mi padre me dio permiso para acompañar en nuestra camioneta al chofer que venía a recoger los periódicos capitalinos. Ahora recuerdo mejor, fue en el verano de 1967. La camioneta salía de Ica al mediodia, llevando encomiendas y regresaba después de la medianoche transportando los diarios El Comercio, La Prensa, El Expreso y La Crónica. Llegamos a Lima casi al anochecer, por las paradas que hicimos en Pisco, Chincha y Cañete. La oficina de Ica Express estaba en un corralón ubicado en el jirón Sandia, donde Fidel “Pluto” Astorga guardó la camioneta. Cenamos en la pollería de un nisei en la avenida Abancay, algo nuevo para mí porque, si la memoria no me falla, los Yamashiro todavía no vendían pollos a la brasa en su restaurante de Ica. Después, Pluto me dijo que iba a tomar una siesta en el colchón de la oficina y me indicó cómo llegar a la avenida La Colmena. Caminé hasta la esquina y doblé a la izquierda, en el jirón Bambas, recorriendo la espalda de la casona de San Marcos, mi futura Alma Mater. Al llegar a Azángaro mal iluminado doblé a la derecha y pasé por el Salón Blanco, restaurante que frecuentaría años después cuando lateaba por el centro. Al desembocar en el Parque Universitario todo se aclaró y pude apreciar, a la derecha, la torre del reloj que todavía daba campanadas y al fondo el imponente edificio del Ministerio de Educación. Antes de llegar a la esquina vi una librería de viejo en el zaguán de una casona colonial que apenas se sostenía en pie. Doblé a la izquierda en La Colmena y quedé deslumbrado por la claridad y las luces de neón que refulgían a lo largo de toda la avenida. Pasé sin saberlo por la cantina Chino-Chino ‒muchos dicen bautizada así por el pintor Pancho Izquierdo‒ y al frente supongo que vi el legendario Palermo. La Colmena estaba llena de gente y por primera vez sentí que estaba en una gran ciudad. La avenida Grau de Ica no tenía nada que ver con La Colmena y a esta hora todas las tiendas ya estarían cerradas y no habría gente caminando por la avenida sombría. Seguí hasta llegar a la plaza San Martin y el bullicio se intensificó por el ruido de los colectivos a Miraflores y El Callao ‒los tranvías ya habían desaparecido‒ y por la gente que desembocaba apurada del jirón de La Unión para tomarlos. El hotel Bolívar estaba todo iluminado, así como los tres cines que flanqueaban la plaza. Las luces y los colores vibrantes se intensificaron mientras caminaba y me detuve en la avenida Tacna porque no me atreví a seguir hasta la plaza Dos de Mayo. Ahora puedo afirmar que en ese momento disfruté de lo aparente, de un espacio arquitectónico escenográfico, de las luces de neón, de lo ostentoso. No de Lima la horrible ‒la arcadia colonial, para usar la metáfora de Sebastián Salazar Bondy‒ sino de la Lima moderna, de ese espacio reconstruido por el dictador Leguía para celebrar el centenario de la independencia. No de la Lima pintada por Humareda, Pancho Izquierdo, Polanco y Portuguez para la posteridad. Esa Lima estática, pero de una belleza particular capaz de producir sentimientos contradictorios: lo sublime, en el concepto original del angloirlandés Edmund Burke de acuerdo a Jean-François Lyotard. Supongo que esa caminata nocturna por La Colmena quedó en mi subconsciente y motivó mi deambular por el Centro Histórico, los Barrios Altos y el Rímac cuando me mudé a Lima en 1974.

2. La vibración y energía del Cusco o Manhattan no se sienten en Lima. La capital peruana te produce más bien cierta exultación y ansiedad, exaltación y melancolía: los sentimientos contradictorios de lo sublime descritos por Lyotard refiriéndose a la categoría y los conceptos de Burke y Kant. En este sentido, Patricia Ciriani centra la pelota con su libro Lima la sublime. Apuntes para una ciudad caníbal. El oxímoron es preciso si obviamos el artículo: Lima sublime. Aquí entran a tallar las contradicciones señaladas por Lyotard y debemos agregar el placer y el dolor que nos causa Lima. Sí, en la megalópolis caótica del Sur Global se sufre, pero se goza. Lima sublime contradice el epíteto citado de César Moro y es la connotación precisa del título del libro de Sebastián Salazar Bondy. Lima la horrible se refiere a la Lima oligárquica, a la arcadia colonial de la extinguida aristocracia capitalina, la racista y de “la risita limeña” (Vallejo dice), la pasiva y desapasionada, la chismosa y de la famosas “bolas”, la pacata, huachafa y cucufata. El ensayo de Salazar Bondy se enfoca en los mecanismos de dominación ideológica de la oligarquía limeña, crítica necesaria en 1964, cuando la sociedad peruana estaba en un punto de quiebre que alcanzará su momento cuatro años después con el golpe militar del llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. En este sentido, Ciriani cae en el anacronismo cuando califica el título del libro de Salazar Bondy como “una exageración y una injusticia” por haber caído en el “paternalismo”. Ambos libros guardan una distancia de seis décadas y la capital virreinal ha estallado espacial y demográficamente en una megalópolis, por eso era necesario un nuevo estudio de la Lima de hoy. El libro de Salazar Bondi es un ensayo largo, mientras la estructura del libro de Ciriani es misceláneo o como nos gusta decir ahora, híbrido, con escritos que van del ensayo corto al artículo periodístico, pasando por la reseña, el informe, la entrevista y los textos para catálogos.

3. “Sublime, cruel y nómada: Learning from Lima” es el primer texto del libro y abre muchas expectativas por referirse al título de la compilación. Es el ensayo más extenso de Ciriani, pero no lo suficiente para desarrollar algunas ideas y conceptos que se quedan flotando en la imaginación del lector. Por ejemplo, cuando habla del teatro de la crueldad de Artaud, refiriéndose a lo cotidiano callejero, nos quedamos en pindinga por saber más cómo funciona la dinámica de lo cruel y caníbal entre los habitantes heterogéneos de Lima. Lo esencial de este ensayo es cuando Ciriani subvierte “la noción kantiana de la sublime” tratando de “introducir un criterio de inteligibilidad” para Lima. Aquí ella rompe con las ideas nordcentristas del orden idealista de lo determinado y propone que la ciudad ‒provisional, caótica e irracional para los cánones de la cultura occidental‒ vive en un presente continuo (Ciriani lo llama absoluto). Lima vendría a ser una construcción continua ‒no una renovación cíclica como en las metrópolis del Norte Global capitalista‒ que sucede en el aquí y el ahora gracias a la migración interna. Ese es el sentimiento de lo sublime que viven sus habitantes: la ansiedad y el dolor del presente que está sucediendo, mezclado con cierta exaltación y por qué no, cierto placer (¿masoquista?, no sé). Para Edmund Burke la sensación de lo sublime es producto de la mezcla del terror que algo no suceda con el placer que produce esa amenaza (Lyotard dice. También en su ensayo el filósofo francés conjetura que Kant saqueó estas ideas estéticas de Burke). Por otro lado, Ciriani precisa la falta de un ícono representativo de Lima ‒pensemos en la fortaleza de Sacsayhuamán en el Cusco, por ejemplo‒ aunque se lamenta por la remoción de la estatua “emblemática” de Pizarro de la Plaza de Armas calificándolo como un “atentado a la capital del virreinato”. Debemos precisar que la estatua no fue cancelada sino reubicada en el 2003. Dos años antes, Juan Javier Salazar ‒emulando las instalaciones ambientales de Christo y Jeanne-Claude‒ cubrió la estatua de Pizarro. La particularidad de esta intervención fue la tela estampada con muros incas: la cancelación temporal del conquistador tuvo el simbolismo fugaz de reivindicar la visión de los vencidos. Ciriani también contradice la crítica ideológica de Salazar Bondi de la Arcadia Colonial cuando se refiere a “la herencia muy potente del virreinato. Una herencia que buscó legitimarse en la República pero que no lo logró a pesar de sus intentos” (7).

4. La propuesta principal de Ciriani se refiere a la otra Lima y usa una metáfora para nombrarla: Lima de las laderas. La Lima de los migrantes provincianos, que tuvo su primera expansión fuera del casco urbano en el cerro San Cosme y que ahora constituye la mayor extensión geográfica de nuestra megalópolis. Ciriani propone “acoger el caos urbano como el futuro orgánico” y parafraseando a Koolhaas, vivir la ciudad en su organicidad propia. Entonces, ¿cómo recuperar y reactivar Lima? La respuesta: “…el arte puede ser un camino para generar un sentido de comunidad participativa donde más falta hace” (13). Aquí se apela al sentido de comunidad y cooperación del mundo andino, de la mayoría de los migrantes que pueblan Lima, incluyendo a los lemeños: los nacidos aquí de padres serranos. El arte es la mejor manera de lograrlo, dándole color a los cerros y médanos. Humareda fue el primero en pintar el Cerro San Cosme usando el ocre y las tierras de su primer periodo y ahora la Lima de las laderas necesita una explosión de colores complementarios como en el segundo periodo del pintor puneño.

Ciriani desarrolla su propuesta de un arte relacionado con la comunidad en “La ciudad como espectáculo permanente”. Destaca el rol social del arte callejero y el ensayo es un manifiesto por un “arte ciudadano” para alcanzar una identidad comunitaria en Lima y provincias. En este sentido, critica la mentalidad poscolonizada de importar “modelos museísticos” con el riesgo de convertir ciudades y barrios “en parques temáticos de franquicia o bien en museos intangibles, como París o Barcelona, que controlan todo, desde el color de sus edificios y mobiliario urbano, hasta el contenido de los espectáculos por (sic) las Ramblas” (38). La alternativa no sólo son los festivales organizados por las municipalidades sino más bien los colectivos de artistas de Lima y provincias que dinamizan a sus habitantes organizando actividades culturales. Ciriani también senala que el boom de la construcción en todo el Perú debe servir para construir “más que edificios de cemento, nuevos territorios imaginarios”.

El texto citado sirve de puente a la segunda parte del libro, “La curaduría como activismo urbano”, donde Ciriani despliega su radiante paleta teórica y su praxis como curadora. La exposición colectiva De la huaca al boom: un rostro para Lima (noviembre-diciembre, 2015), sin duda remeció el gallinero artístico limeño y a los críticos complacientes. “Exposiciones con sentido” es su respuesta a Luis Lama y nos demuestra la vena polémica de Ciriani. También tiene la limpidez de ser didáctico, permitiendo al lector disfrutar y reflexionar acerca de la diversidad de medios seleccionados para la muestra. El texto viene a ser una poética de su curaduría representada en esta muestra: “Busca revertir el olvido y el desprecio que se tiene del patrimonio milenario prehispánico. Hacer un primer balance del boom inmobiliario que sumergió la capital peruana en un mar de edificios sosos. Proponer posibles representaciones de ese magma urbano inabarcable que sigue extendiéndose” (55). La ideología autoral de la curadora apuesta por lo popular nacional y rechaza la museografía obsoleta tipo galería comercial de arte. Además, increpa la mediocridad y servilismo de la crítica oficial donde prima la falta de rigurosidad. Coincido con Ciriani que la critica debe ser irreverente y bien fundamentada, no maniquea ni superficial.

5. La tercera parte del libro está conformada por textos de crítica, mayormente de arquitectura y urbanismo, donde Ciriani es coherente con sus postulados de preservar e innovar, la inclusión social en el boom de la construcción, un mejor diseño urbanístico, más espacios públicos y museos que también sirvan a la Lima de las laderas. Esto se resume en dos preguntas dirigidas a las autoridades nacionales, regionales y municipales: “¿Por qué la modernidad significaría hoy el (sic) opuesto de sus valores de origen? ¿Desde cuándo el futuro implica dar marcha atrás en contra del bienestar común?” (157).

La última parte contiene entrevistas de y a Ciriani. En la de David Aguilar, la urbanista confiesa sus errores ortográficos y lamentablemente algunos se han colado en la corrección de pruebas. También parece que la interferencia lingüística francófona afectara el estilo y la concordancia de Ciriani: “Después de 4,000 años de nomadismo feliz, pasados a (sic) cazar y recolectar lo necesario para su supervivencia, [el hombre] optó hacia 6000 a.C. por hacinarse en ciudades donde germían [sic] las bacterias que generarían todas las enfermedades, para sedentarizarse y transformarse en agricultor” (23). En este sentido, la bella edición del Fondo Editorial EDUNI se desmerece por sus deficiencias en la corrección de pruebas y estilo.

Las observaciones anteriores son formalistas y, por lo tanto, secundarias. Lo sustantivo de Lima la sublime son las propuestas y alternativas que delinea Patricia Ciriani para el crecimiento urbano armonioso de la capital peruana, que favorezca también a la Lima de las laderas y no sólo la del boom inmobiliario de los distritos tradicionales. También Ciriani aporta ideas fundamentales para revolucionar las concepciones colonizadas y mediocres de la curaduría dominante en el Perú.  

Bibliografía

Ciriani Espejo, Patricia, Lima la sublime. Apuntes para una ciudad caníbal, Lima: EDUNI, 2021.

Lyotard, Jean-François, “The Sublime and the Avant-Garde”, versión electrónica, https://www.artforum.com/print/198404/the-sublime-and-the-avant-garde-32533

Salazar Bondy, Sebastián, Lima la horrible, México: Era, 1964.