Lenin desde América Latina: la reactivación del marxismo de la organización y la estrategia política

Mauricio Sandoval

  1. Enfrentar la reactivación: bienvenidos a tiempos interesantes

Estamos atravesando una crisis civilizatoria y un posible colapso a nivel global (Vega, 2019), con distintas implicaciones regionales a nivel socioeconómico, agudizadas por la crisis sanitaria (pandemia Covid-19) y climática (devastación por huracanes, inundaciones, sequías, etc.). Además, al momento de escribir este texto, América Latina se encuentra en medio de una efervescencia sociopolítica marcada por los conflictos más agudos del continente: en Bolivia el retorno del Movimiento al Socialismo (MAS) al gobierno, luego del golpe de Estado de 2019; la revuelta popular y el proceso constituyente en Chile que busca enfrentarse al estatus quo de la constitución dictatorial de Pinochet; así como diferentes conflictos en Colombia, Perú, Brasil, Guatemala y Costa Rica, por mencionar algunos casos donde las fuerzas represivas de los Estados se han enfrentado a amplias movilizaciones sociales.

Este convulso panorama de lucha de clases da pie para que afirmemos que estamos viviendo lo que Slavoj Žižek (2012) llama tiempos interesantes, es decir, situaciones de crisis que abren ventanas de oportunidad y necesidad de intervenir políticamente. Pero no es cualquier tipo de intervención política la que necesitamos, ya que requerimos una intervención efectiva que nos sitúe a la altura del momento histórico, y para esto es que debemos reactivar[1] y actualizar al siglo XXI,lo mejor de la historia de las izquierdas: el legado de dos espacios de producción teórica y práctica de carácter revolucionaria, el de K. Marx y V.I. Lenin. 

Es importante indicar que el ejercicio de reactivación no es sencillo, implica enfrentarse a la sedimentación histórica de derrotas que nos situan en escenarios de imposibilidad inmediata. Esto gracias al derrumbe del socialismo realmente existente y a la derrota de las izquierdas en gran parte del mundo, lo cual conllevó la pérdida del horizonte de transformación global del siglo XX, que se condensa en el adveninimiento del fin de la historia de los años noventa.

Sin embargo, había pasado muy poco tiempo cuando los pueblos indígenas del sur de México en 1994, organizados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se levantaron en armas para recordarnos que la historia no ha terminado. Rápidamente los conflictos sociopolíticos volvieron a calentar la región y las revueltas y movilizaciones repolitizaron el escenario político que dio paso a la configuración y consolidación de fuerzas políticas que en algunos casos lograron llegar al gobierno, como en Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil y Ecuador; marcando así la primera oleada progresista y de izquierdas del siglo XXI (García-Linera, 2017).

Tras la primera década y media de estas experiencias, con diferentes niveles de avances y retrocesos, se dio una reconfiguración política a nivel regional, en donde la reacción conservadora envalentonada por el repunte de la extrema derecha global y las fuerzas imperiales, logró ganar terreno e incluso llegar al gobierno en Honduras, Brasil y Argentina, este último caso revertido en 2019 por la llegada al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (García-Linera, 2017).

Estos cambios políticos de los últimos años implicaron que las fuerzas políticas de izquierdas en América Latina pasaran desde la ofensiva hacia la defensiva y la resistencia, cuestión que facilita que aflore el inmovilismo y el derrotismo dentro de buena parte de los ámbitos de la militancia y la organización popular. Esta última cuestión mencionada es uno de los aspectos que consideramos que debemos evitar y combatir, debido a que continuar dentro de esas coordenadas de producción teórica y política, nos sumerge en un estadio de melancolía que impide conectar y responder al presente (Traverso, 2019).

Es así que estimamos aportar a la reflexión político-intelectual sobre este tema y afrontar dicho reto proponiendo dos vías de intervención:

  • Primero, la necesidad de impensar[2] a Marx y Lenin al comprenderlos no como un corpus teórico y político ya definido y cerrado, sino como un espacio de intervención, es decir, como un proyecto crítico en construcción que se va elaborando en cada trabajo que realizamos actualmente para continuar este legado. Con esto nos enfrentamos a los problemas de la llamada crisis del marxismo de los años 80s, la cual se caracterizó por diagnosticar que la producción teórica marxista ya no daba análisis adecuados al presente (Ortega, 2019).
  • Segundo, la imperiosidad de pensar el reverso[3] del marxismo-leninismo: una perspectiva radicalmente diferente a la versión de los manuales soviéticos del materialismo histórico y dialéctico, y de la ideología oficial que se acuñó en el Estado soviético; ya que no necesitamos a unos Marx y Lenin muertos y mistificados (Concheiro, 2016), sino a figuras vivas que nos acechen como fantasmas al recordarnos que es posible hacer la revolución y potenciar el poder de los pueblos.

De modo que, según estas premisas es que podemos formular una perspectiva[4] acorde a los tiempos que vivimos, partiendo de la multiplicidad singular latinoamericana, y que simultáneamente sea útil para pensar de manera crítica y creativa, los debates y combates teóricos y políticos que son de relevancia global, ya que América Latina se puede proyectar como el lugar político de carácter universal que en distintos momentos ha generado las transformaciones más avanzadas y con mayor potencial revolucionario, como han sido los casos de la Revolución Cubana y la Revolución Bolivariana, que siguen resistiendo a pesar del intenso asedio y acorralamiento provocado por las fuerzas contrarevolucionarias.

Ahora bien, dentro de todas las posibles temáticas que se pueden abordar en estas coordenadas de producción teórica, nos interesa abocarnos a las específicamente políticas, y estas son las referentes a la organización y la estrategia, ya que hay que señalar que dentro de los retos que enfrentamos está el de los sentidos comunes anti-organizativos e in-estratégicos (Jameson, 2010), en parte heredados por la desaparición o cambio de dirección estratégica o signo político de muchas de las organizaciones de izquierdas de Europa, América Latina y el mundo (Catanzaro y De Gori, 2019).

Por lo que para afrontar esta cuestión, se requiere entre otras cosas, retomar la perspectiva de la organización y la estrategia política en una dirección de transformación revolucionaria, a través del impulso de nuevas oleadas de las izquierdas, y qué mejor que realizar esto junto al dirigente y pensador político por excelencia: V.I.Lenin, como uno de los mo(nu)mentos más sobresalientes del legado de K. Marx.

  1. Lenin: el retorno de la perspectiva estratégica y la organización política

El ejercicio de reactivación que proponemos radica en pensar la política como arte estratégico, como bien lo formuló el marxista francés Daniel Bensaïd (2017), quien es uno de los precursores del desarrollo actual del marxismo a nivel de teorización sobre lo político, después de las duras derrotas sufridas a lo largo del siglo XX. En ese sentido, partimos desde la problemática abierta por Bensaïd, pero también nos interesa integrar específicamente el aporte de V.I. Lenin como núcleo de deseo político central para pensar la organización y la estrategia de transformación revolucionaria.

Esta concepción de la política como arte estratégico[5], consiste en la reactivación del pensamiento y el ejercicio del poder de transformación, ya sea en una temporalidad inmediata, radical o gradual; y su relación directa y/o indirecta con la forma estatal. Lo que implica remitirse al viejo debate sobre el sujeto revolucionario, el cual en este caso lo centramos en el sujeto político que remite a la cuestión del tipo de organización política (forma partido, forma movimiento, forma colectivo), y a los procesos concretos de acción o práctica política (acción directa, parlamentarismo y gestión institucional, lucha armada, organización comunal y sectorial, etc.) y su paso a la construcción de poder político a través de las sedimentaciones institucionales (Sandoval, 2020).

Por lo que las distintas posibilidades de construir formas organizativas y rutas estratégicas con una determinada dirección u otra, dependen de las condiciones políticas concretas y realmente existentes, así como de la expansión o contracción de los márgenes de posibilidad. Acá lo importante es que en cada forma organizativa se pueda expandir la organización del campo popular, reconociendo que ninguna forma organizativa es a priori mejor que otra; y que en cada coordenada estratégica se pueda discernir y priorizar cuáles son las opciones más adecuadas y relevantes para lograr los objetivos políticos, pero reconociendo que no son exclusivas ni excluyentes entre sí y que no son absolutas, sino que se pueden modificar.

Asimismo, estas coordenadas estratégicas deben ser concebidas por la organización política y deben operacionalizarse en propuestas concretas e innovadoras para todos los ámbitos sociales existentes, lo cual debe materializarse en programas políticas coherentes.

Es así que cada configuración organizativa y cada ruta estratégica y táctica debe anclarse en la experiencia histórica, transmitiendo y proyectando los deseos de transformación colectiva del campo popular y las izquierdas, y también brindando dirección política a los sectores y movimientos que se encuentren desorientados (Dean, 2017; Garo, 2019)[6].

Ahora bien, teniendo claro de qué estamos hablando, de lo que se trata ahora es de pensar la política como arte estratégico pero desde la gestión de los deseos políticos[7] en la acción de producción teórica, esto es, utilizar a Lenin como núcleo de deseo que nos permita pensar la organización y la estrategia para intervenir en las coyunturas políticas concretas. Dicho núcleo está compuesto por los aportes de Lenin sobre este ámbito, de los cuales destacamos los siguientes:

  • Contingencia política: una de las formas más adecuadas para comprender la producción teórica de V.I. Lenin es la de identificar que este pensaba la política desde la contingencia de la misma, sin garantías o teleologías, pero dirigida hacia un horizonte comunista (Dean, 2013).

Este aspecto contrasta claramente con la filosofía de la historia del marxismo-leninismo que confiaba en el progreso histórico y la inevitabilidad de la revolución socialista mundial, pero frente a ella, nos interesa rescatar un Lenin que siempre tuvo la audacia de comprender que es necesario situarse en cada momento y espacio particular, y así realizar una lectura política precisa para jugarse la oportunidad de intervenir correctamente en el escenario político respectivo, viéndose frente a frente con la posibilidad de vencer o ser derrotado, y así continuar la lucha dando saltos una y otra vez, con el objetivo de construir la revolución en dirección al comunismo. De acá que entonces tomemos la primera lección para la reactivación del marxismo desde Lenin: la permanente construcción de rutas estratégicas hacia el horizonte comunista.

  • Análisis político: en el marxismo y la cultura de izquierdas del siglo XX, a excepción de figuras como Antonio Gramsci, Hồ Chí Minh, Fidel Castro, Che Guevara y pocos otres, resulta extraño que un dirigente político sea a la vez un intelectual de alto nivel, y esto es justamente lo que encontramos en V.I. Lenin, quien desde los márgenes del sistema global realizó una producción teórica y práctica sobre la revolución. Y esto lo logró gracias a que pudo desarrollar una capacidad intelectual al calor de la lucha sociopolítica, escuchando al pueblo, y diagnosticando concretamente las formas de dominación y explotación que atravesaban a la Rusia imperial como formación económico-social en un nivel nacional, pero también incorporando sus vínculos globales, formando una crítica al imperialismo y al colonialismo.

Lo fundamental acá es señalar que el potencial de esta capacidad de conexión con el pueblo y su traducción analítica, se da en el tanto Lenin realizó una producción teórica de la propia práctica política del proletariado y los sectores populares de su contexto histórico. De modo que de esta forma encontramos una segunda lección de reactivación del marxismo desde Lenin: sin práctica teórica no se puede orientar la práctica política (y viceversa).

  • Tiempo y coyuntura: otro aporte de V.I. Lenin es el del interés de comprender los tiempos de la política y saber aprovecharlos, de acuerdo a cómo se manejan las relaciones de fuerzas y las disputas en el juego político. En este sentido podemos destacar que la lección de Lenin sobre estos aspectos nos remite a la relevancia de comprender cómo se gestan las crisis y cómo se configura el conflicto político central (el eslabón más débil) para poder aprovechar las oportunidades, a partir de la composición de las distintas fuerzas políticas (gobiernos, partidos, movimientos, etc.), la identificación correcta de los momentos políticos (de avanzada, repliegue, estancamiento, etc.) y la disputa por la gestión y cambio de la institucionalidad en una dirección revolucionaria.

Por lo que llegamos a la tercera lección de reactivación del marxismo desde Lenin: las organizaciones políticas deben construir estrategias y tácticas que se adapten de acuerdo al pulso político de cada coyuntura específica, lo cual constituye la mejor arma contra el dogmatismo y el sectarismo que han afectado históricamente el accionar de diferentes fuerzas políticas de izquierdas a nivel global, y también nos da una orientación sobre lo que está en juego cuando las fuerzas revolucionarias se encuentran disputando y ejerciendo el poder, ya que para Lenin la experiencia de lucha y gestión organizativa (partidos, sindicatos, cooperativas) y su vínculo con lo político-estatal, constituye un salto cualitativo en los procesos de transformación, y esto es de central significación ya que partimos de una escasa producción teórica desde el campo popular y las izquierdas sobre este tema[8].

  • Organización y militancia: sin duda alguna V.I Lenin es el maestro de la organización política y la práctica revolucionaria, y esto es muy importante en un contexto donde ha tomado fuerza dentro de los sentidos comunes de izquierdas, la política folk[9] (en el ámbito anglosajón) y el autonomismo[10] (en el ámbito europeo y latinoamericano), los cuales suelen postular que los partidos políticos y la estatalidad constituyen una forma de dominación y cooptación de los movimientos sociales populares, y por tanto no son formas políticas deseables.

Por lo cual necesitamos replantear la estimación de la organización y la militancia, ya que ahí se gestan tres cuestiones centrales: primero, la de la capacidad de conectar y aglutinar a las sensibilidades militantes, y los sectores y movimientos populares, a través de organizaciones políticas dinámicas[11]; segundo, la posibilidad de tener instituciones (partidos, sindicatos, cooperativas) que generen construcción colectiva y poder político con capacidad de llegar a situaciones como las que Lenin llamaba de poder dual[12] (1917a); y tercero, la necesidad de replantear la estatalidad como campo de batalla y disputa política, debido a que ahí se gesta la posibilidad de contar con un campo de expansión institucional de amplia dimensión, que brinde seguridad y mejores condiciones de existencia para las grandes mayorías, y que además colabore como motor de dinamización de los movimientos y organizaciones populares (Cortés y Tzeiman, 2017).

Y acá tenemos una cuarta lección para reactivar el marxismo desde Lenin: la que nos dicta que gestionemos el deseo de luchar organizadamente con el fin de obtener un sostén material de proyección y realización de las transformaciones revolucionarias, tal como lo realizó Lenin: sin recetas, siempre con imaginación y realismo para expandir los horizontes de posibilidad y así intensificar los poderes de intervención y decisión política. Asimismo, en Lenin encontramos el valor de los sujetos centrales de la organización política: la camaradería y la práctica militante, la cual consiste en el deseo de luchar colectivamente y construir lazos sociales de carácter socialista, enfrentando de esa forma la sociabilidad individual de carácter liberal que es el centro de los procesos de colonización de la subjetividad moderna (Selci, 2018; Dean, 2019).

En resumen, cada una de estas cuatro lecciones constituyen ese núcleo de deseo político llamado Lenin, el cual hoy se nos presenta como la mejor herramienta para reactivar el marxismo y el deseo de hacer posible lo imposible, es decir, de hacer la revolución.

  1. Lenin desde América Latina: el ejemplo de René Zavaleta Mercado

Por último, nos interesa anclar el anterior ejercicio de reactivación en la traducción política que ha tenido V.I. Lenin desde América Latina, es decir, situar a Lenin como núcleo teórico y momento de la política latinoamerica (Ortega, 2017). Para esto debemos remitirnos a los casos de intelectuales-militantes[13] que realizaron su producción teórica desde y junto a lo que llamamos el núcleo de deseo político Lenin; y específicamente al caso de René Zavaleta Mercado[14], quien a nuestro criterio ha sido hasta este momento el más creativo y prolifico de dicha constelación.

Zavaleta Mercado perteneció al grupo de intelectuales que vivió el exilio latinoamericano de los años 70’s y 80’s en México, y que en el ejercicio de pensarse en su exilio –o de convivir con el mismo– se enfrentaron a la reactivación del marxismo en nuestra región a través de la lectura de José Carlos Mariátegui (Giller, 2018). Pero además de eso, y a diferencia de muches de sus camaradas, Zavaleta pensó la reactivación a través no sólo de Mariátegui sino también de una relectura de V.I. Lenin, a contrapelo de las perspectivas sobre Lenin dominantes en ese momento (Concheiro, 2016).

En esa dirección, la obra de Zavaleta recoge plenamente el núcleo de deseo político llamado Lenin, ya que cada una de las cuatro lecciones mencionadas anteriormente las encontramos en su obra:

  • Contingencia política: el pensamiento de Zavaleta es un pensamiento de la contingencia y de la multiplicidad singular, cabe recordar su planteamiento sobre cómo las formaciones económico-sociales latinoamericanas son formaciones abigarradas, lo cual quiere decir que en estas confluyen distintos modos de producción en una sola formación, demarcando la heterogeneidad y diversidad estructural de cada país del continente, pero también de sus campos populares. Y esto para el autor boliviano implica crear rutas estratégicas adecuadas y aclimatadas a dichas realidades.
  • Análisis político: la obra intelectual de Zavaleta fue creada a través de diversas experiencias revolucionarias de nuestra región: como la de la Revolución Nacional en Bolivia (1952-1964), el gobierno de la Unidad Popular en Chile (1970-1973) y la Revolución Cubana (1959-actual); cuestión que le significó la necesidad de pensar dichas experiencias, y aprender de sus victorias y derrotas para orientar a las izquierdas bolivianas y latinoamericanas; para lo cual creó un aparato analítico creativo, complejo y robusto, en donde encontramos conceptos y nociones como: Estado aparente, formación abigarrada, Estado del 52, irradiación, poder dual, ecuación social, forma primordial, y momento constitutivo, entre otras (Giller y Ouviña, 2016a).
  • Tiempo y coyuntura: en Zavaleta encontramos una perspectiva de la multiplicidad temporal y la necesidad de pensar y actuar coyunturalmente: desde la situación concreta y para la situación concreta (Concheiro, 2016). Es así que pensó los procesos revolucionarios, con perspectiva estratégica y táctica, identificando las potencialidades y limitaciones de las experiencias de organización y gobierno, para proyectar los deseos de cambio.
  • Organización y militancia: en Zavaleta encontramos fundamentalmente una práctica teórica sobre la organización proletaria, de las y los obreros mineros en Bolivia, de los métodos organizativos de las y los trabajores chilenos, y de la construcción de poder popular en Cuba. Es así que en Zavaleta se renueva la problemática organizativa de las izquierdas, especialmente en la necesidad de pensar la forma organizativa dirigida a la construcción de poder dualcomo característica de todo proceso revolucionario (Concheiro, 2016).

En conclusión, Zavaleta Mercado es un claro ejemplo[15] de cómo en América Latina se ha reactivado el marxismo a través del núcleo de deseo político llamado Lenin, siempre con la irreverencia de criticar el dogmatismo y buscando formular un marxismo latinoamericano en la misma tradición que abrió el Amauta, José Carlos Mariátegui: la tradición de la lectura situada de la relación entre los problemas políticos concretos de la diversidad de nuestra región y la producción teórica de los marxismos de una manera fructífera y creativa, dando paso a que podamos plantear que existe un ejercicio marxista del pensar propio de y desde América Latina y el Caribe (Martínez-Heredia, 2010). Es dentro de estas coordenadas que encontramos en Zavaleta que deseamos reactivar a V.I Lenin, el Lenin dirigente y pensador audaz, militante por la revolución y camarada de los pueblos del Sur Global.

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[1] Tal como lo propone la obra colectiva Lenin reactivado: Hacia una política de la verdad (2010).

[2] Siguiendo el aporte de George García (2018) sobre el ejercicio teórico que realiza Immanuel Wallerstein al impensar el marxismo, así como la propuesta de Bolívar Echeverría sobre comprender a Marx como un proyecto teórico y político en construcción.

[3] Según la propuesta de Bruno Bosteels (2018) sobre pensar el reverso de Marx a través del ejercicio teórico realizado por Oscar del Barco.

[4] Esta perspectiva se enmarca sin duda en un renovado interés por la práctica teórica de los marxismos desde América Latina, impulsados desde las experiencias de la primera oleada revolucionaria del s.XXI. En ese sentido, podemos mencionar como ejemplo los diversos grupos de trabajo sobre marxismos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO); el trabajo intelectual de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia con su serie de seminarios internacionales Pensando el mundo desde Bolivia; así como el Premio Libertador al Pensamiento Crítico que otorga la Revolución Bolivariana, el cual reconoce las más destacadas producciones marxistas y del pensamiento crítico de la región.

[5] Cabe recordar que existe una amplia tradición que ha pensado la política como arte estratégico dentro de las izquierdas, comenzando por Marx y pasando por supuesto por Lenin (1917b), quienes se refirieron al arte de la insurrección.

[6] Este punto conlleva al problemático tema de la vanguardia, el cuál no podemos tratar detalladamente, pero sobre el que vale la pena resaltar que más allá de si la vanguardia es una cuestión ética o moralmente adecuada o no, se trata de un tema de legitimidad, ya que son los sectores populares y el pueblo en su conjunto el que debe reconocer(se) en la dirección política de la organización respectiva, de lo contrario, quiere decir que dicha dirección no proviene del seno del pueblo.

[7] Lo que Bini Adamczak llama el deseo de otro mundo posible (2017).

[8] Sabemos bien que los proyectos revolucionarios desde la Comuna de París, pasando por la U.R.S.S. y los socialismos del Este de Europa, hasta llegar a China, Vietnam y Cuba; realizaron múltiples reflexiones acerca de sus experiencias de gestión estatal en una pretendida dirección de transformación socialista, sin embargo, dichas reflexiones solieron quedarse en los ámbitos locales sin mayores repercusiones internacionales, y actualmente se encuentran en el olvido por la hegemonía de las democracias liberales occidentales. Asimismo, las recientes experiencias latinoamericanas como los casos de los gobiernos progresistas de la primera oleada revolucionaria del siglo XXI, han tenido grandes dificultades para producir reflexiones teóricas que den cuenta de sus avances y retos en la gestión de transformación político-estatal; algunas excepciones son las realizadas por Rauber (2012, 2017), Harnecker (2013), Cadahia (2019) y García-Linera y Errejón (2019).

[9] Una crítica a la política folk la podemos encontrar en el libro de Srnicek y Williams (2017), obra pionera de la llamada corriente aceleracionista de izquierdas.

[10] Un debate crítico sobre el autonomismo lo podemos encontrar en el libro de Díaz y Romano (2018).

[11] La experiencia de los partidos-movimientos, como el MAS boliviano, son casos interesantes para pensar esta cuestión. Así como la del partido Podemos en España y su experiencia de círculos ciudadanos. Si bien son puntos de partida relevantes para repensar las formas organizativas, nos dan también lecciones sobre los límites políticos de dichas formaciones.

[12] Según Lenin (1917a) el poder dual o doble poder, consiste en las situaciones donde existe un poder creado por la organización revolucionaria, de carácter alternativo y contrapuesto al poder del Estado burgués.

[13] Siguiendo a Ortega (2018) y sin ánimos de exhaustividad, ponemos citar la obra de Rodney Arismendi Lenin, la revolución y América Latina(1976) la cual se enmarcó en las relaciones de los partidos comunistas latinoamericanos con la Internacional Comunista durante el siglo XX; Roberto Fernández Retamar y sus “Notas sobre Martí, Lenin y la revolución anticolonial” (1970) a partir de la experiencia de la Revolución Cubana; por otra parte Tomás Moulian en medio de la experiencia revolucionaria chilena de la Unidad Popular escribe “Acerca de la lectura de los textos de Lenin: una investigación introductoria” (1972) y posteriormente Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin (1980); Roque Dalton y su obra Un libro rojo para Lenin (1973) al calor de la lucha salvadoreña y la internacionalización de la izquierda revolucionaria en Centroamérica y el Caribe; en ese mismo contexto de los conflictos centroamericanos encontramos el libro La revolución social: Lenin y América Latina (1986) de Martha Harnecker; mientras que gracias a los distintos momentos de la revolución boliviana encontramos obras como la de René Zavaleta con su Obra completa (2011-2015)  y Álvaro García Linera con Las condiciones de la revolución socialista en Bolivia (a propósito de obreros, aymaras y Lenin)(1988); por último, no está de más la mención a Atilio Borón con su texto Actualidad del ¿Qué hacer? (2004) producido en medio de las luchas de las izquierdas latinoamericanas del siglo XXI y la oleada de gobiernos progresistas de la primera década de dicho siglo.

[14] Para profundizar en las lecturas actuales de la obra de Zavaleta ver los libros compilatorios de Giller y Ouviña (2016b, 2018).

[15] Una de las influencias que ha ejercido Zavaleta la encontramos, por ejemplo, en la dirigencia política y práctica teórica de Álvaro García-Linera como Vicepresidente del proceso de cambio del Estado Plurinacional de Bolivia desde 2006 hasta 2019.