La Modernidad Temprana

Enrique Téllez Fabiani/ FFyL-UNAM

El llamado eurocentrismo es una ideología generadora de muchas otras ideologías que comienza con la conquista americana y luego va cambiando de aspectos a lo largo de los cinco siglos hasta el día de hoy. Es una categoría, ciertamente centrada en un lugar geográfico específico, pero que no se reduce a ello; es un relato de largo plazo, cuyo panorama general, articulamos algunos puntos que en otros relatos no están considerados dado que se trata de un encubrimiento. Es decir, nuestro relato es un contra-argumento del relato eurocéntrico, justo porque éste omite la parte moralmente reprobable de la Historia Mundial, creando la ideología. Una de las distinciones que nos concierne es aquella relativa a la materialidad; lo que en Historia (no me refiero aquí a un relato local, provincial, sino al gran drama humano que abarca al planeta entero) se traduce a la recuperación geopolítica de las historias no subsumidas por el relato eurocéntrico de la modernidad, apoyadas por las teorías de la dependencia. Es el caso del primer siglo a partir de la conquista de América, llamado “modernidad temprana”. La importancia reside en reconocer que el Orden Vigente actual es una prolongación del Orden Colonial; es decir, éste es su fundamento desde el cual se “construyen” todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana ahora.

Los dos eurocentrismos

En un primer eurocentrismo, suponemos que Europa es el centro de comercio mundial, en tanto gestora cultural de la vida cotidiana de las regiones que quedaron subsumidas dentro de aquel primer momento. Así que su centralidad quedaba establecida desde 1492. Sin embargo, en una segunda revisión sobre este eurocentrismo, vemos que no es así; la centralidad se limita a no más de dos siglos, solamente. La clave para entender este cambio tan radical es pensar la importancia que tiene China, no solo en aquel entonces, sino ahora.

Hay varios autores que han tratado el tema del primer eurocentrismo; Wallerstein ha sugerido la ‘hipótesis’ del World System como contra-argumento que pretende demostrar la universalidad de los instrumentos de la cultura, cuya versión más acabada es la de los románticos alemanes, como Hegel, desde el siglo XVIII. Y la Ilustración, tanto francesa como inglesa, reinterpretaron toda la ‘historia mundial’, poniendo a Europa como centro y proyectando el pasado como ‘lo antiguo’. Otro aspecto claro es reinterpretar este tránsito a lo nuevo, como una salida de la niñez (momento de despotismo y no-libertad) hacia la madurez de la humanidad, como en Kant. En Hegel, por ejemplo, donde la orientación de dicha madurez kantiana era la realización del Espíritu remontando hacia el occidente, es decir: como el camino hacia la plena realización de la libertad y la civilización. Europa, por tanto, se erigió como punto de partida, destino y sentido final de la historia humana. 

La recuperación de la lectura material que intentamos ofrecer muestra la importancia más completa (en tanto ideológico el relato del eurocentrismo, es parcial) en términos del Mercado mundial según el cual, desde el siglo XV, mediante la invasión de América, Europa comenzó el despliegue del sistema-mundo, en tanto inicio histórico del Imperio-Mundo, ibérico (hispano y lusitano), primero en controlar algunas costas de África y Asia, pero ya de manera continental a América. Por eso la teoría de la dependencia arrojó nueva luz sobre el mercado mundial y, contrario a la supuesta tendencia a su desaparición, se le integró en un marco histórico más rico. A la idea sugerida por Braudel, que limitaba la centralidad europea al mediterráneo, Wallerstein[1] contrapone la idea de una nueva imagen desde el siglo XV, nacimiento de la ‘economía-mundo’ europea, centrada en el Atlántico; aún sin sospechar la importancia de China.

En este momento, la Modernidad europea manejaba su centralidad en el Sistema-Mundo. Por eso, España y Portugal constituían la ‘modernidad temprana’, como le llama Dussel que va desde 1492 hasta 1617 (despliegue del sistema cartesiano y deslegitimación ibérica apoyada con la “leyenda negra”). El tema es fundamental porque da pie a considerar el debate de Ginés de Sepúlveda y Las Casas como el primer diálogo filosófico de la modernidad[2]; y, tiene sentido, con lo que expresa Marx de acuerdo con su idea de acumulación originaria[3]. El siglo XVI, de hecho, será un periodo mucho más complejo asumiendo esta posición teórica de lo que se expresa bajo la etiqueta de ‘renacimiento’, cuya perspectiva es eminentemente eurocéntrica, que no debemos negar pero sí colocar articuladamente con el resto de los ‘hilos de la madeja’ para no caer en cuestiones ideológicas. Este siglo XVI expresa el comienzo de la modernidad temprana, y no, como el mainstream de la academia, que la ubica en algún lugar incierto del siglo XVIII. Con ello, se borra el punto de partida más importante de la Historia de la humanidad: la primera oportunidad de hablar de la globalización en un sentido pleno. Así, podemos establecer que el Eurocentrismo es una ideología de otras ideológicas: en lo político con el liberalismo, en lo económico con el capitalismo.

Además, la ‘invasión de América’ y la idea de ‘Imperio-Mundo’ son codeterminantes, por ser temporalmente simultáneos, y a su vez, constitutivo uno del otro. Dussel interpreta la asimetría geopolítica de la Historia (en donde siempre puede haber una víctima y un victimario) en términos de una ‘ventaja comparativa’: “En cualquier caso, esta ‘hipótesis del World-System suponía que el ‘despliegue del Occidente’ (Rise of West) partía  de una ventaja comparativa que a la Europa moderna (en especial gracias al Renacimiento) le habían dado los grandes descubrimientos científicos, los metales preciosos (plata y oro), la nueva fuerza de trabajo incorporada al sistema (la de los indios, de los esclavos africanos del siglo XVI al XVIII en América), los nuevos alimentos (la papa inca, el maíz, el tomatl y el chocolatl mexicanos, etc.), los millones de kilómetros incorporados a la agricultura de las colonias europeas por la conquista y la invención de nuevos instrumentos económicos. Todo esto permitiría el triunfo de Europa en la competencia con el mundo islámico, Indostán, el sudeste asiático o China.” (Dussel, 2007: 144).

En el nuevo siglo que comienza, la superación de la invasión deberá surgir de frente a la globalización que se originó en 1492. Las culturas que permanecieron excluidas o marginadas de esta modernidad deberán afirmarse en una ‘trans-modernidad’ que los incorpore de manera inédita hasta hoy. Esto permitirá comprender que hay momentos, en tanto componentes esenciales de la cultura, para desarrollar una nueva política de la liberación. A pesar de la intensificación de la globalización como la conocemos hoy (mediante la tecnología omnipresente en la vida cotidiana), no se agota la posibilidad de conocer los nuevos elementos de ‘Exterioridad’ de culturas que han sabido resistir, interpelar, vivir y darle sentido a su existencia ‘afuera’ de la modernidad, en tanto Totalidad. En el análisis que hacemos y que sometemos a la opinión del lector, como ya lo habíamos advertido, la clave de interpretación es la incorporación material, en términos del Mercado Mundial.

En la parte histórica de la Ética de la liberación y bajo el paradigma del primer eurocentrismo, Dussel describe por qué China no pudo ‘descubrir’ América. (Dussel, 1998: 52 ss). Una razón de fondo es porque no llegó a América para constituirse dominante en un nuevo sistema interregional, apoyándose en el ‘centro’ de dicho sistema constituido por el Indostán y el mundo musulmán; de manera que, América estaba en otra dirección (hacia el Oriente), por tanto, se encontraba fuera de este horizonte. Se colocó a China como periférica del sistema-mundo; previa al capitalismo, pero sin descuidar el avance civilizatorio en la política, en la tecnología, en la ciencia, etc.

Desde el punto de vista de la industria, del lujo, de la política, la tecnología y la ciencia de la que eran creadores, entre muchas otras cosas, hacían de China un polo de atracción muy fuerte respecto a cualquiera de los otros dos continentes, si los consideramos como una misma realidad macrorregional. Para Smith, la expansión europea por América permitía una relación comercial tanto con el extremo occidente, como con el extremo oriente. Es decir, Europa servía de pivote para el intercambio comercial entre los extremos del planeta; esto es lo que Wallerstein llama el ‘sistema-mundo’. Gracias a los productos básicos (como los metales a los que hoy nombramos ‘commodities’), Europa podía comprar a China sus artículos manufacturados como la porcelana, la tinta, la seda, la pólvora, etc. Entonces hay que pensar a Europa como ‘subdesarrollada’ respecto a China; así que, “la interpretación que he sostenido de lo que he denominado ‘primera modernidad’, con España y Portugal, como primera referencia, gracias al ‘descubrimiento’ de Hispano-américa, y por ello como primer despliegue del ‘Imperio–mundo’, habría que reconstruirlo profundamente suponiendo una presencia fuerte en la producción y el comercio de China y la región indostánica hasta el siglo XVIII.” (Dussel, 2007:149).

En esta nueva interpretación, la centralidad de Europa se acorta aún más; en otras palabras, la centralidad de China se prolonga de aproximadamente 1400 hasta 1800; momento en que el capitalismo europeo logra capitalizar las ‘ventajas comparativas’ de los dos siglos anteriores, desde la invasión de América. Es decir, se trata de un segundo eurocentrismo donde Europa sería “centro” solo siglo y medio (c. 1800 – c. 1945). La articulación de Europa en el viejo sistema interregional de Asia, se debe ver como una región secundaria, periférica de los grandes centros productivos e intelectuales de medio oriente, hasta las grandes metrópolis en las costas de la China en el Pacífico. Se trata del ‘sistema antiguo’ al que solo será posible incorporarse gracias a la plata americana, que estaba siendo demandada mucho en China, y había abundancia en España, debida a la explotación de las minas como el Potosí en Bolivia, o en Zacatecas, México. El circuito comercial que circunnavegaba el planeta entero estaba cerrado.

Hablamos de tres grandes polos del comercio mundial que unen las distintas regiones del planeta: entre América y China, se encuentra el Atlántico con Europa; y, particularmente la Europa atlántica sacará provecho de todas las colonizaciones que tendrán lugar no sólo en América, sino en todo el planeta, por pequeños que sean los enclaves que se tengan en las costas africanas o asiáticas. Dejemos claro el tema: la modernidad temprana, que recorre desde la invasión de América, hasta las primeras décadas del siglo XVII, es un intento de desposesión colonial que, en el largo plazo, acumulará riquezas y solo hasta dos siglos después podrá competir con ellas. El mercado externo europeo, no tiene comparación con el muy empobrecido mercado interno que poco significa para el comercio planetario. Posteriormente, Amsterdam seguirá el proceso de acumulación, quitándole el monopolio a los portugueses en varias regiones del sudeste asiático y las costas africanas, que eran monopolio donde España no podía comerciar. Sin embargo, los ingleses hicieron lo mismo con los españoles, quitándole enclaves estratégicos alrededor del mundo hispano. Estamos hablando de una experiencia de casi tres siglos (hasta lo que llamamos ‘Modernidad madura’) donde los europeos nor-atlánticos aprenden cómo colonizar y cómo acumular riquezas con las que luego podrán enfrentar de manera expansiva a los Chinos.

Las dos grandes revoluciones que emancipan de manera política e industrial, tanto a Francia como a Inglaterra, sirve para gestionar el nuevo ‘centro’ del capitalismo mundial. Hasta entonces, hablamos del primer eurocentrismo. Es una ideología justificada por Hegel y Weber, sus más altos exponentes; pero deberá ser superada para hacer frente al segundo eurocentrismo de hoy en día. Esta ideología comienza con la conquista y con una asimilación y naturalización según el cual, existe una superioridad racial. Quijano habla de ‘colonialidad del poder’, para señalar justamente que hablamos no solo de una conquista militar en un sentido estrecho del término, sino de una conquista de otro, racialmente inferior, que es constituido como un complemento a la conquista espiritual fue asumido como la institución de la ‘encomienda’.

África, por su parte, quedó como un continente que proveía esclavos, mientras que la gestión del centro (en este caso la capital berlinesa del siglo XIX logró dividir este continente en partes proporcionales al tamaño de los imperios en turno) se consolidó en torno al calor de la creación de las nuevas instituciones posteriores a los grandes cambios después de la Revolución Francesa; en otras palabras, la ilustración creará una nueva versión de la Historia con todas estas distorsiones. A partir de entonces, la idea de Historia (la versión oficial, provinciana, localista) que tenemos en la periferia no ha cambiado mucho. Se trata de la exclusión de lo no-europeo (como antes lo fue al excluir lo no-católico de los territorios de la cristiandad), como criterio civilizador. Dicho criterio se sigue aplicando hoy en día a la cultura llamada ‘occidental’, a la cultura blanca, junto con algunos dirigentes políticos de la Europa más conservadora, antiinmigrante.

La primera “modernidad temprana”

Bajo este término de “modernidad temprana”, Dussel considera que la primera parte va desde 1492 hasta aproximadamente 1630; la segunda, desde 1630 hasta 1789[4]. Se entiende que la primera es de más difícil discernimiento y por eso, le nombró “encubrimiento” en un primer acercamiento al tema. Estamos muy lejos de cubrir los aspectos más relevantes pero una panorámica es mínimamente posible; sin embargo, advertimos que la “modernidad” es la gestión de la centralidad geopolítica del planeta; pero también es “llave” y “puente” espacio-temporal en dicha gestión. Y esto nos vincula, no obstante, el doble proceso de la lógica de la Totalidad. Desde una alteridad absoluta hasta la subsunción opresiva creciente, vivimos hoy en día una continuidad del origen violento de la modernidad temprana. Se trata de dos modos históricos de Exterioridad (con el indio americano y el esclavo africano), negados desde la Totalidad que tiende a confundir el ser del sistema con la realidad misma. La gran revolución de la ‘comprensión del mundo’, vendrá con una puesta en crisis de las distintas concepciones ontológicas de los sistemas (musulmana, cristianas, budistas, etc.) por medio de la invasión americana. Así que este momento histórico representa el fundamento de la globalización actual.

No obstante, el proyecto portugués fue significativo por el avance naviero con el que logró monopolizar las rutas del Atlántico Sur hasta el océano índico para llegar, finalmente, al Extremo Oriente. Pero esto solo intensificaba el ‘sistema-mundo’ conocido previamente. En cambio, el proyecto español significa una transformación profunda en el cambio de paradigma de la ‘comprensión del mundo’. Es literalmente, el comienzo de una ‘nueva Edad’ de la Historia, ahora sí: global, aunque su interpretación llevará un siglo (me refiero al siglo XVI) para lograr una formulación más acabada de lo que llamamos ‘modernidad temprana’. La hipótesis de Dussel es particularmente clara ahora: “Fueron necesarios unos 150 años para que: a) el ‘antiguo paradigma’ del ‘antiguo mundo’ entrara en crisis, y así b) se dieran las condiciones de posibilidad históricas para que c) se formulara explícitamente un ‘nuevo paradigma’.” (Dussel, 2007:192).

Esto quiere decir que hay un arco de tiempo que va desde finales del siglo XV hasta principios del siglo XVII, un verdadero largo siglo XVI, de formulación constante, de diálogo tenso entre las distintas visiones puestas en crisis, de rupturas epistemológicas a veces inconscientes. El despliegue factible de la experiencia ontológica comienza en el Caribe y cubre un periodo que va desde el ‘yo conquisto’ práctico-político cortesiano, hasta el ‘yo pienso’ teórico-ontológico cartesiano. Momento de negación estructural originario, la conquista política-militar de los europeos interpretó al Otro, en tanto alteridad absoluta. La guerra contra esta pluridiversidad de pueblos, junto con la devastación de sus tierras[5], solo pudo ser justificada con una filosofía cuyo punto de partida fuera el cinismo. A esto le llamamos filosofía moderna. Y los autores que revisamos deben interpretarse desde este paradigma negativo de la política.  

La importancia de recuperar los hechos que dieron inicio a nuestra cultura no obedece a una dramatización instintiva, sino a la interpretación adecuada a un proyecto actual de transformación. Y no es una cuestión temática, sino metodológica: conforme vamos definiendo la “modernidad temprana”, es mucho más consistente la comprensión histórica que nos interpela desde los márgenes de la exclusión; surge, entonces, la resistencia, desde donde se podrán crear otros mundos posibles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Blaut, James Morris. The colonizer’s model of the World. Geographical diffusionism and Eurocentric History, Guilford Press, Nueva York, 1993.

Dussel, Enrique, Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, Trotta, Madrid, 1998.

——————– Política de la liberación. Historia Mundial y Crítica, Trotta, Madrid, 2007.

Ruiz, Mario, Crítica de la Razón Imperial. La filosofía política de Bartolomé de Las Casas, Siglo XXI, México, 2010.

Wallerstein, Immanuel, The Uncertainties of Knowledge, Temple University, Philadelphia, 2004.

 

Notas

[1] Como lo relata este mismo autor, algunos términos como el de “economía mundo” fueron neologismos usados desde 1920, pero al retomarlos desde sus estudios, junto con los de Polanyi en los 1950s, surgieron las ideas de su “Modern World-System” de los 1980s. (Wallerstein, 2004, 88ss).

[2] Así lo asume la escuela dusseliana: “Bartolomé de Las Casas es el primer filósofo de América. De la América surgida a raíz de la conquista española. […]. Es un filósofo de la modernidad…” (Ruiz, 2010, 235).

[3] Y esto es contundente: “La empresa americana fue desde el principio una cuestión de acumulación de capital: de ganancia. No importa si fueron incorporados algunos elementos de la ley medieval en los sistemas legales de la concesión de tierras […].  La meta de todo europeo […] fue hacerse de dinero.” (Blaut, 1993, 187ss). 

[4] En su Política, se trata el tema en el capítulo, haciendo distinciones entre las cristiandades hispanoamericanas, lusitanas y del norte europeo.

[5] Fundamento también de una ecológica que aún no se ha planteado ni siquiera. En estos tiempos de pandemia, el genocidio estructural también fue acompañado de otra pandemia que comenzó a cobrar vidas en las islas del Caribe; luego en la devastación de las tierras. El eurocentrismo pone el acento en la dominación ideológica, en la filosofía que se gesta desde su comienzo como una necropolítica en un sentido amplio.