La razón de los afectos en Latinoamérica

Roque Farrán

I

Parto de un diagnóstico multidimensional de la situación actual que ya expuse en Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! (La Red Editorial, 2021), cuyas versiones mexicanas y chilenas están prontas a salir publicadas. El avance de las nuevas derechas (que tienen mucho de viejo y reciclado también) no se debe a razones solo de orden político, sino a un estado general de crisis civilizatoria que arrastramos desde hace tiempo y se expresa en distintas dimensiones específicas convocando a su vez temporalidades múltiples. En el fondo está en juego una cuestión afectiva crucial que voy a indicar en sus diversos modos de respuesta.

En primer lugar, responde a una dimensión ontológica de antigua data por la que se ha mostrado la multiplicidad sin fondo del ser en tanto ser y la facilidad de la técnica para incidir en lo real sin que de ello se desprenda un pensamiento consecuente. La indiferencia del ser no tiene por qué dejarnos tristes o indiferentes, después de todo entender de qué estamos hechos tiene un correlato afectivo indubitable: beatitud.

En segundo lugar, obedece a una dimensión subjetiva moderna que ha encontrado las paradojas de ser soberano y súbdito de su propia constitución política y ha optado por resolverla apelando a la acumulación originaria y la desposesión del otro. El examen de otras posibilidades de organización política y emancipación social ha generado históricamente gran entusiasmo, no solo la reacción opacada o el oscurantismo paranoide que parecen hoy reinantes.

En tercer lugar, engarza con una dimensión ideológica irreductible que no deja de interpelar a los supuestos individuos sueltos como sujetos de prácticas rituales donde buscar el reconocimiento mutuo que los haga sentirse parte de un mismo relato, por más pobre y sacrificial que este sea. Enriquecer los relatos y modos de reconocimiento no tendría por qué limitarse a priori o pretenderse como algo a superar, quizá una de las principales limitaciones del pensamiento moderno sea no haberlo entendido.

En cuarto lugar, se reproduce en una dimensión de racionalidad política instrumental que brinda los insumos y técnicas necesarias para organizar las prácticas de manera eficiente, aun si el precio a pagar es la sustentabilidad de todo lo demás. Poder contemplar diversas racionalidades y optar por la más conveniente según las circunstancias abre posibilidades impensadas para quienes no están sujetos al automatismo obligatorio.

En quinto lugar, dispone de una dimensión metodológica y modos de evaluación cuantificadores de cada gesto, métricas y rankings que dan la ilusión de calidad en medio de la incertidumbre y la proliferación de lo mismo por todas partes. El gesto reflexivo de evaluación habilita mayor potencia y contento si remite a sí mismo en función de lo propuesto en lugar de medirse por criterios externos o ideales.

En sexto lugar, provee una dimensión ética mediante técnicas de autoayuda y otros alicientes autoadministrados para quienes no soportan más el estado actual de las exigencias y el desmadre generalizado, facilitando la sobreadaptación a la locura impuesta por decreto. El verdadero ejercicio ético se nutre de todo lo anterior para transformarse en el sentido de la mayor potencia posible y el mayor contento que pueda darse en vez de someterse a un ambiente empobrecedor en función de promesas de goce futuras.

Y por último, en la dimensión de la imaginación fabrica imágenes tan empobrecidas que en sus relatos distópicos y posapocalípticos solo ofrecen refritos de historia mesiánica que repiten lo mismo o futuros que no pueden suscitar el más mínimo deseo de cambio. La imaginación no tiene ningún límite cuando conoce los límites inherentes a lo simbólico y trabaja en pos de su reformulación.

En cada una de estas dimensiones es posible practicar desvíos, desactivaciones, interrupciones de las tendencias señaladas; como también practicar composiciones, enlaces, multiplicaciones de la potencia ínsita en ellas. La historia de la humanidad no ha dejado de ofrecer alternativas en uno u otro sentido. No obstante, parece que la leve ventaja de la derecha hoy reside en que puede escuchar torpemente algo del conjunto que se disgrega y atacar en varios frentes a la vez mientras que las posiciones de izquierda se obcecan en la sordera y el unilateralismo de alguna dimensión privilegiada que ya no opera como clave de inteligibilidad del mismo.

Si en Militantes abría con este amplio panorama que todos deberíamos conocer, en La razón de los afectos: populismo, feminismo,psicoanálisis (Prometeo, 2021) indicaba cuáles eran las teorías materialistas que podían ayudarnos a trabajar en torno a cada dimensión. Pero la cuestión de fondo era el entrelazamiento de condiciones prácticas y cómo pensar los afectos. Cuestiones que han quedado abiertas para seguir explorando, si bien las tesis y delimitaciones han quedado establecidas. Lo veremos en el próximo apartado.

II

A continuación, voy a desarmar algunos mitos prevalentes y entretejer una razón afectiva. Por ejemplo, los mitos del individuo, la servidumbre voluntaria, la conciencia del propio interés o las emociones que convencen sin razones.

 

  • Individuo. Desde distintos discursos se insiste con el individuo, sea para festejarlo o denostarlo. Pero yo jamás vi un individuo, no existen los individuos, cada ser es efecto de un conjunto de relaciones que lo exceden y anteceden, incluso si estas son tan pobres y limitadas como para hacerle creer que se ha hecho solo a sí mismo. Ahora bien, un ser que sabe cómo ha llegado a ser lo que es y puede tomar a cargo su propio desarrollo, multiplicando las relaciones sin engañarse sobre su naturaleza, dispone de una potencia inaudita. Esta es una verdad ontológica que atraviesa cualquier ideología y representación social. Una verdad extramoral que se encuentra más allá del bien y del mal, pero que no puede desconocer lo que es bueno o malo para cada ser. Aquello en virtud de lo cual existe sostenido por otros a los que a su vez sostiene: un nudo.

 

  • Servidumbre voluntaria. Podemos decir que la “servidumbre voluntaria” es a cierta intelectualidad crítica lo que el “algoritmo de Yrigoyen” a Milei. Necesitamos pensar un poco más, salir del círculo de la autocomplacencia. También tenemos que interrogarnos por el goce de nuestras explicaciones repetidas, no puede ser que cada vez que avance la derecha con el consentimiento popular, digamos: “servidumbre voluntaria”, “votan contra sí mismos”, “no saben lo que hacen”, etc. No me sorprende que no podamos salir del círculo de la consciencia escandalizada ante el desorden del mundo, agudizado por las contradicciones en nuestra propia casa, cuando no podemos asumir siquiera la mínima tarea que nos toca: crear nuevos conceptos que nos permitan entender lo que sucede, modificarnos a nosotros mismos, interpelar a los otros en algún sentido. No basta con reafirmarnos en lo que ya sabemos de sobra, si eso no da cuenta del agujero real en torno al cual se articulan las verdades que hacen cuerpo y permiten ejercitarnos, transformarnos, pasar a otra cosa.

 

  • Emociones. Pareciera que ya no supiéramos cómo responder adecuadamente a lo que acontece: las risas de los otros nos hacen llorar, los llantos nos hacen reír, queremos hacer chistes sobre la catástrofe o nos ponemos solemnes por cualquier pavada. Decimos tal cosa me emociona, hasta ahí llega la sutileza afectiva. No encontramos el registro adecuado, la razón de los afectos. Nos cuesta encontrarnos, hacernos tiempo, darnos valor, cultivarnos. No sabemos cómo usar las redes sociales que en realidad nos usan, manipulan nuestra necesidad de reconocimiento y nos empujan a caer una y otra vez en la trampa de la réplica que se replica infinitamente. Antes que reponer sin más discusiones antiguas o reproducir términos importados de la última hora, conviene inventar conceptos que nos sirvan para orientarnos en el presente. Estamos en la era del Antropobsceno o del Tecnobsceno. La defino diferente a Parikka, no como la capacidad obscena del hombre de alterar la naturaleza o del control algorítmico absoluto, sino como la imposibilidad de transformarse a sí mismo y salir de la estulticia que nos embarga. Sin embargo, no todo está perdido. Yo no vengo a ofrecer mi corazón, como cantaba Fito, sino el nudo de la razón afectiva.

 

Si pensamos los afectos en clave spinociana, es decir, geométricamente, podemos salir de cualquier psicologismo o sociologismo y evitar las dicotomías típicas: mente/cuerpo, individuo/colectivo, eterno/histórico; podemos pensar cómo nos afectamos mutuamente a partir de cualquier nivel o escala; cómo aumenta o disminuye nuestra potencia de obrar; cómo nos componemos o descomponemos a partir del encuentro con otros seres; cómo podemos estar metidos en una repetición que nos devuelve siempre al mismo lugar inerte o cómo podemos alcanzar la eternidad en un instante de felicidad intelectual que recorre el cuerpo. Los afectos son esencialmente transindividuales, enlazan el cuerpo y el alma, los seres y las cosas. Los afectos son constelaciones que nos conectan con diversos tiempos y lugares sin necesidad de mitos fantásticos o encantamientos mágicos, apenas produciendo una idea adecuada que muestra la frágil dependencia del conjunto.

Asimismo, el pensamiento es un tejido con ideas que provienen de otros y cada quien va tramando con más o menos arte. Lo cierto es que hay que desplegar cada idea como un hilo e ir cruzándola luego con otras ideas-hilos de manera alternada. El cruce no es meramente un contrapunto o una superación, sino el movimiento esencial por el cual se va armando el tejido. El efecto está en el conjunto que resulta de ello y no en si una idea pasa por arriba o debajo de otra, posiciones que se van alternando. El tejedor del pensamiento no es tanto la mano intencionada y consciente que maneja los hilos, como el vacío que habilita los cruces con mínimos desvíos; es más bien un tejedor tejido porque de ello resulta su alma y su cuerpo. Por eso, no hay pensamiento que no sea colectivo en su materialidad y singular en su hechura.

Por supuesto, la salida al embrollo es siempre colectiva, pero hay que entender fundamentalmente dos cosas. Una, que los colectivos que nos pueden sacar en esta coyuntura son al menos tres: feminismo, populismo, psicoanálisis. Dos, que cada quien tiene que encontrar su modo de anudamiento e implicación en ellos. El feminismo es el movimiento y la convocatoria múltiple y diversa, el peronismo es la lógica política que sabe hacer con la heterogeneidad, el psicoanálisis es el discurso que ayuda a despejar la causa del deseo. Los tres movimientos son potentes, pero no bastan por sí mismos, porque además en ellos hay quienes los limitan y empobrecen por ser demasiado dogmáticos o miopes, incapaces de leer en la conjunción problemática la potencia de salida. Necesitamos que el psicoanálisis como práctica clínica se colectivice y exceda sus lugares de inscripción institucional, que el movimiento feminista se organice para la toma del poder y no se quede solo en lo asambleario, que el peronismo se confronte con la causa del deseo singular de sus militantes y no se refugie en el mero pragmatismo. Sobre todo, necesitamos que se dejen de buscar referentes y garantías del Otro y se tejan entrelazamientos efectuados en nombre propio; la potencia es siempre singular y colectiva al mismo tiempo.

Feminismo, psicoanálisis y populismo son las condiciones prácticas de la filosofía en nuestra coyuntura. Siguiendo esa tesitura escribí La razón de los afectos. Allí se entrelazan de manera dispar las condiciones prácticas en función de distintos conceptos específicos que estas aportan y a su vez ayudan a desarrollar: el no-todo, el sujeto, el contento de sí, el goce, la potencia, el Estado, etc. No obstante, lo que permanece implícito en La razón de los afectos es que feminismo, populismo y psicoanálisis no son tomadas solo como condiciones unitarias, sino que cada una de ellas es a su vez un anudamiento de dimensiones éticas, políticas y epistémicas; que cada condición cuestiona y problematiza a su manera qué es el conocimiento científico válido, las formas de organización efectivas, los modos de subjetivación potentes. Pero no he desarrollado todas las aristas, entrecruzamientos y aperturas posibles entre ellas. Esa es una tarea por venir de la filosofía práctica, que depende también de la efectiva innovación de sus condiciones. Al menos, en el último 8M el feminismo dio muestras de que se encontraba vivo y capaz de movilizar. El peronismo se encuentra tramando, tejiendo, organizando, pero todavía no parece dar con un nuevo liderazgo que pueda coordinar el conjunto. El psicoanálisis persiste en diversas instituciones de salud, no solo en consultorios privados, y sigue teniendo gran pregnancia sobre todo el entramado cultural, pero tampoco encuentra un modo de desplegarse que no se reduzca a la mera opinión sobre generalidades vagas.

Si tuviese que indicar brevemente la razón afectiva de cada condición, diría: el feminismo nos enseña sobre el entusiasmo que genera la potencia colectiva y el movimiento conjunto, cuando se anima a salir del terror; el peronismo nos enseña sobre la felicidad del pueblo que se reconoce capaz de acceder al disfrute de bienes que le eran prohibitivos, cuando se atreve a reclamarlos para sí; el psicoanálisis nos enseña que podemos acceder a un modesto contento de sí por lo que hacemos, cuando asumimos la causa de nuestro deseo singular. ¿Sería factible producir transferencias afectivas entre ellas?

¿Cómo podríamos facilitar nuevos cruces y desbloqueos? ¿Puede el movimiento feminista organizarse para la toma del poder sin perder su potencia como movimiento? ¿Qué podrían aportarle el peronismo y el psicoanálisis en esta tarea? ¿Puede el peronismo aprender a organizarse sin depender tanto de un liderazgo fuerte? ¿Qué le pueden enseñar el feminismo y el psicoanálisis al respecto? ¿Puede el psicoanálisis desplegarse más allá del ámbito clínico de manera relevante? ¿Qué le pueden mostrar el feminismo y el peronismo sobre ello? En torno a estas preguntas se trama el pensamiento y la razón afectiva.