Leopoldo Zea Aguilar: El propósito de la Universidad

Sergio Piña

A manera de presentación:

Este pequeño boceto es para mí un eco de objetivos históricos que se siguen cumpliendo. Dicen que la política es tiempo, y debemos reconocer que no cabe el tiempo en un reloj de mano. La reflexión es contemporánea y viene de mano de Leopoldo Zea cuando ocupó la dirección de Difusión Cultural de la UNAM en 1970, durante el rectorado de Pablo González Casanova. Constatar la práctica de una gama de principios es ejemplar. No se habla de principios abstractos o de anunciamiento continuo, son los hechos, los pequeños detalles, las puntuales atenciones, el continuo trato. En la Enciclopedia Electrónica de la Filosofía Mexicana[i] se sintetiza de manera puntual y se deja constancia de una figura que supo participar en la vida organizativa de una Universidad, y fue capaz de reflexiona con y a través de ella.

El tema es educativo, aunque profundamente político, mediado por la filosofía. No se establece un marco pedagógico para la enseñanza en filosofía, sino se comprende como una actitud práctica, un humanismo. En la dinámica Cuando se propone un Humanismo Mexicano se tienen ecos a figuras como Zea, y compromete las prácticas de tradiciones cada vez más especializada, y en muchas ocasiones: abstractas. Si bien, con un matrimonio en conflicto, filosofía e historia permean las disciplinas, ingenierías o formas técnicas que suelen considerarse impolutas, a-políticas u objetivas, este permear no es por voluntad propia, sino por necesidad contextual, las practicas del saber no suelen mantener sus parcelas artificiales.  

Hoy ante la inminente fundación de Universidades Nacionales, parece justo tener presente que NO se busca un humanismo europeísta o pseudo-ilustrado. Si educar es el propósito, no perdamos la oportunidad de considerar al Humanismo Mexicano como una actitud cercana, afectiva y popular. Me parece que ahí está la clave, en la capacidad de diferencia en diálogo, en el trato respetuoso y en el profundo reconocimiento de otros. Eso, no se puede simular. El aflujo del arribismo deja ver su rostro en estos tratos, no comprende porque no práctica y no práctica porque no comprende. Pero lo enigmático de esto es la posibilidad del cambio.   

Aunque el artículo puede ser conocido por los académicos y se enlista en artículo más, conviene retomarlo, en su forma primaria: transmitir. El trabajo es breve como para que pase desapercibo, pero claro para ser leído. En otro tipo de textos abona de forma más profunda a lo que aquí solo se comenta. Para mí, es importante que estos bosquejos nos recuerden que venimos de lejos, y quizás de muy lejos. Que nos falta mucho por hacer y por saber, de forma que agradezco al equipo de Intervención y Coyuntura, por permitir y colaborar en estos esfuerzos de relecturas de nuestros clásicos.   

El lector interesado notará que hay un uso del masculino genérico, no por ello me es licito atribuir una actitud que no corresponde, simplemente opto por la posibilidad de comprender y realizar una lectura desde una sensibilidad que no es la nuestra. Solicitar al lector caridad en su lectura, no implica que pase por alto  

Misión de la Universidad[ii]

Leopoldo Zea Aguilar

¿Cuál es la misión propia de la Universidad? Sobre ese tema se hacía cuestión, hace ya mucho tiempo el filósofo español José Ortega y Gasset. El problema se lo planteaba El cambio de las universidades en relación con el ineludible cambio de las sociedades. Ortega vivió ya, aunque no con toda su crudeza, el paso de una universidad individualista, si así podemos llamarle, a una universidad de masas. Es esta universidad de masas la que plantea, ahora, Los múltiples problemas que vemos estallar en rudos conflictos. No vamos a hablar de estos conflictos, vamos a plantearnos el tema propio de toda universidad, la individual o la de masas, la medieval, la moderna o la contemporánea. El problema de cuál sea la misión de la universidad.

La universidad ha tenido y sigue teniendo y deberá tener como misión la de formar. Formar al hombre, a los hombres, que han de actuar en una determinada sociedad. Se trata de una institución con una determinada función que, a veces, se va olvidando para tomar otras que no le competen. Función educativa, porque educar, si ha de ser bien interpretada esta función, es formar modelar, un determinado tipo de hombre. El hombre que la acción de otros hombres ha hecho necesario. Un hombre que, a su vez, con su acción, determinará la formación de otros hombres. Pero ha sido precisamente en la sociedad de masas de que hablamos, que se ha ido perdiendo la idea de esta función para transformarla en lo que llamaríamos la fabricación, no ya de hombres, sino de piezas útiles en [la maquinaria] de una sociedad. Se instruye no se educa. Mas adelante insistiremos en la diferencia entre instruir y educar. Pero ha sido, a su vez, el olvido de esta misión, la que ha originado reacciones como las que hemos vivido y estamos viviendo en estos últimos años.  Los individuos, objeto de la función universitaria, correcta e incorrecta, reaccionan contra la idea de su manipulación, contra lo que consideran su enajenación por fuerzas que están más allá de su individualidad. De allí las protestas, las violencias y el enfrentamiento político. Porque como una acción política, de utilización al servicio de determinados intereses, es tomada la acción enajenante. A un poder, se pretende oponer otro poder, con lo que la función universitaria queda una vez más distorsionada [ilegible] vayamos a lo que ha de ser su función, misión, de la universidad, la Universidad. Nuestra Universidad, si así ha de ser llamada, no podrá ni debería ser distinta de lo que siempre han sido las universidades. No es, desde luego, un poder frente a otro poder, sino una función al lado de otra función igualmente necesaria. La función educativa, per entendiendo por educación algo más que simple instrucción. Educar es, precisamente, situar al individuo, lo diverso, dentro de la unidad, esto es la comunidad. Educar es formar al individuo que esta comunidad necesita pero para ello es menester tener una idea clara de lo que es la comunidad dentro de la cual y para la cual habrá que formar al individuo. Una comunidad que, a su vez, es el resultado de la interacción de los individuos que la forman, que la hacen posible. Y solo una clara conciencia de esta interrelación puede permitir ofrecer la educación adecuada a la misma. Una educación dinámica, alerta siempre a la también ineludible dinámica de la interrelación que guardan los miembros de la comunidad y los resultados de la misma.  Una educación que permita no sólo la formación de Individuos capaces de actuar pasivamente en una comunidad concreta, sino también activamente, estimulando su transformación como agentes permanentes de un cambio que no puede eludirse, pero sí orientarse. Unidad y diversidad en una dialéctica siempre activa, asimilando y transformando para volver a asimilar y transformar. Desde este punto de vista la Universidad deberá ser la coronación de toda posible educación. No ya simple instructora, insistimos, sino formadora, donadora de sentido, y este sentido es el que se expresa como filosofía. La filosofía que ha de revertir, sobre la sociedad, a través de todas las expresiones de la educación. Una filosofía que tenga bien claro el tipo de hombre que ha de ser formado y del cual ha de originarse el tipo de comunidad y sociedad que se anhela. Educar es formar, no solo individuos, sino sociedades, comunidades. Así lo han entendido los más conscientes de los reformadores que hicieron de la educación el instrumento del cual había de surgir la sociedad que se anhelaba construir.

II. Técnicos como engranajes de la maquinaría[iii]

Quizá el problema no solo de nosotros los mexicanos, sino del hombre contemporáneo, se encuentre en el abandono que se viene haciendo de la educación, abandonándola por la simple instrucción. A la sociedad de nuestro tiempo le interesa más instruir que educar, esto es, formar hábiles técnicos y profesionistas que cubran sus necesidades funcionales que individuos que, al mismo tiempo que cumplan con esa misión circunstancial, actúen en relación con lo que ha de ser el ineludible futuro de una sociedad que, quiérase que no, consciente o inconscientemente, se transforma reclamando la presencia de nuevos hombres, esto es, de un nuevo sentido de lo humano que valga no solo para el presente, sino para un futuro siempre surgiente. Sabemos ahora que los técnicos que necesitan nuestras máquinas, de los profesionistas que requiere nuestra aparentemente estratificada sociedad; pero no del por qué de esta técnica, ni del por qué de estas profesiones. Técnicos y profesionistas que solo son vistos como partes de una gran maquinaria que parece concluida, terminada y no de una sociedad que, como resultado de la acción de sus individuos técnicos, profesionistas y los que no son ni lo uno ni lo otro, se va transformando, requiriendo ajustes, ajustes no sólo de intereses, sino del sentido que unifica y sin el cual las sociedades y las comunidades no existen, sin el cual sólo es posible o la comunidad de las hormigas o la anarquía de la multiplicidad incapaz de aglutinarse, incapaz de actuar en otra relación que no sea la de subordinación contra la que se ha rebelado.

iii. La sociedad como máquina en función de intereses particulares.

 Expresión concreta de esta situación entre nosotros ha sido la crisis de 1968. Los hombres que hicieron el México de nuestros días logrando un indiscutible progreso material, se olvidaron de la relación que este progreso guarda necesariamente, con el resto de los hombres, con el resto de los mexicanos, de la sociedad, imaginando que la satisfacción de sus concretos intereses significaba, también, la satisfacción de los intereses de todos los mexicanos.  Y en este olvido, y en función de con estos intereses, se olvidó, también, la tarea educativa. Desde hace muchos años lo que se ofrece no es educación sino instrucción. Se piensa a la sociedad mexicana como una gran maquinaria que ha de funcionar en relación con los intereses de quienes se suponen sus creadores. Una gran maquinaria a la que hay que dotar de los técnicos y los profesionistas que la misma va necesitando para su desarrollo. Técnicos y profesionistas, desde este punto de vista, deshumanizados, esto es, parte de la misma maquina controlada, cada vez más, mecánicamente. Por ello, no se educa, esto es, no se forman hombres concientes de su puesto en la sociedad de que son parte, sino se construyen eficaces instrumentos para la misma. Son parte de la maquinaria, pero no va el individuo, el hombre que la ha hecho posible para su servicio. Se ha hecho de la meta instrumento, algo funcional, al servicio de algo que no son ya los individuos que han hecho posible la maquinaria social. Instruir equivale a construir las indispensables partes de una maquinaría que vigile y haga posible la eficacia de la misma. Partes cada vez menos aptas para esa función, como lo son ya los robots mecánicos y la extraordinaria memoria de las computadoras. Educar, por el  contrario, significa crear la conciencia sobre el por qué y el para qué de esa maquinaria, sobre el por qué y el para qué de todo posible robot y de toda posible computadora. Educar, es crear hombres, instruir, es, repito, construir las indispensables piezas que una maquinaría necesita para moverse. Ahora bien, a la Universidad, corresponde, precisamente la educación, entendida no solo como formación de hombres, sino formadora de formadores de hombres. Esto es, la formación de hombres plenamente conscientes de su propia humanidad y capaces, a su vez, de hacer concientes a otros hombres de esa Humanidad. Conciencia que se da, a través de la filosofía, del inquirir sobre el puesto del hombre en el mundo, sobre su papel en la comunidad, sobre lo que representan los hombres como individuos, como multiplicidad en la unidad que hace posible la comunidad de los hombres, en una expresión, también, propia de lo humano.

iv. La filosofía peligrosa.   

Esta conciencia, decíamos, se expresa como filosofía. La filosofía, como reflexión, como búsqueda de sentido, del por qué se educa y para qué se educa. Y aquí hay también que hacer un nuevo deslinde, el que se refiere a la idea que se tiene de filosofía.  Considerada por algunos políticos como tarea inútil. No, la filosofía es aquí una reflexión, la reflexión que ha antecedido siempre una autentica reforma educativa, a la que da razón del por qué de esa reforma. La filosofía que ha antecedido no sólo los cambios educativos, sino sociales y políticos. La vieja idea de la filosofía como un juego mental, abstracto, como gimnasia racional ha desaparecido desde el mismo momento en que los políticos, los hombres que se considera se encuentran comprometidos con la realidad, hablan de la filosofía como algo que puede ser peligroso, o lo es de hecho: cuando se habla de la filosofía de la destrucción. Un índice de que es algo más que abstracción, que de serlo a nadie preocuparía. Una filosofía que parece haber animado el descontento y protesta universitarios. Y me supongo que es, desde este punto de vista que nuestros jóvenes se preguntan por la relación que la filosofía pueda tener con la Universidad. Una preocupación e interés que resulta va a ser expresión de la preocupante filosofía.  Una actitud, en mi opinión, que es y debe ser la propia de todo universitario. Esto es, capacidad para enfrentarse racionalmente a los problemas que plantea la realidad y dar a los mismos la solución más adecuada. Una solución a la que quizá no estén tan obligados los políticos, pero sí los universitarios. No quiere esto decir que el universitario no sea o pueda ser político simplemente lo que se dice es que no está reñida la acción sobre la realidad con la reflexión previa sobre la misma, para hacer más eficaz dicha acción. Una acción, sí, pero encaminada hacia metas cuyas posibilidades queden claramente expresadas. Las posibilidades que necesariamente tienen que ofrecer la realidad que ha de ser transformada.

v. Ser Universitario es una manera de ser Ciudadano

Es en este sentido que creo se debe enfocar ahora la acción universitaria. Una acción que no abandona las metas de una democratización nacional, sino que las mantenga buscando su logro por las vías que la misma realidad, a la que de enfrentase, puede ofrecerle.  Pues para alcanzar estas metas no se tiene, precisamente, que renunciar a ser universitario. Lo universitario no está reñido con la acción ciudadana, que el ser universitario es, precisamente, una manera de ser ciudadano y es esta manera la que no debe ser renunciada. La Universidad no es, Universidad si no tiene clara su filosofía. Esto es, el por qué, el sentido que ha de imprimir a la educación que ofrece, si en verdad busca educar, insistimos y no simplemente instruir. Educar es formar, modelar un determinado tipo de hombre, el propio de la sociedad en la que se vive o la sociedad que se aspira a vivir. Educar, no es instruir. Educar es saber para qué se instruye, para que se prepara, por ejemplo, un ingeniero, un médico, un arquitecto, un químico, etc. Y no se le debe preparar como se fabrica la pieza de una determinada máquina. Porque, aun en este caso, cuando se fabrica la pieza de una maquina es que se tiene clara consciencia, se conoce perfectamente la maquina a la que ha de servir. Por encima de las piezas y de la máquina de que son parte, es el hombre que ha de servirse de ella. El hombre que piensa, el hombre que tiene consciencia de sí mismo y la relación que, como tal, guarda con los otros, con sus semejantes, con la sociedad de que es parte. Y esta consciencia, precisamente, es la que da la filosofía. Por ello, cuando se relaciona la lucha por la libertad y la democracia con la reforma educativa se está aludiendo a la ineludible relación que guarda la educación con la sociedad de que son parte los educandos, a la filosofía que da sentido a esta unidad. De esta relación fueron bien conscientes nuestros liberales en los inicios de nuestra vida independiente, una vez sacudidos los avíos que nos había impuesto España en cuatro siglos de coloniaje.

vi. Los transformadores de México han sustentado una filosofía.

También ellos, como nuestros reformistas fueron claramente conscientes de la relación que guardaba la realidad social que heredaban de la Colonia, con la que querían originar. Insatisfechos con el orden colonial, buscaban crear un orden semejante al que se había levantado en otros lugares del mundo, un orden liberal. Y un tal orden sería imposible si no se formaba a los hombres capaces de hacerlo posible. Y esta formación sólo sería un hecho si se adoptaba la filosofía que en otros lugares del mundo había originado pueblos capaces de las hazañas que habían hecho su grandeza material y social. Nuestros liberales se lanzaron así al mismo tiempo, a una reforma política y una reforma educativa conscientes de que, sin la segunda, sería imposible la primera. Emancipación mental, llamaron a esta reforma, la reforma complementaria y haría realidad la emancipación política de España. La filosofía que había hecho posible un orden colonial que duró cuatro siglos, fue sustituida por la filosofía que iba a dar origen a hombres liberales, industriosos, capaces de hacer por México lo que otros liberales habían hecho por las grandes naciones que se hacían presentes en los mismos inicios del siglo XIX. Nuestros liberales, entonces, como nuestros positivistas después, se empeñaron no ya en instruir, sino en educar, esto es, en formar el tipo de hombre que habría de construir un México auténticamente nuevo.

vii. La filosofía que exprese la conciencia del educando.

Pues, insisto, educa el formador de hombres, e instruye solo el que fabrica instrumentos para el mantenimiento de un determinado sistema. En uno y en otro caso se hace latente una filosofía. La filosofía que provoque en los educandos una determinada aspiración, la que le mantenga su conformidad. En su caso se quiere hacer expresa la conciencia del educando en relación con su realidad, en otra simplemente la aceptación de esa realidad. En una se es un hombre, en otra una pieza de la gran maquinaria. Ahora bien, aquí tomamos abiertamente el tema sobre el que se me ha pedido hablar, son precisamente las universidades, las que deben tener clara conciencia de su función como máximos centros de educación. Educación, insisto, no instrucción. Son muchas las instituciones que pueden instruir, pero educadoras, ineludiblemente, tienen que ser las universidades. En la Universidad, por supuesto, debe darse instrucción, esto es preparar hábiles técnicos o eficaces profesionistas, pero si se redujese a esto, no sería una universidad. Función semejante puede tener y tienen otras instituciones de cultura superior, sin que por esto sean universidades. La universidad debe instruir, pero también debe educar. Debe tener buenos ingenieros, médicos, abogados, químicos, contadore, etcétera, pero, además debe educar, esto es, formar hombres y no simplemente técnicos. Esto es, formar individuos conscientes de su puesto, de su papel, de su roll como hombres entre hombres, como individuos dentro de una determinada sociedad. Y esta es, precisamente, la consciencia que ofrece la filosofía  

viii. Profesionistas hombres, conscientes del por qué y para qué.

La universidad debe formar, no construir ingenieros, médicos y químicos hábiles; esto es, individuos eficaces en la acción concreta para la que son formados; Pero no reducidos a la simple eficacia, a la eficacia propia de la pieza de una determinada maquinaria, sino alfo más claramente conscientes de su papel, no ya como partes de una máquina, sino como partes de una sociedad o comunidad a la que esa maquina ha de servir sin instrumentar a sus creadores. Eficaces, hábiles, pero con una eficacia y habilidad conscientes del por qué y el para qué de su técnica u oficio en relación consigo mismos y en relación con la sociedad de que son parte. Una conciencia que permita pugnar por algo más que la simple utilidad de su técnica y oficio en relación con un determinado sistema, sino en relación con los hombres que han hecho y hacen posible cualquier sistema. En relación con los otros, cualquiera que sea su situación, dando y recibiendo servicio de una interacción que no enajene ni sea enajenada. Saberse, no sólo instrumento, parte de una maquinaría o sistema, sino fin, meta, de toda máquina o sistema. Tal es mi opinión, la función de toda universidad que antes que instructora deberá ser educadora.

  1. La filosofía del Hombre

Ahora una última cuestión, ¿cuál debe ser la filosofía que norme esta tarea educativa para que la Universidad deje de ser simplemente instructora? La puedo resumir en una sola palabra, la filosofía del hombre. ¿perogrullada? Toda filosofía ha sido el hombre y para el hombre. Pero no toda filosofía ha sido conciente de esta ineludible función. Queriendo salvar al hombre de sus circunstancias ha tratado de ir más allá del hombre, ha tratado de trascenderlo, salvándolo en el Logos, Dios, la Razón, el Espíritu, la Comunidad, etcétera, que no han sido ni son sino expresiones sublimadas del propio hombre. Y sublimadas quiere decir deshumanizadas. Se ha salvado así, al hombre en abstracto, no al hombre en concreto, al hombre que vive y muere, al hombre que sufre esto o lo otro, al hombre en las diversas expresiones que lo materializan, que lo concretizan, sin que por ello deje de ser hombre. El hombre de este o aquel nivel social, de este o aquel color de piel, de esta o aquella religión, pero siempre el hombre.

Es sobre este hombre concreto que ahora habla la filosofía, y en función con el cual hay que educarlo. El hombre concreto conciente, no ya tanto de su función, como del roll o papel que le corresponde en relación con otros hombres que son sus semejantes, sus iguales. Conciente de su humanidad, pero también de la humanidad de los otros. Capaz de ofrecer servicio, pero no de servidumbre; servidumbre que no debe aceptarse, pero tampoco pedirse. Un hombre capaz de verse en los otros sabiendo que a su vez los otros se ven en él. Viendo en los otros su complemento, pero sabiéndose también, complemento de los otros. No enajenar, pero tampoco ser enajenado. Uno y múltiple, múltiple y uno. Gozar y dolerse con los otros, sabiendo que los otros gozan y se duelen con él. Tomar consciencia de los otros y hacer que los otros tomen, a su vez, consciencia de nosotros. Esto es, una educación animada por una filosofía del hombre y para el hombre, del hombre en su doble e ineludible dimensión: como individuo y como sociedad. Uno y múltiple, universal.

Es esta filosofía la que debe, a su vez, normar, dar sentido, a la Universidad. Pues solo de esa forma la Universidad podrá cumplir con su misión. Una misión que le ha de quedar bien clara, pura y simplemente la formación del hombre, de los hombres que han de actuar en la sociedad crítica que ahora vivimos. Crisis de ajuste entre lo que es y lo que debe ser, el mundo que la acción de los hombres ha originado y las consciencias de estos mismos hombres que se niega a ser, no su autora, su creadora, sino su instrumento.

[i] Puede consultar su entrada aquí: LEOPOLDO ZEA

[ii] Boceto facilitado por la Maestra Alicia Elena Martínez Bautista. Gracias por toda la generosidad. Los datos generales del mismo son los siguientes: Periódico el Día. Sección: testimonios y documentos. Fecha: 03 de septiembre de 1970. En la Tribuna la Juventud, dentro del 5° Ciclo de Público Debate, iniciado el 22 de agosto pasado

[iii] Los títulos fueron generados por la Redacción. Decidí mantenerlos numerándolos.