Las izquierdas más allá de la transición. Diálogo con Rodríguez Kuri

Jaime Ortega

En los últimos años Ariel Rodríguez Kuri ha incursionado en el campo de estudio de las izquierdas. Además de su libro, Las izquierdas en México (2021), otros ensayos variados han aparecido marcando líneas sugerentes, aunque quizá algo dispersas. Sin embargo, existe un cierto halo refrescante en algunos de sus planteamientos, no porque lo que diga sea enteramente nuevo, sino porque aparecen en un momento especial de posibilidades política. Es el caso del ensayo de cómo en la llamada sociedad civil se pueden y se anidan, de hecho, tendencias socio-conservadoras que son de alto voltaje. Este ensayo, que molestó a la intelectualidad liberal honesta y deshonesta, renueva una hipótesis señalada por René Zavaleta cuando discutía los ejemplos latinoamericanos en donde el Estado mostraba un curso más progresista y la sociedad uno más retardatario, conservador y hasta fascista. Pero no es ese el objeto que quisiéramos señalar, sino el de las posibilidades, huecos, y virtudes de la exposición que realizó en el Seminario permanente izquierdas latinoamericanas en debate.

Kuri mencionó que se han despertado en su trayecto “Perplejidades del estudio de las izquierdas”. De entrada, marcó una distinción de las izquierdas latinoamericanas con la mexicana –¿y la boliviana, y la cubana?– que es la de tener el sino de historiar la izquierda a partir de lo que René Zavaleta llamó el “acto constitutivo”, es decir, la Revolución Mexicana. En ese sentido, quizá la introducción pueda abrir un nuevo espacio: “¿no estamos siendo tributarios de nuevo, como hace un siglo, de ese gigante acontecimiento? ¿cómo insertar las experiencias autonomistas contemporáneas en ese aliento?”. Si bien coincidimos con Kuri, es indudable que la sombra de la Revolución nos sigue engullendo. Por lo demás, ¿no es de nuevo una mirada desde el supuesto excepcionalismo? ¿no tuvieron sus equivalentes nacionales-culturales el resto de los países aunque con intensidades quizá menores? Si bien México tiene una de las pocas insurrecciones del pueblo en armas, esta no es la única y acontecimientos –frustrados o victoriosos– similares o equivalentes (con todo lo problemático de esta categoría) pueden ser ubicados en estela similares.

Pero pasemos a la sustancia problemática y sugerente de su intervención

Cinco temas:

  • Rodríguez Kuri se pregunta ¿Hasta dónde se sostiene la condición latinoamericana de la izquierda? Parte de una idea cuestionable, y es que existen más elementos de unidad entre, por ejemplo, los países cono sur que entre el área andina y México. Habla de realidades geopolíticas específicas –menciona Brasil pero podemos pensar en Cuba– y de una condición de historia política que en el caso de México es compartir la frontera con Estados Unidos. El gesto de Kuri tiene un lado débil y uno más fuerte. Del lado débil se nota un guiño de teorías que cuestionan al latinoamericanismo (se puede pensar en la producción de la academia norteamericana, por ejemplo, del profesor de Chicago Mauricio Tenorio), que es acertado frente a una idea esencialista o demasiado simple de pensar a América Latina como algo dado perse. Pero el latinoamericanismo de estudio en las izquierdas no parte de un culturalismo ingenuo, sino que toma una unidad de análisis, que mal le pese a los revisionismos, es de peso: una condición periférica o subordinada o desventajosa –según el lenguaje. Pero la tesis de Kuri tiene un lado positivo, y es, que conecta la realidad mexicana (condición que toca al Caribe y a Centroamérica) en vínculo cercano e irremediablemente problemático en lo temporal-especial con Estados Unidos. Kuri ha recordado la insistencia de Hernán Laborde y del PCM sobre el tratado comercial con Estados Unidos en 1939, y lo mismo podría pensarse de las páginas de El Machete producidas en inglés. Es decir, sugerentemente coloca la posibilidad de historizar a las izquierdas norteamericanas desde México. Es cierto que la geopolítica pulveriza la unidad analítica muchas veces, pero en dado caso es posible moverse en dos escalas.
  • Luego habla de los cambios socio-culturales y las izquierdas. Se trata de la descripción de cómo los fenómenos de la urbanización tuvieron un profundo significado en la movilización popular. Es decir, cómo las mutaciones culturales de mundos agrarios, una decidida “Aculturación salvaje”, explican las formas de reclutamiento a partir de un perfil socioeconómico más variado. Se trata de una tesis e hipótesis significativa porque coloca la demografía en el corazón de la historia de las izquierdas. Cosa no menor, porque explica las formas de mutación de éstas, al tiempo que permite observar variaciones regionales.
  • En tercer lugar, se encuentra la cuestión de las familias políticas. Para él hay tres. Quizá es este el lugar más débil de su argumentación, pues parte del hecho de que es una excepción la no identidad entre izquierdas y marxismo, pero eso aplica a cualquier país latinoamericano, y posiblemente a otros espacios continentales y geopolíticos. Por ejemplo, señala la apropiación de Juárez, acaso por el PMT –experiencia con la que se nota la simpatía interpretativa–; pero el Benemérito puebla las interpretaciones de los comunistas desde 1937, como lo hacen Hidalgo, Morelos, Zapata, el general Zaragoza. Es decir, en realidad la idea de que solo en México, y con su Revolución, el comunismo/marxismo abarca toda la izquierda, es algo cuestionable; como lo es también el mito pos-68 de que solo algunas izquierdas fueron sensibles a lo nacional. En dado caso, hay que despejar la falsa idea de que entre nacional-populares y comunistas hay una “alianza efímera” –como dice un artículo de relativa fama académica–, pues en realidad dicha alianza es más bien la constante en la historia de la centuria pasada.
  • El cuarto momento es lo que denomina Kuri como las “relaciones de las izquierdas con los mercados”. Se trata, sin duda, de uno de los puntos más prolíficos de ser expresado. Quizá por esa formación sociológica inicial, el académico capta la dimensión profunda de temas como el corporativismo y el llamado clientelismo, no como formas perversas –aunque lo son para un esquema abstracto liberal– sino necesarios en un mundo dominado por la forma valor. La mercantilización de los mundos de la vida, así no sea universal, toca directamente a núcleos que buscan protegerse del vendaval de despojo. La posibilidad de reimaginar a partir de formas plebeyas –ni inocentes, ni mejores, solo existentes en entramados oligárquicos y de privilegio– habla de una sociedad que ha quedado excedida en los formatos clasistas. Con este tema Kuri introduce la dimensión problemática, dependiente pero también vigente de la voz de los subalternos no asalariados. Además, permite observar cómo estos son espacios de disputa. Si la CNOP fue en 1946 la que copó buena parte de las decisiones del PRI, fue hacia la década de 1980 y 1990 donde las izquierdas encontraron camino para implantarse ahí, particularmente tras el derrumbe de la ciudadanía laboral y de la pérdida progresiva de los sindicatos. Pero, además, muestra cómo se agotaron los monopolios de las formas de mediación, porque fueron esas formas corporativo-clientelares las que inventaron la izquierda para luchar en los espacios de representación política con espacios rivales. Esta tesis va en consonancia con los ensayos de David Bak Geler quien cuestiona el uso de las figuras del: “Palero, acarreados y reventadores”.
  • El último punto es el de la relación entre autoritarismo, corporativismo y clientelismo. Dependiente del anterior, no solo introduce su existencia como una dinámica necesaria para comprender a las izquierdas, sino que además, despeja la idea de que estas son necesariamente autoritarias. Eso permite releer la herencia cardenista, no únicamente del partido de corporaciones y las centrales, sino la estructura de mediación autoritaria a partir de 1948. En dado caso, el corporativismo y el clientelismo son necesidades no solo ante los vendavales cambiantes del mercado, sino también como expresión política. Aquí habría que volver a trazar los ejercicios de democratización campesina, que no se ubican privilegiadamente después de 1970 como apuntala la historiografía dominante, sino que tiene su banderazo de salida con el Congreso Agrario de Toluca de 1959 y las posteriores intervenciones campesinas, pasando por la creación de la CCI y el FEP entre 1963 y 1964, incluida la lucha electoral municipal –menos estudiada que la de 1970-1980– como venéreos de una forma de democratización de las mediaciones. Es en lo rural donde esto se expresa con mayor claridad porque muestra que la democracia es siempre una lucha contra el Estado, en el interior del Estado y más allá del Estado.

La intervención de Kuri es un buen saque para discutir cosas importantes, con peso en nuestra cotidianidad y la discusión política contemporánea. Sobre todo porque cuestionan el lugar de las izquierdas heredado por el régimen de la transición y sus intelectuales.