La democracia callejera en medio de la pandemia y del neoliberalismo: notas sobre la coyuntura peruana

Gabriel Moreno Montoya 

 Quiero comenzar este artículo adelantando algo que desarrollaré más adelante: en el Perú asistimos a un momento político en medio de una pandemia, donde el espacio público callejero como escenario de conflicto contra las élites gobernantes cobró un cierto espesor, unas líneas todavía no del todo claras, pero que fueron capaces de reunir miles de personas en las plazas, así como de poner en suspenso las lógicas del neoliberalismo y el avance la extrema derecha. Es en este contexto donde las prácticas democráticas como manifestación de nuevos sujetos políticos (no los técnicos del neoliberalismo, no los empresarios, ni los opinólogos de diverso tipo) cobra vigencia. Quiero entonces comenzar este argumento en primer lugar presentando el contexto en donde se desenvuelve esta práctica disruptiva democrático-popular, luego de ello mencionar las posibilidades que abre esto, y terminar esbozando unos posibles límites. 

1) El escenario de la vacancia

Las movilizaciones que comenzaron el 9 de noviembre se dan a partir de la vacancia del ex presidente Martín Vizcarra. La decisión de vacancia presidencial fue realizada por el Congreso a partir de la figura constitucional de la “incapacidad moral”. En esta parte del texto no discutiré en torno a la constitucionalidad o inconstitucionalidad de esta decisión, sino sobre las dinámicas de poder que se produjeron en medio de estas decisiones. 

El expresidente Martín Vizcarra contaba con un cierto apoyo popular. Encuestas anteriores a la vacancia mostraban que la mayoría de peruanos no la querían a estas alturas, ya que en abril del próximo año se deberían realizar las próximas elecciones presidenciales. Sin embargo, habría que matizar este apoyo popular, ya que Vizcarra no contaba con un partido político o movimiento popular que acompañe su gestión, en cambio su legitimidad se elabora, a mi modo de ver por otros medios. En último término el expresidente fue un tecnócrata soportado, en algún momento querido y no un líder popular. 

Una primera cuestión tiene que ver con que antes de la pandemia Vizcarra se presentaba como un agente capaz de luchar contra la corrupción. En esta línea no debemos olvidar que el expresidente cierra el Congreso y llama a nuevas elecciones parlamentarias en medio de una pugna entre poderes del Estado. Según encuestas del Instituto de Estudios Peruanos antes del cierre del Congreso, esta opción contaba con el 70% de apoyo, mientras la desaprobación del parlamento estaba en 80 %. Este cierre entonces eleva la aprobación del expresidente y lo coloca con un referente, aunque volátil, de la lucha contra la corrupción representada por el Congreso. Así Vizcarra termina el año 2019 con una aprobación del 56% según El Comercio-Ipsos. Este acumulado le permite sortear, en parte, las olas de la pandemia. 

Otro elemento importante tiene que ver con que Vizcarra elabora un relato en torno a la pandemia que le permite sostenerse a pesar de realizar una gestión pobre. Durante varios meses el expresidente salía por las tardes en todos los canales de televisión nacional reportando las gestiones que se realizaban para contener el virus: desde el presupuesto que se destinaba a salud, hasta los despliegues policiales para mantener el estado de emergencia. En sus relatos estaban presentes también palabras de “aliento”[i] a las personas. Algo importante es que había un juego retórico que afirmaba que su gestión estaba haciendo todo lo posible para sortear la ola de la pandemia y que si las cosas no funcionan se debían a dos cuestiones: 1) la herencia de desafección social heredada de gobiernos pasados y 2) la irresponsabilidad de las personas que al no acatar las normas de seguridad contra el COVID-19 ocasionan la propagación el virus y con ello los colapsos sanitarios. Este último punto, es a mi modo de ver muy relevante, ya que nos permite hacer un paralelo con la producción de la culpa en el neoliberalismo. 

Este eje de legitimidad expresó una estrategia de auto-culpabilización individual que minaba las posibilidades de despliegue político. La cuestión de la responsabilidad individual frente a sucesos que implican una pérdida de diverso tipo: laboral o en nuestro caso pérdida de la propia vida o de alguna persona cercana podría explicarse a partir del afecto de la culpa, ampliamente potenciado en el neoliberalismo. Dardot y Laval en La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal plantean que, en el neoliberalismo, como dinámica de poder que produce sujetos, opera una ficción empresarial que perfila un individuo plenamente capaz de hacerse cargo de su destino: 

Dado que el sujeto es plenamente consciente y dueño de sus elecciones, también es plenamente responsable de lo que le ocurre: a la «irresponsabilidad» de un mundo que se ha vuelto ingobernable debido a su propio carácter global, le corresponde, en contrapartida, la infinita responsabilidad del individuo en cuanto a su destino, su capacidad de tener éxito y ser feliz (2013: 349)

Se introduce en la propia subjetividad las tareas financieras y económicas, no ya como exigencias externas, sino internas al propio sujeto, así también todo fracaso no se deberá a las condiciones sociales de desigualdad, sino a la responsabilidad individual. Toda crisis social será expresión de una crisis individual, generándose afectos de culpa por las situaciones de precariedad. La competencia en el neoliberalismo establece una diferencia entre ganadores y perdedores. El sujeto empresarial está constantemente deseando ser un ganador, el hecho que no pueda serlo se deberá únicamente a su poco esfuerzo, falta de rendimiento y ausencia de creación. Una culpa auto-producida que crea efectos de despolitización en el sujeto. Esto porque se borran los marcos del poder, así como las condiciones de desigualdad social y se traza un marco de subjetivación donde el individuo es un sujeto plenamente soberano, pero paradójicamente plenamente responsable de sus desgracias. 

Cecilia Abdó en “Gramáticas del odio en el capitalismo contemporáneo. Una lectura desde Spinoza” a partir de un ejercicio dialógico entre Frédéric Lordon y Spinoza dan cuenta de las elaboraciones afectivas que se constituyen en el neoliberalismo. En primer término, las “estructuras del régimen de acumulación” se expresan a partir de un “régimen de afectos y deseos”. El neoliberalismo habría configurado un particular ensamblaje afectivo. El deseo habría sido capturado por este régimen de acumulación 

Que en los cuerpos se exprese el régimen de acumulación significa que él modela incluso los gestos que hace el cuerpo deseante tanto del trabajador como de la trabajadora (de qué modo se mueve, qué conductas desarrolla, qué aspiraciones tiene y cuáles desecha, cuál es su cadencia al caminar de mañana y cuál de tarde, etc. (2020: 48)

En el neoliberalismo esta operación se da a partir de la analogía entre empresa e individuo. Cada miembro social se convierte en un empresario de sí. Se configura la “ilusión de la libre determinación”. El trabajador como empresario de sí, es libre y tiene toda la capacidad para lograr sus metas. Las limitaciones no serán externas, sino internas al individuo. El fracaso en el trabajo, el desempleo son responsabilidad exclusiva del sujeto. Así se produce una “introyección” de la imagen de sí según el éxito o fracaso en «la carrera meritocrática de la vida». Quienes fracasan en esta carrera o competencia elaboran una abyección de sí. Siguiendo a Spinoza Abdó menciona que este afecto supone «una autolimitación del deseo por menosprecio de sí mismo». Al recaer la culpa en el propio individuo se precariza su propia imagen, y se paraliza su potencia de actuar. Estos afectos en buena cuenta bloquean las posibilidades de acción política, al impedir problematizar la experiencia de precariedad más allá de la propia culpa. El orden social queda así naturalizado, cada quien obtiene lo que merece. 

Desde mi punto de vista estos afectos propiamente neoliberales sirvieron como resortes que ayudaron a legitimar, en parte, la gestión de la pandemia. Vizcarra optó por establecer una campaña que sobre-responsabilizaba al individuo por el contagio del COVID-19, incluso de la propia muerte, así como de una persona cercana. Esto quedó claro con la campaña “El virus no mata solo. No seamos cómplices”. Esta campaña buscaba justificar el incremento de contagios y muertes por COVID-19 a partir de una narrativa de culpa individual. Mensajes como: “Si te gusta salir a pichanguear, pisa bien el balón. Lo recordarás cuando necesites uno de oxígeno”, expresan bien que las muertes no son producto de un deficiente sistema de salud, ni de la necesidad de un trabajo colectivo de cuidado, sino de la propia responsabilidad del individuo, quien teniendo todos los recursos a la mano no acata las medidas establecidas por el Gobierno. El individuo plenamente soberano debe hacer cargo de sí mismo en medio de una pandemia que ha producido colapsos sanitarios en diversas partes del mundo. Fallar en esta tarea que supone la afección del propio cuerpo será una responsabilidad individual. Esta ficción de ilimitación del poder individual produce su brutal contrapartida: una culpa que elabora una imagen pobre de sí, un odio de sí, que inhabilita los marcos de acción política, sean estos para organizarse colectivamente para establecer marcos de cuidado, como para poner en cuestión la reproducción de sistemas que precarizan la vida social. Los medios de comunicación jugaron también un rol importante en este tema. Constantemente se encontraban a la expectativa de grabar imágenes de personas incumpliendo las normas, mostrando la general irresponsabilidad de las personas, naturalizando una imagen social: la del peruano irresponsable, incapaz de acatar las normas, culpable. Vizcarra jugó bien con esta producción mediática. En su discurso del 18 de marzo en medio de un estado de emergencia producto de la pandemia menciona que los medios de comunicación sí pueden circular “porque nos interesa que ustedes puedan informar a la población del cumplimiento de esta medida”. Los medios en coordinación con la policía y las fuerzas armadas “puedan informar del acatamiento y cumplimiento responsable de todos los peruanos”.  Lo que vimos en muchos medios fue una obscena vigilancia del cumplimiento de las normas. Vigilancia que se enfocaba principalmente en los barrios pobres, mercados. 

Esta configuración del relato de Vizcarra tuvo efectos de legitimidad importantes, ya que servía como una cierta “mediación”[ii] de la angustia experimentada por las personas producto de la pandemia. Desde mi punto de vista esta producción de legitimidad paralizaba una posible politización de la sociedad, es decir no permitía la elaboración de la crisis a partir de manifestaciones populares cuestionando la situación de precariedad laboral, colapsos sanitarios, deserción escolar, etc.

Hay también otro punto importante que ayuda a comprender el escenario donde ocurren las irrupciones políticas. Vacado Vizcarra quien asume el ejecutivo es el presidente del Congreso, Manuel Merino[iii]. El Congreso ha ido experimentando de manera creciente la desaprobación social en el país. Esta estriba en la percepción negativa hacia los parlamentarios. Estos son vistos como grupos que obedecen únicamente a intereses particulares. Según la encuestadora Ipsos el Congreso este mes de noviembre termina con un 88% de desaprobación. El desplazamiento del parlamento como expresión de la corrupción para el común de las personas hacia el ejecutivo produce un malestar generalizado. El Congreso no solo ocupa ya su lugar “tolerado”, sino también otro lugar de poder, incluso más importante. 

Las irrupciones populares se producen en medio de estas elaboraciones tanto de la culpa individual como de una percepción de avance de la maquinaria corrupta en el Estado. Lo interesante como mencionaré a continuación es que estas irrupciones quebraron este campo simbólico-afectivo o esta barrera de la sensibilidad que produjo la gestión de la pandemia en Vizcarra, así como le puso un freno al avance de la extrema derecha. Se produjo algo en medio de estas dos lógicas que permitió reconfigurar el espacio público. 

2) Nuevas producciones de lo público: la irrupción de la democracia callejera

Ernesto Laclau en el “El tiempo está dislocado” menciona que la emancipación es una función a la cual siempre llegamos tarde y únicamente podemos aspirar a “adivinar penosamente sus orígenes míticos o imposibles”. Nadie podría haber adivinado un estallido político-popular de semejante magnitud, sin embargo, trazaré algunas líneas que permitan, solo en parte, comprender estos desplazamientos y sus efectos en la producción de lo público como esfera litigiosa, conflictiva que profundiza los procesos propios de la democracia. 

En este sentido no estamos, como quieren algunos, frente a una “democracia agonizante”, sino a una manifestación de la democracia como irrupción de nuevos sujetos en el espacio público. Sin una clara división de poderes en el Estado, la calle se presentó como un escenario conflictivo que sirvió de contrapeso a uno de los grupos más reaccionarios de las últimas décadas que tuvo en Manuel Merino a su cabeza visible y a la Coordinadora Republicana como su cabeza ideológica. 

Las movilizaciones populares tras la vacancia de Vizcarra tienen como uno de sus principales agentes a los jóvenes[iv]. Los “jóvenes” se instituyeron como nuevos sujetos políticos heterogéneos al poner en suspenso los resortes de la normalidad, pero principalmente porque este sujeto denostado por diversos frentes: un Estado que no atiende por décadas el problema del empleo en este sector, miradas que los ubican como agentes pasivos reducidos por las nuevas comunicaciones, etc., emerge en el espacio público contestando a ciertas élites políticas, principalmente del Congreso. Las subjetivaciones político-populares, como menciona Ranciere (2006a, 2006b, 1996), tienen ver con ese desplazamiento de lo privado a lo público, procesos que verifican escenarios de igualdad democráticos negados por las élites gobernantes. Así como con el paso de la parte al todo, unos nombres y cuerpos particulares se manifiestan como una cierta universalidad litigiosa. En este caso los jóvenes manifestaron el malestar popular que atravesaba a diversos sectores de la sociedad. 

Para dar cuenta de los procesos de emergencia de estos nuevos sujetos populares es importante mencionar junto con Sara Ahmed (2015) que en los procesos de subjetivación se juegan dinámicas afectivas y del lenguaje que conforman los grupos sociales. Los afectos no corresponden a una dimensión privada del individuo, en cambio estos se desplazan creando efectos de sentido social, agrupando y excluyendo cuerpos. Habría afectos negativos, para decirlo de algún modo que paralizan a unos cuerpos y activan a otros. Afectos de miedo y culpa como ya lo mencioné circulan y ensamblan unas prácticas sociales que inhabilitan prácticas políticas de otro tipo. Sin embargo, hay otros afectos que posibilitan la emergencia de nuevos sujetos, así como potencian la acción colectiva. En nuestro caso la indignación fue ese afecto que activó una potencia política antes negada. 

Cecilia Abdó en el texto que ya hice referencia coloca a la indignación como un afecto político capaz de quebrar un cierto umbral de tolerancia configurado por el neoliberalismo. Este afecto se produce en momentos de crisis, donde los arreglos institucionales no pueden producir un mapa de sentido que otorgue un cierto margen de regularidad social. Esta crisis abre la posibilidad de disputas políticas por re-configurar nuevos marcos de sentido. En medio de esta incertidumbre la indignación produce una politización negada por los afectos neoliberales (la culpa como odio de sí mismo). Siguiendo a Spinoza, Abdó menciona que la indignación es «una cadena mimética, social, de un afecto de odio, que se da cuando alguien se conmueve ante el daño que se ejerce sobre un semejante y visualiza, a la vez, la causa de ese daño (E III, 22, esc.)». Este afecto supone la tramitación del odio, activando prácticas colectivas que busquen la reparación de un daño ajeno que se imagina como propio. De aquí que este afecto tenga una dimensión mimética, cuando un semejante es afectado de tristeza o alegría imaginamos la misma afección en nosotros. Esto crea una semejanza en el afecto, una igualdad sensible que permite trazar un colectivo que actúa. Opera aquí un doble movimiento: igualdad con el que sufre y rechazo a quien causa sufrimiento. Sin embargo, en nuestro caso podemos permitirnos algunas digresiones. Esto porque no estamos frente a un daño que haya ocurrido a algún semejante, sino frente a un daño que se experimenta como propio. La mayoría sintió el desplazamiento del Congreso hacia el Ejecutivo, como una ampliación de poder desmedida en manos de agentes que únicamente satisfacen un interés privado. El umbral de lo tolerable no se perdió únicamente porque la trama que configuraba el gobierno de Vizcarra se diluye, sino porque emerge un actor intolerable en el Estado: el Congreso. Pero paralelamente a esto porque se tramita esta experiencia a partir de la indignación colectiva.

La indignación en términos de reparación de un daño ajeno experimentado como propio se configura ahora con las muertes de Inti Sotelo y Bryan pintado, así como con todos los heridos, secuestrados y torturados por la policía. El día de la renuncia de Manuel Merino, hubo diversas manifestaciones de duelo por los asesinados, desde música en señal de respeto hasta espacios simbólicos donde se escribían mensajes espontáneos, etc. Estos últimos días más que una sensación de satisfacción por haber hecho renunciar a Merino, se ha vivido momentos de duelo y cuestionamiento al ejercicio desmedido de la violencia por parte de la policía. 

Más allá de Abdó estos afectos se encuentran también relacionados con la producción de nombres o frases que ayudan a anudar las subjetivaciones. Hay un encuentro entre lenguaje y afectos que nos permite comprender estas operaciones. En este caso las consignas que circularon fueron: que se vayan todos, fuera Merino, asamblea constituyente, adelanto de elecciones. Estos nombres y afectos re-introducen en la experiencia nuevas coordenadas de acción política. Una cuestión importante es que desplazan la culpa producida en el marco de una gestión neoliberal de la pandemia, así como contestan a una clase política representada como corrupta. 

Ya mencioné la producción de estos afectos de culpa, de responsabilidad individual que intentaron configurar el mapa subjetivo en el país. Las movilizaciones populares han desplazado esta fijación, ya que estamos frente a la congregación de miles de personas en las calles que ponen en cuestión unas lógicas que depredan el tejido social, que hacen del Estado un lugar para la satisfacción de intereses privados. No estamos ya frente a un sujeto silencioso y con miedo que observa el desenvolvimiento de una gestión en medio de la crisis. Las dinámicas del espacio y de la congregación adquieren un significado distinto gracias a la irrupción popular en el espacio público. El discurso de culpa individual por el contagio y la muerte propia o de alguien cercano queda así suspendido. Si bien no explícitamente, este trabajo se da implícito en la agrupación multitudinaria de jóvenes y no tan jóvenes en las diversas plazas públicas y barrios. Con esto no quiero decir que haya una negación de las necesarias medidas de cuidado sanitario, sino que se abren unas nuevas posibilidades colectivas que dejan en suspenso el miedo y la sobre-responsabilidad individual tejida como discurso por el Gobierno. Quizás esto pueda abrir nuevas formas de cuidado colectivo más allá del miedo y la culpa neoliberal. Para ello es necesario la producción de tejidos organizativos que puedan remontar nuevos discursos en estas direcciones.

Las prácticas colectivas de la que fuimos parte mostró también dinámicas políticas de carácter heterogéneo. No había una agrupación ya sea de trabajadores, estudiantes o algún partido político que dirija la movilización, sino una coordinación compleja, muchas veces más allá de toda intencionalidad, que desbordó los aparatos de control del propio Estado, particularmente la policía. Este desborde fue respondido con una represión no vista desde hace varias décadas al punto de dejar dos muertos: Inti y Bryan y varios heridos. Emergieron ante el contexto de esta represión organizaciones que dieron respuesta a ello. La Brigada Voluntaria Perú, grupo de médicos y paramédicos dieron un soporte de salud a los compañeros heridos en las manifestaciones. El Grupo de Desactivación, se encargó de desactivar las bombas lacrimógenas. Como uno de sus miembros narra en twitter, muchos de ellos tuvieron que aprender estos duros oficios en internet y en la propia cancha. Se conformaron grupos de defensa para avanzar ante la arremetida policial. También fue muy importante la presencia de los estudiantes de diversas universidades tanto públicas como privadas, que todavía se encuentran organizándose. Las barras de Universitario y Alianza Lima (dos equipos de futbol nacional, conocidos por su rivalidad histórica) suspendieron sus diferencias y fueron adelante para quebrar los cercos policiales. Sin embargo, también hubo otros grupos con mayor trayectoria como los partidos políticos: Juntos por el Perú, Nuevo Perú, Patria Roja, Partido Morado[v], por nombrar algunos y también la Coordinadora de Derechos Humanos, quien brindó apoyo jurídico a los detenidos. La ausencia de la Central General de Trabajadores (CGTP)[vi], es un hecho que no debe ser obviado, ya que muestra, solo en parte, la desconexión entre grupos históricos de representación popular y formas emergentes de organización. 

No podemos evidenciar una clara representación de estas prácticas populares, pero sí rastrear los diversos actores que se constituyeron, así como las intensidades afectivas que atravesaron a los colectivos y los conformaron. Otro elemento importante sumado a ello, es que las consignas evidenciaron un hartazgo de la clase política[vii] en general, sin por ello expresar por lo menos en Lima un carácter anti-político en las calles. No hubo un rechazo en general a los partidos políticos. Por lo menos a los partidos que no participaron en la vacancia. Salvo excepciones como el caso del expresidente Ollanta Humala. Pero este carácter no anti-político, no expresa por lo menos todavía una articulación con algún partido o movimiento más amplio. Un elemento novedoso que emergió en la movilización popular fue la demanda por una nueva constitución. Este elemento a mi modo tiene un componente más disruptivo porque empuja hacia nuevos arreglos institucionales más allá de los que hemos tenido desde los años noventa. Plantear en el espacio público un cambio constitucional o mejor una asamblea constituyente supone un importante encuentro entre la elaboración callejera de la política y las transformaciones institucionales del Estado. La consigna asamblea constituyente podría abrir un espacio importante que sirva como puente entre las expresiones populares y las transformaciones institucionales. Sin embargo, para sostener un escenario de este tipo se requiere profundizar la organización popular, así como tejer representaciones políticas que sirvan de puentes para realizar esos cambios en el Estado. En buena cuenta un proyecto político nacional-popular que, no sin tensiones, exprese, aunque solo en parte las diversas voluntades colectivas. 

Fueron días intensos que produjeron espacios públicos conflictivos, donde las manifestaciones populares colocaron los términos de la discusión social. Sobre esto Ranciere (2006b) menciona que el conflicto político permite la emergencia de nuevos actores no vistos antes como legítimos. A partir del desacuerdo se logra traer al espacio de disputa al otro (la autoridad de gobierno) que se niega a ver y escuchar la presencia de estos nuevos sujetos. Mediante el conflicto y la creación de este nuevo escenario de igualdad política, al gobierno no le quedó más remedio que aceptar las demandas de los jóvenes. La calle entonces puso los términos de discusión y las maneras de mediar esos procesos de conflicto. 

Ahora bien, este nuevo escenario democrático podría abrir un proceso popular más amplio si se tejen articulaciones entre estas formas emergentes de organización popular, intensidades afectivas y elaboraciones de consignas radicales con partidos políticos, movimientos populares, sindicatos, y otras agrupaciones tanto con una mayor experiencia organizativa como con una inscripción electoral. Esto significa una elaboración compleja entre diferentes espacios y tiempos que pueda abrir un intenso proceso de democratización. Esto no quiere decir una búsqueda de “identidad” en el pueblo, sino abrir un escenario popular no sin tensiones que profundice la justicia social. Un piso en común para esta diversidad de subjetividades podría ser la asamblea constituyente, pero también la lucha anti-corrupción. Esta última es una demanda que atraviesa el lenguaje político en general. Las personas están cansadas de una clase política vista como corrupta. La pugna podría estar en inscribir dentro del malestar en torno a la corrupción, demandas de empleo, salud, educación, justicia social y por evidenciar que para ello es necesario un cambio constitucional y un nuevo arreglo institucional distinto al neoliberalismo actual. 

Una limitación tiene que ver con que se re-ensamblen las elaboraciones subjetivas del neoliberalismo en una dirección de centro y que esto inhabilite este proceso popular recién abierto. Un discurso conciliador sin élites empresariales que intentan manejar el Estado por diversos medios, sin actores neofascistas que buscan endurecer el control social, sin tecnócratas que ocultan el negocio con una pretensión “científica” puede re-ubicar la sociedad en las coordenadas de un consensualismo neoliberal. Es decir, empujarnos a la necesidad únicamente de administrar lo establecido. El escenario litigioso-popular abierto puede así ser reconducido a un discurso de reconciliación donde no hay adversarios y donde las relaciones de poder quedan borradas por una búsqueda de armonía ingenua. Una cuestión importante podría ser la profundización de estas nuevas experiencias populares y esta emergencia del espacio público-político, así como empujar la calle hacia las instituciones, ensanchando las posibilidades de la democracia. La democracia en este sentido no es la recuperación de la “institucionalidad” y el orden, sino la emergencia de nuevos actores en el espacio público y la posibilidad de reconfigurar las instituciones desde las calles, limitando así la acción de las élites. Estas nuevas emergencias populares no pueden quedar neutralizadas por discursos que pretenden un regreso a la anterior normalidad. De esto que se pretenda instalar un discurso de “recuperación de la democracia”. Como si algo pasado que se perdió (las instituciones pre-vacancia), ya se habrían recuperado tras las movilizaciones y quedaría un retorno al silencio. Sin embargo, algo se ha roto con las movilizaciones y se están elaborando en esas brechas nuevos marcos de sentido más allá del pacto de los noventa que se mantuvo con otras gramáticas luego del 2000. 

 

 

[i] Mensajes como esto “depende de nosotros”, si cumplimos todos “responsablemente” podemos salir de esta pandemia, tienen que ver como mencionaré más delante con trasladar la responsabilidad que tiene Estado con sus ciudadanos a una responsabilidad individual, propia de los resortes del neoliberalismo.

[ii] Entre comillas porque únicamente potenciaba el miedo, así como obturaba posibilidades de un trabajo colectivo de cuidado. 

[iii] Manuel Merino designó a Antero Florez Araoz, miembro de la Coordinadora Republicana, un grupo de extrema derecha, como presidente del Consejo de Ministros.  

[iv] Los jóvenes como sujeto político contienen elementos heterogéneos tanto en edad, clase y género. 

[v] El Partido Morado es liderado por Julio Guzmán, quien hasta hace poco tiempo defendía el modelo educativo chileno de endeudamiento. 

[vi] La CGTP sale a las calles un día después del pico de las movilizaciones, es decir luego de presentar su renuncia Merino. Esto es importante porque marca la necesidad de una coordinación entre antiguos resortes de lucha y nuevas formas de organización social. 

[vii] Palabra muy sonada en estos tiempos

Bibliografía 

Abdo, C (2020). “Gramáticas del odio en el capitalismo contemporáneo. Una lectura desde Spinoza”. Práxis filosófica 50, 43-58.

Ahmed, Sara (2015). La política cultural de las emociones. México, D.F: Universidad Nacional Autónoma de México

Dardot Pierre y Laval Christian (2013). La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la realidad neoliberal. Barcelona: Gedisa Editorial. 

Laclau, E (1996) Emancipación y diferencia. Espasa Calpe

Rancière, J (2006a). Política, policía, democracia. Santiago de Chile: LOM Ediciones.

Rancière, J (2006b). El odio a la democracia. Buenos Aires: Amorrortu

Rancière, J (1996). El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión