La geoeconomía marxista: método de análisis del mercado mundial contemporáneo
Oscar David Rojas Silva
Cuando se habla de relaciones entre países se suele hablar de geopolítica. Los países o estados nación que establecen relaciones entre sí, se convierten en nodos donde, en primera instancia, se interconectan con sus regiones, pero también se encuentran sometidos al carácter general histórico que cobra determinado mercado a escala planetaria; por tanto, el análisis del mercado mundial implica la toma de conciencia del tipo de nodo particular que representa cada uno de los países integrantes en el contexto del modo productivo desplegado a escala global. Ahora bien, la particularidad de cada país distingue entre un país hegemónico, central que domina el proceso de acumulación; una zona de países que colaboran íntimamente con el país central para beneficiarse del proceso de explotación, aunque su autonomía se encuentre limitada; y, por último, pero no menos importante, un universo de comunidades periféricas que toman un papel de estados explotados para fines de acumulación de las dos primeras zonas.
El poder que le da centralidad a esta visión implica, desde luego, el entendimiento de que el plusvalor no solamente surge como chispazo del enfrentamiento dentro de la fábrica (la relación entre capital fijo y capital variable) sino también a nivel de sociedades completas. Las llamadas “cadenas de valor” en realidad son “ríos de plusvalor”. Así como la geología estudia la determinación de la superficie terrestre por efecto del planeta como un ente en evolución, la geoeconomía aborda el sentido de los ríos y la acción de conjunto de los estados nación en el contexto de la competencia capitalista a escala planetaria. No se trata solamente si el gobierno de un país lo está haciendo bien o mal sino el contexto en el que su acción se enmarca. En este sentido es que reivindicamos la geoeconomía marxista.
No podemos dejar de mencionar que esta reivindicación surge como respuesta o, mejor dicho, exigencia, de la realidad misma, puesto que desde la crisis del 2008 se detecta una fase histórica de crisis generalizada o civilizatoria. Este momento representa no solo “una crisis más” de las que el capitalismo “siempre” se recupera, sino una crisis-límite, en el sentido de que la fractura que produce no es un proceso reversible (para recuperar el concepto de Kondratiev), sino irreversible. Es decir, genera una tensión en el momento histórico en el que se establece la posibilidad de alcanzar una nueva fase dentro de la evolución macrohistórica en el contexto del proceso de transición entre modos de producción.
El estudio cuidadoso de las crisis financieras nos arroja que en la actualidad se viven exactamente las mismas condiciones que permiten la volatilidad del mercado accionario que provocaron en un primer lugar el conflicto. No solo no se “aprendió” nada de este suceso, sino que el dominio del dólar busca por todos los medios, incluso los militares, su prevalencia. En realidad, una mirada crítica nos arroja que dicho momento significa el rompimiento del modelo geoeconómico dominante. Por el lado fiscal, los esquemas impositivos son totalmente incapaces de regular al capital, el resultado: desigualdad absoluta[1]. Hasta autores del mainstream como Thomas Piketty no han hecho más reconocer este fenómeno; de alguna manera, estos estudios son la comprobación empírica actualizada del principio que Marx descubre en el siglo XIX: el capital tiende indefectiblemente a la centralización y concentración mediante el dominio del sistema crediticio.
La geoeconomía, a diferencia de la versión estándar de geopolítica, parte del reconocimiento de la lucha imperialista (o, dicho de otra manera, el modelo geoeconómico que establece relaciones de dominio en el mercado mundial). No se trata de saber qué es lo que los países hacen en tanto sus relaciones políticas, sino la posición material económica que alcanzan, su estructura económica y el nodo que significan para la evolución del modelo en su conjunto. Tampoco se trata solamente del análisis desarrollista de los flujos de inversión extranjera directa o de cartera. La balanza de pagos es insuficiente para dar cuenta de la complejidad de estas relaciones de poder. Es un asunto de las formaciones económicas que los países alcanzan en determinado momento.
Por ejemplo, en el caso de México, actualmente estamos viviendo la cuarta transformación, aunque los opositores insistan que esto es un simple eslogan, en realidad es expresión de este movimiento telúrico que significa la crisis actual, en el que no solo está en juego el restablecimiento de la tasa de ganancia, sino, sobre todo, el poder del modelo hegemónico centralizado (o unipolaridad) y la necesidad, y urgencia, de cambiar las polaridades para superar la crisis actual de devastación natural y social (pensemos en el concepto de relaciones subvertidas de Hinkelammert), es decir, el horizonte posible de multipolaridad. Por tanto, dentro de las periferias están ganando las izquierdas en el sentido que significan el impulso consiente de realizar cambios estructurales y no solamente mejores versiones de efectividad dentro de un mismo modelo (como el centro y la derecha lo piensan). En suma, la cuarta transformación implica la pregunta geoeconómica del tipo de nuevo nodo en un nuevo esquema mundial.
En términos de procesos históricos, la crisis subprime fue la última crisis financiera clásica del modelo hegemónico del dólar, apenas doce años después se produjo la crisis pandémica e inmediatamente la crisis militar. Por tanto, hay elementos objetivos para demostrar la necesidad de establecer un análisis cuidadoso y riguroso para establecer la estrategia que nuestro país puede tomar dentro de las modificaciones estructurales que exige este momento. Es aquí donde el análisis geoeconómico cobra su papel central: se trata del análisis de lo que permite la cohesión entre los diferentes países, permitiendo no solo la generación sino el movimiento de la extracción de plusvalor capitalista. El circuito no podría realizarse sin la funcionalidad de la moneda mundial, es decir, esta postura –contrapuesta a la geopolítica tradicional– parte del reconocimiento de análisis del patrón monetario que domina como elemento central.
La izquierda misma, en muchas ocasiones, se queda corta hablando interminablemente sobre las formas fiscales, pero, como hemos dicho, la desigualdad estructural no se transformará de forma unilateral por esta vía, sino que necesita del análisis de las formas monetarias. Es en este sentido que la cuarta transformación necesita de esta discusión para explicitar la estrategia de transformación cualitativa del modelo económico dominante.
El punto central de esta discusión parte de una hipótesis particular: la emergencia de China representa un modelo geoeconómico alternativo a nivel estructural, pero este no solo es otro modelo, sino que es la evolución o síntesis del opuesto estadounidense. Es decir, la posición actual de China establece una nueva dinámica del mercado mundial. Este punto fue explícito en el discurso del presidente López Obrador durante la reciente conferencia de países de América del Norte. La hegemonía de los Estados Unidos quedó herida de muerte desde 2008, la crisis energética y luego militar de Europa, su semi-centro (sin olvidar el estancamiento sistemático de Japón, otro de sus aliados), representan elementos de desgaste terminal. Esto explica el advenimiento de las “nuevas” derechas puesto que la crisis implica el miedo de los semicentros y centros a perder su lugar en el mundo, frente a la mudanza histórica no pueden hacer más que gritar y exigir por medio de la violencia su pretensión de permanencia eterna.
Así, la pregunta se renueva, pasamos del pesimismo que postula que “la hegemonía jamás se disuelve”, a la expectativa sobria del nuevo modelo por venir, que como sabemos, no se trata de un automatismo de fases históricas en las que la praxis no tiene nada que ver, sino el reconocimiento o lectura de totalidad concretaque implica preguntarse por la posibilidad real de mudanza histórica a un nuevo modelo y actuar en consecuencia. El reto es modular los casos particulares (e incipientes) para que dejen de significar simples reiteraciones de lo mismo, sino que representan sensibles mutaciones de la fase histórica del modo productivo, uno que producirá una nueva versión de manera esencial, es decir, cambia la forma civilizatoria de las ideas dominantes, se establece un nuevo modelo ideal (como diría Juan José Bautista) y se accede a una nueva formación económico-social. Este concepto es el que nos permite plantear una geoeconomía marxista, basada en el análisis del mercado mundial como el tiempo-espacio de la dinámica de rotación del capital en su despliegue de enriquecimiento histórico.
[1] Recordemos el concepto de “pobreza absoluta” de Marx, señalando que este fenómeno no tiene que ver con el grado del ingreso sino con la condición vulnerable en el que el trabajo está sistemáticamente anclado a las decisiones de negocios de su clase opositora.